Al acecho del Reino
Pedro Casaldáliga
Con los pobres de la Tierra
El pueblo negro
(Cont., viene del día 3)
En la prohibición de la Misa de la Tierra sin males, de la Misa de los Quiulombos y de la Misa de la Esperanza, el prefecto de la congregación para el Culto Divino, cardenal Giuseppe Casoria, respondía a la respuesta de Dom Ivo Lorscheiter, presidente de la CNBB:
"Permítame, excelencia, poder decir que la respuesta recibida, bien meditada no parece haber notado el significado válido de la alusión hecha a la llamada Misa de la tierra sin males, ni expresa realmente la esperada respuesta que era de desear, asegurando que en el futuro la celebración de la Eucaristía será como debe ser y es, solamente memorial de la muerte y resurrección del Señor, y no reivindicación de cualquier grupo humano o racial".
Yo estoy plenamente de acuerdo con que "la celebración de la eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección del Señor. Ya me gustaría discutir amigablemente ese incisivo adverbio "solamente". Me gustaría también discutir si la eucaristía puede o no puede ser _siendo verdadera Eucaristía_ la "reivindicación" de Justicia, Libertad, Pan, Tierra, Vida "de cualquier grupo humano o racial.
Quien celebra la muerte del Señor ya reivindica
toda la vida. Quien celebra la Resurrección reivindica la Liberación plena de las personas y de los pueblos. Su Pascua es nuestra Pascua. En su muerte entran todas las muertes, en su Resurrección viven, sobreviven, todas las esperanzas. Desde los primeros días de las comunidades
cristianas, reunidas para celebrar la Cena, los mártires fueron presencia incluso física en la mesa de la celebración.
Los "mementos de la Misa siempre pretendieron incluir, dentro de la Memoria de Aquel Muerto Viviente que nos incorpora salvándonos, la memoria de los otros vivos y de los otros muertos con los que formamos cuerpo en su Cuerpo, con quienes caminamos en la misma esperanza, a quienes debemos justicia o amor, cuya cruz "completa lo que falta a la cruz del Crucificado...
Teologías y liturgias aparte, ponderaba yo(P.Casaldáliga) refiriéndome a esa prohibición vaticana: "¡Cuántas eucaristías hemos celebrado lo sacerdotes, obispos y papas para conmemorar una dudosa efemérides cívica o militar o para agradecer el donativo, sacrílego tal vez, de un príncipe, una empresa o una madame".
Que la misa sea Misa, que sea la Liturgia conocida y vivida por todos los cristianos como oración pública de la fe, como celebración del Misterio Pascual más fundamentalmente. Presérvense en todo el mundo aquellos gestos, palabras y el sentido básico de la Eucaristía, que caben en toda cultura y en cualquier hora histórica _si la fe es verdaderamente supracultural y católica_, hagamos del Memorial del Señor no otro rito rutinario, culturalmente impuesto, ni una arbitraria dramatización o show. Pero que la Misa sea siempre aquella "memoria subversiva" que purifica y compromete a la Iglesia de Jesús.
Ofrezcamos también en la Misa "el fruto de la tierra y del trabajo del hombre", así como la cultura y la historia de los pueblos. Incorporemos todo sacrificio al Sacrificio. Comulguémos el Cuerpo entero. Cabeza y miembros. Permítannos celebrar la Misa hoy, aquí, nosotros. Con nuestra fe, personal y comunitariamente vivida, trayendo al altar de Dios las concretas luchas, sufrimientos y esperanzas de sus hijos. Hay por ahí demasiada Misa aséptica, que ya no es la Cena del Señor para los "asistentes" descomprometidos o atolondrados.
Yo sigo creyendo en la catolicidad de la Iglesia. Y por eso la quiero católica. En su liturgia también. Creo demasiado en la Eucaristía _memorial de la Muerte y Resurrección de mi Señor Jesucristo_ como para que acepte verla reducida al marco estrecho de una cultura o de una época. Del oriente del sol hasta su ocaso se debe celebrar la Eucaristía, según la exultante constatación de los antiguos Padres. Amerindia, Africana, Asiática, Europea, es siempre la Pascua de Jesús, nuestra Pascua. Hasta que El vuelva.
(Revista "Sem Fronteiras", Sao Paulo, 1983)
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