Que el Señor de Huanka os acoja en su seno, Soraya y amigas
(En una imagen el Cristo de Huanka, en otra dos de las muchachas fallecidas)
a) Vivo a cinco kilómetros del pueblo de una de las fallecidas, Soraya Macías, vecina de Gomecello, donde vivía junto a su familia. Casi todos aquí, donde ahora moro, la conocen… y el repartidor del correo (su vecino de casa) me ha contado su historia de muchacha ilusionada por servir a los niños. Llevaba meses preparando el viaje, ahorrando dinero, vendiendo objetos por sacar dinar, para pagar el viaje y para construir una casita y una duchas a unos niños de la sierra andina, por ideal humano, por espíritu cristiano… Llegó a su destino hace ocho días y muy pronto ha encontrado su Destino (no sé por qué), allá en la sierra, al otro lado del santuario de Huanca, bajo la mirada del Señor Sufriente del Cerro… Las causas son conocidas: una carretera horrible, un camión que se cruza… Todo eso lo sé. Pero no entiendo cómo Dios ha “permitido” que haya encontrado la mano de la muerte precisamente allí donde había su corazón, cerca de sus niños, en unas barracas del Piscac. No hemos hablado de otra cosa en este pueblo, vecino al tuyo, a pesar del fútbol, a pesar del calor de este verano duro. Descasa, Soraya, con el Cristo de Huanka, bajo cuya protección has muerto; descansa con tus amigas, a las que no conozco, pero que han muerto como tú, en el gran barranco.
b) Han muerto en una carretera del entorno de Pisac, un lugar privilegiado, en el Valle Sagrado de los Incas, al lado de una de las zonas arqueológicas más ricas del mundo. Por aquel camino-carretera he pasado también yo, con miedo, para visitar ruinas, para compartir un poco de vida de los naturales de la tierra, los campesinos de lengua quechua, silenciosos, austeros, inmensamente agradecidos, para acompañar a mis hermanos mercedarios de la tierra, en sus caminos de misión. Yo estuve allí para hablar de teología, en el santuario del Señor de Huanka, muchos españoles iban en el tiempo de crecida del gran río, padre del Amazones, a cruzar los rápidos en canoas de quilla afilada, evitando las rocas… Tú fuiste a querer a los niños de Dios de aquella zona hermosa y dura, y el Dios de los niños de alguna manera misteriosa, que no entiendo, ha permitido que caigas al barranco. Alguna vez he pensado que al morir me gustaría quedar allí, en la zona sagrada de los incas, a la vera de rápidos ríos, bajo los neveros eternos.
c) Quiero escribir esta nota porque he vivido unas semanas en el santuario del Cristo de Huanka (cuyo nombre llevaba la ONG en la que trabajaban las muchachas muertas), un lugar privilegiado, en medio de la zona andina, con el río bravísimo a sus pies (está en una de las fuentes del Amazonas), con los nevados dominando la alturas, con Cuzco a las espaldas, tras el monte sagrado y las minas… Me sobrecogió la tierra, me sobrecogió sobre todo el Cristo, que iba a ver todos los días, que iba a tocar con mis manos, rozando la roca, en los momentos de descanso de un cursillo. Me sobrecogió la gente, la humilde y profunda gente, de pocas palabras, de inmenso respeto, de tristeza de siglos… Ellos, los hijos y nietos de los conquistadores incas, creadores de un imperio enorme, habían terminado siendo siervos callados de conquistadores y criollos venidos de fuera. No creían en nada de lo que otros creemos, sino en la Vida de Dios, la vida que brota de los montes, que corre por el valle (allá abajo, cerca, sobre el mismo río sigue estando Machu Pichu)…. y en el Cristo sufriente. Era su Cristo, eran ellos, sufriendo. Quise decirles más de un día que la vida es para gozar, pero no me entendían, decían: Mire al Cristo, Caballero; mire cómo sufre.
