Dom 15 VII 12. De dos en dos, vicarios de Cristo para el siglo XXI

Tras veinte siglos de testimonio y expansión cristiana, muchos piensan que la misión del Evangelio se ha secado, como si el motor de Jesús siguiera funcionando en el vacío, sin poner en movimiento la Gran Marcha del Reino.

Se ha parado el motor, y no por sobrecarga o falta de evangelio, sino por desajuste interno: No vamos de dos en dos, con lo que eso implica de presencia sanado, de evangelio, siendo cada uno riqueza del otro, siendo los dos (con su propia vida) Palabra de Salud, anticipo del Reino.

Las grandes iglesias han creado una misión rica de jerarquía y poder social, cultural y político… pero, en general,no han ido al estilo del Jesús de Marcos y de sus primeros seguidores, de dos en dos (signo de amor), sin más riqueza que la vida y la salud compartida, como seguiré indicando.

-- Éste es la clave de la Nueva Evangelización del siglo XXI (Sínodo 2013);
-- ésta es la base de antiguos y nuevos ministerios "sacerdotales" de la Iglesia:


a. Los misioneros van “de dos en dos”. No hay “poder de uno” (papa, obispo o párroco…), sino presencia de Dios, que es “presencia de dos”, que con su propio testimonio de vida y amor (pareja de hermanos, amigos, esposos…) son signo de evangelio. Las iglesias han hecho en general lo contrario.

b. Los misioneros no llevan ninguna riqueza material, sino su propia vida; así van “a cuerpo” (a cuerpo de dos, que eso es evangelio). Ellos mismos son la misión, el Reino hecho presencia de vida. Muchos misioneros han ido y siguen yendo así, pero las grandes iglesias van en general de otra manera (con grandes organizaciones piramidales a cuestas).


c. Los misioneros dialogan y “curan”. Dialogan con todos, escuchan, se dejan acoger… y, sobre todo, cura: Ofrecen el testimonio de una vida liberada, sana, libre de demonios….

De eso trata esta página central de Marcos, que he comentado Evangelio de Marcos. La Buena Noticia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2012, 456-469). Acuda allí quien quiera seguir mi comentario. Aquí ofrezco sólo algunas ideas iniciales.


La primera imagen (algo kitsch) interpreta el "de dos en dos" del envío de Jesús (los misioneros han de ir siempre en pareja) desde la perspectiva del Arca de Noe, cuando el diluvio: Hombres y animales debían entrar en el barco final y salvarse "en pareja". No hay lugar en el Arca ni en la tarea del Reino para solitarios, por más jerárquicos que sean.


Buen domingo a todos.

Texto Mc 6, 6b-12 (+ 6, 30)

(a. Envío) 6b Y recorría las aldeas del entorno enseñando. 7 y llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos,

(b. Autoridad) dándoles poder sobre los espíritus impuros.

c. Equipamiento) 8 Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja. 9 Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. 10 Les dijo además:

(c’ Acogida) Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar. 11 Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

(b’. Acción) 12 Y, saliendo predicaban para que se convirtieran. 13 Expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

(a’ Retorno) [en Mc 6, 30-32]


Esquema:
(a) Envío (6, 6b-7a). Jesús comienza a enseñar de nuevo en la aldeas del entorno (6, 6b), y para ampliar su misión llama y comienza a enviar a los Doce, de dos en dos, dándoles su misma autoridad (6, 7a).

(b) Autoridad sobre los espíritus impuros (6, 7b). Los enviados son básicamente exorcistas, pues Jesús les ofrece su poder de expulsar demonios, haciendo así lo mismo que él hacia (cf. 1, 27; 3, 22-30).

(c) Equipamiento (6, 8-9). Más que lo que deben decir, Jesús les indica cómo deben “ser” (cómo deben ir), para realizar su misión: han de ir sin comida, ropa o dinero, en gesto de confianza mesiánica.

(c’) Acogida (6, 10-11). Más que portadores de un mensaje exterior, ellos mismos son el mensaje, con sus propias personas. Ellos mismos son por tanto el evangelio; por eso, más que en las cosas que dicen, los “oyentes” han de fijarse en lo que hacen, recibiéndoles y acogiéndoles.

