Creer en Dios 1-3: Mundo, vida, libertad

Mañana (24.10.17) en la sede de la Acción social católica de Zaragoza (Centro Joaquín Roncal, c/S. Braulio, 5-7), las 19:30 horas, pronunciaré una conferencia titulada DIOS EN LA CULTURA Y EN EL MUNDO ACTUAL.OCHO PROPUESTAS.

Así he querido condensar en ocho "tesis" o caminos los elementos principales de la confesión cristiana de Dios, desde una perspectiva racional (filosofía) y religiosa (teología), fundamentada en la experiencia interior y el compromiso social,retomando algunos rasgos de la Acción social católica, que, en sus diversas formas, ha marcado poderosamente la experiencia y compromiso cristiano en el mundo. Las tres primeras tesis, que ahora hoy presento y desarrollo se formulan así:

TESIS I: MUNDO, UN ESPACIO ABIERTO
Creer en Dios supone descubrir el mundo como realidad abierta de enigma y misterio que, en vez de cerrarnos sobre sí, nos abre hacia un camino de realización personal, en libertad y trascendencia.

TESIS II: VIDA HUMANA, CAMINO DE DIOS
Creer en Dios supone abrirse al sentido de la propia vida personal, entendida como proceso positivo de realización, capacitándonos para vivir en libertad y comunión de amor, como hombres y/o mujeres.

TESIS III. DIOS, YO SOY LIBRE
Creer en Dios supone descubrir mi propia responsabilidad como sujeto personal, asumiendo la tarea de realizarme en libertad y sabiendo que él alienta y sostiene mi existencia

Buen día a todos. Seguirán mañana y pasado las siguientes cinco tesis.

Creer en Dios 1-3

Las tesis que siguen no tratan directamente de Dios, ni exponen las propiedades de su Esencia, sino que ofrecen una visión de conjunto del sentido de la fe cristiana en la vida y la cultura del hombre actual, respondiendo a la pregunta: ¿Qué significa creer en Dios para un cristiano? Hablo por tanto de Dios, pero del Dios que se revela y actúa en la fe de los creyentes.


-- Hablo como cristiano. Mi discurso no se mueve en un nivel teórico, en un plano de principios generales que resultan valiosos para todas las confesiones religiosas, sino que respondo aquí como cristiano, es decir, como hombre que ha encontrado en Jesucristo la verdad y plenitud de su existencia; mi discurso es, por lo tanto, confesional, es discurso de creyente.
-- Como un cristiano concreto, desde mi propia circunstancia, como hombre de Iglesia y como intelectual y creyente. He sido religioso de la Orden de la Merced y profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca y me considero ante todo cristiano, un creyente dentro de la Iglesia católica, casado con Mabel, un estudioso al servicio de la investigación bíblica.
-- Hablo finalmente, como intelectual. Quizá a primera vista pueda parecer que mi discurso sobrevuela por encima de los grandes temas de la filosofía y de la teología. Voy a citar poco, no quiero discutir con otros pensadores. Pero las ocho tesis que formulo y desarrollo reflejan de algún modo mi camino de pensador cristiano, en diálogo con otros muchos pensadores de fuera y, sobre todo, de dentro de la Iglesia.


TESIS I: MUNDO, UN ESPACIO ABIERTO
Creer en Dios supone descubrir el mundo como realidad abierta de enigma y misterio que, en vez de cerrarnos sobre sí, nos abre hacia un camino de realización personal, en libertad y trascendencia.


Los hombres antiguos parecían inclinados a entender el mundo como radicalmente sagrado. Lo divino era la naturaleza, sin más añadiduras, como afirmará en tiempos del racionalismo el filósofo B. ESPINOZA. Por eso, creer en Dios significa adentrarse vitalmente en el secreto de este cosmos: latir con su latido, nacer desde su vida, morir desde su muerte. En esta línea se han movido los más grandes filósofos y artistas de la antigua Grecia. En esta línea interpretaban el mundo los paganos antiguos de esta tierra del Bajo Pirineo y la llanura del Ebro, por poner un ejemplo.

