Saborear a Dios, intimidad desbordada (José Chamorro)

Con estas palabras presento este 21.6.17 el libro de mi amigo y colega José Chamorro, unas Claves para saborear la vida. Experiencias desde una intimidada desbordada (San Pablo, Madrid 2017).

Porque Dios es olor y color, es tacto y toque, palabra que se escucha en el silencio y que se dice y siente, a la vez, con voz de trueno sobre el Sinaí, siendo silencio de brisa en el Horeb. Por eso, a Dios se le escucha a saborearle (es decir, al saberle), y de esa forma se le dice (Él mismo se dice en nosotros) por encima de todo discurso racional, como han sabido y dicho profetas y poetas.

José Chamorro, pedagogo experto en enseñanza religiosa, mistagogo en la línea de Juan de la Cruz, nos ha querido ofrecer en este libro su latido de intimidad hecha colores y sabores frescos de verano, para sentir a Dios como le sienten los niños cuando permitimos que la voz de silencio que ellos llevan siempre dentro les aflore, como los colores de papel de la portada, como el sabor de helado escondido tras la tapa (si entras en el libro lo sentirás).



He tenido el privilegio de leer este libro por anticipado, en testimonio de amistad, atreviéndome a escribir un pequeño prólogo, de tinte algo erudito,sobre profetas y poetas. Espero que no desentone, porque lo que importa de verdad es el sabor y el color del libro, tema a tema, letra a letra, para ponernos así en sintonía con el olor de Dios (¡y corran sus olores, decía Juan de la Cruz), como los niños del colegio donde José enseña sin enseñar, dejando que ellos mismos escuchen y sepan y puedan decir lo que oyen.

Gracias, José, por este nuevo libro. Gracias a la Editorial San Pablo por hacernos el favor de publicarlo. Con mi mejor deseo, vuelvo a decir aquí lo que digo en el prólogo, para que no se quedé aquí el lector, sino que siga y entre "a su saber", como dice San Juan de la Cruz.

Claves para saborear la vida (Prólogo de X. Pikaza)

Querido José:

Como prólogo a tu libro Las Estaciones del Silencio, Mensajero, Bilbao 2013, escribí hace unos años una reflexión titulada “Jesús de Nazaret, poeta, no teólogo”. Acabo de leer tu nuevo libro, Para saborear la vida, y quiero seguir reflexionando contigo y ofrecerte un nuevo prólogo, comparando tus temas con los temas y mensaje de los grandes profetas de Israel, que han sido los primeros y quizá los mayores testigos de una “intimidad desbordada” en la historia de las religiones.

Vuelvo así hacia atrás, hacia el origen, buscando en los profeta el sentido más profundo del mensaje de Jesús, que tú vas ofreciendo pudorosamente en tu lectura de los signos del mundo y de la vida, en gesto sorprendido de intimidad desbordada. Dices a Dios (te dices) evocando los signos de la vida, de un modo inmediato, cara a cara, como los profetas. Por eso quiero recordarles al presentar tu libro.

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Profetas de Israel, un tiempo eterno

También los griegos eran hombres de palabra, pero en general la idealizaban, convirtiéndola en un tipo de imagen eterna, algo que vale siempre y para todos, como si quisieran detener el tiempo, separar la palabra (imagen) del flujo de la vida y convertirla en algo intemporal, como una eternidad sin tiempo. Por el contrario, los profetas de Israel han mantenido siempre su contacto con el tiempo, con la belleza y riesgo de algo que pasando permanece, en la línea de una eternidad con tiempo.

De un modo consecuente, los profetas han rechazado las imágenes eternas de los griegos y en general de los “paganos”, diciendo que son “ídolos”,
diciendo que “divierten”, nos alejan del camino verdadero, nos separan del proceso de la vida, del encuentro concreto con los otros, del tú a tú con Dios, al que ha de encontrarse siempre los acontecimientos de la vida, hechos de intimidad desbordada. Las ideas y estatuas de los griegos (ideas fijas, dioses inmutables) nos di-vierten, para así verternos dentro de una pretendida vocación de eternidad sin cambios, pero más allá de los cambio de la historia, no está la eternidad, sino la muerte.

En contra de eso, los poetas de Israel han sabido que la belleza y la verdad se encuentran en la “carne” que está viva porque muere, de manera que ellos pueden hablar de una intimidad y naturaleza desbordada, siempre en camino de Dios. Los ídolos no mueren porque están ya muertos y por eso quieren ocultar su muerte tras el velo de una verdad que se dice eterna. Pero los profetas han elevado frente a ellos al hombre de carne que muere porque vive, es imagen de Dios. Desde ese fondo se entiende la palabra suprema de la profecía, que consiste en dialogar con Dios desde la carne. Precisamente allí donde dejan de evadirse en las imágenes e ideas encuentran los profetas su verdad en la palabra de la naturaleza y de historia.

