Papa Francisco: trabajo y comunión ¡parados del mundo uníos!
-- Marx dijo, hace más de siglo y medio: ¡Obreros del mundo uníos! Pensaba que el trabajo de los explotados y pobres (¡pero al fin obreros!) podía unir a los trabajadores. Del trabajo vendría la unión, la nueva comunidad humana liberada.
-- Pero, actualmente, el capitalismo ya no necesita el trabajo de todos..., puede prescindir de millones de trabajadores. Por eso, en vez del "trabajadores uníos" podríamos formular un parados del mundo uníos...
No se trataría de unirse ante una oficina de empleo del Estado y del Capital, sino de unirse ante (y para) una forma nueva de vivir... e incluso de trabajar, pero no en línea de Capital.
Pienso que en esa perspectiva se puede entender la DSI de Francisco.
Introducción
La DSI (Doctrina Social de la Iglesia) es importante, pero mucho más importante es la PSI, Práctica Social de la Iglesia y de los cristianos
-- A veces se ha dicho que una buena Doctrina es la mejor Práctica, conforme al principio del "nihil volitum nisi precognitum" (sólo se quiera y hace aquello que primero se conoce). Pero ésa es sólo una parte de la verdad, pues la doctrina se puede volver ideología, que sirve para enmascarar los intereses (y dominar a los demás, como sabe Ap 13).
-- Hay que decir también (y sobre todo) que sólo una buena práctica puede fundar una buena doctrina..., conforme al principio de que primero se hace y después de conoce o reflexiona (nihil cognitum nisi pre-volitum, pre-factum...). Por eso, la mejor DSI depende de una buena PSI, de un compromiso real y eficaz de los cristianos en favor del buen trabajo, al servicio de la buena comunión.
-- En esa línea ha puesto de relieve el Papa Francisco la exigencia de una "espiritualidad del trabajo y de la comunión"..., una ESI (Espiritualidad Social de la Iglesia),básicamente práctica (PSI), que no es una evasión idealista o espiritualista, sino experiencia fuerte y activa de compromiso real concreto con el mundo (trabajo: Gen 1-2), al servicio de la comunión (Evangelio).
En esta línea parece que el Papa Francisco quiere volver a la PSI (más que DSI) de Juan Pablo II), que era más incisiva y realista que la de Benedicto XVI.
Introducción. Del Papa Benedicto al Papa Francisco
Algunos dicen que el Papa Benedicto (admirable en otros sentidos) buscaba la armonía y unidad del todo social y político, pero que de hecho corría el riesgo de dejar a los hombres y pueblos el manos de un Capital-Mercado-Estado mundial, que debería ser justo, pero que al final terminaba poniendo a los hombres en manos del sistema. Era quizá demasiado bueno y pensaba que el sistema puede ser honrado y que funcionara bien, con ciertos reajustes… sin dejar de “sistema”, a través de un tipo de "ontología social".
Pues bien, en contra de eso, somos muchos los que pensamos que el sistema económico-social en sí (guiado en el fondo por el capital) no puede convertirse, que es necesario romper el sistema, salir del sistema (como quisieron los hebreos en Egipto, como quiso Jesús devolviendo el denario al César).
Parece que el Papa Francisco volverá al esquema social de Juan Pablo II, que en este campo fue mucho más audaz que Benedicto XVI, condenando el capitalismo en sí (como había condenado el comunismo en sí), poniendo a los hombres concretos por encima de todo sistema. No sé cual será su doctrina como Papa, si escribirá algún documento sobre este tema… Pero es claro que lo que él piensa va más en la línea de Juan Pablo II que en la de Benedicto.
Pienso que esa línea pueden servir sus reflexiones sobre la Doctrina Social de Juan Pablo II, publicadas en el año 2003 y centradas en la necesidad de unir la espiritualidad del trabajo y de la comunión.
No existe espiritualidad del Capital, Dios no se manifiesta en el Capital… Dios se manifiesta en la comunión de los hombres (línea de Jesús) y en el trabajo (línea de Gen 1-2: trabajad, cultivad la tierra). Esta unión de la creación (Génesis) y la redención (amor mutuo del Cristo) define la doctrina social de Bergoglio, en su comentario de la Doctrina Social de Juan Pablo II.
