Ángeles y Diablo y/5 Apocalipsis y conclusiones

El Apocalipsis es el libro de la Revelación del Hijo del Hombre, Cordero Vencedor, libro de las bodas finales de Dios y de los hombres.

Pues bien, en su trama se van revelando simbólicamente los varios poderes angélicos y satánicos: Poderes cósmicos positivos, Dragón y bestias infernales.

En ese contexto, tras haber presentado esos poderes, en torno al Cordero Vencedor, quiero ofrecer unas conclusiones de esta serie sobre Ángeles y Diablo. Precisamente allí donde el Diablo viene a presentarse con más fuerza, como una especie de Bestia Mitológica, anti-Dios siniestro, puede descubrirse mejor los mecanismos "humanos" de lo malo. Quizá el Diablo no es más que el mismo poder de destrucción del hombre en un cosmos extraño y violento..., poder que ha sido vencido, según los cristianos, por Cristo. Buen fin de semana a todos.


El trono de Dios y la revelación escatológica

DESPUÉS de una introducción y siete cartas (Ap 1-3), el autor del Apocalipsis nos conduce al santuario de los cielos, al espacio originario de la gloria y la alabanza divina. En el centro de los cielos, sentado sobre el trono, se halla Dios, Majestad originaria. En su entorno, formando su corte, están los seres primigenios: espíritus, ancianos y vivientes (animales) (Ap 4,1-11). Veamos lo que ellos significan.

– Un círculo angélico. Primero están los siete espíritus. Son «lámparas de fuego que arden delante del trono» (Ap 4,5), como la luz originaria de Dios. Significativamente, en otro pasaje, esos mismos espíritus pertenecen al Cristo, Cordero sacrificado: son sus ojos, bien abiertos hacia todas direcciones (Ap 5,ó; cf. Zac 4,10), son su amor y su cuidado por todas las iglesias (cf. Ap 3,1).

Dando un paso más, Ap 1,4-6 identifica implícitamente los siete espíritus de Dios y su Cordero con el Espíritu Santo cuando dice: «gracia y paz a vosotros de parte del que es, era y será, de parte de los siete espíritus que están sobre su trono y de parte de Jesús, el Cristo.. El Padre Dios, el Espíritu y Jesús constituyen el único misterio de la divinidad (cf. también Ap 3,1213, donde los espiritus-Espiritu Santo se identifican con la nueva Jerusalén). De esta forma llegamos a la plena radicalización de lo angélico: mirados en su hondura más profunda, los espíritus (ángeles de Dios) se pueden identificar con el Espíritu Santo.

-- En torno al trono se sientan veinticuatro ancianos (Ap 4,4.10; 5,5, etc.). Ellos representan la iglesia que culmina su camino: son la plenitud (el doble) de las doce tribus de Israel, son el múltiplo (triple) en que se expresa la culminación y sentido de los siete espíritus: las siete iglesias terrestres (cf. Ap 1,20 y cap 2-3), sostenidas por los siete espíritus de Dios y del Cordero (comparar Ap 1,12.16; 3,1.4; 4,5; 5,ó), culminan como tales en los veinticuatro ancianos de la alabanza celeste.

Finalmente, alrededor del trono hay cuatro vivientes (animales, dsoa) (cf. Ap 4, 4.7.8, etc.). Ellos representan las fuerzas del mundo creado: son el cosmos de Dios, el mundo original y escatológico que asiste a su presencia. Dentro de una tradición cosmológica, reflejada tanto en otros pueblos del Oriente, como en el Antiguo Testamento, los poderes del cosmos se encuentran personificados de una forma que podríamos llamar angélica, al menos de manera general.

– Trama escatológica.

Partiendo de este esquema se desencadenan los momentos de la trama escatológica. De los siete espíritus (Espíritu) de Dios se pasa, de una forma normal, a los siete ángeles de las iglesias (Ap 1,20; 2,1.8.12.18; 3,1.7.14). No se puede precisar de una manera racionalista lo que ellos significan. ¿Son las iglesias mismas? ¿Sus dirigentes principales, sus obispos? ¿Sus protectores celestiales, una especie de ángeles guardianes colectivos de la comunidad? Quizá tengan un poco de todo eso. Ellos indican que en el fondo de la iglesia (las iglesias) hallamos un misterio de gratuidad y exigencia, de promesa y juicio, que desborda todos los planteamientos racionales.