(b’): Acción (6, 12-13). Marcos cuenta aquí lo que han hecho los discípulos, la forma en que han cumplido el envío de Jesús, en el que se incluyen exorcismos (cf. 6, 7b), mensaje de conversión y curación de los enfermos.

(a') Retorno (6,30-32). Los discípulos vuelven y cuentan a Jesús lo que han hecho, disponiéndose a pasar un tiempo de descanso juntos.


6, 6b-7a. Envío. De dos en dos

6b Y recorría las aldeas del entorno enseñando. 7 y llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos,

Jesús ha llamado antes a los doce para enviarles (apostellein), cumpliendo lo anunciado en Mc 3, 13-15, donde se dice que les convocó para que estuvieran con él y para enviarles. Estos Doce han estado ya con él a lo largo de la sección anterior (desde 3, 20 hasta 6, 6a); saben, por tanto, quién es, qué quiere y qué hace. Por eso ahora puede ya enviarles. Estos Doce son un signo de la Iglesia entera, todos los cristianos, varones y mujeres, llamados por Jesús para extender el evangelio.

Los enviados de Jesús son signo de comunidad, no de un pensamiento solitario. No son filósofos cínicos o mendigos asociales, obligados por vocación a vivir y a expresar su mensaje en soledad, sino personas que saben convivir. Su misma vida en comunión (de dos en dos) es signo de Iglesia y experiencia de evangelio.


Mucho más que lo que ellos dicen importa lo que son, de dos en dos, testigos de vida hecha diálogo, experiencia de fraternidad.

Marcos no ha concretado la relación que ha de existir entre esos dos de cada grupo, aunque en este caso, al tratarse de los Doce, que según 3, 13-19 son varones, se podría suponer que hubo al principio seis parejas de hombres/varones misioneros, que podían abarcar con relativa facilidad el pequeño territorio de la Baja Galilea donde Jesús está realizando su tarea.

De todas formas, en unas perspectiva posterior, esta indicación (de dos en dos) puede entenderse de diversas maneras (pueden ser compañeros o hermanos, célibes o casados, varones o mujeres...), todas las variaciones posibles. Lo único definido es que vayan en pareja. No parece haber uno superior y otro inferior, uno que manda, otro que obedecer, conforme al esquema jerárquico posterior de la Iglesia. Frente a la tendencia monárquica que ha triunfado después en algunas comunidades cristianas (quizá reforzada por personalidades como Pablo), aquí tenemos un modelo de ministerios duales, en la línea de lo que pudiera llamarse una “diarquía”.

6, 7b. Autoridad

dándoles poder sobre los espíritus impuros.

Estrictamente hablando, estos Doce enviados, de dos en dos, reciben y realizan su misión como exorcistas, pues el texto dice que Jesús les dio autoridad (exousia) sobre los espíritus impuros, de manera que así repiten y amplían la misma obra de Jesús, a quien hemos visto, al comienzo de su tarea (1, 22-28), como alguien que tiene autoridad sobre los espíritus impuros. Eso significa que comparten su combate contra Satán, como Marcos ha desarrollado en 3, 22-30. Reciben la autoridad de Jesús y tienen poder sobre “aquello” que oprime y destruye a los hombres, pero caminando por doquier de dos en dos. De esa forma va, como veremos, sin llevar nada consigo y, sin embargo, tienen el poder sobre los demonios. Eso les define, eso les permite realizar su obra.

Esta palabra (exousía, autoridad) determina lo que pueden hacer, como delegados mesiánicos, portadores del mayor de todos los poderes que se puede dar sobre la tierra. El evangelio es, por tanto, un mensaje con “autoridad”, pero no en el sentido económico o político, imperial o religioso… En ese plano, los enviados de Jesús no poseen nada (van con las manos vacías, como seguiremos viendo). Pero ellos pueden todo, pues pueden y deben “expulsar demonios”, capacitando así a los hombres para vivir en libertad, en autonomía humana.

Conforme a la visión del Jesús de Marcos, el mal supremo es la destrucción humana, simbolizada por lo demoníaco. Otros problemas resultan a su juicio derivados, vienen en segundo plano. Si se cura al ser humano (y queda liberado del demonio), todo lo demás queda curado.


