A. D. Mingo, Amor infinito. La Trinidad como futuro en W. Pannengberg

Alejandro Damián Mingo, Amor verdaderamente infinito en mutua autodistinción personal: La Trinidad como futuro en Wolfhart Pannenberg, Colección Thesys, EDUCC, Universidad Católica de Córdoba, Argentina, 2015, 595 págs.

Este libro recoge, revisada y actualizada, la tesis doctoral defendida por el autor en la Facultad de Teología católica de la Universidad de Tübinga, el año 2008, bajo la dirección de P. Hünermann. Consta de dos partes.

(a) Consideraciones introductorias" fundamentales". (págs. 27‒277), dividida en tres capítulos: (1) Panorama de la teología trinitaria hoy. (2) Una Teología" rigurosamente trinitaria". (3) La presencia de Dios en la historia


(b) La trinidad como futuro de Dios (págs. 270‒516), dividida también en tres capítulos: (4) Lo específicamente cristiano. (5) La futuricidad trinitaria. (6) Consideraciones conclusivas.

Conocí a A. D. Mingo, en Córdoba, Argentina, el pasado mes de marzo, y pudimos conversar sobre el tema. Conocía desde hace mucho tiempo la obra de W. Pannenberg, a quien he dedicado dos postales en RD (10.09.14 y 11.09.14), una de ellas en ocasión de su muerte. Por mi relación con A. D. Mingo (imagen 2) y por y por mi conocimiento de W. Pannenberg (imagen 3), con quien tuve ocasión de dialogar sobre teología, he querido a los dos esta postal, sobre un tema verdaderamente importante, como es el de Dios-Trinidad como amor infinito.

Un abrazo, Mingo. Nos vemos de nuevo en Córdoba AR, si Dios quiere, con mi felicitación por tu tesis. Un recuerdo emocionado y agradecido a W. Pannenberg.

Recensión a A. D. Mingo, Amor verdaderamente infinito.
Estudios Trinitarios 52 (2018) 609-615


Está dedicado al estudio de la Trinidad como “amor infinito, en mutua auto‒distinción personal”, como principio y, especialmente, como futuro de la humanidad y de la historia desde la perspectiva de W. Pannenberg, un pensador clave del pensamiento cristiano, en la segunda mitad del siglo XX. A. D. Mingo no es el primero en interesarse por el tema, pues Pannenberg ha estado presente de manera intensa en la teología y en la vida de las iglesias y en la cultura de lengua española, desde la tesis de R. Blázquez (actual presidente de la CEE), La resurrección en la teología de W. Pannenberg, Vitoria 1976 y el trabajo sistemático J. A. Martínez Camino (que fue en un tiempo secretario de la CEE), Recibir la libertad. Dos propuestas fundamentales de la teología en la modernidad: W. Pannenberg y E. Jüngel, Comillas, Madrid 1992.

Yo mismo le he dedicado cierta atención a lo largo de más de cuarenta años, desde el final más teológico de mi libro de exégesis sobre Los Orígenes de Jesús, Sígueme, Salamanca 1976, con Dios como Espíritu y Persona. Razón humana y misterio trinitario, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 118‒160, y Enquiridion Trinitatis. Textos básicos sobre el Dios de los cristianos, Sec. Trinitario, Salamanca 2005, 645‒649, hasta mi tratado de Trinidad, Itinerario de Dios al Hombre, Sígueme, Salamanca 2015, 527, 554‒562.

Pero no había conocido hasta el momento ningún libro que presentara el pensamiento trinitario de Pannenberg como lo hace éste, escrito en castellano, por un profesor argentino, que lo ha presentado y defendido como tesis doctoral en la Universidad de Tubinga, Alemania. Éste es un libro que yo había estado esperando hace años, pues necesitaba una visión genética y sistemática del pensamiento trinitario de Pannenberg, en el contexto teológico nord‒europeo y norteamericano (aunque con menos atención al mundo latino). Pues bien, ahora la tengo, y, como repetiré al final de esta recensión, me he sentido “abrumado” por la erudición del autor (A.D. Mingo), con quien he tenido el honor de conversar sobre el tema en Córdoba, Argentina.

Introducción.



Yo había tenido ya un contacto fuerte con el pensamiento de Pannenberg en el Congreso de Teología de la Fundación Juan March (1974), donde M. Fraijó presentó un trabajo titulado Introducción al pensamiento teológico de W. Pannenberg (cf. A. Vargas-Machuca (ed.), Jesucristo en la historia y en la fe, Sígueme, Salamanca, 1977, 327-337), y yo otro sobre Mt 25, 31‒46. Me pareció ya entonces que Pannenberg era ya y sería en el futuro uno de los teólogos con los que debería dialogar a fondo para entender algo mejor la revelación de Dios en Cristo.