Con la irrupción del cristianismo el panorama ha cambiado. El cosmos sigue siendo misterioso, pero no aparece ya como divino sin más, sino como signo que interroga, como luz que orienta y nos dirige a un Dios que ahora llamamos trascendente, un Dios que existe por sí mismo y no se confunde con ninguno de los rasgos de la tierra. En esta perspectiva se movían los famosos argumentos de SANTO TOMÁS DE AQUINO, como vías o caminos que podían conducirnos desde el movimiento, la causalidad y el orden del mundo hasta el primer motor, la causa originaria, la gran mente que establece y guía el orden de las cosas.

Esta solución continúa siendo parcialmente valiosa: las cosas del mundo parecen abrirnos a Dios. Sin embargo, en los últimos tres siglos, a partir de GALILEO y NEWTON, de KANT y los modernos positivistas, es preciso ser más cautelosos. Al situarnos ante el mundo con métodos científicos, el mundo se nos cierra; se muestra más complejo, más difícil y más rico en su interior, pero carece ya de profundidad en plano de misterio, no conduce a lo divino.
El cosmos de la ciencia se vuelve autosuficiente; cuanto más complicado lo encontramos y más capacitados nos hallamos para dominarlo con métodos de técnica, menos nos permite subir hacia el misterio radical de lo divino. Todo sucede en línea de este mundo como si Dios no existiera; ya no lo necesitamos en la física ni en la matemática, en la biología ni en sociología, en la psicología ni en la medicina.

Esto es evidente y, sin embargo, tras haber seguido los caminos de la ciencia, las antiguas preguntas continúan estando planteadas. Hay algo en el hombre que desborda los niveles del progreso material y que no puede reducirse a métodos o leyes manejables por la técnica. El mundo sigue siendo lugar de una pregunta por Dios que se puede plantear, al menos, al menos, en un nivel ecológico y filosófico.

-- Hay un planteamiento ecológico. Hasta ahora parecía que necesitábamos progreso y desarrollo; sólo así sería modernos y podríamos vivir con autonomía. En vez del Dios del cielo habíamos optado por el Dios de la riqueza y plenitud en este mundo. Pues bien, en un proceso que resulta rapidísimo, en menos de cien años hemos advertido que ese desarrollo puede convertirse en destructivo, pues conduce a la bomba atómica, pone en riesgo elementos importantes del equilibrio cósmico y puede llevarnos a la muerte (como ha puesto de relieve el Papa Francisco, Lodato si).
No se trata de renunciar a la ciencia ni de condenarla por opuesta a Dios. Pero ella no nos basta. También la naturaleza forma parte de nuestro ser. Por eso la buscamos con intensidad. Pues bien, en el fondo de los movimientos ecologistas, a veces veladamente, a veces con mucha fuerza, se siguen planteando problemas religiosos: hay en la hondura de la naturaleza una verdad sagrada que nosotros no podemos ensuciar, romper y pervertir con nuestras manos. Ciertamente, corremos el riesgo de un neopaganismo, de divinizar nuevamente, sin más, las fuerzas cósmicas, quizá para acabar hundiéndonos en ellas. Pero ese riesgo ha de asumirse: no existe fe cristiana si no somos capaces de entender el mundo como creatura y palabra de un Dios que sigue siendo trascendente.

-- Puede haber un planteamiento filosófico, que aparece por ejemplo en el mismo M. HEIDEGGER, en quien hallamos un momento de cuasi-divinización cósmica: los cuatro grandes elementos de la realidad, que nos recuerdan a las cuatro esencias o principios de este cosmos, forman algo así como la casa que el hombre ha de cuidar y construir para habitarla: agua y fuego, la tierra de los muertos y el aire-cielo de los espíritus constituyen el espacio en que se expresa lo sagrado, un tipo de revelación del misterio, un anuncio de Dios. Sólo quien sepa redescubrir estos elementos, dejando que le alumbren por dentro, podrá ser un hombre religioso, con matices de antiguo paganismo: el mundo y lo divino se interfieren, llegando hasta a fundirse.

En esa línea, superando el riesgo panteísta, debemos afirmar que nuestra fe supone un tipo de vivencia cósmica. En el fondo de la fe en Dios se expresa una especie de redescubrimiento del mundo; el cosmos viene a presentarse como un signo que nos interroga, una casa que nos hospeda y que, al mismo tiempo, nos conduce siempre más allá. Dando un paso más y fundados en el Nuevo Testamento debemos añadir que el mundo es una especie de palabra, como voz que resuena unida a la voz de Jesucristo, como expresión de una transcendencia siempre cercana y siempre inalcanzable. Sólo si, en un primer momento, nos hallamos implantados, cimentados, en el mundo, podemos realizar después nuestro camino como seres libres, vivientes personales, abiertos a la comunión, en una historia.

