Felisa Elizondo: Antropología Teológica
Así lo ha venido diciendo RD, que ha recogido además una importante entrevista (con foto nueva incluida)que le ha hecho su director J. M. Vidal.
Le he pedido y me ha mandado el texto, pues no pude asistir personalmente. Es para uso personal me ha dicho, llamándome “majo”, como dicen en su tierra de la Alta Navarra a los chicos de Vizcaya: «Es para tu uso personal y como verás fue algo así como un relato - ¿teología narrativa?- del que conoces algunas partes».
Sí, conozco algunas de su partes, en especial la del tiempo en que estabas en Roma, redactando su tesis sobre la Experiencia en Santo Tomás de Aquino, en una casa entrañable de la Vía Nomentana, si no recuerdo mal, tomando café y conversando sobre los estudios (y en especial sobre las “estudiantes teólogas”) de Salamanca.
Han pasado muchos años, nos hemos visto muchas veces, en consejos de Facultad y en reuniones de tipo académico. Ahora, hace ya un tiempo, hemos tenido menos contacto. Pero quiero recordarte en este “blog de notas” donde suelo poner casi todas las mañanas (hoy es a la tarde) mis impresiones, en Religión-Digital.
Felisa, va con todo mi cariño este recuerdo, con la esperanza de que pronto podamos vernos, aunque no sea en la Via Nomentana.
Me has mandado tu última lección y me has dicho que es para “uso personal”, y por eso no la publico entera, como me hubiera gustado hacerlo. Pero me tomo la libertad de escoger (y poner en mi "cuaderno de bitácora", como si fueran mías) estas páginas (¡sólo tres, nada más, no te he desobedecido), donde expones tu paso por la antropología teológica (empezando por la pequeña nota que puse sobre tu vida-obra en mi Diccionario de Pensadores).
Eskerrik Asko, Felisa, por todo. Por haber sido y por ser. Por haber estado y estar. Con un recuerdo de Mabel, que quiere conocerte. Xabier
ELIZONDO ARAGÓN, FELISA
Teóloga católica española, de la Institución Teresiana. Estudió Filosofía y Letras (lenguas clásicas) en la Universidad de Barcelona y se especializó después en Teología, doctorándose por la Universidad de Santo Tomás de Roma con una tesis dirigida por el profesor Dalmazio Mongillo, con el título Conocer por experiencia: un estudio sobre el tema en la Suma Teológica (Revista Española de Teología, Madrid 1992). Es profesora de Teología en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca (en el Campus de Madrid), donde enseña antropología teológica. Pertenece a la Asociación Europea de Teología Católica y a la Asociación de Teólogas Españolas. Entre sus publicaciones: Las mujeres en la Iglesia, una cuestión abierta (Madrid 1997); Jesús y la dignidad de la mujer (Madrid 2003); Dignidad de la persona humana, en Nuevo Diccionario de Catequética (Madrid 1999, 611-623).
(Tomado de X. Picaza, Diccionario de Pensadores Cristianos, VD, Estella 2012, pág 282)
Felisa Elizondo, Antropología teológica
De la última Última Lección Académica(24, 05, 12)
Al tener que desarrollar un programa como el de la Antropología teológica he aprendido que de los seres humanos hablan incomparablemente bien algunos textos bíblicos, los que expresan admiración y hasta extrañeza porque Dios “se acuerde” de nosotros, porque haya “impreso sobre nosotros la luz de su Rostro” (Sal 52). O porque nos ha creado “a su imagen” marcándonos con una huella indeleble. Que hablan bien – y sirven de glosa a esos textos mayores – los comentarios que se pueden encontrar, desde luego en los teólogos y en los espirituales: “humanidad tocada de divinidad (Juan de la Cruz), y en algunos poetas o escritores que se reconocen de alguna manera “marcados con su hierro”
Y no he olvidado algo que al estudiar humanidades aprendí: que en otros siglos y en otras culturas los humanos, para saber quienes eran, “han ido a llamar a la puerta de los dioses”, ha repetido A. Gesché en alusión al frontispicio del templo de Apolo en Delfos . Por eso me ha gustado recordar que de lo misterioso de lo humano - con su grandeza y límites - hablaron los poetas griegos, y que en el teatro de Sófocles sobresale Antígona, cargada de dignidad, de piedad y coraje, una figura de lo mejor de la humanidad, más amable que el también trágico Prometeo: En aquel drama de Sófocles, ante el gesto de la que, a precio de muerte, da sepultura al cadáver de su hermano, el coro recita: “Cosa admirable es el ser humano….”. Algo que no suena muy distinto del Salmo 8: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”.
