Sociedad y utopía política

En el 50 aniversario del C. Vaticano II

Las imágenes que nos muestran los medios de comunicación y la misma calle revelan que la sociedad no es lo que su nombre indica, orden y cohesión social, sino desorden e insolidaridad. Por lo que había que hablar con más propiedad de "di-sociedad".

Atrapados en la vorágine del consumismo, hemos abandonado la utopía y los altos ideales. De ahí que los teólogos que siguen el Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario hemos celebrado el día 25, nos recuerden que el mensaje bíblico está cargado de acentos utópicos y de crítica social. Utopía es para ellos el término que recoge los anhelos de felicidad humana, que se encuentran en la tradición judeocristiana.

Por eso lamentan que durante siglos hayan esperado en el más allá el fin de los sufrimientos y el comienzo de una vida nueva. Esto lo consideran una aberración y el lado privatizante de la fe cristiana, que ofrece innumerables testimonios de la esperanza mesiánica en un futuro mejor para la tierra.

Los mismos teólogos nos hacen comprender que las cuestiones públicas no están al margen de la fe cristiana, que ha de activarse siempre en favor de una sociedad más justa y humana. Incluso llegan a decir que si no se presta más atención a la problemática social no hay redención del hombre de nuestro tiempo.

La Constitución pastoral sobre la Iglesia, que es el documento emblemático del C. Vaticano II, insiste en que no podemos rehuir el compromiso político, si queremos humanizar la sociedad.

Precisamente el origen de la comunidad política lo sitúa, primero, en la impotencia que sienten los individuos, las familias y grupos de la sociedad civil para realizar aislados una vida plenamente humana. Y, segundo, en la necesidad de una comunidad mayor en la que todos conjuguen sus esfuerzos para una realización más perfecta del bien común.

En definitiva, la Constitución pastoral pide que los cristianos estén activos en la vida pública, atentos al bien común y la paz social. Aconseja asimismo educar a los ciudadanos como miembros de la comunidad política, para que contribuyan a su bien, aunque no se dediquen a la política profesional.

De modo especial los jóvenes deben ser iniciados en esta materia desde la educación básica, para que cuanto antes descubran que son miembros de la comunidad política a cuyo fin han de contribuir.

Y a los que van a ejercer el arte tan difícil y noble que es la política, les pide que se preparen convenientemente para ello y "procuren ejercerla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre y un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos" (GS 75).

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"Donde no hay utopía
no hay futuro"
P. Casaldáliga, obispo
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El 25 de enero de 1959, el Papa Juan XXIII anunció inesperadamente
la convocatoria de un nuevo concilio ecuménico, para la puesta al
día de la Iglesia. La idea, declaró, le había llegado repentinamen-
te por inspiración del Espíritu Santo.
Su deseo fue establecer el diálogo con el mundo actual secularizado
o laico, como se manifiesta en la Constitución Pastoral sobre la I-
Iglesia en el mundo y en la declaración sobre la Libertad religiosa
y otros. La Iglesia no quería ser más tiempo enemiga del progreso,
de la libertad y de la democracia. Por primera vez los católicos
podrían, sin ser castigados, hacer suyos los principios de libertad,
igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa. Y aceptar los pri-
ncipios científicos admitidos por todo el mundo culto.
Esto provocó entusiasmo en la mayoría de los católicos y temor en el
sector conservador de los miembros de la Iglesia. Pero por mucho que
se empeñen los seguidores del arzobispo lefebvre y otros, el concilio
está en vigor y es irreversible.
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