Estas cosas dijo siendo obispo de BA, pienso que en esa línea (de un modo más universal) hablará como obispo de Roma:
La mirada espiritual considera al trabajo como expresión de todas las dimensiones del hombre: desde la más básica, que hace al “realizarse de la persona” hasta la más alta, que lo considera “servicio” de amor… Esa mirada nos hace valorar el carácter vinculante del trabajo, nos lleva a ver a todo hombre como “alguien que me pertenece” y realza el esfuerzo propio de cada uno como un “don para todos”.
¿Cómo es eso posible en una sociedad como la nuestra que pone el Trabajo al servicio del puro Capital, y que condena a la falta de trabajo digno a una mayoría de la población del mundo, en aras del Molok del sistema capitalista?
¿Cómo podrá hablarse de una espiritualidad de comunión y trabajo en una sociedad como la nuestra que niega el alma humana en aras del Capital (la única alma real del sistema)… y excluye del trabajo a cientos de millones de personas en aras de un tipo de Empresa, y niega la comunión en aras del Mercado?
Mirad la imagen:
-- Es necesario que el tren funcione
-- Es preciso que los hombres se entienda
-- Es necesario el buen trabajo, es necesaria la comunión
--¿Es necesario el tren? ¿Dónde nos llevará?
Siga leyendo quien quiere conocer la Doctrina social de fondo del Papa Francisco (en la línea de Juan Pablo II). Todo lo que sigue es suyo, del Cardenal Berdoglio.
(El texto está tomado de El verdadero poder es el servicio,
Editorial Claretiana, Buenos Aires, octubre de 2007).
Duc in altum, El Pensamiento social de Juan Pablo II
Duc in altum
Duc in altum! –“boga mar adentro!”, “sin vacilaciones!”, “a lo profundo!”–. La exhortación de Jesús a Pedro, que el mismo Juan Pablo II hace suya y nos la transmite con renovado ardor apostólico, nos anima a adentrarnos hoy en su vasto pensamiento social. Juan Pablo II es ciertamente el pontífice que más ha escrito sobre la cuestión social: tres encíclicas, innumerables discursos y homilías y la alusión constante a lo social en todos sus documentos nos sorprenden, no sólo por la vastedad sino por la amplitud de horizontes, el coraje y la profundidad con que el Papa asume toda la Doctrina Social de la Iglesia y la repropone de modo renovado y fervoroso.
Meternos “mar adentro” en su pensamiento tiene algo de las travesías que hacía el Señor con sus discípulos, aleccionándolos en medio de la rica y misteriosa realidad del lago de Genesareth, símbolo del mundo y de la historia. En el molde acotado de Laboren Excercens o de Sollicitudo rei socialis late toda la Doctrina Social de la Iglesia en un molde universal y concreto, iluminado por el Evangelio. Y se huele en el aire de mar la promesa de una pesca abundante. Desde el comienzo de su pontificado, el Papa obrero nos invita a entrar allí donde la vida social del hombre se juega a fuerza de remos, a fuerza de echar las redes una vez más: en el mundo del trabajo y de la solidaridad.
Duc in altum: con amplitud de horizontes
Comprometerse con la “cuestión social” es entrar de lleno en la “cuestión planetaria”.
Comienzo con unas palabras de Juan Pablo II en Novo Milenio Ineunte (2001):
Es notorio el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, sobre todo en el siglo XX, para interpretar la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más puntual y orgánico su propia contribución a la solución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria (NMI 52).
Para el Papa, “esta vertiente ético-social” debe proponerse “como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano”. Juan Pablo tiene el coraje de rechazar como “tentación” una “espiritualidad oculta e individualista”. Su propuesta es una espiritualidad de comunión, una espiritualidad que tiene en cuenta la dimensión social del hombre. La otra, individualista y oculta, “poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, con la lógica de la Encarnación y con la tensión escatológica del cristianismo”. Es verdad que la esperanza del cielo nos hace conscientes “del carácter relativo de la historia”. Pero esto “no nos exime en ningún modo del deber de construirla”. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: “El mensaje cristiano, no aparta a los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni los impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que los obliga más a llevar a cabo esto como un deber”.
Duc in altum, en la voz del Papa, es exhortación que nos consuela y fortalece para remar mar adentro del nuevo milenio y, con la luz del Evangelio, ilumin
ar la “cuestión social” que ha llegado a ser una cuestión planetaria.