Tuve después la suerte de invitar a W. Pannenberg, y de conversar extensamente con él, en el XXX Simposio de Teología Trinitaria, que organizamos en Salamanca, el año 1996, el Prof. Nereo Silanes y un servidor. Entonces pudimos seguir con tiempo, en diálogo personal, la precisión, hondura y búsqueda de totalidad de su pensamiento, como filósofo, teólogo y creyente (y yo añadiría como místico, portador de aquella luz que un día le salió al camino, haciéndole descubrir al Dios de Jesús tras una infancia y juventud aplastada por el nazismo y por la dictadura comunista de la Alemania Oriental).

Con su habitual profesionalidad, N. Silanes publicó en un libro los textos de aquel congreso, introducidos por mi nombre (como anfitrión y primer ponente), el de Pannenberg y el B. Forte (estrella emergente de la teología católica), con el título de: X. Pikaza, W. Pannenberg y B. Forte (eds.), Pensar a Dios, XXX Semana de Estudios Trinitarios, Salamanca 1996 (=EstTrin 30 [1996]). Mi ponencia era de tipo introductorio, y se titulaba Dios de Moisés, Dios de Jesús; la de Pannenberg era de fondo, de gran envergadura teológica, y se titulaba La doctrina de la Trinidad en Hegel, y su recepción en la teología alemana. Esa ponencia de Pannenberg fue y sigue siendo (como muestra este libro de A. D. Mingo) una de las aportaciones fundamentales de su pensamiento trinitario, y responde plenamente a lo que le habíamos pedido; el influjo de la filosofía de Hegel en el “redescubrimiento” y despliegue trinitario de la teología y de la visión de Dios a lo largo del siglo XIX‒XX.

Sabía ya por el estudio de sus obras, pero supe mejor, desde entonces mejor, por diálogo directo con él, que Pannenberg era un autor clave de la teología del siglo XX; él nos enseñó a profundizar en la cristología de un modo audaz, fiel a la historia, en una línea donde se vinculaban K. Barth y los grandes pensadores de la tradición antigua (desde San Anselmo hasta Hegel). Él nos permitió entender teológicamente las religiones, él nos enseñó a razonar desde el interior de la fe, y a mantener el carácter específico del cristianismo y de su Dios encarnado y trinitario dentro del pensamiento.

Pannenberg quiso poner de relieve la implicación histórica del Dios trinitario, y por eso criticó con mucha fuerza la cristología de un Logos exterior al tiempo, que estaría marcada por la visión filosófica del platonismo, con su pretensión de eternidad (de intemporalidad), fuera del despliegue de amor y de vida de la historia. Desde su visión integradora de la revelación de Dios y del despliegue racional humano, él ha podido desarrollar una comprensión de Dios que se expresa en forma de amor, vinculando de un modo creador unos principios que parecen hegelianos con la tradición más radical del amor cristiano (tal como aparece en Ricardo de San Víctor y en los padres fundadores del protestantismo). De esa manera introduce en la iglesia evangélica un concepto y experiencia que solía ser más frecuente en el campo católico.

Todo eso, yo lo había sabido, de algún modo, hace ya tiempo, pero desde aquel simposio pude ya saberlo de primera mano, no sólo por la lectura de sus obras, sino por el largo contacto que tuve en el Simposio del 1996 en Salamanca, no sólo con él, sino también con su esposa, con la que conversé de su persona en una larga sobremesa, en la que pude entender mejor la forma en que ellos dos “hacían” y vivían la teología: La forma en que ella, Hilke Pannenberg (nacida Schütte), había entregado su vida al servicio de su marido, un genio de la especulación, pero humanamente inseguro, al que ella organizaba, acompañaba y fortalecía con su presencia.

Descubrí a través de su esposa, siempre en la penumbra, pero siempre presente, la grandeza de espíritu de Pannenberg, su honda experiencia creyente, y su vivencia externamente negativa de la vida, exilado, sin posibilidad de recuperar su origen, niño soldado bajo los nazis, prisionero de guerra bajo los británicos, expulsado de su patria en la antigua Alemania Oriental (ocupada por Polonia), víctima de comunismo, refugiado en la Alemania occidental. ¿Cómo tener hijos y creer en un futuro, dentro de la historia, en unas circunstancias como esas? Y, sin embargo, me dijo, Wolfgang y yo somos radicalmente creyentes en la Trinidad, que es el verdadero futuro de la historia.

