Un Pastor, muchos carismas y funciones eclesiales

La imagen del Pastor que el evangelio de este día 22.4.18 (Jn 10, 11-18) ha evocado para describir la función de Jesús proviene del Oriente, donde la emplearon los reyes de Mesopotamia, que se definían como “pastores de pueblos”.

En la Biblia emplearon esa imagen diversos profetas y apocalípticos para referirse a los reyes y dirigentes (sacerdotes) de Israel, calificando a casi todos como pastores malos. A diferencia de ellos, el evangelio presenta a Jesús como el buen pastor que conoce, cuida y libera a sus ovejas.

He debido estudiar esta imagen del pastor, tanto en un libro que escribí hace tiempo sobre Mt 25,31-46 (¡como el pastor separa a las ovejas de las cabras...), y en el Comentario de Mateo (VD 2016), precisando su contexto, sus valores y sus limitaciones, llegando a la conclusión de que ésta es una imagen que apenas ha sido elaborada críticamente por la tradición teológica y jurídica cristiana, con la limitación que ello implica.


Significativamente, uno que ha estudiado bien el poder de los reyes-pastores de Oriente ha sido Michel Foucault (en un libro titulado Omnes et Singulatim, todos juntos y de uno en uno…), donde compara su autoridad con la de los políticos de Grecia y los emperadores de Roma, con las limitaciones que ofrece cada imagen.

No digo que deben aceptarse sin más las conclusiones de Foucault, pero no sería malo tenerlas en cuenta para plantear el tema de Jesús como Buen Pastor, y más en concreto el de los pastores cristianos de nuestro tiempo.



-- Estos son los temas que siguen: Un vocabulario de "pastores" cristianos, que no define el tema, pero nos ayuda a entender el sentido que se ha dado a la función de los pastores eclesiales.

-- Una propuesta de actualización de la función de los pastores cristianos, desde la pespectiva de la Biblia y de la actualidad.

No es fácil responder a las preguntas que plantea el tema. Buen día y buen trabajo a quienes quieran penetrar en ellas.


UN VOCABULARIO

El Jesús de Jn 10 se presenta como el Buen Pastor (¡uno, único!), reformulando (y en el fondo criticando) una imagen tomada de aquel tiempo, en un momento en que el conjunto de Israel en Palestina había sido descarriado, utilizado y destruido por “malos pastores” que engañaron y terminaron matando a sus ovejas. Frente a ellos, Juan presenta a Jesús como el único Buen Pastor que podía respetar, guiar y salvar a las ovejas.

Pues bien, a imagen de Jesús, han querido ser “buenos” pastores los animadores o ministros de las iglesias, que han ido recibiendo a lo largo del tiempo más de cien nombres. Esos nombres no definen lo que han sido los "pastores cristianos", pero nos ayudan a situarles mejor:

Lenguaje del NT. Los “animadores” de Iglesia reciben en Pablo, Mateo etc. diversos nombres:

a. Nombres que después han recibido un sentido oficial

-- Obispos: Inspectores o supervisores (obispos),
-- Presbíteros (prestes, priest, Priester…), miembros del consejo de ancianos o senadores (presbíteros),
-- Diáconos, servidores comunitarios (diáconos, ministros o criados de la Iglesia)…

b. Nombres que aparecen en el NT en varios contextos:

-- Comerciantes malos del evangelio: traficantes de la Palabra (cf. 2 Cor 3)
-- Dirigentes (instructores, cathegetas, hegoumenoi) aunque lo prohíbe Mt et
-- Escribas (hombres de Escritura)
-- Exorcistas (expertos en expulsar malos espíritus)
-- Glosólalos, personas que hablan en lenguas ocultas, carismáticos
-- Maestros (que enseñan...)
-- Obreros de la construcción de la Iglesia
-- Padres de la comunidad (a pesar de que lo prohíbe Mt 23)
-- Pastores (que apacientan el rebaño de Jesús)
-- Pilotos o kibernetes,que guían la nave de la iglesia
-- Profetas (hombres de palabra)
-- Rabinos (grandes, en hebreo-arameo), a pesar de que lo prohíbe Mt 23
-- Sabios (conocedores experimentados)
-- Sanadores, que curan enfermos

-- Sacerdotes. Este título tiene una importancia especial... Estrictamente hablando, la palabra Sacerdote/Sacerdocio en el NT se aplica sólo a Cristo (carta a los Hebreos), o al conjunto de la comunidad cristiana (en 1 Pedro y Apocalipsis), pero a partir del siglo III d.C. se aplica también a los ministros de la Iglesia.