Éste es el principio de la profecía: Que hombres y mujeres puedan escuchar la voz de Dios y responderle, siendo simplemente humanos, al relacionarse unos con otros, en el camino de una vida hecha de muerte (finitud concreta, diálogo en el tiempo). Sólo así se puede hablar de la palabra encarnada en los hombres reales, que aman y mueren, en su intimidad concreta, en un mundo que es real porque va pasando, y de esa forma, al pasar, permanece.

La verdad de la vida que es real porque pasa

El arte griego tiende a expresar la belleza en imágenes o cuerpos eternos, es decir, petrificados, en su bella juventud, rebosantes de gracia, intemporales. Los hombres concretos resultan secundarios, importan más los arquetipos permanentes: Apolo o Atenea, Hermes o Artemisa. Por el contrario, el arte israelita descubre la belleza en el hombre o la mujer concreta, que mira y sufre, escucha, calla o responde, ama o espera, sufre y muere. El profeta no hace estatuas, pues descubre la belleza de Dios en el mismo cambio de la vida, en intimidad o naturaleza desbordada.

En esa línea, el arte verdadero consiste en escuchar, responder y dialogar, en conversación de ojos y tacto, en un camino de vida hecha de muerte (que muriendo queda). Por eso, el hombre de belleza no es un escultor o pintor de imágenes eternas, ni un poeta que representa la vida en poemas o cantos, que valen para siempre, separados de la vida, sino aquel que escucha la voz de Dios en las cosas y personas que va siendo, porque son reales en el tiempo de Dios.

Los profetas no conocen un arte separado de la vida, porque la misma vida es arte. De esa forma, superan el rodeo o distancia de ideas y estatuas, como imágenes de eternidad irreal, para buscar y encontrar a los otros hombres reales, dialogando con ellos en el tiempo, en su vida concreta, que es manifestación de Dios. De esa forma penetran en el mundo real de la naturaleza y de los hombres, para compartir y cultivar con ellos forma la belleza y el misterio de la vida, pues no hay más arte que vivir, ni más belleza que el encuentro concreto de los hombres y mujeres que se miran y se aman y que, amándose, despliegan y descubren su más honda hermosura.

La profecía es palabra en el momento en que se dice, esto es, cuando interpela, y no cuando se guarda muerta, separada del profeta. Por eso, los “videntes” de Israel creaban su obra al decirla, en un tiempo y lugar muy concreto, sin ocuparse, en principio, de escribir sus creaciones En ese sentido, ellos podrían haber invertido el dicho Scripta manent, Verba volant (palabras vuelan, los escritos permanecen). Los escritos permanecen porque no son (están muertos). Por el contrario, las palabras vuelen porque están vivas, y de esa forma actúan, mientas se dicen y escuchan, vinculando en concreto a los hombres y mujeres, haciéndoles.

Ciertamente, muchas palabras de profetas han sido conservadas en libros de su nombre (Oseas, Amós, Miqueas, Isaías, Jeremías...) y que así siguen manteniendo su latido de intimidad e historia desbordada, de forma que aún hoy, tras milenios de distancia y a través de traducciones balbucientes, deslumbran y emocionan, como testimonio del más bello lenguaje de los tiempos. Pero su verdad y belleza no está en el libro ya compuesto, sino en la persona del mismo profeta, que la sigue proclamando con su vida. Por eso, el profeta no se limita a decir enseñanzas (como un profesor), no recuerda hechos externos (como un historiador), sino que se convierte él mismo en palabra que sigue resonando en nuestro tiempo y creando de esa forma historia.

La verdad de ser hombre

Sólo por ser plenamente humana (sin evasión idealista), la palabra del profeta-poeta de Israel puede ser presencia salvadora, pues Dios se revela a través de la misma vida humana. Allí donde los hombres y mujeres se dicen, dialogando entre sí de un modo trasparente, los ídolos dejan de importarles, porque son mentira (están muertos) e impide, que nosotros seamos, vivamos.

Sólo allí donde dialogan y regalan vida desde el fondo de sí mismos, los hombres pueden presentarse como portadores de Palabra, es decir, como profetas, 'carne viva' de Dios (como dirá Jn 1, 14, hablando de Jesús). Ellos mismos son vida hecha palabra desbordada, compartida, y para serlo están llamados a realizar un doble ejercicio de ascesis que parece separarles de los otros, pero que después les une más a ellos, haciéndoles capaces de ser, decir y compartir una palabra desbordada que puede ser de todos. El mayor peligro del profeta (es decir, poeta) es el idealismo de la huída, alejarse de sí mismo y refugiarse en obras o instituciones ya hechas (religiosas o sociales, económicaa o políticas). En contra de eso, el verdadero profeta-poeta está llamado a recuperar la relación personal inmediata (cara a cara), la transparencia interior, la comunión interhumana.