Por eso, el primero de los “atributos” de los enviados de Jesús es la “autoridad sobre los espíritus impuros”, que es de tipo social y religioso, algo que no puede organizarse y ejercerse de forma puramente sacramental (simbólica, en sentido sagrado), sino que se expresa en claves de transformación humana, es decir, de curación personal.

Los enviados de Jesús no tienen poder sobre los hombres y mujeres (como a veces se ha entendido en las iglesias, en línea jerárquica, de tipo doctrinal, social o sacral), sino sobre los “espíritus impuros”, para que los hombres y mujeres puedan vivir en libertad. Se trata, por tanto, de autoridad para suscitar una “sociedad alternativa”, donde ya no existen poderes de unos sobre otros, ni en línea sagrada, ni política, ni social. Liberar a los hombres de los espíritus impuros significa hacerles capaces de ser lo que son, ellos mismos, en gratuidad ante Dios, en comunión con los demás. Según el Jesús de Marcos, todos los poderes de este mundo son “impuros”, pero frente a (por encima de) ellos emerge la libertad del Evangelio.

6, 8-9. Equipamiento.

8 Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja. 9 Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas.

Tienen toda la autoridad (sobre los espíritus impuros), pero no cuentan con “poderes” de este mundo. Por eso, no llevan nada: ni comida, ni dinero, ni repuesto de ropa Así han de ir, pero no por ascetismo ni pobreza, pues no son ascetas profesionales ni mendigos (comen y beben, no ayunan; cf. 2, 18-22), sino por libertad personal y por confianza: tienen la certeza mesiánica de que habrá quien les ofrezca lo que necesiten. No van para construir su propia casa (aislados de los otros) sino para "quedarse" en el lugar que les acoja, recibiendo allí comida, vestido, alojamiento. Con esa fe caminan. Son testigos vivientes de esperanza.

No van para crear desde la nada (sólo para ellos), una “sociedad alternativa” (un tipo de Reino de Dios alejado de este mundo), sino para transformar lo que existe. Por eso, llevan las manos vacías de bienes materiales, pero van dispuestos a recibir aquello que les ofrezcan. Se han puesto las sandalias, han tomado el bastón que les permite caminar por todos los caminos (es decir, por lugares de fácil y difícil acceso), pero no tienen comida, ni dinero, ni ropa de repuesto. No son criados al servicio de una institución que paga, ni jornaleros de ningún tipo de empresa, sino voluntarios mesiánicos, y así van, ligeros de equipaje: simplemente con lo puesto, porque saben que todo es de todos.


Su misma pobreza les hace solidarios en el sentido radical de la palabra: no pueden pagar un albergue, ni comprar una casa (en el plano de la propiedad privada), sino que deben recibir alojamiento de prestado, quedando así en manos de aquellos que quieran recibirles. La misma autoridad que transmiten (son portadores del Reino) les hace dependientes de los hombres y viven de la hospitalidad de los otros, como signo intenso de que creen en la fuerza del Señor que les envía y acompaña de manera misteriosa en su camino.

El grupo más significativo y propio del Reino lo forman estos itinerantes a quienes Jesús envía como portadores de su obra. No espera que vengan a buscarle (como iban donde Juan Bautista o como van los fieles a los templos), sino que envía a sus delegados, para que busquen y llamen a los hombres y mujeres, ofreciéndoles el Reino (es decir, la libertad respecto a los espíritus impuros). Él se queda, sus discípulos van, para seguir haciendo lo que él hacía.

6, 10-11. Acogida e itinerancia mesiánica

10 Les dijo además: Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar. 11 Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

Cuando entréis en una casa… Ésta es la otra cara del mandato anterior: si no llevan nada es porque todo lo dan (abren la puerta del Reino, curando, animando a los otros…) y todo lo esperan recibir.


No imponen, no exigen, pero todo lo regalan y así aceptan la hospitalidad de quien les abra la puerta de su casa, integrándose en el contexto familiar y social del lugar que les acoja. Son pobres, caminan sin seguridades materiales; pero su misma pobreza es principio de comunidad; van de dos, quedan en manos de aquellos que quieran acogerles, ofreciéndoles familia (o de aquellos que no quieren acogerles).