Duc in altum es invitación a comprometernos con la tarea de la construcción del mundo e impulso a preocuparnos por el bien común de nuestro semejantes como un deber que brota del Evangelio mismo.
Los hitos principales de la Doctrina Social en el siglo XX
El esfuerzo del magisterio por interpretar la realidad social a la luz del Evangelio, del que habla el Papa, lo ha tenido a él mismo como principal protagonista.
En Tertio Millenio Adveniente (1994) Juan Pablo II nos recuerda los hitos principales del pensamiento social de los pontífices y del suyo propio:
Los Papas a lo largo del siglo, siguiendo las huellas de León XIII, han tratado sistemáticamente los temas de la Doctrina Social Católica, considerando las características de un sistema justo en el campo de las relaciones entre trabajo y capital. Basta pensar en la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI, en las numerosas intervenciones de Pío XII, en la Mater et Magistra y en la Pacem in terris de Juan XXIII, en la Populorum progressio y en la carta apostólica Octogesima adveniens de Pablo VI. Sobre este tema yo mismo he vuelto repetidamente: he dedicado la encíclica Laborem exercens de modo particular a la importancia del trabajo humano, mientras que con la Centesimus annus he intentado reafirmar la validez de la doctrina de la Rerum novarum después de cien años.
Además, anteriormente con la encíclica Sollicitudo rei socialis había propuesto de nuevo en forma sistemática toda la Doctrina Social de la Iglesia desde la perspectiva del enfrentamiento entre los dos bloques Este-Oeste y del peligro de una guerra nuclear. Los dos elementos de la Doctrina Social de la Iglesia –la tutela de la dignidad y de los derechos de la persona en el ámbito de una justa relación entre trabajo y capital, y la promoción de la paz– se encontraron en este texto y se fusionaron (TMA 22).
Una espiritualidad del trabajo
Teniendo en cuenta los dos elementos de la Doctrina Social de la Iglesia que señala el Papa –“la tutela de la dignidad y de los derechos de la persona en el ámbito de una justa relación entre trabajo y capital, y la promoción de la paz”– en esta breve exposición nos centraremos en la cuestión del trabajo. Y lo haremos desde la perspectiva de la “espiritualidad del trabajo”.
Explico el porqué de esta opción. En Novo Millennio Ineunte, esa espiritualidad nueva, solidaria, de comunión, que menciona el Papa, tiene una concreción llamativa en lo que él califica como “una espiritualidad del trabajo”:
Gran impacto tuvo el encuentro de los trabajadores, desarrollado el 1 de mayo dentro de la tradicional fecha de la fiesta del trabajo. A ellos les pedí que vivieran la espiritualidad del trabajo, a imitación de san José y de Jesús mismo. Su jubileo me ofreció, además, la ocasión para lanzar una fuerte llamada a remediar los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo, y a gestionar con decisión los procesos de la globalización económica en función de la solidaridad y del respeto debido a cada persona humana (NMI 10).
Explícitamente, el Papa unía el trabajo exhortando a esa Espiritualidad de Comunión, que quiere ser el paradigma de la Iglesia del nuevo milenio. Las características de esta espiritualidad están bellamente señaladas:
Espiritualidad de la Comunión significa una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado (NMI 43).
Seguidamente, el Papa especifica tres ámbitos en los que nos tenemos que “capacitar” para la comunión a la luz de esta presencia de Dios en el rostro de cada hombre. Las caracterizaríamos así:
Capacitarnos en el sentido de pertenencia a un cuerpo
Espiritualidad de la Comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad (NMI 43).
Capacitarnos en una visión que valora orgánicamente
Espiritualidad de la Comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente (NMI 43).
Capacitarnos en dar espacio al otro y no en dominar espacios
En fin, Espiritualidad de la Comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias (NMI 43).
Pensamos que esta Espiritualidad de Comunión, de múltiples resonancias en cada ámbito concreto de la vida eclesial, tiene un sabor especial si la aplicamos a esa espiritualidad del trabajo que el Papa invitaba a cultivar a los obreros. Notemos, dicho sea de paso, que comunión y trabajo son las dos únicas realidades que en el documento connotan a la espiritualidad.
Duc in altum: con el coraje de entrar en el tema de fondo
El trabajo, clave de la cuestión social
Veamos porqué.
Preguntémonos: ¿cuál es la concepción de Juan Pablo II sobre el trabajo humano?