El profeta-poeta no tiene que buscar dotes especiales, pues le basta aquello que es: un hombre o una mujer que mira y dice en verdad lo que ha visto y lo que siente, como testigo de Dios que es la Vida, sin más. La falsedad de los ídolos consiste en poner en lugar de Dios o de los otros hombres una 'cosa' (una razón, una imagen), para renunciar de es
a manera a su identidad, para no dar la cara (para no vivir cara a cara).
La belleza creadora del profeta-poeta (o del amante) es descubrir y expresar la verdad: ser lo que uno es y así decirlo, para que los otros sean, de manera que podamos vivir todos de manera transparente, dándonos la vida, sin mentira, como indica la palabra hebrea “verdad” (‘emunah) que significa fidelidad. .

Intimidad, realidad desbordada. Eso es Dios

Los representantes de la falsa verdad suele tildar a los profetas-poetas de mentirosos, persiguiéndoles por ello. También a los poetas griegos (Homero, Hesíodo) le llamaron mentirosos, pero en general, ni los antiguos ni los nuevos poetas de tipo helenista fueron perseguidos, pues no iban en contra del sistema establecido, sino que lo sustentaban (con la excepción de Sócrates, condenado a muerte por decir la verdad y enseñarla). Los más perseguidos fueron los profetas de Israel, a quienes los poderes establecidos llamaron mentirosos y rebeldes (cf. Mt 23, 31 par) porque no podían 'aguantar' su verdad, ni permitir que proclamaran su palabra.

Los profetas de Israel supieron decir lo que veían, sin ocultar con un velo de belleza eterna (pero mentirosa) los problemas de la historia, penetrando con la verdad de Dios en el dolor e injusticia de una humanidad controlada por los poderosos. Así pusieron a los hombres cara a cara ante Dios, no en un plano de teorías generales, sino en la verdad concreta de la historia, para que el mismo Dios pudiera revelarse en su más honda realidad (tal como era) y los hombres le encontraran en su misma historia.

El arte oficial, propio de sacerdotes paganos y reyes, tiende a ponerse al servicio del sistema, con grandes edificios y dinero, con templos, cantores y cronistas reales, para gloria de sí mismos, y así podemos hablar de un falso arte de palacio, de dominadores ricos. Por el contrario, el arte de los profetas carece de poder externo, no puede apelar a grandes templos, ni a instituciones de estado; pero tiene la palabra y con ella, por ella, puede iniciar un camino de verdad y transparencia (transformación) humana.

Lógicamente, en esa línea, la profecía israelita ha culminado en la esperanza mesiánica, es decir, en la utopía posible y prometida de la reconciliación entre los hombres y Dios, es decir, entre los hombres y los hombres, en una intimidad desbordada hacia el mundo, en la misma carne de la historia, abierta desde el fondo de la muerte al 'cara a cara' del encuentro con Dios, que es la Verdad definitiva. En esa línea se sitúa, a nuestro juicio, la novedad de Jesús, a quien veremos como poeta de los pobres, como artista de una vida que es fiel a los expulsados del sistema sagrado, esto es, del arte oficial de los nobles y ricos del mundo.

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Y con esto vuelvo, José, a tu libro, que recibo y presento en este prólogo como testimonio de amistad, en este camino compartido de intimidad desbordada y compartida que ambos hemos asumido, por vocación humana y llamada de evangelio, que hoy entiendo en este libro como profecía desbordada.
No paso los temas concretos, los verá y comentará quien entre en ellos, compartiendo contigo (con nosotros) esta inmensa aventura de intimidad abierta en la que estamos comprometidos. Con mi afecto admirado, con un beso de Mabel

Xabier Pikaza

((José Chamorro: Linares, Jaén, 1981), Diplomado en Magisterio por Educación Especial (Granada) y Licenciado en Pedagogía (Salamanca). Formado en Terapia Gestalt en CIPHAR (Madrid), en Psicoterapia Integrativa del Eneagrama por el Dr. Claudio Naranjo a través del Programa SAT y, también, como instructor de Yoga en la Escuela Internacional de Yoga (Madrid). Es autor de las obras “Antes de Partir” (2007), “Las Estaciones del silencio. Inspiraciones, reflexiones y ensayo desde la profundidad de lo cotidiano” (2012), “Hojas de Otoño” (2014) y el poemario “Il sogno di un uomo”
(2015, en italiano). Colabora con el periódico regional Diario JAÉN y ha escrito diversos artículos sobre espiritualidad, educación y psicoterapia gestalt para revistas como “Religión y Escuela”, “Revista de Espiritualidad”, “Natura” o “La Tregua”)).
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