Esa itinerancia no es un retorno utópico a la naturaleza pacífica (en la línea de una literatura bucólica, bien conocida en el mundo helenista, desde Teócrito: 310-260 a. C.), sino expresión de una gracia (dan todo lo que tienen) y participación de la vida des-asegurada de aquellos que no tienen familia, ni medios de existencia, de forma que no pueden instalarse en un lugar seguro, para siempre. Ellos, los que vagan pobres (por necesidad), sobre un mundo que les utiliza y les expulsa, han sido y son los escogidos de Jesús, portadores del Reino, dando lo que ellos tienen y recibiendo lo que otros pueden ofrecerles, en un mundo liberado de espíritus impuros (es decir, de dominio de unos sobre otros).

Jesús retoma quizá un motivo universal de la historia y de la filosofía (¡todos somos peregrinos!), pero lo vincula (simbólicamente) al camino de liberación de los hebreos (oprimidos en Egipto) y lo aplica de un modo más concreto a los emigrantes y marginados de su tiempo, no para conquistar una tierra, sino para abrir y compartir con todos un espacio de vida. No es nomadismo, como en los tiempos más antiguos de Israel, cuando los patriarcas (Abrahán, Isaac, Jacob) iban de un lado a otro (aunque puede haber relación entre itinerantes y nómadas), pues los viejos nómadas pastores caminaban con riqueza y rebaños, mientras que estos itinerantes de Jesús no tienen bienes, ni pastos propios para los rebaños (ni rebaños), sino que podemos llamarles caminantes mesiánicos (precisamente porque no tienen ni quieren nada propia).


Ya en línea más concreta, la itinerancia de Jesús parece más vinculada a la suerte de los artesanos/obreros de su entorno (¡como él!), que han perdido sus tierras y así vagan de un lugar a otro buscando/ofreciendo trabajo (o viviendo de limosna). Éstos enviados de Jesús son como “artesanos” u obreros móviles, como pudo haber sido el mismo Jesús artesano, que iba ofreciendo sus servicios a quienes quisieran contratarles. Pues bien, ellos no piden ni ofrecen trabajo, ni buscan algún tipo de recompensa material, aunque es posible que realicen ciertas tareas laborales, sino que viven y actúan como portadores de un mensaje de Reino que ellos encarnan en su misma situación personal, con su propia forma de vida, de dos en dos.

De esa forma han de cumplir el mensaje de Jesús siempre en camino, quedándose donde les reciben y marchándose cuando no quieran recibirles, con el gesto simbólico de “sacudirse el polvo de los pies”, como testimonio de libertad e independencia: no retienen nada (ni con el polvo de la tierra) que sea propio de aquellos que no quieran recibirles. Libremente vienen, con libertad se marchan, si no les reciben, sin casa propia, sin más seguridad que el mensaje que se les ha confiado, como supremo don de Dios, y la confianza en aquellos que quieran acogerles.


6, 12-13. Acción

12 Y, saliendo predicaban para que se convirtieran. 13 Expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

a. Lo que hacían. Los versos anteriores recogían las palabras del envío. Éstos indican lo que han hecho sus discípulos. Jesús les mandaba con “poder sobre los espíritus impuros”, no para predicar nuevas teorías, sino para iniciar un camino de transformación mesiánica, vinculada a la llegada del Reino (cf. 1, 14-15). Según este pasaje, ellos realizan lo que Jesús les ha pedido, pero de un modo algo distinto, como podría observarse en el texto:

1. Conversión. Jesús no les ha dicho que anuncien directamente la conversión, pero ellos la anuncian, predicando (ekêryxan) para que los hombres se conviertan (6, 12), en una línea que parece más cercana a Juan Bautista (cf. 1, 4). Ciertamente, el mismo Jesús proclamó la conversión en 1, 14-15 (convertíos y creed en el evangelio…), pero ella debía brotar de la fe: no era algo que se impone, ni se exige, sino que se anuncia, como mensaje de salvación, de forma que mensajeros de Jesús no son predicadores moralistas, sino testigos del Reino de Dios, pregoneros de su salvación. Pues bien, eso no queda aquí tan claro, y da la impresión de que en el centro del mensaje de estos discípulos está ya un tipo de conversión penitencial, más centrada en el cambio de los hombres que en la presencia del Reino de Dios.

