"Preñados de Dios", la religión más grande. Con O`Murchu y Juan de la Cruz

He venido presentando el libro de D. O`Murchu, Fe Adulta, para el que escribí un prólogo, cuya primera parte he presentado en RD, el pasado día 6, con el título: Un Dios cada vez más grande, invirtiendo el título de un trabajo de A. Yelo,Un Dios cada vez más pequeño.

Dios pequeño era el antiguo de muchos, Dios-a-la-mano, encerrado en un mundo bello pero limitadísimo: Un arco de cielo cerrado sobre nosotros (como un horno), quizá con siete círculos de techos, un sol una luna,unas estrellas a la vista de los ojos, con siete planetas contados, cada uno en su círculo.

Dios más pequeño era un tipo de Dios antiguo, encerrado en un tipo de Iglesia que se creía a veces capaz de administrar su finca (cf. Mc 12, 1-12).... Ciertamente, los grandes cristianos, desde Jesús a San Agustín, desde D. O'Murchu a Juan de la Cruz han sabido que no es así, y que a Dios no podemos administrarle como si fuéramos mayordomos de su finca (en esa línea escribí Ejercicio de Amor (Juan de la Cruz) San Pablo, Madrid 2017.



Ciertamente, en un sentido, estamos despidiendo al Dios pequeño (¡y eso es bueno!), pero no lo hacemos para negarle y así negarnos a nosotros mismos, sino para engolfarnos en la inmensidad siempre mayor de su presencia amorosa, como sabía Teresa de Jesús, desde en la inmensidad del cosmos infinito de millones de galaxias, con millones de años luz, con estrellas y planetas sin cuento, hasta la inmensidad de nuestra vida interior, y del amor a los demás (pues un abismo llama a otro abismo: Sal 42, 7).

Salimos finalmente del sistema cerrado del mundo de los "tolomeos", para sentir en el alma el temblor gozoso de su infinitud, abierta al descubrimiento interior de la propia vida y a la tarea emocionada de la comunión de vida entre todos los hombres y mujeres, para fundar de esa manera una nueva Iglesia, la de Jesús, la del Dios creador que habita en la entraña los hombres.

En esa línea, estamos descubriendo al Dios que nace dentro de nosotros, y así venimos preñados de Dios, que ha "concebido" en nuestro "seno" su Palabra de Vida infinita, en cada uno de nosotros, que somos, como decía Juan de la Cruz: "virgen preñada del Verbo divino".


Esta es la segunda experiencia de mi vida, que he querido presentar en el prólogo del libro de D. O'Murchu. Siga leyendo quien quiera presentir lo que implica esa vivencia suprema del Dios infinito del cosmos (¡lo más grande!) latiendo y haciéndose presente (¡encarnándose!) en lo más pequeño, que es mi conciencia de amor y mi vida de humano "habitado" (inhabitado) por el mismo Dios.

Quien piense que esto es sólo un ensueño visionario, lea la última página de la obra clave del más "racionalista" de los pensadores de la modernidad: Kant, Crítica de la Razón Práctica. Él dice allí, en otras palabras y otro tono, lo que yo me atrevo a decir en lo que sigue. Buen día de Dios a todos.

Fe adulta, fe de niño. Preñado del Verbo divino

Han pasado 69 años. Hace unos días (el 15-17 del XII del 2017), un grupo de compañeros y amigos, expertos en San Juan de la Cruz, nos hemos juntado en su casa-convento de Segovia, para revivir la experiencia suprema del místico y poeta, como él la expresa en una “letrilla” de Adviento-Navidad que viene sin cesar a mi memoria, con la luna sobre la nieve del Alto Riomiera del 1968:

Del Verbo divino
la Virgen preñada
viene de camino:
¡Si le dais posada!


