Homosexualidad con valores: Más de dos franjas coloradas (D. Acevedo)

Entre los comentarios que han venido recibiendo mis reflexiones sobre la homosexualidad quiero destacar los de D. Acebedo, por su sencillez y hondura. Han venido apareciendo en mi post Cotelo y los Homosexuales, el día 23 VI 12. Para situar el tema, debo ofrecer algunas consideraciones previas (que han sido ya en parte formuladas por Galetel, a quien agradezco su interés por el blog):


a. Hay una “ley natural”, como tiende a decir el Magisterio, pero la naturaleza no es “uniforme”, de manera que no todos son varones-varones que aman a hembras-hembras, sino que, al lado de esa franja mayoritaria, hay una franja “borrosa”, relativamente extensa de personas con tendencias “naturales” que no van en la línea de la hetero-sexualidad.

b. Considero que la hetero-sexualidad, que es mayoritaria por número, tiene una función importante, vinculada con la reproducción y el amor entre sexos-géneros distintos, con la mística y simbólica que suscita. Pienso que sigue siendo la opción y tendencia mayoritaria, pero no la única, de forma que no puede imponerse por “naturaleza” sobre las otras opciones y tendencias.

c. La biblia judía tiene una opción preferente por las distinciones claras y por las separaciones netas. Por eso ha creado una taxonomía de animales “rectos” (conformes a su naturaleza), que se pueden comer… y animales “híbridos” (que no son de una única naturaleza) y que no se puede comer… Muchos quieren aplicar una distinción como ésa a los sexos-géneros en la especia humana, olvidando que la realidad tiene unos confines “borrosos”, unos límites muy importantes, que no son macho-macho ni hembra-hembra, sino que son personas de otra forma, con todos los derechos. Los que siguen esa "separación clara" de la Biblia deberían cumplir todas las normas del Levítico (cosa que nadie defendería hoy, ni judío ni cristiano).

d. La filosofía griega ha buscado también las dualidades falsamente claras, a partir del esquema de la materia-forma (hylemorfismo de Aritóteles, con su lógica de la contradicción y del tercero excluido): todo es materia o forma, todo es macho o hembra... Pero la realidad no funciona así, hay cientos de formas/materias intermedias, límites difusos, contornos borrosos... que marcan precisamente el sentido de la realidad que es multiforme y borrosa para ser más claramente clara.

e. Frente a la simplicidad del macho-macho y hembra-hembra surge así la riqueza inmensa de formas mestizas, híbridas o como se quiera llamar… Expulsar de la normalidad de la vida y del amor (de la naturaleza) a esas formas “distintas” de ser persona (ser humano) es ir en contra de la naturaleza, ir en contra del don de la vida de Dios, de la gran profusión y riqueza de especies y formas y tendencias de la vida. Esas formas "híbridas"... son híbridas sólo si se comparan con las formas "dominantes", pero en sí no pueden considerarse híbridas ni mestizas, sino que ha de estudiarse su propia realidad, con su valor, aunque sea minoritaria. Si se empieza a negar a las minorías se acaba destruyendo todo.


f. En esa línea, aquellos que no son macho-macho o hembra-hembra son un “lujo” de la naturaleza…
y deberíamos tener gran cuidado en respetar la variedad de las formas de amor de la vida, en nombre del Dios Creador… y en nombre de Jesús, que ha venido no a sancionar la ley de las identidades cerradas (cierto tipo de ley del AT, interpretada por ciertos rabinos), sino abrir un espacio a los que estaban en las zonas borrosas de la realidad, en los confines…

g. Y cuando digo que los homosexuales (en general) puede situarse en esa franja borrosa de la realidad no estoy condenándoles o minusvalorándoles, sino todo lo contrario… Conocí hace tiempo a uno de los grandes formuladores de la lógica de las realidades borrosas (Newton da Silva)… y desde entonces guardo un gran respeto por las formas no clasificables de la realidad, las que no entran en el código dual del macho-hembra, materia-forma… Hay otras formas de riqueza y de vida en la realidad humana. Y con esto paso a las consideraciones de Diego Acevedo


Diego Acevedo: Una homosexualidad con valores


Para todos los que crecimos a la sombra de la ICAR, una sana reflexión sobre la sexualidad no es posible sin andar un arduo camino. Para los que, además, vivimos una orientación sexual o una identidad de género diferente a la heteronormativa, este camino es tortuoso y no exento de sufrimiento, un sufrimiento que nos hermana con los últimos de este mundo y nos invita al seguimiento/imitación/identificación con Jesús, el despreciado y crucificado levantado de la ignominia y del lugar de los muertos por la fuerza del Espíritu según el designio amoroso de su Padre maternal.

Pero este camino comenzó para mí en otro lugar. En los sermones en contra de la “depravación” de los homosexuales, en boca de presbíteros que sostenían ellos mismos relaciones homoeróticas y en las lecturas de los textos magisteriales que leía intentando conocer a la institución a la que dedicaba mi tiempo libre en el servicio litúrgico.