Así lo confirmó la esquela con la que ella, Hilke Pannenberg comunicaba la muerte de su marido, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el de 8 Septiembre de 2014, con unas palabras emocionadas, recordando el texto de Jn 11, 25: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí vivirá, aunque muera. Con esa fe ha muerto en su casa el Prof. W. Pannenberg, en su casa, el 4 de septiembre de 2014.

Una obra viva, un libro desbordante.

Desde entonces (1996) no he tenido más trato con W. Pannenberg y con su esposa, que, de un modo velado pero intenso, nos invitaba en aquella esquela a la oración y al recuerdo de los ideales de vida de su marido, ideales que me han venido acompañando desde entonces, con los problemas “pendientes” de su teología, que he vuelto a descubrir con toda fuerza en este libro de A. D. Mingo. Entre ellos quiero destacar tres fundamentales:

1. La forma de vincular la eternidad de Dios con la historia de Jesús, superando una teología del logos eterno (del pensamiento tradicional “alejandrino”), sin caer por ello en la pura relatividad de un tiempo que pasa. Aquí se plantea, en el fondo, el tema de la identidad y diferencia de Jesús de Nazaret con el Hijo “eterno” de Dios.

2. La forma de entender la resurrección de Jesús de forma que no aparezca como hecho puramente apocalíptico (como adelanto de la resurrección final de los muertos) ni tampoco como un puro acontecimiento histórico en el sentido fáctico de la palabra. El tema de fondo es la experiencia y tarea de la resurrección de Jesús en la historia (en la Iglesia).
3. La forma de entender la relación (auto‒distinción) de las personas de la Trinidad, desde una perspectiva que siendo, en el fondo, hegeliana, nos lleve más allá de la pura dialéctica de Hegel donde al final parece que hay auto‒distinción pero sin personas, que hay relación, pero sin relacionados, que hay despliegue divino, pero no historia humana.

Esos temas me han venido acompañando hasta el día de hoy, aunque no había encontrado ninguna obra que me permitiera avanzar en el conocimiento de la teología de Pannenberg, como lo ha hecho esta de A. D. Mingo. En ese contexto, con ocasión de su muerte, publiqué una semblanza de su vida y obra, titulada El último maestro (cf. periodistadigital.com:/xpikaza.php/2014/09/10/), que A. D. Mingo ha tenido a bien citar en la introducción de su libro (pag. 7).

Pensaba que había conocido bastante bien la obra de W. Pannenberg, pero ahora, al leer esta tesis de A. D. Mingo, descubro que no le conocía de verdad, que no había entrado con rigor en la trama de su pensamiento, pues había cantidad de temas y matices que no había planteado bien, quizá por falta de perspectiva (de una visión general de la problemática de fondo de su pensamiento) y, sobre todo, por la poca atención a la trayectoria desu producción teológica, que sólo se entiende al ir entrando en ella paso a paso, con sus avances, pero también con sus matizaciones (y a veces con sus transformaciones).


En ese contexto, he descubierto mejor que Pannenberg ha escrito una obra que no es sólo extensa (aunque no grandísima), y que podría abarcarse bien, tras un tiempo de estudio, si no fuera porque ella se va entrelazando y avanzando a través de precisiones, variantes y re‒tractaciones (en el sentido radical de la palabra), de manera que uno no puede conocerla bien sin entrar por dentro en ella, como ha hecho A. D. Mingo, en un esfuerzo “hermenéutico” que llega a parecer hasta “excesivo”, un derroche de erudición, de conocimiento y manejo de la bibliografía, en un ir y venir de ideas, de propuestas y de soluciones, que es como la misma vida.

En un primer pleno, esta tesis A.D. Mingo viene a presentarse bibliografía comentada de la obra de Pannenberg, desde una perspectiva básicamente alemana y norteamericana. Pero inmediatamente después descubrimos que esta tesis es mucho más que una bibliografía bien organizada (por importante que ella sea), pues no se centra en las obras básica de (y sobre) Pannenberg, sino que nos conduce hasta en centro de sus ideas básicas, del despliegue de su pensamiento, en los diversos campos de su interés: Diálogo con las religiones y con la historia del pensamiento religioso; diálogo con la ciencia moderna y en especial con la filosofía, diálogo tenso con la historia, desde la perspectiva de un Dios que, haciéndose historia, se revela (se despliega y encarna) en ella como amor. Nunca se había visto, que sepa, un teólogo que hubiera reformulado con la precisión y hondura de Pannenberg el el tema de la constitución personal de la realidad, con elementos que recuerdan los de Ricardo de San Víctor y los de Hegel, en fidelidad a la historia y pascua de Jesús, en la línea de eso que A. D. Mingo llama “auto‒distinción personal” en el amor.

