Novena.… 3. Libertad dominicana: palabras de paz, razones de guerra

Ayer he presentado una reflexión sobre tres caminos de libertad (dominicana, franciscana, mercedaria) en la Europa occidental del siglo XIII. Hoy expongo el de Domingo de Guzmán (palabra de predicación), que algunos como Tomás de Aquino, sin ser especialmente violentos, han codificado, elaborando las razones de la guerra cristiana, trazando así un filosofía y teología de la violencia que ha estado vigente, en muchos ámbitos cristianos, hasta el siglo XX, como vimos, en un blog anterior, al hablar de la libertad religiosa en el Vaticano II. No podemos entender la historia de occidente sin tener en cuenta este argumento (curvado) que va de Caleruega (lugar de Santo Domingo, en Burgos) a Aquino (lugar de Santo Tomás, en Nápoles), un argumento muy parecido al de algunos musulmanes.

Éste es un camino de benéfica e inquietante actualidad, como han mostrado Fernando (cuya reflexión he colgado en el blog anterior) y A. Aya (en un comentarios a Novena…2), indicando que el problema de Benedicto XVI en Ratisbona no está en la alusión a la “violencia del Islam” (que es secundaria), sino en el intento de mantener el carácter helénico (ontológico) del cristianismo, con la violencia que eso puede implicar frente a los elementos no-griegos del evangelio (y frente a otras culturas). Desde aquí avanza mi novena de la libertad, con razones que he desarrollado en Religión y violencia en la historia de occidente (Tirant lo Blanch, Valencia 2005).

1. Libertad dominicana. Los predicadores de la paz

Frente a la violencia de la cruzada en contra de los albigenses, los Hermanos Predicadores de Domingo defienden y propagan la verdad por el anuncio (predicación). Han descubierto que las oposiciones no se pueden resolver por fuerza: no hay cruzada que convenza, ni ejército que pueda conquistar la paz por guerra, a no ser matando a los enemigos (como los caballeros “católicos” hacen matando a los albigenses, en una durísima “cruzada”, en la que don Pedro II, rey de Aragón, lucha a favor de los herejes, muriendo en la batalla de Muret, año 1213). En contra de eso, el camino de Jesús se expresa a través de la palabra. Por eso, los hermanos de Domingo estudian y predican para expandir el evangelio a través de la predicación (son OP, Ordo Predicatorum). Viven en pobreza, rezan juntos y caminan por los pueblos como mendicantes, sin posesiones ni grandes monasterios. Son mensajeros andantes de Jesús y así redescubren la verdad central del cristianismo, tal como se expresa en el mandato misionero de Jesús (cf. Mc 6, 6–13; Mt 10, 5-15): ofrecen con el evangelio de un modo gratuito, sin más riqueza que su palabra, sin más poder que la ayuda humana (curaciones), poniéndose así en manos de otros hombres y mujeres que acogen (o rechazan) su mensaje (cf. Liber Consuetudinum, en M. Gelabert y J. M. de Garganta (eds.), Santo Domingo de Guzmán visto por sus contemporáneos,. Madrid 1947, 864).

En la raíz del gesto de Domingo y sus Hermanos Predicadores está la exigencia de anunciar el evangelio sin poder externo, sin riqueza ni violencia, sin guerra alguna (oponiéndose así a la guerra de cruzadas). Según el evangelio, los misioneros no llevan espada, ni alforja (dinero), ni repuestos de tipo cultural o social (vestidos, libros...). Son mendicantes, dan de balde lo que tienen (su palabra) y reciben aquello que les pueden ofrecer (comida, casa), quedando indefensos en manos de los hombres y mujeres a quienes se dirigen. Son itinerantes, como el Cristo, por gracia de Dios (o de la vida) y no por miseria, pues quieren compartir bienes y vida con la gente del entorno. Saben que toda imposición es mala y que el triunfo que se logra por medios militares constituye en el fondo una derrota. Por eso ofrecen gozosamente lo que tienen y quedan a merced de aquellos que escuchan o no escuchan su palabra, como quiere el evangelio.