Éste es un villancico popular, que los frailes de Juan de la Cruz cantaban llevando en procesión a la Virgen “preñada del Verbo Divino” ante las habitaciones del convento de Granada o Segovia. Llevaban de esa forma a la Virgen Preñada,identificándose con ellos, preñados todos del Verbo Divino

Con esas canciones, retomando mi humilde “mester de teología” me atrevo a ofrecer verso a verso un comentario de estas ceñidas palabras, que expresan mi mejor fe de adulto, con S. Juan de la Cruz, avanzando y permaneciendo en la misma fe de niño, en mi experiencia del misterio que es Dios, Palabra universal que vincula y vivifica todo el cosmos, naciendo de un modo especial en nuestra vida.

Había sentido en Alto Riomiera, en aquella Navidad, la Vida Preñada de Dios en la luna de nieve, y de entonces me viene acompañando la fuerte palabra (preñada), que se aplicaba a Dios, y a la tormenta bajo la Lunada, el arco de vida en forma de gran Concha, lo mismo que a las vacas preñadas de vida, de las que vivían los pasiegos.

He vuelto a sentir en Segovia esa misma experiencia, en este Adviento del año 2017, aunque abriendo la ventana de la casa de Juan de la Cruz en la noche no veía en el cielo la luna de nieve alumbrando a la Virgen María, sino al otro lado del Eresma la media luna blanca, lechosa del Alcázar, mientras pensaba y sentía la llegada del Verbo de Dios en la historia de la humanidad.

Del Verbo Divino. Sentí que María se hallaba “preñada” (habitada, fecundada) del Verbo de Dios, como mujer/humanidad que acoge en su entraña el misterio, recibiendo la Palabra en su “mente” y corazón (en su vida entera). Y supe que con ella estamos nosotros “preñados” (embarazados, pregnantes) del Dios que nace como Palabra de Vida en nuestra historia, frente al Alcázar militar de los Tras-Tamara (de más allá del río Tamaris/Tambre, de Galicia), que reinaron por siglos en Castilla.

Ese bellísimo alcázar/castillo de Segovia, con los versos de Juan de la Cruz, ha sido este año el telón de fondo de mi “nacimiento”. María, que es Luna de cielo y Torre de Marfil (turris ebúrnea), “recibe y concibe” al Verbo en su vientre, en sentido total, en su persona, en su amor y su palabra, en “gestación y fecundidad divina”, es decir, humana en grado sumo, con José a su lado, de camino con ella. Ella ha sido una mujer concreta, siendo al mismo tiempo humanidad entera, con el pueblo de Israel, fecundado por Dios, en la línea de la imagen del Apocalipsis (Ap 12, 1-3), enriquecida por Dios como madre de la nueva humanidad, frente al gran Dragón que quiere y no puede destruirla.

Es una Virgen “preñada del Verbo divino”, somos virgen preñada de la Palabra de Dios que se va diciendo y conversa, en sentido radical, en diálogo de fecundación de amor, no por violencia. Así supe lo que ya sabía, que una “virgen sin preñar” no es Virgen, sino tierra baldía. Y supe que ha sido objeto de una posesión o violación, como parece decirse en algunos mitos populares del antiguo oriente. Por eso, conforme al relato de Lc 1, 26-38, Juan de la Cruz puso de relieve en otros versos el “consentimiento “de María (Romance de la Trinidad 8).

La Virgen humanidad (que es María y que somos nosotros) se encuentra “preñada” del Verbo Divino, del Dios que es Palabra que sustenta, vivifica y pone en marcha el universo.

Sin duda, San Juan de la Cruz sabe (y así dice en su Romance) que el “agente” de su preñez divina es el Espíritu Santo (como sabe y dice la Iglesia), y en esa línea la comunidad cristiana confiesa que ella ha concebido por obra de ese Espíritu Santo, quedando preñada del Verbo Divino, esto es, del mismo Dios Palabra que se hace carne entre los hombres. Pero el Verbo Divino que habita en su entraña es el mismo “Dios Palabra” que se ha vuelto humano para conversar con nosotros, siendo Jesús de Nazaret, el Cristo, no en sentido pasivo (como un concepto cerrado en sí mismo), sino activo y misionero, como dice el evangelio de Juan (1, 1-14): Dios es palabra y comunicación que se expresa en la historia (espacio y tiempo) de los hombres habitando, al mismo tiempo, en el cosmos universo.