Por otra parte, los cuatro vivientes del cosmos glorificado se explicitan y se expenden en eso que podríamos llamar los ángeles del cosmos. Estos ángeles, que Efesios y Colosenses presentaban como adversos, aparecen ahora como servidores de la obra justiciera de Dios: ellos representan aquello que podríamos llamar la acción purificadora del juicio.

– Son los ángeles de las trompetas, que realizan su función cuando se abre el séptimo sello: desatan las potencias de la tierra destructora, del granizo, de la peste, el terremoto y del mismo desquiciamiento cósmico (Ap 8,6 es).
– Son los ángeles de las siete grandes plagas de Dios sobre la tierra (Ap 15,1; 16,1 ss); ellos realizan su acción devastadora sobre el mundo que se opone al evangelio y tiende a endiosarse; son el signo de un mundo que al absolutizarse a si mismo se destruye; por eso, indican la trascendencia del Dios, que, siendo gracia, se desvela como fuerza destructora sobre todo el Mal del cosmos.

Pero el gran combate escatológico no viene a realizarse entre los ángeles de Dios y el mundo adverso. En la visión celeste del principio faltaba un personaje: el cordero sacrificado que lleva los signos de Dios y que en su muerte, es decir, en su debilidad radical, transforma desde dentro, redime, la violencia de la tierra. Por eso puede abrir el libro y desatar los sellos, por eso marca el ritmo de la historia (Ap 5,6 ss).

– El Dragón.

Con la séptima trompeta del séptimo sello se descorren sobre el mundo las puertas de los cielos: aparecen el Dragón y la mujer que da a luz al Salvador; se sitúan frente a frente los poderes de la historia, la verdad y la mentira de este cosmos. Todo lo anterior fue preparación, era envoltura. Los vencedores de Dios no son los ángeles, sino el Cordero sacrificado. Los verdaderos enemigos no son las fuerzas del cosmos, sino el Dragón con sus Bestias y la prostituta (cf. Ap 12,1 ss). De esta forma se plantea expresamente lo diabólico. Veamos.

El Dragón, al que directamente se identifica con la serpiente original del paraíso, es Satanás, el tentador o Diablo que pretende pervertir la tierra entera (Ap 12,3-4.9). Nada puede contra Dios y contra Cristo. Por eso persigue a la mujer (ahora a la iglesia), obligándole a vivir en el desierto (Ap 12,13 ss).

En terminología mítico-simbólica se dice que ha sido derrotado por Miguel, el primero de los ángeles (Ap 12,7 ss). Dentro del contexto total del Apocalipsis se debe señalar que está vencido por el Dios de Jesucristo y por el testimonio de fe de los cristianos (cf. Ap 12,10 ss). De manera quizá un poco aproximada podemos definir a Satanás como Antidios, cabeza de una trinidad diabólica.

– Bestias.

Del Dragón proviene la primera Bestia, como encarnación y signo de su imperio sobre la tierra. Viene del mar, desde la hondura del abismo, y se presenta con las credenciales del poder divinizado: es una especie de condensación de las cuatro bestias de Daniel y quiere recibir y ejercitar todo el dominio sobre el mundo (cf. Ap 12,18; 13,1 ss). A los ojos del Apocalipsis, la condensación más clara de lo satánico se encuentra en las instituciones del poder divinizado que pide adoración, que exige reverencia y pleno sometimiento.

De esta forma, lo que parecía antes batalla supracósmica se viene a convertir en compromiso de lucha sobre el mundo. La bestia de Satán se concretiza en un estado que se piensa hijo de Dios, revelación suprema de la verdad. Por eso, la lucha antisatánica supone resistencia contra las pretensiones de sometimiento pleno del estado de este mundo (cf. Ap 13,4.8; 17,9 se). En el fondo, esta bestia puede llamarse el Anticristo.