2. Las razones de la guerra cristiana. Santo Tomas de Aquino



Pasando el tiempo, muchos Hermanos Predicadores de Domingo se harán Padres Maestros y Doctores, buscando una manera coherente y más "científica" de anuncio cristiano, en la línea de las Summas de Tomás de Aquino. Posiblemente ganan en lógica pero pierden en radicalidad cristiana. Más aún, en cierto momento, algunos de ellos (Sorriba dirá que han sido los mejores, y le creo) tenderán a imponer su “verdad” con razones de fuerza, con inquisiciones y exigencias vinculadas a un tipo de espada. Por bien de la iglesia es preciso que vuelvan (¡y la mayoría de ellos los están haciendo, por gozo de Dios!) a sus raíces dominicanas: al servicio encarnado y pobre de la Palabra que se ofrece sin violencia sobre el mundo.

Pues bien, dentro de la tradición de los dominicos, como representante máximo de la filosofía y teología cristiana, a mediados del siglo XIII, encontramos a Santo Tomás, hombre de razonamiento y paz, de diálogo y pensamiento compartido (que él toma de los pensadores musulmanes, que le transmiten la filosofía de Aristóteles). Pues bien, a pesar de ello, por ontología más que por religión, por política más que por cristianismo, él ha ofrecido as justificaciones ontológicas más duraderas de la “violencia religiosa” en la cultura de occidente.

Esas justificaciones, que nos alejan del plano “evangélico” de Santo Domingo y nos introducen en la “política cristiana”, eran normales en el siglo XIII pueden entenderse a partir de una filosofía que tiene orígenes griegos y de un derecho eclesiástico de tipo romano. Son justificaciones que aceptaban, por su parte, la mayoría de los teóricos musulmanes (y algunos las aceptan y defienden todavía). Santo Tomás supone que la fe es un acto libre, de manera que no puede ser impuesta. Pero, al mismo tiempo, ella tiene un contenido social y según eso, en un contexto de cristiandad, puede imponerse de algún modo por la fuerza, apareciendo así como principio de violencia. En ese contexto se sitúan, se distinguen y vinculan, los tres casos que siguen:

a. Libertad para los nacidos en otra religión. Hay infieles que nunca han recibido la fe, como son los gentiles y los judíos. Estos no deben ser obligados de ninguna forma a creer, porque el acto de creer es propio de la voluntad.
b. Guerra contra los adversarios de los cristianos. Sin embargo (los infieles) deben ser forzados por los fieles, si tienen poder para ello, para que no impidan la fe con blasfemia, incitaciones torcidas o persecuciones manifiestas. Por esta razón, los cristianos suscitan con frecuencia la guerra contra los infieles, no para obligarles a aceptar la fe (pues si los vencen y hacen cautivos los dejan en su libertad para creer o no creer), sino para forzarles a no impedir la fe de Cristo.
c. Persecución contra los herejes Hay, sin embargo, infieles que han recibido alguna vez la fe y la profesaron, como los herejes y los apóstatas. Estos deben ser, aun por la fuerza física, compelidos a cumplir lo que han prometido y mantener lo que una vez han aceptado (SANTO TOMAS DE AQUINO, S. Th., 2,2, q. 10, a. 8. Traducción en Suma Teológica VII, BAC, Madrid 1949, 375).

Estamos lejos del contexto de Santo Domingo de Guzmán. La fe cristiana ya no es sólo algo que ofrecen, a través de su palabra, “los mendicantes libres”, portadores de la libertad del evangelio, sin poder ni dinero, sino que se ha convertido en una especie de “bien objetivo”, que puede defenderse con las armas y protegerse con las inquisiciones (como razón de Estado), como un bien ontológico en sí mismo. Santo Tomás ha formulado así una doctrina claramente medieval del cristianismo, pero ella ha sido casi normativa en la teología y en la visión católica de Europa hasta mediados del siglo XX (Vaticano II). Es una doctrina que él comparte con muchos tratadistas musulmanes, que la han seguido defendiendo (y quizá la defienden) hasta el día de hoy. Los argumentos de cristianos y musulmanes siguen siendo en el fondo los mismos. Son argumentos que, con sus debidas adaptaciones, pueden ser utilizados desde una perspectiva política (poniendo la Razón y Ley de Estado allí donde Santo Tomás pone la fe). Veamos desde aquí los tres puntos o momentos del argumento.