En un sentido extenso, todos los hombres y mujeres que escuchamos a Dios y le acogemos estamos “in-pregnados del Verbo Dios” (somos capaces de dar a luz: pre-gnascere), pero de un modo especial lo ha estado María, la Virgen que ha dado al luz al Verbo encarnado en Jesús de Nazaret, el Cristo.

La Virgen preñada

La humanidad entera se condensa y despliega en una mujer, preñada de Verbo, que es así portadora del mismo Dios Palabra, no por sí sola, sino con todos los hombres y mujeres que dan a luz al mismo Verbo de Dios en forma humana. Está es una imagen y experiencia radical del cristianismo, que proviene de la promesa y esperanza del Antiguo Testamento: Una “virgen ha concebido y dará a luz…” (Is 7, 14, con cita en Mt 1, 23).

Entre judíos y cristianos, entre exegetas críticos y más tradicionales, se ha venido dando una disputa interminable sobre el sentido original de la palabra virgen: En hebreo se dice ’alma y no significa “virgen” en un plano sexual (mujer que no ha tenido relaciones sexuales), sino doncella madura, capaz de amar y ser amada por el mismo Dios…Por su parte, los traductores alejandrinos de la Biblia de los LXX han puesto en griego parthenos (que podría ser virgen en plano sexual…), pero no para negar su relación de amor con un varón, sino para destacar que ha sido (será) una mujer plenamente abierta al misterio de la vida de Dios, que se despliega como Palabra entre (para) todos los hombres, como la luna que vi iluminando la Nieve en la montaña del Alto Riomiera, en la Navidad del año 1948.

Pero esa posible diferencia en el sentido de ’alma, parthenos y virgen, que en un plano sigue teniendo mucha importancia filológica y antropológica, no puede hacernos olvidad el dato esencial de la experiencia bíblica y del conjunto de la humanidad creyente: La Virgen preñada es en un plano una mujer concreta del entorno (quizá la esposa del rey o de propio Isaías, o una muchacha sin nombre…), pero, en un plano más profundo ella es la humanidad entera, mujeres y varones, preñados de Dios o, mejor dicho, de la palabra de Dios.

Éste es un tema universal de la religión y cultura del entorno de la Biblia, empezando por los cananeos, antepasados y vecinos de Israel, que concebían a la humanidad como mujer divina (Ashera o Astarté, Virgen Madre) a la que el Dios supremo (El o Baal) ha fecundado con la fuerza o presencia de su aliento. En un momento dado, un de judaísmo celoso de la “diferencia” de Yahvé ha rechazado esa imagen y ha condenado a los devotos de la fecundidad del Dios y de la Diosa. Pero pasado un tiempo esa imagen ha vuelto a emerger en la conciencia de muchísimos judíos, y en especial entre los cristianos, pero con dos novedades:

− La Virgen preñada del “verbo divino” (de Dios) no es una diosa aislada, sino la misma humanidad, grávida de Dios, que va escuchando y recibiendo en su “seno” la palabra del Espíritu divino, para así transformarse por ella y responderle.
− Siendo humanidad entera (varones y mujeres…), esa Virgen preñada se identifica en concreto con María de Nazaret, madre histórica del Cristo, y su figura nos pone ante el misterio eterno de Dios encarnado por ella entre los hombres (cf. Jn 1, 14).


La humanidad es según eso una “virgen preñada”, que ha escuchado “el Verbo de Dios” y ha respondido con la palabra y camino de su vida. En esa línea, como he dicho, la “virgen preñada” es María, pero es al mismo tiempo es la humanidad entera, que recibe en su entraña el Verbo/simiente de la humanidad divina, como Juan de la Cruz ha destacado el Cántico B, 8, cuando afirma que las flechas del Amado nos hieren, de manera que por ellas “concebimos”, de forma que el Verbo de Dios nace en nosotros, como la Luna del Alto Riomiera alumbraba en la nieve de Navidad.