Todos sabemos que Redemptor Hominis, su primera encíclica (1979), fue programática. El Papa pensaba que había que partir del hombre, de ese hombre cuyo sentido profundo y final sólo se encuentra en Jesucristo, Redentor del hombre. Dos años después, en 1981, Juan Pablo II publicó Laborem Excercens. Otra encíclica programática que Juan Pablo II dedicó “al hombre” en el vasto contexto de esa realidad que es el trabajo:
Deseo dedicar este documento precisamente al trabajo humano, y más aún deseo dedicarlo al hombre en el vasto contexto de esa realidad que es el trabajo. En efecto, si como he dicho en la Encíclica Redemptor Hominis, publicada al principio de mi servicio en la sede romana de San Pedro, el hombre “es el camino primero y fundamental de la Iglesia”, y ello precisamente a causa del insondable misterio de la Redención en Cristo, entonces hay que volver sin cesar a este camino y proseguirlo siempre nuevamente en sus varios aspectos en los que se revela toda la riqueza y a la vez toda la fatiga de la existencia humana sobre la tierra (LE 1).
Destacamos pues, en primer lugar, esta visión del Papa que nos habla de una espiritualidad que “comienza y se mete mar adentro” por el camino del hombre. De un hombre, bueno es subrayarlo, sumergido en el misterio de Jesucristo Redentor, pero no de un hombre sólo en su dimensión vertical, sino de un hombre contextuado en la realidad y en la historia desde el punto de vista del trabajo.
¿De dónde esta importancia del trabajo? ¿No se destacan más otros valores como el de la solidaridad y el de la paz que supone la justicia…?
Oigamos lo que piensa el Papa del trabajo en relación a la cuestión social:
Si en el presente documento volvemos de nuevo sobre este problema (el de “la cuestión social”) –sin querer por lo demás tocar todos los argumentos que a él se refieren– no es para recoger y repetir lo que ya se encuentra en las enseñanzas de la Iglesia, sino más bien para poner de relieve –quizá más de lo que se ha hecho hasta ahora– que el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre. Y si la solución, o mejor, la solución gradual de la cuestión social, que se presenta de nuevo constantemente y se hace cada vez más compleja, debe buscarse en la dirección de “hacer la vida humana más humana”, entonces la clave, que es el trabajo humano, adquiere una importancia fundamental y decisiva (LE 3), (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2427).
Hace apenas dos años, con ocasión del XX aniversario de Laborem Excercens, Juan Pablo II ratificó esta intuición del comienzo de su pontificado:
Mientras exista el hombre, existirá el gesto libre de auténtica participación en la creación que es el trabajo. Es uno de los componentes esenciales para la realización de la vocación del hombre, que se manifiesta y se descubre siempre como el que está llamado por Dios a “dominar la tierra”. Ni aunque lo quiera, puede dejar de ser “un sujeto que decide de sí mismo” (LE, 6). A él Dios le ha confiado esta suprema y comprometedora libertad. Desde esta perspectiva, hoy más que ayer, podemos repetir que “el trabajo es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social” (Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a la Conferencia Internacional “El Trabajo, Clave de la Cuestión Social” en el XX Aniversario de la Laborem Excercens; 14 de Setiembre de 2001).
Esta repetición la hace el Papa desde la perspectiva de la esencia misma del hombre, esencia de la que brota la misión de “dominar la tierra” y que implica la “libre decisión de ser colaborador de su Creador. Subyace aquí la profecía de Romano Guardini, cuando en su libro sobre El Poder señalaba el motivo fundamental del cambio de paradigma que se venía operando de manera creciente en nuestro mundo moderno. Guardini decía que el rasgo más abarcador y decisivo de nuestra civilización actual era que el poder se estaba convirtiendo, de manera creciente, en algo anónimo. De allí provienen, como de una raíz, todos los peligros y las injusticias que sufrimos actualmente. Y el antídoto que proponía Guardini no era otro sino el hacerse responsable cada uno y de manera solidaria del poder. En este preciso punto se sitúa la visión de Juan Pablo II sobre el trabajo humano como el lugar donde el hombre se decide líbremente por la utilización del poder como servicio y colaboración en la obra creadora de Dios para el bien de sus hermanos.