Ya la doctrina de la Iglesia antigua sobre las relaciones trinitarias había insistido en el hecho de que las relaciones son el constitutivo del ser personal, unas relaciones que no son meramente lógicas, sino también “existenciales”, desde una perspectiva de in‒habitación mutua (cada persona en las otras), y de auto‒distinción: Cada persona se identifica consigo misma al distinguirse de sí y al existir en las otras, en un proceso que siendo “eterno” se da en el tiempo (es decir, fundando el tiempo).

En esa línea podemos decir que la “esfera” del espíritu divino existe en la persona del Padre como fuerza de vida que se despliega en la eternidad al entregarse al Hijo y recibir su respuesta en el Espíritu. En ese sentido, las personas trinitarias hay que entenderlas como concreciones de la realidad espiritual de Dios, singularidades del campo dinámico de la divinidad eterna. Eso significa que ellas no existen cada una por sí, sino en relación extática en (y con) con el campo de la divinidad, que las supera y que se manifiesta en cada una de ellas y en sus relaciones mutuas. Dichas relacones con la esencia divina, que supera cada una de sus personalidades, va mediada por las relaciones de cada persona con las otras dos.

El Hijo no tiene parte en la divinidad eterna más que por su relación con el Padre, siendo así Dios. El Padre no tiene su identidad de Padre más que en relación con el Hijo, siendo así, en cuanto Padre, Dios. Y el Espíritu, por su parte, no es una hipóstasis distinta más que por su relación con el Padre y el Hijo, en cuanto diversos y en comunión en su diversidad. Pues el Espíritu no tiene autonomía personal plena más que cuando se encuentra frente al Padre como irradiación de su esencia divina...

En el caso de la personalidad humana, la identidad de la persona no está nunca total y exclusivamente definida por sus relaciones con las demás; por eso, el yo y el yo-mismo aparecen diferenciados en la conciencia que el ser humano tiene de sí... En cambio, en el caso de las personas trinitarias, el Hijo es total y absolutamente él mismo en su relación con el Padre; el Padre es total y absolutamente él mismo en su relación con el Hijo; de tal modo que ambos son total y absolutamente en sí mismos aquello que son en el testimonio del Espíritu. Éste, por su parte, no es en su autonomía personal más que el Espíritu de la unidad del Padre y el Hijo...

El amor divino constituye, de este modo, la unidad concreta de la vida divina en la diversidad de sus manifestaciones y relaciones
. Las diferencias personales entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no pueden ciertamente ser deducidas de un concepto abstracto de amor. Nuestro conocimiento no puede acceder a ellas más que en la revelación histórica de Dios en Jesucristo. Pero, una vez conocidas, podemos entender dichas relaciones, y su unidad en la esencia divina, como la realidad concreta del amor divino que palpita en todas ellas y que lleva a su plenitud la monarquía del Padre, por el Hijo y en el Espíritu (cf. Teología sistemática I, Madrid 1992, 459-469).

Pues bien, este esquema y modelo de “auto‒distinción personal” en el amor infinito de Dios, que se da y despliega en el tiempo, en forma de revelación e historia, constituye el centro de la trama de pensamiento de W. Pannenberg, que yo he presentado aquí de un modo general, algo simplista, pero que A. D. Mingo ha desarrollado y precisado, distinguiendo matices y momentos, como un experto cirujano de la teología. En un primer momento, su libro produce, como he dicho, un mareo de temas y citas, de autores, matices y precisiones que parecen llevarnos a perder el pie en el fondo de las aguas del pensamiento de W. Pannenberg (de la teología de conjunto del siglo XX). Pero, si insistimos, si nos mantenemos atentos, tras un primer nivel de dificultad, descubriremos y gozaremos no sólo la coherencia interna del pensamiento W. Pannenbergo, sino también la de este libro de A. D. Mingo.

Tuve la suerte de conocerle y compartir mesa con él el pasado mes de Marzo (2018) en Córdoba.
Me gustaría volver a encontrarle, para seguir compartiendo la conversación y el diálogo teológico, no sólo sobre el pensamiento de Pannenberg en cuanto tal, sino sobre el despliegue de Dios, sobre el misterio y tarea de su Vida en nuestra vida, en esta iglesia caminante y turbada, pero llena de esperanza, en la que nos hallamos. Y a Pannenberg (y en especial a su esposa Hilke) me gustaría poder decirles que su vida y pensamiento ha merecido la pena, pues forma parte positiva y generosa de la Vida de Dios en la historia de los hombres.

Xabier Pikaza

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