2. Exorcismos. Jesús les ha dado autoridad sobre los espíritus impuros (6, 7), y ellos la ejercen, expulsando a los demonios, pero aquí ya no se dice nada del testimonio personal (ir de dos en dos, si nada…). Ciertamente, ellos realizan una tarea de Jesús: curan a los posesos, capacitándoles para vivir en plenitud, es decir, en autonomía, según el don de amor y la solidaridad del reino. Ésta es su misión, algo que ellos entienden de un modo social muy concreto, como un proceso de humanización (de creación del auténtico Israel); de esa forma se arriesgan a llegar hasta el tejido personal y social de los endemoniados, ofreciéndoles camino de confianza y vida en clave de evangelio. Pero el texto no dice nada sobre la forma del envío (van sin llevar nada, abren un espacio de acogida en la casas…).

3. Curaciones. Ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban, pero estos enfermos son puramente arrôstous, personas que sufren pequeñas dolencias, como las de aquellos a los que Jesús pudo curar en Nazaret, a pesar de la poca fe de sus paisanos (6,5). Estamos posiblemente cerca de lo que ha sido la práctica de algunas comunidades cristianas primitivas, como la de “Jacob”, en cuya carta (la carta escrita en su nombre) se pide a los ancianos de la comunidad oren y unjan con aceite a los enfermos para curarles (Sant 5, 14-15). Sin duda, el anuncio del evangelio ofrece esperanza de vida a los enfermos, capacitándoles para cambiar incluso en el plano corporal; pero todo nos permite añadir que estos mensajeros de Jesús no logran realizar su gran tarea, de manera que esta misión es como la misión de Jesús en Nazaret, una especie de fracaso.

Los elementos de su misión (conversión, expulsión de los demonios y curación) se encuentran relacionados entre sí y marcan, de algún modo, lo que ha sido la acción de la comunidad cristiana en Galilea. Jesús había comenzado expulsando a los demonios en la sinagoga de Cafarnaúm y en los pueblos del entorno (cf.1, 21-28; 3,20-35). Ahora quiere extender su mensaje y lo hace a través de sus Doce discípulos, a los que envía de dos en dos, para que así expandan su proyecto (en la línea de su acción en Nazaret: 6, 1-6).

Estos enviados de Jesús no son mendigos (no piden limosna), ni ricos autosufientes (no van con todo resuelto), sino personas capaces de realizar la “obra” del Reino que es la conversión (meta-noia), expresada en la expulsión de los demonios y en las curaciones. Así aparecen, ante todo, como portadores de transformación humana, en la línea de lo que Jesús había iniciado en 1, 14-15. Lógicamente, ellos son “sanadores”, portadores de una salud más alta: pueden enfrentarse al poder diabólico y curar a los enfermos, en gesto sacramental que nos sitúa en el comienzo de la praxis de la iglesia (ungen con aceite: cf. 6, 12-13).

DE DOS EN DOS


Este Jesús envía a los Doce (a todos sus seguidores), pero “de dos en dos”, varones o mujeres, judíos o gentiles… Les envía en pareja de amor y testimonio. Donde hay un solo misionero no hay todavía misionero. Donde hay un solo cristiano no hay todavía cristiano…. Estos misioneros en pareja no van anunciando enseñanzas abstractas; no van con dinero, no tienen poder para exigir nada a los otros, pero, desde su pobreza, ofrecen el mayor tesoro posible: capacitan a los hombres y mujeres para que se conviertan, ofreciéndoles libertad personal, superación de lo diabólico y curación, en un gesto que parece dirigido, en principio, hacia Israel, pero que de hecho se encuentra abierto a todos.