El hombre que trabaja, libre, creativa, participativa y solidariamente
El trabajo es el lugar donde todos los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y de la sociedad adquieren concreción real. Juan Pablo II siempre ha reafirmado que el primer punto de la Doctrina Social, de donde derivan todos los demás, es que: el orden social tiene por centro al hombre... Al hombre que trabaja, nos animamos a agregar; al hombre que trabaja, libre, creativa, participativa y solidariamente.
En este hombre que trabaja se centran y se vinculan los demás principios de manera concreta.
Por el trabajo se hace real el principio de la “destinación universal de los bienes”.
Por el trabajo se torna real “la legitimidad de la propiedad privada, como condición indispensable de autonomía personal y familiar”.
En la valoración del trabajo –de todos los trabajos– como la fuente de donde surgen todos los bienes que permiten la vida de la sociedad, radica la concepción de los deberes y derechos que debe regular el Estado y se clarifica el propio papel del Estado como promotor y tutor del bien común.
El trabajo: lugar donde se operan gradualmente todas las transformaciones sociales
Esta perspectiva anclada en el hombre que trabaja, echa por tierra todas las concepciones fatalistas y mecanicistas a la hora de juzgar cómo y dónde se operan las grandes transformaciones sociales.
Sería un grave error creer que las transformaciones actuales acaecen de modo determinista. El factor decisivo, dicho de otro modo, “el árbitro” de esta compleja fase de cambio, es una vez más el hombre, que debe seguir siendo el verdadero protagonista de su trabajo. Puede y debe hacerse cargo de modo creativo y responsable de las actuales transformaciones, para que contribuyan al crecimiento de la persona, de la familia, de la sociedad en la que vive y de la entera familia humana (cf. Laborem Exercens, 10).
Visión personalista y orgánica de la dimensión social del trabajo
Diez años después de su primera Encíclica social, en Centesimus Annus (1991), volvía a situar el Papa al hombre que trabaja en el centro de la vida económico-social:
Con el propósito de esclarecer el conflicto que se había creado entre capital y trabajo, León XIII defendía los derechos fundamentales de los trabajadores. De ahí que la clave de lectura del texto leoniano sea la dignidad del trabajador en cuanto tal y, por esto mismo, la dignidad del trabajo, definido como «la actividad ordenada a proveer a las necesidades de la vida, y en concreto a su conservación» (CA 6).
El Pontífice califica el trabajo como personal, ya que la fuerza activa es inherente a la persona y totalmente propia de quien la desarrolla y en cuyo beneficio ha sido dada. El trabajo pertenece, por tanto, a la vocación de toda persona; es más, el hombre se expresa y se realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación bien sea con la familia, bien sea con el bien común, porque se puede afirmar con verdad que el trabajo de los obreros es el que produce la riqueza de los Estados. Todo esto ha quedado recogido y desarrollado en mi encíclica Laborem Exercens 15 (CA 6). Este número 15 de Laborem Excercens es clave en una visión orgánica de la dignidad del trabajo desde la perspectiva del argumento personalista.
La relación entre trabajo y capital
En la relación necesaria que se da entre trabajo y capital, el trabajo tiene prioridad, puesto que el hombre “desea que los frutos del trabajo estén a su servicio y al de los demás” y también desea ser corresponsable y coartífice del trabajo que realiza. Desea que se lo “tome en consideración en el proceso mismo de la producción, desea sentir que está trabajando “en algo propio” .
Esta conciencia se extingue en él dentro del sistema de una excesiva centralización burocrática, donde el trabajador se siente engranaje de un mecanismo movido desde arriba; se siente por una u otra razón un simple instrumento de producción, más que un verdadero sujeto de trabajo dotado de iniciativa propia. Las enseñanzas de la Iglesia han expresado siempre la convicción firme y profunda de que el trabajo humano no mira únicamente a la economía, sino que implica además y sobre todo, los valores personales (LE 15).
La relación entre trabajo y propiedad privada
Desde esta perspectiva de los valores personales, Juan Pablo II se sitúa en el núcleo de la discusión entre propiedad privada o socialización de los medios de producción y dice que lo importante, en cualquiera de los dos sistemas que se adopten a nivel macro-estructural, es que el hombre que trabaja, tenga conciencia de estar trabajando “en algo propio”.