Terminología eclesiástica, de tipo clerical

-- Baculados... si llevan el báculo/cayado de pastor de almas
-- Beneficiados, tienen un “beneficio” del que viven…
-- Canónigos, tienen una canonjía
-- Capellanes
-- Cardenales
-- Clérigos, cregos...
-- Curas (los que tienen el cuidado de las comunidades)
-- Deanes (los decanos o primeros de una comunidad)
-- Eclesiásticos
-- Mitrados, llevan Mitra (gorro sacral)
-- Mosén, monseñores
-- Párrocos
-- Penitenciarios
-- Predicadores, como en muchas comunidades protestantes
-- Purpurados, vestidos de púrpura
-- Teólogos...
-- Vicarios

Se les ha llamado también con otros nombres de tipo social: Son

-- Amos de la hacienda de Jesús
-- abades/padres: hombres de experiencia (abadeak, apaitzak…)
-- directores de la empresa eclesial,
-- mandos de la iglesia (en lenguaje casi fascismo),
-- padres de la comunidad, como se les llama en muchísimos lugares
-- responsables de la Iglesia (tienen una responsabilidad,son fiables).

O podemos buscar otros nombres:
-- Administradores de iglesia
-- Animadores comunitarios
-- Coaches o entrenadores de la empresa eclesial
-- Directores de conciencia
-- Gerentes eclesiales...
-- Gurus

Con nombres peyorativos, tomados las del entorno religiones, los ministros cristianos han sido comparado (casi siempre en forma de oposición) o otros dirigentes “sagrados”:

-- Augures, agoreros: Que echan suertes e investiga el futuro
-- Brujos
-- Chamanes
-- Hechiceros
-- Magos

Esta tabla de "pastores de iglesia" puede ayudarnos a situar su función dentro de una determinada sociedad. Ha de ser precisada. Faltan, sin duda, funciones, quizá sobran otras.

SER HOY PASTORES CRISTIANOS. UNA PROPUESTA

El siglo XX ha sido un siglo de búsqueda de nuevos dirigentes eclesiales… El siglo XXI será el siglo del pueblo cristiano, llamado a recrear la figura de los pastores de la Iglesia, de una forma que está en marcha ya, aunque no podemos adelantar los resultados.

Parece normal que la iglesia siga utilizando los nombres “canónicos” del NT: Obispos, presbíteros, diáconos, pero quizá actualizando su sentido y función.

Pero ha llegado el momento de volver a la raíz, como dicen casi todos (aunque algunos parece que no quieren), con el Vaticano II y la tarea de una nueva evangelización que se funde en el Pueblo de Dios, y no en grupos o partidos elitistas.

Una situación compleja.

El sistema político-social y económico es duro con quienes no sirven (no le sirven), de manera que los excluye y expulsa de sus beneficios. Precisamente entre esos expulsados ha de elevar la Iglesia sus comunidades creyentes, no por oponerse a otros grupos religiosos, sino porque descubre y quiere celebrar en gratuidad la Vida de Dios desde la vida amenazada de los hombres.

Pues bien, los cristianos no pretenden conquistar el sistema, es decir, el todo, ganando así el mundo (pues de hacerlo se harían sistema), sino acoger el don de Dios en Cristo (ser contemplativos) y compartir su gracia, sin luchar con armas contra el mundo, ni crear sacralidades elitistas. De esa forma expresan el sentido de la creación de un Dios que se introduce en la historia, expresando su amor gratuito en el amor que los hombres tienen y comparten. Ellos mismos son encarnación de Dios: vida que se expresa plenamente y triunfa de la muerte, en esperanza de resurrección.

