El sueño de un hombre socializado
Este es el sueño de Ortega y de otros muchos pensadores frente al liberalismo rampante de antaño y el neoliberalismo salvaje y globalizado de hoy. Hacia 1930 observa Ortega con estupor y entusiasmo, a la vez, un despertar en Europa hacia la vida pública. La vida oculta y cerrada se va debilitando.
Ya el que quiera meditar y gozar de intimidad ha de acostumbrarse a hacerlo dentro del estruendo colectivo y bullanguero que ha invadido todo, incluso el recinto sagrado de la familia antes fortaleza inexpugnable. Se hace materialmente imposible estar uno a solas consigo mismo. La fortaleza inexpugnable de la familia se va abriendo, porque cuanto más avanza un país menos importancia se concede a la familia
Nuestro gran filósofo hace otra observación curiosa al respecto. Siempre se había reconocido que el corazón de la familia era el hogar, pero esto ha sido sólo una interpretación romántica. El verdadero sostén de la familia no era el dios Lar ni el pater familias, sino el criado. Tan pronto como empezó a escasear el servicio doméstico, los lares, la paternidad, el altar familiar comenzó a evaporarse.
Hoy queda de vida familiar en el estilo clásico tanto cuanto queda de servidumbre. Sin criados ha tenido que simplificarse la existencia doméstica y al simplificarla se ha hecho incómoda. Hasta ese momento predominaba en Europa la educación y el fomento de la individualidad. Se había convenido que la vida tomase un carácter individual, que cada cual al vivir se sintiera único; eso es lo que significa individuo.
Pero esto ya ha cambiado de dirección. Desde hace dos generaciones, dice en el momento en que escribe (1930), el europeo tiende a desendividualizarse. No se sabe si esto será un cambio transitorio o será irreversible, lo cierto es que muchos europeos sienten necesidad de dejar de ser individuos y disolverse en lo colectivo. Es más, estos hombres consideran una delicia sentirse masa y no tener un destino exclusico.
En una palabra, el europeo se socializa, a pesar de que tal socialización es una operación que no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás, sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Es decir, me obliga a que yo adopte las ideas y gustos de los demás. Prohibida toda exclusividad, incluso las convicciones de cada uno. La divinidad abstracta de lo colectivo ejerce su tiranía y causa graves estragos en Europa.
La prensa no respeta nuestra vida privada y hasta se cree con derecho a juzgarla, el Poder público nos pide entregar mayor parte de nuestra vida a la sociedad y las masas protestan contra cualquier tipo de exclusividad. Esto no es nuevo en la historia humana, argumenta Ortega, ha sido lo normal, lo raro era el afán de ser individuo, único. Lo que sucede hoy no es más que retrotraernos a los tiempos de Grecia y Roma. La libertad para vivir por sí y para sí.
El Estado tenía derecho sobre toda su existencia. Posiblemente esta furia antiindividual se debe a que las masas, en el fondo, se sienten débiles ante el destino. A este propósito Ortega cita una página de Nietzsche que refiere cómo para las sociedades primitivas, débiles ante las dificultades de su vida, todo acto individual era considerado un crimen y el hombre que intentaba serlo era tenido como un malechor. Había que comportarse siempre y en todo conforme al uso común.