El mismo sistema económico y el proceso de producción redundan en provecho propio, cuando estos valores personales son plenamente respetados. Según el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, es primordialmente esta razón la que atestigua en favor de la propiedad privada de los mismos medios de producción. Si admitimos que algunos ponen fundados reparos al principio de la propiedad privada –y en nuestro tiempo somos incluso testigos de la introducción del sistema de la propiedad “socializada”– el argumento personalista sin embargo no pierde su fuerza, ni a nivel de principios ni a nivel práctico. Para ser racional y fructuosa, toda socialización de los medios de producción debe tomar en consideración este argumento. Hay que hacer todo lo posible para que el hombre, incluso dentro de este sistema, pueda conservar la conciencia de trabajar en “algo propio”. En caso contrario, en todo el proceso económico surgen necesariamente daños incalculables; daños no sólo económicos, sino ante todo daños para el hombre (LE 15).
El salario digno
Dentro de esta visión de “trabajar en algo propio”, la cuestión del salario digno es clave:
Esta consideración no tiene un significado puramente descriptivo; no es un tratado breve de economía o de política. Se trata de poner en evidencia el aspecto deontológico y moral. El problema-clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado. No existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo. Independientemente del hecho de que este trabajo se lleve a efecto dentro del sistema de la propiedad privada de los medios de producción o en un sistema en que esta propiedad haya sufrido una especie de “socialización”, la relación entre el empresario (principalmente directo) y el trabajador se resuelve en base al salario: es decir, mediante la justa remuneración del trabajo realizado” (LE 19).
En este punto concentra el Papa toda su visión del hombre que trabaja. El salario digno se convierte en el punto clave para verificar la justicia o injusticia de todo sistema socio-económico, ya que es lo que vuelve real el principio del “uso común de los bienes”.
Hay que subrayar también que la justicia de un sistema socio-económico y, en todo caso, su justo funcionamiento merecen, en definitiva, ser valorados según el modo como se remunera justamente el trabajo humano dentro de tal sistema. Con respecto a esto volvemos de nuevo al primer principio de todo el ordenamiento ético-social: el principio del uso común de los bienes. En todo sistema que no tenga en cuenta las relaciones fundamentales existentes entre el capital y el trabajo, el salario, es decir, la remuneración del trabajo, sigue siendo una vía concreta, a través de la cual la gran mayoría de los hombres puede acceder a los bienes que están destinados al uso común: tanto los bienes de la naturaleza como los que son fruto de la producción. Los unos y los otros se hacen accesibles al hombre del trabajo gracias al salario que recibe como remuneración por su trabajo. De aquí que, precisamente el salario justo se convierta en todo caso en la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcionamiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente importante y es en cierto sentido la verificación-clave (LE 19).
Crear estructuras que tutelen la dignidad del trabajo
Dado que en torno al trabajo dignamente remunerado se juega la participación real de todo hombre en la destinación universal de los bienes, el Papa exhorta a las instituciones a “crear estructuras que tutelen la dignidad del trabajo”:
Ante estos problemas, hay que imaginar y construir nuevas formas de solidaridad, teniendo en cuenta la interdependencia que une entre sí a los hombres del trabajo. Aunque el cambio actual es profundo, deberá ser más intenso aún el esfuerzo de la inteligencia y de la voluntad para tutelar la dignidad del trabajo, reforzando, en los diversos niveles, las instituciones afectadas. Es grande la responsabilidad de los Gobiernos, pero no menos importante es la de las organizaciones encargadas de tutelar los intereses colectivos de los trabajadores y de los empresarios. Todos están llamados no sólo a promover estos intereses de forma honrada y por el camino del diálogo, sino también a renovar sus mismas funciones, su estructura, su naturaleza y sus modalidades de acción. Como escribí en la encíclica Centesimus Annus, estas organizaciones pueden y deben convertirse en “lugares donde se expresa la personalidad de los trabajadores” (CA. 15) (Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a la Conferencia Internacional El Trabajo, Clave de la Cuestión Social, en el XX Aniversario de la Laborem Excercens; 14 de Setiembre de 2001).
Esta tarea de crear estructuras que tutelen la dignidad del trabajo comporta una doble exigencia. Para los pensadores e investigadores de distintas disciplinas, el desafío está en “pensar con rigor científico y con sabiduría” el tema del trabajo, de manera que ayuden a comprender el cambio que se está dando en el mundo del trabajo y a señalar ocasiones y riesgos. Y para todos los cristianos, el desafío radica en hacer “una opción preferencial de amor” por los más pobres, por los “excluidos del trabajo”:
Hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad. Ignorarla significaría parecernos al “rico Epulón” que fingió no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16, 19-31) (SRS 42).