Todos laicos (pueblo), todos sacerdotes (de Dios)

Jesús fue hombre del pueblo y cultivó los símbolos 'laicales' de la vida: la Palabra sanadora, el pan y vino compartido, el amor generoso, el don de la persona. No fue reformador de instituciones, ni quiso crear un orden especial de nuevos ritos, sino desarrollar la creación, partiendo desde abajo, de los pobres, y por eso fue asesinado por los representantes del sistema político-religioso.

Pues bien, algunos de sus seguidores creyeron en él y fundaron varias comunidades (Galilea, Jerusalén, los helenistas) para mantener su memoria, centrada en el mensaje de Reino y el Pan compartido, sabiendo que todos eran sacerdotes de Dios, como decía “Pedro” (1 Pedro) y Juan (Apocalipsis), lo mismo que Pablo. Para ello crearon diversos ministerios (de enviados y profetas, maestros y servidores, ancianos e inspectores) que surgieron de la misma entraña mesiánica y secular de su movimiento, no para sustituir al “pueblo sacerdotal”, sino para expresar de formas concretas el sacerdocio de todos (como destacó Pablo en 1 Cor 12-14).

Como es normal, por creatividad evangélica y presión del entorno, los cristianos posteriores, de cultura helenista o latina (occidental), han creado o aceptado instituciones de tipo sagrado y poder social, que se han mantenido hasta el día de hoy (año 2018). Pero el tiempo de esas instituciones parece estar acabando y desde la raíz del evangelio han de surgir, en las mismas comunidades, creyentes liberados para el ministerio evangélico, varones o mujeres, judíos o gentiles, libres o siervos… (Gal 3, 28), en libertad y comunión de amor, al servicio de la Palabra y de la Comunión mesiánica, como si estos tiempos fueran (y son) los definitivos (cf. Mc 1, 14-15). Así ha de darse ahora, a comienzos del siglo XXI, la nueva revolución cristiana, empalmado con la primera, en el siglo I d.C.

En la cúpula y la base


Ciertamente, hay un deseo de cambio en la “cúpula”, si es que se puede utilizar esa palabra, como parece querer desde el principio de su pontificado (2013) el Papa Francisco que tomó el nombre de un “láico”, hombre del pueblo de Dios, no sacerdote “ordenado”, ni siquiera diácono (como ha querido hacerle una leyenda).

El cambio ha empezado ya, de forma oculta (como grano de mostaza) y continuará por obra de personas y grupos que asuman con nueva ingenuidad el evangelio, creando comunidades de amor de amor mutuo (de contemplación activa), capaces de abrirse y de unir a todos los hombres desde el Cristo, en Palabra y Pan, sobre el sistema, pero en diálogo con las religiones.

La cúpula de la iglesia católica actual (centrada en la Curia Vaticana) tiende a mantenerse por inercia y es bueno que lo haga, pues un puro vacío institucional dejaría al descampado a millones de creyentes. Pero no puede quedar así, sino que ha de cambiar por sí misma o la cambiarán por fuerza, conforme al paradigma del templo, que 'por bien de los creyentes' tuvo que ser destruido (cf. Mc 11, 15-19 par).

Éste no puede ser ya un cambio de cúpula clerical, algo que podría hacerse con pocas variaciones, suprimiendo el Estado y Curia Vaticana, para que las iglesias particulares siguieran siendo lo que son, pero más independientes. Éste no puede ser un cambio clerical (de algunos que se creen privilegiados), sino cristiano, evangélico, en el sentido más intenso de ese término. Éste ha de ser un cambio integral, en exploración y comunicación evangélica:

− Exploración: libertad de gracia. Explorar implica introducirse en la experiencia de Dios, tal como la vivió Jesús, dejarse curar y trasformar, como aquellos a quienes él curaba, para ver y escuchar, hablar y caminar, dejarse iluminar, con Pedro y María Magdalena, con Felipe el evangelista y con Pablo. Los nuevos ministros cristianos deben ser transformados por la riqueza del mensaje de Jesús, sondeando el impulso del Evangelio desde las condiciones de este mundo para abrir caminos en el nuevo continente del Reino, con la fuerza del Espíritu, en experiencia gratuita de creatividad, recreando lo que habían sofocado los escribas del sistema.