La fe se vincula con un tipo de experiencia cósmica: Dios se manifiesta desde el fondo de este mundo, haciéndonos capaces de trascenderlo. En esa línea, Dios aparece como presencia originaria en el fondo de la realidad, llenándola de un misterio que la sobrepasa.

TESIS II: VIDA HUMANA, CAMINO DE DIOS
Creer en Dios supone abrirse al sentido de la propia vida personal, entendida como proceso positivo de realización, capacitándonos para vivir en libertad y comunión de amor, como hombres y/o mujeres.


En general, los hombres antiguos concibieron el proceso de la vida como algo originalmente divino, e interpretaron el dualismo personal y sexual, con la generación (paternidad y filiación) como elementos sagrados. Así la entendieron y formularon con rasgos de matrimonio sagrado: el cielo, divino y de carácter masculino, fecunda cada año a la gran madre, que es la tierra, femenina, suscitando de esa forma el camino de la vida.

En ese sentido se decía que el propio despliegue de la vida, la unión de hombre y mujer tiene un valor divino. A través del despliegue de su vida, y de un modo especial a través de la vinculación del sexo y de la maternidad, el hombre se introduce en el torrente sagrado de esa vida, como han puesto de relieve muchas religiones antiguas, dramatizando su experiencia sexual y familiar a través de un conjunto de iniciaciones y ritos.

Ciertamente, en los últimos tiempos se ha dado un gran cambio. Una parte del pensamiento moderno a “desacralizado” el sexo y la maternidad. En esa línea, la biología ha fijado con enorme precisión las leyes que conforman el proceso de la vida en plano de sexualidad y genética, rechazando de esa forma su referencia a Dios, para definirlo todo en términos de ciencia, como si Dios no estuviera en la atracción sexual y en el nacimiento de los niños.

En esta línea, nosotros, que somos herederos de una larga ilustración filosófica, religiosa y científica, podemos sentimos herederos de los israelitas que, en un momento determinado de su historia, separaron a su Dios Yahvé del proceso sexuado de la vida, diciendo que él era trascendente, pues no tenía esposa ni pareja, y que la dialéctica sexual y la paternidad era sólo algo profano, independiente lo religioso.

Pues bien, en estos últimos decenios hemos empezado a revisar esa postura no sólo desde la Biblia, sino desde la misma vida de la Iglesia. Desde una perspectiva bíblica, podemos y debemos decir, con el Cantar de los cantares, que el amor concreto Hombre-Mujer es el signo supremo de Dios, añadiendo por otra parte que Dios mismo se define como Padre-Hijo, en un proceso de generación de vida. Por otra parte, el mismo Papa Francisco, en sus intervenciones sobre la familia, nos está recordando que éste es un campo especial de presencia de Dios.

Ciertamente, nos hallamos ante un nuevo acercamiento religioso, que no sólo se plantea en términos de búsqueda de placer, de ruptura de tabúes sexuales y de libertad completa en el ámbito del sexo, sino también en forma de revelación de lo divino en el despliegue central de la vida humana, con sus rasgos esenciales de nacer, de buscarse y engendrar, de entregarse y de morir. En un sentido, este acercamiento a Dios desde el amor vital resulta significativo y necesario, pues debemos superar un tipo de legalismo en el que Dios aparecía como simple prohibición, el placer como perverso. En esa línea, debemos añadir que para descubrir a Dios desde la vida humana es necesario penetrar en su abismo misterioso, experimentándola con pasión y asumiéndola con respeto y responsabilidad, en claves de comunión personal y engendramiento de vida.

Este acercamiento podría quedar reducido a la inmediatez sexual, recreando nuevas formas de idolatría pan-erótica, ligadas al recuerdo de Siva en la India o de Diónisos en Grecia. En esa línea, cerrándose en un tipo de simple proceso sexual, el hombre acabaría perdiendo su libertad, negando su trascendencia y destruyendo su más honra riqueza de comunión en un plano personal de encuentro con otros.