Viene de camino

Va llegando en el camino de la historia “la Virgen María”, y con ella vamos todos, sabiendo que viene en/por nosotros el Verbo Divino, como de algún modo proclamaron los profetas de Israel, como ha hecho de forma especial el evangelio de Juan, en el canto de la encarnación y nacimiento (Jn 1, 1-18).
Viene de camino, en la historia concreta del mundo, María, cuando va, como dice el evangelio, de Nazaret de Galilea hacia Belén de Judá, como peregrina, en busca de tierra que le acoja, para dar a luz al niño, que es la Nueva humanidad, como emigrante y extranjera, buscando con José una patria para asentarse y dar a luz, igual que miles y millones de emigrantes de este año 2017/2018, peregrinos de Dios en la tierra.

Y en ella viene de camino el Verbo, haciéndose palabra humana, para así vivir y morir en y con los hombres. Por eso, el Adviento de la historia humana no es sólo camino de los hombres a Dios, sino ruta de Dios a los hombres, como he puesto de relieve en Teodicea, itinerario de los hombres a Dios y en Trinidad, itinerario de Dios a los hombres (Salamanca 2012 y 2015).

Éste es el sentido de la historia como Adviento de Dios… y así el que viene de camino desde el principio de los siglos es el Verbo, buscando “posada” para encarnarse” y habitar entre nosotros… Al mismo tiempo, esta Adviento del Verbo de Dios es Adviento de la humanidad, condensada en María, caminando desde y hacia Dios, escuchando su palabra y dejando que ella (el Verbo divino) se encarne en su vida humana.

Si le dais posada

Éste es el verso final (y la finalidad) de la letrilla. Lo que a los hombres y mujeres se les pide es que den posada a Dios, ofreciéndose así espacio de vida unos a otros, para que alumbre en todos ellos el misterio del Verbo Divino. Posada de Dios somos, como dice Jn 1, 14 cuando afirma que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por eso se nos dice “si le dais posada”, esto es: ¿Queréis darle posada, siendo así lo que sois de verdad, Templo de Dios?

La “posada de Dios” en el Antiguo Testamento era especialmente el templo fortificado de Jerusalén, concebido como “miskán” o santuario, morada de Dios entre los hombres, concebida de una forma material, externa. Pero los judíos más profundos supieron que la posada o descanso de Dios no es un templo hecho por manos humanas, de piedra y madera, sino la vida de los mismos seres humanos, pues como sabe y dice Gen 1 el mundo entero, el cosmos, es morada y presencia de Dios, que se encarna humanamente en la carne-vida de los hombres.

Por eso, con la llegada y experiencia de Jesús, el templo exterior, como lugar de sacrificios de corderos, perdió su sentido y su finalidad, pues el Verbo de Dios (su palabra viva, actuante y dialogal) habita en los hombres y mujeres, su templo verdadero. Por eso, este último verso de la letrilla de Juan de la Cruz dice “si le dais posada”, si queréis recibirle y convertiros en casa en la que habita el mismo Dios.

Palabra final

Estas dos experiencias de mi vida van unidas, la de mi niñez más vinculada al mundo entero como palabra de Dios, la de edad madura más vinculada a mi propia interioridad, como “posada” donde Dios habita y realiza su divinidad, como en el Cristo. Ambas se sitúan en la línea de este espléndido libro de Diarmuid O’Murchu, con quien me siendo unido de corazón y palaba al presentar hoy su libro.
Deje el lector ya mi historia, pase al libro de Diarmuid y viva con él su propia historia, la historia de su fe adulta, que sin duda fe de niño, convirtiendo así la Pascua de la vida en verdadero Nacimiento.
Volver arriba