La política virtud malbaratada
La política virtud poco apreciada por los españoles 1
Reflexión en tiempo de elecciones
La realización del bien común de la sociedad, que es el objeto fundamental de la actividad política, no puede ser ajena a la fe cristiana. Pero ha sido a partir del Concilio Vaticano II cuando se ha redescubierto el carácter virtuoso de la política (GS 30), en continuidad con el pensamiento pontificio que, desde León XIII, la venía considerando como ejercicio de la caridad.
De ahí que en el tiempo inmediato posconciliar se despertara en la Iglesia “un verdadero entusiasmo político, para colaborar en la construcción de una sociedad más justa y solidaria”, como recuerda la Conferencia Episcopal Española en el documento “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo”. La misma Conferencia, en la instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, afirma que “cuando el compromiso social y político es vivido con espíritu cristiano, se convierte en ejercicio de las virtudes”. Habla incluso de la “caridad política como amor eficaz a las personas, que se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad”.
No obstante, se observa entre nosotros un desinterés general por la vida pública, debido tal vez a la falta de las libertades y a la inmunización política, que hemos padecido varias generaciones de los españoles. Lo que explica que al acceder a la democracia, la política la hayamos dejado prácticamente en manos de los políticos de oficio, pensando que ellos poseen un poder mágico capaz de solucionar todos los problemas del país.
En el uso de las libertades democráticas tampoco hemos encontrado el justo equilibrio, porque, o bien hemos sentido vértigo en unos casos, abdicando de ellas, o bien hemos pasado a la ley del péndulo, en otros, interpretando la libertad como hacer lo que a uno le viene en gana, sin tener en cuenta que, como seres sociales, vivimos limitados por usos, normas y costumbres que nos presionan. Tampoco los políticos han accedido a la democracia con la lección aprendida, por la misma causa evidentemente.
Sin embargo, en los más de treinta años que llevamos de democracia sí que se ha apreciado una notable sensibilización ciudadana en lo que a la realización de la justicia se refiere, tanto por parte del individuo como de los grupos sociales. Esto explica tal vez la renovación actual de la justicia. Los ciudadanos ya no se conforman con la caridad de antaño, ahora exigen justicia que consideran la mejor expresión de aquella. Últimamente es la ética o la moral es la que está en boca de todos para reprochar a los políticos su carencia a causa de las distintas formas de corrupción en que se han visto implicados algunos de ellos.
Como consecuencia, ha experimentado un nuevo auge la desconfianza y el desinterés que se sentía hacia la actividad política. Se ha confirmado así la tesis de J. Ortega y Gasset, según la cual, “España es tierra del pasado y no libre posesión de los españoles actuales”, es decir, que los que murieron siguen actuando sobre nosotros como “oligarquía de la muerte”.
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¿Cómo explicáis el número de ciudadanos con derecho al voto que sistemáticamente se abstiene de votar?
Si conocéis a alguno ¿creéis que podéis hacerles deponer esa actitud?
Si alguno de vosotros no vota ¿podéis decirnos por qué?
¿Votáis mirando a vuestra clase social o al bien de todos?
No tengáis miedo al diálogo, que todos nos enriquecemos con él.
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Reflexión en tiempo de elecciones
La realización del bien común de la sociedad, que es el objeto fundamental de la actividad política, no puede ser ajena a la fe cristiana. Pero ha sido a partir del Concilio Vaticano II cuando se ha redescubierto el carácter virtuoso de la política (GS 30), en continuidad con el pensamiento pontificio que, desde León XIII, la venía considerando como ejercicio de la caridad.
De ahí que en el tiempo inmediato posconciliar se despertara en la Iglesia “un verdadero entusiasmo político, para colaborar en la construcción de una sociedad más justa y solidaria”, como recuerda la Conferencia Episcopal Española en el documento “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo”. La misma Conferencia, en la instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, afirma que “cuando el compromiso social y político es vivido con espíritu cristiano, se convierte en ejercicio de las virtudes”. Habla incluso de la “caridad política como amor eficaz a las personas, que se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad”.
No obstante, se observa entre nosotros un desinterés general por la vida pública, debido tal vez a la falta de las libertades y a la inmunización política, que hemos padecido varias generaciones de los españoles. Lo que explica que al acceder a la democracia, la política la hayamos dejado prácticamente en manos de los políticos de oficio, pensando que ellos poseen un poder mágico capaz de solucionar todos los problemas del país.
En el uso de las libertades democráticas tampoco hemos encontrado el justo equilibrio, porque, o bien hemos sentido vértigo en unos casos, abdicando de ellas, o bien hemos pasado a la ley del péndulo, en otros, interpretando la libertad como hacer lo que a uno le viene en gana, sin tener en cuenta que, como seres sociales, vivimos limitados por usos, normas y costumbres que nos presionan. Tampoco los políticos han accedido a la democracia con la lección aprendida, por la misma causa evidentemente.
Sin embargo, en los más de treinta años que llevamos de democracia sí que se ha apreciado una notable sensibilización ciudadana en lo que a la realización de la justicia se refiere, tanto por parte del individuo como de los grupos sociales. Esto explica tal vez la renovación actual de la justicia. Los ciudadanos ya no se conforman con la caridad de antaño, ahora exigen justicia que consideran la mejor expresión de aquella. Últimamente es la ética o la moral es la que está en boca de todos para reprochar a los políticos su carencia a causa de las distintas formas de corrupción en que se han visto implicados algunos de ellos.
Como consecuencia, ha experimentado un nuevo auge la desconfianza y el desinterés que se sentía hacia la actividad política. Se ha confirmado así la tesis de J. Ortega y Gasset, según la cual, “España es tierra del pasado y no libre posesión de los españoles actuales”, es decir, que los que murieron siguen actuando sobre nosotros como “oligarquía de la muerte”.
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¿Cómo explicáis el número de ciudadanos con derecho al voto que sistemáticamente se abstiene de votar?
Si conocéis a alguno ¿creéis que podéis hacerles deponer esa actitud?
Si alguno de vosotros no vota ¿podéis decirnos por qué?
¿Votáis mirando a vuestra clase social o al bien de todos?
No tengáis miedo al diálogo, que todos nos enriquecemos con él.
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