En esa línea, hay que decir que Dios es más que puro sexo, más que engendramiento erótico. Pero hay que añadir que sin esa base de despliegue vital y erotismo engendrador no se puede hablar de Dios. Sabemos bien que el Dios cristiano es ante todo “palabra”, pero es “palabra hecha carne” (Jn 1, 14), palabra que se expresa no sólo en la interioridad, sino también en el encuentro personal, de hombres y mujeres, de padres y de hijos, de amigos y compañeros…

En ese mismo despliegue generoso de la vida se halla Dios, el Dios que se da y que crea, desde el fondo de sí mismo, de manera que nunca se le puede convertir en un antagonista de la vida, como Nietzsche decía, acusando a los cristianos. No basta el sexo para hacer a la persona, como sabía el mismo Nietzsche cuando puso al Dios Apolo (ley, belleza, orden) al lado de Diónisos (Dios de la pasión vital). Pues bien, en el lugar de Apolo han visto los cristianos a Jesús de Nazaret, como revelación y presencia del despliegue amoroso y divino de la vida, volviendo a sus raíces, en un gesto de sanación y de acogida a los pobres y excluidos, para que ellos puedan ser capaces de amar y de amarse, de vincularse entre sí y de transmitir la vida, sin negar la pasión del Dios Dionisio, pero integrándola en la “razón más alta” de la fidelidad personal y del cuidado de los pobres.

En esa línea, creer en Dios significa desplegar la sacralidad de la vida, asumiéndola con admiración y respeto, y desplegándola con generosidad responsable, con pasión y claridad, con dignidad gozosa y con capacidad de entrega engendradora, descubriendo en los hijos pequeños y en los necesitados de la vida la Vida gozosa y creadora de Dios.

La vida es sagrada no sólo como totalidad y en sus momentos de carga pulsional más fuerte, sino también en cada uno de sus individuos, es decir, en cada uno de los hombres y mujeres que son valiosos en sí mismos (en su misma pequeñez) y que se descubren y valoran al amarse. Por eso, en terminología paradójica, podemos afirmar que el proceso de la vida es más que simple hecho vital: es ámbito de realización humana, apertura hacia el principio de aquello que nos hace ser, garantía del valor de cada uno de nosotros, con el otro, con los otros.

Ciertamente, no podemos divinizar un tipo de vida en sí, desligándola del valor absoluto de cada una de las personas; ni podemos sacralizar sin más el sexo separado del amor, ni el puro nacimiento biológico y la muerte de los hombres y mujeres… Pero sin encuentro personal, sin la aventura y camino del amor gozoso y generoso, sin la experiencia creadora de cada niño que nace y de cada hombre o mujer que muere, entregando su vida en manos del misterio, no podemos hablar de Dios.

He dicho que el mundo sólo es mundo si es que está fundamentado en el amor que le trasciende y fundamenta. Pues bien, ahora debo añadir que la vida sólo es vida (y sólo puede defenderse hasta el final en su parcela más alta que es el hombre) si es que al fondo de ella hay algo más que un simple proceso impersonal. Sólo en la medida en que la vida puede ser considerada como espacio del surgimiento y de personas en libertad de amor se puede hablar de Dios, que aparece así como Padre y como Hijo (proceso de amor) y como Espíritu Santo (comunión de amor).

Creer en Dios significa descubrir y amar la Vida humana como espacio y tiempo de fecundidad y comunión, de entrega y responsabilidad personales en amor que es vida y da la vida. Lógicamente, una parte considerable de la disputa sobre Dios se expresa actualmente en ese espacio donde surge y se explícita la pregunta por la vida. Ciertamente, son importantes para Dios los temas de la guerra, el aborto y la pena de muerte, pero ellos no pueden cerrarse en sí mismos, pues Dios tiene más que ver con el proceso y valoración de la vida en su conjunto, en todos los sentidos.

TESIS III. DIOS, YO SOY LIBRE
Creer en Dios supone descubrir mi propia responsabilidad como sujeto personal, asumiendo la tarea de realizarme en libertad y sabiendo que él alienta y sostiene mi existencia.


Desde ese fondo de estructura cósmica, desbordando el simple proceso de la vida, en camino de amor, emerge el hombre como persona, responsable de mí mismo, libertad creada. Sólo la existencia de un Dios personal que confía en mí y quiere que yo sea, en libertad para el amor, hace posible que yo pueda ser libre. Ésta es la gran inversión, la novedad principal del judeo-cristianismo, y en especial del evangelio de Dios: En contra de los que han visto a Dios como imposición suprema, el evangelio le presenta como principio y garante de libertad.