1. Hay libertad para abrazar la fe. Tanto los cristianos como los musulmanes saben que no pueden imponer la fe por la fuerza (a pesar de que algunas veces lo hayan hecho, de manera directa o indirecta, unos y otros). De todas formas, el principio es claro: no se puede obligar a la fe, no se puede hacer cristianos o musulmanes desde fuera, pues “no hay coacción en la religión”, como reza una máxima del Corán.

2. Pero se puede y se debe luchar contra los adversarios de la fe, es decir, contra aquellos que ponen en riesgo la fe de los creyentes. Tanto cristianos como musulmanes han promovido guerras para “defender la fe de sus fieles”, para impedir que los “enemigos de la fe” les obliguen a cambiarla o renegar de sus creencias. Este tipo de guerra en defensa de la fe de los creyentes (interpretada como el máximo bien común) ha estado en el fondo de las cruzadas y guerras santas de cristianas y musulmanas (con influjos en una y otra dirección). Muchos apelaron a este principio en España, en la última cruzada de España, casi a mediados del siglo XX. Éste es un argumento que los defensores de la guerra justa, de uno u otro tipo, siguen aplicando: podemos y debemos combatir a los enemigos de la fe verdadera o de la “democracia y los valores de occidente” o de los derechos humanos (o a los enemigos económicos).

3. Persecución contra los apóstatas, contra los que abandonan la fe que han prometido. El gran problema de la libertad en una religión no es la “entrada” (uno puede asumir con cierta libertad una religión o secta). El problema es la salida. Las inquisiciones cristianas se hicieron para impedir que los “creyentes” abandonaran la fe, aunque actualmente, en los países “democráticos” de occidente uno puede abandonar el cristianismo sin trauma ni persecución. Entre los musulmanes de muchos países parece mantenerse (¡y se mantiene el principio antiguo!): un musulmán que deja su fe y se hace cristiano en Arabia o Paquistán corre el riesgo de perder la vida. Éste es un tema pendiente en el mundo musulmán, un tema que sigue abierto, que deberá ser tratado con mucho diálogo, respeto y claridad. Pero no olvidemos que Santo Tomás habría defendido (desde el punto de vista cristiano) a los que impiden que un musulmán abandone la fe (dentro de un contexto musulmán).

3. Conclusión.

Santo Tomás es un cristiano ejemplar, pero, al mismo tiempo, era un defensor de la “razón de Estado”, interpretada desde el cristianismo. Ciertamente, empezó pensando como santo Domingo: la fe sólo se puede propagar por la palabra. Pero después pensó que podía y debía apelarse a la fuerza, defendiendo de esa forma, al menos en el fondo, las cruzadas (para defender la fe amenazada de los creyentes, en contra de sus enemigos) y las inquisiciones (para impedir que los creyentes abandonaran su fe) . En defensa de la fe se puede hacer la guerra, para proteger la fe se puede combatir a los disidentes. La mayor parte de los cristianos de occidente hemos abandonado estos principios de Santo Tomás (aunque la política de nuestros estados la aplica, de un modo político y económico). En torno a estos temas se sigue situando, hoy día, el diálogo con el mundo musulmán, con razones muy cruzadas, de tipo más religioso (muchos musulmanes) o de tipo más político-económico (muchos occidentales, de pasado cristiano).
En este contexto será bueno volver a los principios de Santo Domingo de Caleruela (Burgos), revisando la ontología cristiana de Santo Tomás de Aquino (Nápoles). Sólo así podremos celebrar la novedad de la libertad (de la Merced) que estamos proponiendo.
Volver arriba