El Papa que queremos

León XIII



La dimisión de Benedicto XVI y la elección de su sucesor se dan en un momento de una grave crisis económica sin precedentes. Esto deberían tenerlo en cuenta los cardenales que participarán en el Conclave, para elegir un Papa con mucha sensibilidad social, a semejanza de León XIII, Pío XI, Juan XXIII y Pablo VI.

Han de saber los cardenales que el paro estructural masivo se ha instalado en la sociedad y, frente al optimismo liberal de épocas pasadas pocos confían hoy en que la reactivación económica o las políticas de empleo vigentes puedan situarnos de nuevo en el tan ansiado camino del pleno empleo.

No obstante, hay personas entre los neoliberales que siguen diciendo sin compasión que los pobres son unos vagos que se creen con derecho a la vivienda, a la atención sanitaria, a la educación gratuita y muchas cosas más. No pocos de los que así hablan y piensan trabajan en la actividad política para que esos derechos no se lleven nunca a la práctica. Y lo grave es que esas personas, en muchos casos, se consideran cristianas.

Veamos lo que dice al respecto la encíclica del Papa León XIII, en la que se defienden muchos más derechos que los anunciados anteriormente por los neolibreales.

Encíclica Rerum Novarum

Sobre la situación de los obreros

(31) Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal. O sea, que ni la justicia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal, que el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuerpo se rinda a la fatiga. Como todo en la naturaleza del hombre, su eficiencia se halla circunscrita a determinados límites, más allá de los cuales no se puede pasar...

Se ha de mirar por ello que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permiten las fuerzas. Cuánto ha de ser el intervalo dedicado al descanso lo determinarán la clase de trabajo, las circunstancias de tiempo y lugar y la condición misma de los operarios. La dureza del trabajo de los que se ocupan en sacar piedras en las canteras o en minas de hierro, cobre y otras cosas de esta índole, ha de ser compensada con la brevedad de la duración, pues requiere mucho más esfuerzo que otros y es peligroso para la salud.

Hay que tener en cuenta igualmente las épocas del año, pues ocurre con frecuencia que un trabajo fácilmente soportable en una estación es insufrible en otra o no puede realizarse sino con grandes dificultades.
Finalmente, lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a un niño...

(33)Si el obrero percibe un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos, dado que sea prudente, se inclinará fácilmente al ahorro y hará lo que parece aconsejar la misma naturaleza: reducir gastos, al objeto de que quede algo con que ir constituyendo un pequeño patrimonio.

La cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no se da por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse inviolable. Por ello las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad. Con ello se obtendrían notables ventajas, y en primer lugar, sin duda alguna, una más equitativa distribución de las riquezas.

La violencia de las revoluciones civiles ha dividido a las naciones en dos clases de ciudadanos, abriendo un inmenso abismo entre una y otra. En un lado la clase poderosa por rica, que monopoliza la producción y el comercio, aprovechando en su propia comodidad y beneficio toda la potencia productiva de las riquezas, y goza de no poca influencia en la administración del Estado. En el otro, la multitud desamparada y débil, con el alma lacerada y dispuesta en todo momento al alboroto.

Si se llegara prudentemente a despertar el interés de las masas con la esperanza de adquirir algo vinculado con el suelo, poco a poco se iría aproximando una clase a la otra al ir cegándose el abismo entre las extremadas riquezas y la extremada indigencia._ Habría, además, mayor abundancia de productos de la tierra. Los hombres, sabiendo que trabajan lo que es suyo, ponen mayor empeño y entusiasmo. Aprenden incluso a amar más a la tierra cultivada por sus propias manos, de la que esperan no sólo el sustento, sino también una cierta holgura económica para sí y para los suyos...

De lo cual se originará otro tercer provecho consistente en que los hombres sentirán apego a la tierra en que han nacido y visto la primera luz, no cambiarán su patria por una tierra extraña, si la patria les da la posibilidad de vivir desahogadamente...

El derecho de poseer bienes en privado no ha sido dado por la ley, sino por la naturaleza, y, por tanto, la autoridad pública no puede abolirlo, sino solamente moderar su uso y compaginarlo con el bien común...

(Ver: Ocho grandes mensajes. BAC 1974)
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