De pronto, el ser humano que se funda en el cosmos y nace del amor de la vida, se descubre a sí mismo como libre, persona ante Dios, independiente, responsable de sí mismo, dueño de su vida. En esta línea quiero distinguir tres momentos que están implicados en este camino de libertad, que defino como revelación de Dios:

-- Soy en cuanto pienso y pensando me distingo del mundo al que organizo y dirijo por mi mente. Siendo pensamiento tengo autonomía ante las cosas, soy sujeto, y forma parte de un pensamiento más amplio y más extenso, que viene desde el fondo de los tiempos. Como centro de ese gran pensamiento “soy”, y estoy tentado de identificar a Dios con el gran Pensamiento que me piensa, y en el que yo existo. Pero descubro que soy más que pensamiento y sigo avanzando en mi búsqueda de Dios y de mí mismo.
-- Soy porque puedo hacerme a mí mismo, no sólo pensarme y saber lo que soy, sino “hacerme”, convirtiéndome en objeto de mi propio cuidado, en meta de mi propio camino. En esa línea, soy autoconsciente, capaz de enfrentarme con mi propio ser, diciendo «soy yo mismo». Así descubro que la vida, mi vida, está en mis manos y la voy trazando, dirigido por mis propios ideales, sostenido por mi esfuerzo creativo, descubriendo así que soy un ser radicalmente valioso. No soy un elemento intercambiable del gran cosmos, ni tampoco un engranaje del gran pensamiento. Soy yo mismo, un absoluto, en manos del Dios que me fundamenta y me impulsa, pidiéndome que sea.
-- En esa línea digo que soy libre, siendo así en el Dios que me concede libertad. Ésta ha sido y sigue siendo la gran “tarea” del proceso cósmico y del mismo camino de la vida. Soy libre, responsable de mí mismo: ¿Cómo puedo serlo? Éste es el enigma, éste el misterio, es la tarea: ¿Quién o qué puede ser fundamento de mi libertad? No un simple fundamento de mi pensamiento (Descartes), ni de mi acción (en la línea de Nietzsche o Marx…), sino de mi libertad como persona. Ante esta pregunta sólo tengo una respuesta: Sólo Dios, un Dios libre y responsable, puede ser garante y responsable de mi libertad, dejándome ser y ayudándome a serlo.

En ese sentido defino a Dios como libertar originaria. El cosmos sólo no consigue fundar mi realidad como persona responsable, ni me fundamenta como libre. Tampoco el proceso de la vida logra hacerlo. Soy libre, eso lo sé por experiencia de mi propia vida. Pero ¿quién garantiza mi libertad, quién me avala para que yo sea responsable de mí mismo? Quizá pudiera responder diciendo que yo he sido mi propio creador, capaz de hacerse y ser de esa manera lo que (=el que) soy. Pero esta respuesta resulta insuficiente: no soy causa de mí mismo, no puedo concebirme como absolutamente absoluto. Sólo un Dios que es absoluta libertad en amor puede fundarme y sostenerme como libre.

-- R. DESCARTES apeló a Dios (=postuló la existencia de Dios) para fundamentar así el valor y la verdad de su propio pensamiento, en contra del riesgo de que todo fueran sombras, imágenes vacío en la calle de la vida. Por sí mismo, el hombre no puede (decía) estar seguro de su propio pensamiento. Por eso buscó el apoyo de un Dios la seguridad (la garantía) de que su pensamiento era verdadero.
-- I. KANT siguió apelando a Dios (postulando la existencia de Dios) para fundar el valor de la moral (del imperativo categórico), pues sin un Dios legislador y juez la justicia carecía al fin de fundamento y de sanción, es decir de validez, de manera que era igual hacer el bien y hacer el mal. Por eso, para asegurar su sistema de moralidad buscó el apoyo de un Dios de moralidad.
-- Aceptando el valor relativo de esos dos postulados (cartesiano y kantiano), pienso que debemos avanzar, planteando el tema de Dios en el nivel de la libertad. Sólo desde un Dios que es libre y fundador de libertad también nosotros podemos ser lo que somos: seres libres, responsables de nuestra propia vida, en las manos de un Dios creador que, sustentándonos en su propia libertad, nos hace libres.