Esta primera misión se realiza básicamente en las casas, no en el templo de Jerusalén, ni en las sinagogas de Galilea, ni en las ciudades o templos helenistas. Aquí no se dice que vayan a la plaza del mercado, ni a los espacios sagrados de oración, sino a las casas (oikia: 6, 10), es decir, en los lugares de convivencia familiar (tanto en Israel como fuera), para iniciar allí un proceso de transformación mesiánica que puede extenderse a cualquier lugar (cf. topos: 6, 11). No piden como mendigos, ni venden como comerciantes, sino que ofrecen y comparten. Por eso suscitan gratuidad y vida común, dan y reciben, estableciendo lazos de familia en gratuidad.

No son pordioseros, ni buscadores de fortuna sino profetas, creadores de fraternidad: ofrecen su riqueza mesiánica y quedan en manos de aquellos que quieran acogerles. Así convierten la casa de este mundo (que podría ser lugar de disputa y separación) en espacio de encuentro universal. No hay venta o negocio en su gesto. Ofrecen solidaridad mesiánica (van de dos en dos, curan...) y quedan en manos de aquellos que quieran responderles con solidaridad humana.

Ésta es la eclesiogénesis propia del Jesús de Marcos, su estrategia de transformación mesiánica, familia a familia, comunidad a comunidad. Frente al orden romano que se instaura por códigos de honor, poder y dinero, frente al orden de un judaísmo más legal, edificado sobre bases de distinción nacional y pureza religiosa, Jesús abre un camino mesiánico, universal, sobre principios de donación (los enviados dan lo que tienen) y acogida mutua (cada uno queda en manos del otro). De esa forma, al menos en principio, pierde sentido la vieja diferencia entre judío y no judío.

UNA MISIÓN DE REINO.

Es evidente que esta misión primera de los Doce se realizó, por principio, entre judíos y para judíos. Pero en ella no hay nada que sea exclusivamente judío. Todo puede ser universal en este programa, todo es humano, pues los mismos Doce (que podrían haber ido juntos, como signo de Israel) han realizado su tarea de dos en dos, como pequeños grupos de convivencia universal. Quien empieza a crear evangelio de esa forma rompe las fronteras de nación o grupo elegido, fundándose en bases de humanidad. Desde ese fondo, recogiendo lo anterior, podemos destacar dos rasgos, que van implicados.

(a) Pobres. El evangelio pertenece a los misioneros pobres, aquellos que no tienen más grandeza que su s mensaje de humanidad (de Reino). Por eso, ellos no llevan nada que les distinga (ni ropa, ni dinero…), sino sólo el testimonio de su vida, y el poder del Reino: es decir, la autoridad que les capacita para que hombres y mujeres se conviertan y curen. No tienen nada material y, sin embargo, ofrecen lo más grande, la capacidad de conversión y curación. Ellos, los más pobres, sin casa propia, curan de esa forma a los “ricos” (los que tienen casa donde recibirles). El texto supone que han cumplido su tarea (6, 12-13), aunque con limitaciones (como he dicho), en contraste con aquello que iremos descubriendo luego (al final, en Jerusalén: Mc 14-15), cuando el grupo de los Doce abandone a Jesús (de manera que ellos no aparecen ya en la Pascua: 16, 1-8). Por eso, este pasaje (6, 6-13) no puede cerrarse en sí mismo, sino que ha de entenderse desde la totalidad del evangelio.

(b) Los que acogen a los pobres. El evangelio pertenece a los hombres y mujeres que reciben a los pobres. En sentido estricto, aquí no se habla de los que aceptan una doctrina, sino de aquellos que acogen a unas personas, ofreciéndoles casa y comida. Los misioneros pobres pueden ir como van (sin nada material, sin poder alguno), anunciando el mensaje de Jesús, porque confían en aquellos que van a recibirles. Ésta es la palabra clave (recibir: dekhomai: 6, 11), que volveremos a encontrar cuando tratemos de los niños que han de ser acogidos/recibidos por los mayores (9, 37; 10, 15). Como niños indefensos en manos de los grandes, así quedan los misioneros de Jesús; ellos dan todo lo que tienen pero esperan ser recibidos en las casas de aquellos a quienes ofrecen su evangelio, iniciando una forma de existencia compartida, en plano de palabras, dones y afectos. Éste es el programa y el camino, de dos en dos, de casa en casa…, y no de Doce en Doce o de uno en uno, como jerarquías superiores.
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