Hay una segunda Bestia que brota de la tierra (Ap 13,11 ss). Es la religión o inteligencia, es la profecía o propaganda puesta al servicio del totalitarismo (de la primera bestia). Seduce a los hombres con sus fascinaciones, les obliga al sometimiento, al culto del estado (cf. Ap 13,16 ss). Es la mente que se ha vuelto satánica, la cultura que ha venido a convertirse en instrumento de dominio. Es el espíritu perverso, aquello que en terminología trinitaria podríamos llamar el Antiespiritu santo.

Con esto tenemos ya la trinidad satánica, la revelación más detallada y perfecta del poder de lo diabólico. Aquí no podemos desplegar todos los momentos de la gran batalla. Sólo hemos querido señalar que el Diablo (Dragón originario) se explícita en el camino de la historia a través de los poderes antihumanos.

En gesto paradójico que invierte los poderes de este mundo, por su entrega hasta la muerte, Jesús ha comenzado el gran camino de la destrucción de lo diabólico. Es un camino que ahora continúa allí donde los fieles de Jesús mantienen su gesto, explicitan su testimonio. Aparentemente han sido, siguen siendo, derrotados. Por eso han de sellar con su muerte el rasgo de su fidelidad. Pero en el fondo son los triunfadores: Cristo ha vencido ya; los signos de los cielos, los ángeles del cosmos y la historia, van a reflejar muy pronto su victoria.

– La victoria de Dios.

Ésta es la fe que se proyecta como gran futuro. En ella nos importan solamente la suerte de los ángeles y el Diablo. Los primeros en caer son los delegados de Satán, las dos Bestias, derrotadas por la espada que brota de la boca del jinete del caballo blanco que se llama «el Logos de Dios», la palabra originaria que es Jesús.

La palabra de Jesús y no una guerra de violencia externa es lo que vence a los poderes de Satán sobre la tierra, hasta encerrarlos en el gran lago de azufre de la muerte (Ap 19,11-21). De igual forma acaba la suerte del Dragón, del Diablo de la historia: encadenado por mil años (Ap 20,2), viene a terminar su tiempo en el gran lago de fuego, con sus bestias (Ap 20,10). Esto significa que el poder del Diablo pertenece al camino de la historia de los hombres. Surge con ella y en ella se destruye.

Al llegar aquí advertimos la profunda semejanza estructural del Apocalipsis con el evangelio de Juan. Allí hemos visto que Satán mostraba los matices principales: el poder del homicidio y la mentira. Esos mismos son los rasgos que presentan las dos bestias: la primera es el poder que mata; la segunda es el engaño de la falsa religión y la mentira. De esa forma, el Diablo se explicita como aquel poder de destrucción que intenta quebrantar y aniquilar la historia de los hombres.

Por el contrario, el Dios de Jesucristo aparece como libertad definitiva. Es libertad del ser humano que comparte la adoración de los ancianos (signo de la iglesia), el culto de los grandes animales (los cuatro vivientes). Así penetra el hombre en el misterio del que es, era y será, en el misterio de los espíritus de Dios, de Jesucristo (cf. Ap 1,4-5). Sólo de esa forma adquiere sentido el surgimiento de la nueva sociedad de transparencia (la Jerusalén renovada), en ámbito de bodas o de encuentro de Dios y de los hombres (Ap 1,21-22). Aquí tienen su lugar los ángeles custodios de la ciudad (Ap 21,12) y la palabra del Espíritu y la esposa (iglesia) que suplican: «¡Ven, Señor Jesús!». Habrá terminado lo satánico. Lo angélico será signo y realidad de la presencia de Dios entre los hombres.

Conclusiones

LA PALABRA del Nuevo Testamento resulta tan extensa y multiforme que no puede resumirse en ningún tipo de doctrina unitaria sobre ángeles y Diablo. No hay una, sino varias angelologías y satanologías. Pensamos que resulta vano querer unificarlas. Por eso, propiamente hablando no ofrecemos conclusiones. De todas formas, hay algo que resulta común y puede presentarse como fundamento de un trabajo más extenso sobre el tema.