Uniendo, en una mirada, espiritualidad de comunión y espiritualidad de trabajo podemos afirmar que:
Lo común de toda espiritualidad de comunión, desde el punto de vista del sujeto, es esa mirada del corazón. Una mirada cordial es una mirada integradora. Frente a la concepción que reduce el trabajo a un mero empleo, que tiene por fin la producción de bienes que sólo sirven para algunos, la mirada espiritual considera al trabajo como expresión de todas las dimensiones del hombre: desde la más básica, que hace al “realizarse de la persona” hasta la más alta, que lo considera “servicio” de amor.
Desde el punto de vista objetivo, esa mirada cordial, que se dirige simultáneamente “al misterio de la Trinidad y al misterio de cada rostro humano”, nos hace valorar el carácter vinculante del trabajo, nos lleva a ver a todo hombre como “alguien que me pertenece” y realza el esfuerzo propio de cada uno como un “don para todos”. En torno a estos valores se teje una sociedad humana sin exclusiones de ninguna clase. Al mismo tiempo, el trabajo abre por sí mismo esos “espacios de participación” de que habla el Papa, y los convierte en espacios de una participación real, concreta, digna.
Duc in altum: hacia la profundidad teológica de la dignidad del trabajo
La dignidad sobreeminente del trabajo de Jesucristo
El trabajo hace a la dignidad del hombre, vinculando su dimensión personal y su dimensión social, pero no sólo esto, sino que tiene una dignidad sobreeminente cuya razón última radica en Jesucristo. Así lo expresa el Papa en Christifidelis Laici:
Con el trabajo, el hombre provee ordinariamente a la propia vida y a la de sus familiares; se une a sus hermanos los hombres y les hace un servicio; puede practicar la verdadera caridad y cooperar con la propia actividad al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente, trabajando con sus propias manos en Nazaret (CL 43).
Si valoramos en su justa medida lo que significa que el Señor nos redimió con toda su vida –acciones, palabras y gestos, alegrías y padecimientos… – sus largos años de trabajo silencioso y cotidiano en el pequeño mundo de Nazareth deben pesar en nuestro ánimo con toda su magnitud. Si laten en silencio en el Evangelio es precisamente por eso: porque el valor de una espiritualidad del trabajo es de por sí silenciosa, humilde, contenida. “Dignidad sobreeminente del trabajo”, así califica el Papa al trabajo de Jesús, hecho con sus propias manos.
Es que el trabajo hunde la raíz de su dignidad en la Trinidad misma: “Mi Padre trabaja y Yo también trabajo”, dice el Señor. Es precisamente una imagen de trabajo la que destaca el Papa para que la guardemos en el corazón de manera de poder enfrentar los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo:
Baste pensar en la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las tantas contradicciones de un mundo «globalizado», donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener muy poco que esperar?
En este mundo, dice el Papa, “es donde tiene que brillar la esperanza cristiana”. ¿Y cuál es, pues, la imagen universal y concreta, que nos presenta como la más clara y eficaz de la esperanza cristiana? Es la imagen de Jesús, Maestro de comunión y servicio. Es significativo –dice el Papa- que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del «lavatorio de los pies», en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13, 1-20). El Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convivial (en el servicio humilde del lavatorio de los pies, trabajo de esclavo) la promesa de una humanidad renovada por su amor (Ecclesia de Eucharistia…).
En la celebración de ese “trabajo” en el que, imitando al Redentor, la Iglesia “hace la Eucaristía”, se condensa toda la tensión escatológica del cristianismo: el compromiso de transformar el mundo y toda la existencia para que se vuelva eucarística:
Anunciar la muerte del Señor «hasta que venga» (1 Cor 11, 26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo «eucarística». Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana (Ecclesia de Eucharistía 20).
Quiero concluir estas reflexiones expresando al Santo Padre los sentimientos de gratitud de todos nosotros por toda esta rica doctrina acerca de la cuestión social tal como nos la propone: con amplitud de horizontes, con el coraje de entrar en el tema de fondo y apuntando hacia la profundidad teológica de la dignidad del trabajo. Santo Padre, muchas gracias.
Junio de 2003