Pero este es sólo un apunte a distancia de los importantes trabajos que se vienen realizando sobre la inculturación de la fe y el diálogo intercultural e interreligioso
Como anoté anteriormente, he aprendido también que en ayuda del ser humano, digno a pesar de todo, viene una “antropología de lo imaginario”, es decir, nos revelan algo de quiénes somos algunos personajes literarios en los que se muestra lo más débil o lo más perverso, pero también la nobleza de nuestra humanidad, nuestra capacidad de compadecer, de perdonar, de amar en definitiva.
Así, `para comprender algo mejor lo que significan palabras primeras de la Antropología como “persona” o “dignidad”, he recurrido a veces al impresionante poema de Primo Levi “Si esto es un hombre” donde el superviviente del lager expresa el extremo de humillación que los humanos somos capaces de infligir. Pero también he leído varias veces en voz alta el relato de E. Evtuchenko, el poeta revolucionario, que describe la explosión de ternura de las mujeres rusas ante la fila soldados alemanes vencidos y humillados. Las matriuskas les entregaron el poco pan negro que tenían en sus bolsos saltándose la barrera de guardianes porque “ya no eran enemigos, eran hombres”.
Creo que estas y otras páginas pueden tomarse como documentos del humanismo del siglo XX, que son aportaciones a la causa de lo humano que vienen de otros campos y enriquecen el de la teología. Porque creo que a voces así se les puede aplicar aquello que decía también Santo Tomás: “La verdad, venga de quien viniere, viene del Espíritu Santo”…
Siguiendo con la Antropología teológica, resumiré mi aprendizaje en esta frase que puede subtitular el conjunto: “La Biblia es la antropología de Dios” (A. Heschel). Una sentencia que entiendo así: si Dios tuviera una biblioteca, en la sección de antropología estaría la Biblia. Pienso que algo semejante decía K, Rahner cuando negaba que su teología fuera sólo antropología sosteniendo que el Dios en quien creemos no ha querido ser sin nosotros y, correlativamente, que los humanos estamos “aprisionados” por el misterio de Dios.
“Creer en Dios y en Cristo – ha resumido A. Gesché – es un modo de creer en el hombre” Y citando a Goethe – que no es un Padre de la Iglesia sino un clásico de las letras europeas que podría encuadrarse en aquella antropología de lo imaginario – suscribe que en su grandeza, lejos de disminuirnos, Dios nos quiere humanos “en re mayor”. Al fin, como ha escrito E. Schillebeeckx en el Prólogo a su último libro tomando en serio las palabras de un niño: “Los hombres son las palabras con las que Dios cuenta su historia (…) ellos mismos son la historia de Dios en medio de nosotros “ (Los hombres relato de Dios, Salamanca Sígueme 1994)
A propósito de la cuestión de quíénes somos he aprendido también que hay respuestas que hablan de un nativo ser del hombre como “oyente de la Palabra” (K, Rahner). Que hay otras que bucean en el innegable “deseo de bien incrustado en el fondo del ser”, un “fondo sin fondo” (J. Martín Velasco). Y me ha parecido que, igual que los teólogos apuntan alto cuando hablan de “deseo de infinito”, acierta también el poeta que habla así de su condición en Salmo inicial : “hombre de Dios me llamo / pero sin Dios estoy”, o como el menos conocido Hugo Mújica que jugando con los sonidos dice que “el hombre es hambre” .
Para aprender y enseñar me han servido, por supuesto, tratados y trabajos de los que me han precedido en esta materia, relativamente reciente al haber reclamado su propio espacio en el cuadro de los estudios de Teología después del Vaticano II. Un concilio que condensó su preocupación antropológica en algunos números de Gaudium et Spes que he vuelto a leer y citar muchas veces en estos años…
Ciertamente el término “hombre” en nuestras lenguas es un término genérico y no me parece del todo conducente recurrir a la imposición de un lenguaje inclusivo que fuerce a redoblar cansinamente los sujetos en una frase. Con todo, creo que en nuestro tiempo es necesario recordar la fundamental igualdad y dignidad de varones y mujeres, que ha quedado difuminada demasiado tiempo por culpa de exégesis ladeadas, por ciertas pretendidas verdades de la ciencia, y por inveterados usos sociales que han empañado el brillo de la imagen cuando asoma con rasgos femeninos.
Pero esto sólo quiere ser un paréntesis breve, y lo que me parece más positivo es trabajar para que la afirmación de la innegable dignidad de todos se haga, cada vez más, sin ningún género de restricción por razón de “género”.