La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
Capítulo XI Clamor de lo Profundo
(Cont., viene del día 9)
Con Jesús, elevo yo mi oración a ese Padre impotente-omnipotente, que se entrega a los hombres, es oprimido con los pobres y sufre con los desgraciados.
Es el Dios de los aplastados. Y, sin embargo, como dijo Jesús, "no es un Dios de muertos, sino de vivos". Marcos, 12-27;Mateo, 22,12; Lucas, 20, 38). Por eso en Él, a pesar de todo, sigue viva la esperanza. En Dios están la cruz y la resurrección, sin que seamos capaces de explicarlo.
La real impotencia con que el Padre se entregó en Jesús y en él sufre por y con nosotros, es un acicate enorme que consolida y azuza nuestra responsabilodad.
El Dios del Génesis (4, 9-10), nos interpela: "¿dónde está tu hermano?, ¿qué has hecho?". Y el Jesús del día postrero nos dirá: "lo que hicísteis con uno de los más pequeños, me lo hicísteis a mí" (Mateo, 25, 40). La fe nos llama conjuntamente a la praxis, a la responsabilidad y la plegaria.
En esta misteriosa dialéctica, que no pretendo haber comprendido ni haber acertado a aclarar, pero que de algún modo, creo vivir, desde lo más profundo me apropio la oración del Padre nuestro. Pido que venga el Reino, pido el pan de los que no tienen, pido y otorgo perdón.
Toda nuestra praxis, la más racional y la más generosa que podamos imaginar, queda completamente prendida del azar. Detrás del azar Dios puede estar y puede no estar. ¿Cómo? Lo ignoro. La necesidad puede desembocar en opresión o en libertad. Es compleja, ambigua y problemática. Dios estla en juego y entra en el juego. Pero sus cartas nos son desconocidas.
En el corazón del hombre es donde más presiento posibilidades de un influjo trascendente, creado de humanidad. Es posible la "gracia" del Espíritu que viene de Dios. Esta convicción pertenece a mi fe. Hacia ahí apunta la oración que Jesús nos propone, en la versión que de sus palabras nos da Lucas (11, 9-13):
"Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide pescado, le va a dar en vez de pescado una culebra? ¿O, si le pide un huevo, le va a dar un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" .
De hecho, como los primeros cristianos, a dos mil años de distancia, muchos de nosotros todavía perseveramos en la oración. Día tras día, buscamos a Jesús en la fracción del pan. Como decía San Pablo con profundo sentido, no sabemos bien lo que debemos pedir. Pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables.
Ver: JM. Díez Alegría, Rebajas teológicas de otoño
Desclée de Brouwer 1980