1 Ángeles y Diablo pierden su posible independencia y sólo pueden entenderse en relación a Jesucristo: son expresión de su venida y de su gloria, son la fuerza que se opone al triunfo de su gracia sobre el mundo. Todo intento de entenderlos o estudiarlos desde fuera de Jesús carece de sentido para los creyentes.

2 La angelología del Nuevo Testamento resulta escasa y tanteante. El Ángel del Señor (Malak Yahvéh) o los ángeles de Dios siguen cumpliendo funciones de servicio y alabanza que resultan conocidas desde el mismo Antiguo Testamento. La novedad en el hecho de que ahora esas funciones se vuelven cada vez más secundarias: en el centro del misterio surge el Cristo con su Espíritu. Por eso, el Evangelio de Juan puede prescindir casi de los ángeles; la tradición paulina los sitúa en el espacio de la lucha del cosmos contra Cristo. Por su parte, el Apocalipsis, tan conservador al señalar los aspectos cósmicos y laudatorios del mundo angélico, tiende a identificar su función con el misterio del Espíritu en la Iglesia. En esta misma perspectiva se podrían reinterpretar los pasajes del Paráclito en Juan.

3 Más explícito resulta el lugar de lo satánico, visto al contraluz de la presencia y actuación del Cristo. En este aspecto, el Nuevo Testamento ofrece una precisa y clara demonología que se puede condensar en dos rasgos.

a. Siendo contrario a Jesucristo, el Diablo es lo antihumano: es aquello que destruye al hombre (tradición de la historia de Jesús), llevándole a un círculo de homicidio y de mentira (Juan), condenándole a la opresión del poder y al engaño universales (Apocalipsis de Juan).
b. Pero, siendo poderoso, el Diablo pertenece al puro campo de la historia, es decir, no forma parte de Dios. Pero no es historia que se salva, como la de Cristo y aquellos que le acogen, sino historia que se desmorona y se destruye, condenándose a si misma en eso que pudiéramos llamar “infierno”.

4 Sobre la realidad de lo angélico y lo demoníaco habría que hacer mayores precisiones. Debemos enfrentarnos contra un realismo ingenuo que atribuye a esos «seres» el carácter de sustancias espirituales, de tipo más o menos cartesiano. También debemos oponernos, con toda fuerza, a un tipo de desmitologización racionalista que, a la postre, resulta igualmente estecha. Quizá debamos precisar nuestro análisis, ver mejor lo que suponen las palabras de ser y de existencia; sólo entonces podremos fijar el sentido de la realidad de los ángeles y el Diablo, aun a sabiendas de que la misma palabra realidad (de res, cosa) resulta muy problemática. Quizá esos «seres» no tengan realidad cósmica, no sean eso que algunos han llamado «entes a la mano» (utensilios) o «entes a los ojos» (ideas). En este campo la teología no ha dado todavía sus pasos decisivos.

5 A pesar de que el tema está implicado en lo anterior, debo indicar que resulta plenamente ambiguo, por no decir equivocado, empeñarse en llamar a los ángeles y al Diablo realidades personales. Es difícil que podamos hablar de personas en un ámbito intrahumano. Por otro lado, resulta difícil fijar las categorías de lo personal al tratar de Dios, especialmente en lo que toca a la humanidad de Jesús y al Espíritu Santo. Por eso acaba siendo una osadía el decir que los ángeles y el Diablo son personas.

Lo más que podríamos hacer es situar a los ángeles en el ámbito de lo personal (personalizante) y concluir en el Diablo (lo demoníaco) existe en el plano de lo antipersonal. Unos y otros, ángeles y Diablo, “son”, en un sentido extenso: Ellos forman parte del gran drama de la historia de Dios con los hombres. Con esto nos basta. El sentido más exacto de su realidad o existencia suscita tales dificultades y preguntas que aquí no podemos ni siquiera plantearlas.
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