Según estos, los actos homoeróticos son “depravaciones graves”, actos “intrínsecamente desordenados”, “contrarios a la ley natural” y, por tanto, “no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2357).

Cuando eres un adolescente y estás intentando comprender quién eres, por qué eres diferente, de qué se trata esa diferencia y cómo vivirla, un texto como este es una lanza que se clava en el corazón y en la mente. ¿Será cierto? ¿Soy depravado? ¿Mi afecto y mi deseo sexual son contrarios al querer de Dios? ¿Si es así, por qué siempre he sido así? ¿Soy sólo un error de la naturaleza? ¿Por qué parece que algunos “depravados” parecen vivir felices si Dios los condena?

Luego de una intensa lucha, comprendí que la homosexualidad hacía parte de mi ser y que no me quedaba más remedio que asumirla. Aunque lo hice, en ese momento, con un dejo de desdén.

Pero, como siempre, la vida y las circunstancias trajeron nuevas experiencias y preguntas. ¿Es lícito ejercer mi sexualidad activamente? ¿Y ahora que me he enamorado, podré vivir la alegría de mirar sus ojos trasparentes sin “ofender a Dios”? ¿Y si más tarde deseo vivir en pareja? ¿y/o adoptar?

Ya sin mucha confianza, me remití tozudamente a los documentos magisteriales. Ya no sólo era un “depravado” sino que, de formar una pareja, mis “actos” (para los jerarcas de la ICAR los homosexuales no tenemos relaciones sexuales o de pareja, sino que realizamos actos, como los reptiles) constituían un “mal social” y, por tanto, los Estados no debían reconocer esa unión pues “la tolerancia del mal es muy diferente a su aprobación o legalización”.

Me preguntaba: ¿un mal? Sí, “En las uniones homosexuales está además completamente ausente la dimensión conyugal, que representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales. Éstas, en efecto, son humanas cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda mutua de los sexos en el matrimonio y quedan abiertas a la transmisión de la vida.” (Consideraciones Acerca de los Proyectos de Reconocimiento Legal de las Uniones entre Personas Homosexuales, 5 y 7).

Y volví a hacerme preguntas: ¿Mi amor y mi deseo son inhumanos? ¿Me deshumanizan? ¿Desumanizarán a quien llegue a ser mi pareja? ¿Nuestras relaciones (homosexuales) carecen de una dimensión
Pronto me di cuenta que al lado de las personas que vivían el “estilo de vida gay” – bajo los valores de la sociedad de consumo –, habían muchos hombres y mujeres que vivían su homosexualidad orientados por otros valores. Célibes, solteros y en pareja, capaces de vivir su compromiso vital (religioso, ministerial, con algún familiar en situación de dependencia, en pareja) guiados por altísimos valores humanos y, frecuentemente, por el ejemplo de Jesús de Nazaret.

Nuevamente – como los discípulos del Nazareno, y de su mano – encontré gracia y vida allí donde las autoridades religiosas
Pronto me di cuenta que al lado de las personas que vivían el “estilo de vida gay” – bajo los valores de la sociedad de consumo –, habían muchos hombres y mujeres que vivían su homosexualidad orientados por otros valores. Célibes, solteros y en pareja, capaces de vivir su compromiso vital (religioso, ministerial, con algún familiar en situación de dependencia, en pareja) guiados por altísimos valores humanos y, frecuentemente, por el ejemplo de Jesús de Nazaret.

Nuevamente – como los discípulos del Nazareno, y de su mano – encontré gracia y vida allí donde las autoridades religiosas encontraban y sembraban pecado y muerte.

Precisamente la muerte de un familiar cercano y muy querido, también homosexual y VIH+, me hizo reflexionar profundamente. Este hombre, alguna vez religioso, había muerto sin atreverse – cuando tuvo la oportunidad – a formalizar su relación de pareja y pescó el VIH buscando migajas de placer y de afecto en los lugares abyectos donde muchos homosexuales de su generación podían ser, por pocos instantes, la verdad de lo que eran en su versión más caricaturesca e indigna.

Comprendí que, aunque no lo había experimentado nunca, esa podría ser mi realidad si no asumía de manera constructiva mi orientación sexual. Es así como emprendí un éxodo, una verdadera pascua. En medio de la conmoción de su muerte, conocí un pequeño grupo de hombres homosexuales y creyentes de muy diversas tradiciones eclesiales que se reunían para orar, compartir el Evangelio y fraternizar. Con ellos – recientemente también ellas – he podido caminar en la experiencia gozosa de sentirme no un “error”, ni una excentricidad sino un hijo amado de Dios Padre y, contra toda condena, proclamar con Pablo: “... no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para que todo el que crea alcance la salvación.” (Rm 1, 16)

El Dios de la vida sea con ustedes.

Diego Acevedo
Medellín, Colombia
http://fraternidaddelaamistad.tk/
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