Los 'nuevos escribas' de la iglesia, han tendido a convertirse en propietarios del evangelio, como si sólo ellos pudieran entenderlo y vivirlo de verdad, y así lo dicen (lo decimos), con cartas encíclicas y libros, documentos y textos. Los laicos viven, según eso, en situación de libertad vigilada, con derecho a 'tener buenos pastores'. Pero ha llegado la hora de la responsabilidad de todos los cristianos.

− Comunicación: unidad desde la base... y desde la palabra de Jesús. No basta explorar, hay que avanzar creando caminos de comunión personal, para transformar a las personas y crear formas de comunicación evangélica. En esta perspectiva, es buena la protesta protestante, pero sólo si culmina en una voluntad real de comunicación (Palabra y Pan), pues, de lo contrario, ella podría conducir a un individualismo donde cada uno hace su lectura de la Biblia, sin que importen los demás. Debemos superar todo individualismo cerrado y todo espíritu de secta o de pequeño grupo de sabios o justos, para abrir el evangelio a todos los humanos.

Del pueblo cristiano a las instituciones

No se trata sólo de cambiar las instituciones, suprimiendo las viejas y creando unas nuevas, más modernas y 'democráticas' en un sentido sólo externo, como quieren algunos, en la línea del sistema político actual; ni de cambiar a las personas que gobiernan, poniendo en su lugar otras mejores (cosa difícil y casi inútil, si siguen las mismas estructuras), sino de superar desde el evangelio un tipo de institución actual, no para abandonar a cada uno a la improvisación y al grupo a la anarquía, sino para ensayar y promover desde Jesús un encuentro de Palabra y Pan que ofrezca espacio y camino de concordia para todos los humanos. Estamos en una situación compleja.

‒ Simplificando la situación, pudiéramos decir que, al menos en algunos lugares, existe jerarquía clerical, pero sin verdadera comunidad cristiana (patronos sin clientes) y, por otra, hay comunidades sin jerarcas. Hay cristianos que viven a solas, muy a la intemperie, creyentes que no necesitan este tipo de institución, y otros que buscan desesperadamente unas instituciones fuertes a las que entregar su libertad, en gesto de endogamia sacral.

‒ La jerarquía ha tendido a convertirse en valor separado: ella se nombra a sí misma, crea sus ministros, hace sus concilios, publica documentos, como si los demás creyentes fueran secundarios o subordinados. Muchos cristianos no se sienten representados por la jerarquía y, aunque participan en algunos actos oficiales de la iglesia (bautismos, bodas, entierros) cultivan su propia moral y viven su experiencia cristiana por aislado sin crear comunidades de creyentes.

La respuesta es volver a los orígenes del mensaje y confesión de Jesús como Hijo de Dios, a su experiencia del Reino. Este es el camino universal: dejar que el evangelio nos inquiete y transforme, explorando con su ayuda y suscitando formas de celebración intensa de la palabra y el pan de Jesús (que son el pan y palabra de la vida concreta), desde ahora mismo, en libertad, sin esperar a que lo diga una jerarquía superior (pero sin negarla), en obediencia compartida al Dios de Cristo.

Hemos vuelto, casi sin buscarlo, al esquema de los primeros grupos eclesiales que surgieron por obra del Espíritu y con ellos debemos explorar nuevos caminos en dirección de evangelio, ofreciendo así nuestra esperanza de comunión en libertad para todos los hombres y mujeres. Como ellos estamos (debemos estar) atentos al evangelio y a las circunstancias de esta nueva vida, al comienzo del tercer milenio.
Conocer la historia, para cambiar la situación actual.

No defiendo el angelismo o la improvisación (que cada uno viva y haga como quiera, llamándose cristiano), pero tampoco la imposición unitaria de una jerarquía o la nivelación y sometimiento de los fieles, ni la pura anarquía. En el principio de la iglesia había tendencias y grupos que brotaron del mensaje de Jesús y de su pascua, en autonomía y comunión: los seguidores de Galilea y los hebreos de Jerusalén, los helenistas y Pablo, la comunidad del Discípulo amado y los apocalípticos.