Por mí mismo (encerrado en mi propio ser) no puede fundar la hondura y verdad de mi existencia, eso sólo puede hacerlo Dios, en su valor Absoluto, en su Misterio, su absoluta lejanía y su total presencia. Sólo él me permite ser yo mismo, siendo más que puro mundo, más que un proceso vital…, siendo “yo”, responsable de mí mismo, libertad. Creen en Dios significa, según eso, descubrir y confesar/asumir el fundamento y tarea de mi propia responsabilidad en la vida. Sólo en ese sentido, en Dios y ante Dios, puedo sentirme y definirme como libre, un ser que relativamente absoluto, dueño de sí mismo.

Soy absoluto, no un esclavo de nadie, responsable de mí mismo. Pero sólo puedo ser absoluto en relación, no sólo con los demás, sino en mí mismo, como un viviente “animado por Dios que es libertad”. Sólo así puedo realizarme, siendo libre, construyendo mi propio espacio personal sobre la tierra. Así digo y repito que soy relativamente absoluto: puedo construir mi vida y ser «yo mismo» en la medida en que estoy fundamentado y potenciado por Dios, viviendo, al mismo tiempo, en un mundo con el que comparto el camino, con otras personas de las que recibo y a las que regalo mi vida.

Dios se define así como aquel que es capaz de sustentarme de tal forma que yo venga a realizarme como libre. Él es, según eso, la base, garantía y meta de mi propia realidad como persona: aquel que no solamente me permite ser yo mismo, sino el que me impulsa a serlo, pues me ha llamado y me sostiene en la tarea de ser como persona. Son muchos los que han protestado contra eso, como hizo, por ejemplo, J. P. SARTRE, al decir que un Dios omni-potente, omni-vidente impedía que los hombres fueran libres, de manera que, para serlo, ellos debían rechazar a Dios.

Pues bien, en mi experiencia de creyente Dios realiza una función totalmente distinta: cuanto más vive en sí mismo, más espacio suscita para el hombre; cuanto más grande se muestra, más “pequeño” se muestra, permitiendo que los otros sean, haciéndose pequeño, creador y servidor en favor de ellos. La fe es, por tanto, una experiencia de unión y comunión con alguien que, siendo radicalmente absoluto, es, a la vez, totalmente relativo, pues no quiere ser en sí contra nosotros, sino que es haciendo que seamos en él y por él, vivientes libres. Por eso somos y tenemos realidad como personas, de manera receptiva (todo lo que somos nos lo ha dado) y plenamente activa: en él podemos ser y somos independientes, auto-conscientes, creadores.

En ese fondo podemos y debemos afirmar que Dios es ante todo “gracia”. De tal forma nos hallamos fundados en él que podemos ser y somos dueños de nuestra propia vida. De esa manera, Dios se afirma en su propia realidad y dice «yo» (soy el que soy: Ex 3, 14), haciendo posible que nosotros existamos, y diciéndonos así: “Tú eres mi hijo amado en quien tengo mi complacencia” (Mc 1, 9-11 par). De esa manera, Dios se muestra como el ser misteriosamente vivo que, estando en sí mismo, conociéndose y realizándose (es persona), conoce y fundamenta lo que somos, siendo él “feliz” y realizándose en nosotros, de manera que en él somos, existimos, nos movemos.

En este contexto descubrimos nuestra propia realidad humana: No soy persona porque domino y me sitúo por encima de los otros, sino, al contrario, en la medida en que actúo libremente, pero de manera que otros sean, no para mi bien, sino para el bien de ellos mismos. Así puedo actuar porque estoy fundamentado sobre el mismo ser de lo divino, porque vivo en aquel Dios que me ofrece y regala gratuitamente lo que soy para que sea- En esa línea afirma que Dios es mi propia libertad.

Dios es aquel que funda mi libertad, de manera que puedo ser yo mismo y convertirme en don para los otros, compartiendo con ellos mi vida a fin de que ellos sean, sabiendo que al hacerlo no la pierda, sino que precisamente entonces me gano y soy libre, en el Dios que es libertad. Descubrir y realizar de esa manera mi vida como “gracia”, sabiendo que yo existo no sólo (ni sobre todo) porque pienso, sino porque regalo libremente mi vida, gozando al hacerlo, esto es creer en Dios.
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