Cada grupo quería ser fiel al evangelio desde su propia perspectiva, buscando estructuras adecuadas, al servicio de la comunicación mesiánica. Eran distintos pero, en vez de separarse y enfrentarse, negándose los unos a los otros, se enriquecieron mutuamente, en diálogo de iluminación y respeto, cada uno desde su propia visión de Cristo y de la iglesia, como muestras los sinópticos y las cartas de Pablo, las pastorales y Juan, 1 Pedro y Hebreos etc.

Al principio no había jerarquía con poder sobre todos, sino comunidades diferentes, que cultivaban desde su variedad un recuerdo común de Jesús y una experiencia convergente de plenitud escatológica. La unión cristiana de la Gran iglesia surgió de esa manera por comunicación y diálogo entre grupos, cada uno con su estructura y sus formas de interpretar a Cristo, pero todos unidos por el diálogo de amor y la eucaristía. Las iglesias no se unieron como imperio (Roma), ni como pueblo separado, con su ley nacional (judaísmo posterior), sino como red de comunidades que se saben vinculadas por un mismo Jesús.

Así nació la Gran iglesia, a partir del 'nuevo pacto' mesiánico (eucarístico) a modo de comunión de comunidades, que compartían tres principios:

− Experiencia pascual. En la base de las diferentes tendencias eclesiales está la experiencia de la vida y pascua de Jesús, que es una misma, pero ha sido y sigue siendo elaborada por personas y grupos distintos, como suponen los evangelios y sabe 1 Cor 15, 3-7. No había una norma exclusiva para imponerse a todos los cristianos, sino experiencias convergentes, realizadas por personas y grupos distintos, vinculados por amor al mismo Jesús, como indica la diversidad de comunidades (galileos, judeo-cristianos y helenistas), que le llaman portador de salvación sobre la muerte.

− Universalidad. Las iglesias se sabían vinculadas por Jesús y se reconocían unas a otras en su diferencia. La Gran iglesia rechazó tan sólo a los 'rechazadores', a ciertos grupos de judeo-cristianos que intentaron encerrar el mensaje y vida de Jesús en unas estructuras legales de tipo nacional (sólo para ellos), negándose a recibir en su comunión de Cristo a los paganos. Sólo quedan fuera de la iglesia los que quieren ser única iglesia: se expulsan a sí mismos los que expulsan a otros porque piensan y comen de modo distinto.

− Carnalidad. La 'gran iglesia' es un proyecto de vinculación carnal, en torno a la Palabra y el Pan que reúne de manera concreta a los creyentes. Por eso, ella excluye también a los que niegan o ponen en riesgo la expresión social del evangelio, interpretándolo sólo de un modo espiritualista, como gnosis interior, propia de místicos que aceptan y cultivan la Palabra de Dios, pero sin traducirla en formas de comunicación social y Pan fraterno, encarnado en la historia.

Desde ese fondo podemos afirmar que los diversos modelos de iglesia son 'experiencias pascuales', ensayos de encarnación personal y expansión social del evangelio. El Nuevo Testamento y los primeros escritos de la iglesia ofrecen el testimonio de esa historia múltiple y única de exploración y comunión, de apertura y comunicación mesiánica de fieles de Jesús.

Eso no significó anarquía, sino un tipo de comunión distinta de iglesias, en libertad. Los cristianos apelaron a la Escritura israelita (Antiguo Testamento) y se relacionaron con diversas tendencias judías del entorno, pero, al mismo tiempo, por impulso evangélico, se mantuvieron abiertos al mundo, optando por asumir la universalidad y carnalidad de Jesús (¡el Verbo se hizo carne!), en diálogo con el entorno cultural, especialmente helenista. Así cristalizó la gran mutación mesiánica, expresada en el pacto eucarístico de las diferentes iglesias, cada una con sus ministerios y proyectos de evangelio, pues la misma pascua llevaba a la unidad 'carnal' (no puramente espiritual) de los creyentes, en camino que sigue abierto todavía.

Esta experiencia de exploración y pacto eclesial antiguo nos invita a seguir promoviendo el camino de Jesús, actualizando la experiencia evangélica, en libertad profunda, en pluralidad de opciones, pero destacando siempre la necesidad de un pacto “carnal” (=real) entre las comunidades, pacto que se expresa en el diálogo fraterno (Palabra) y en la eucaristía (Pan compartido).

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