d) El Cristo de Huanka me ofreció, en momentos difíciles, una de las mayores experiencias religiosas de mi vida. Se dice que allí, en la roca dura, un minero quechua fugitivo, a quien el capataz hispano quería castigar, vio al Cristo sufriente que le acompañaba y acogía, compartiendo su sufrimiento… y pidiéndole que no huyera más, que no escapara, que aprendiera a sufrir, que le mirara a él… Y allí le vio, padeciendo bajo los látigos de todos los capataces del mundo, en la misma roca sagrada que adoraron sus padres incas, azotado por los mismos capataces que a él le azotaban… Los hispanos eran duros conquistadores y mineros, capataces y encomenderos…. Pero traían con ellos a un Cristo que era de todos, un Cristo Inca, sufriente, bajo el látigo de un capataz con rasgos de “mal moro”. Allí vio al Cristo sufriente aquel minero fugitivo, castigado, torturado… Fue tan grande su experiencia que dejó de seguir huyendo y fue a contárselo a los frailes, dueños del lugar (que eran mercedarios) y al obispo del Cuzco… y le creyeron y mandaron pintar en la roca la imagen que el minero dolorido había visto, una imagen tradicional, de estilo cuzqueño, del siglo XVIII.
e) Sobre la roca construyeron más tarde el santuario en la colina de la montaña sagrada y allí vienen de todos los lugares de los Andes, miles y miles de peregrinos, por todos los senderos de la montaña, para sentirse solidarios del Cristo Sufriente de Huanka, el Cristo de los fugitivos y cautivos (el santuario es de la Orden de la Merced), de los mineros y campesinos pobres, de las doncellas sin trabajo, de las viudas sin pan… el Cristo de todos. Sí, ellos me decían que aquel Cristo era el Señor de los Incas vencidos, el Amigo solidario de los mineros castigados, de los campesinos que habían perdido su tierra, en manos de españoles y criollos que les seguían mandando desde fuera, desde Lima… Allí protesté contra ese Cristo, diciendo que el Señor de Huanka es Señor de la Resurrección, para los niños de aquella tierra, para todos los hombres y mujeres del mundo…. Pero al mismo tiempo sabía que aquella gente tenía razón: Su Cristo azotado seguía siendo para ellos una señal de Dios, del Dios azotado por los hombres, del Dios negado, expulsado de la tierra, torturado, en manos de nuevos conquistadores y encomenderos… Allí me he sentido más cristiana que en otros lugares, con la gente llegando por todos los caminos, hablando en castellano antiguo, saludándome en quechua, confiando…
d) Como erudito que yo era le dije al rector del santuario que por qué no “liberaba” la roca, incrustada en el altar… para que se viera toda ella, la roca, en el centro de la iglesia, la roca con el Cristo. Le dije que había una roca así, con San Miguel triunfante, cerca de mi pueblo (en Arretxinaga, de Markina). Y el buen hombre me contestó: Tiene usted razón, profesor… habría que liberar la roca, que se viera que es roca…. Pero si dejo la roca grande en medio de la iglesia (una roca que ahora cubierta por un altar inmenso)… los campesinos me adorarán la piedra y yo quiero que adoren al Cristo sufriente. No le supe contestar, no sé si tenía razón (creo que sí). Pero estoy seguro de que los miles de peregrinos venían a adorar, al mismo tiempo, a la roca y al Cristo, a la buena tierra y el Señor de los que sufren y prometen la vida eterna.
e) No quiero comentar más el tema, quizá lo haga otro día. Ahora sólo recordar que allí, a unos pocos kilómetros de Huanka, en las laderas del Valle Sagrado de los Incas, bajo la advocación del Cristo de Huanka (en una ONG que lleva su nombre), han dejado su vida en manos de Dios (del misterio) unas muchachas ilusionadas de esta tierra… y entre ellas Soraya Macías, de Gomecello, a un tiro de piedra de mi pueblo actual, en la llanura de Salamanca. Ellas no conocían quizá el misterio del Señor de Huanka, pero habían ido a decir a los niños del lugar que hay amor en esta vieja Europa, que hay mucho amor de hermanas y madres en la vieja España de donde habían ido hace siglos los conquistadores. No tenían quizá mucha idea de fondo religioso…. Pero llevaban en el corazón la religión del amor: para ofrecer amor a los niños, para ofrecerles una promesa de resurrección, para que un día el Señor de Huanka no tuviera que seguir azotado en la roca…Ellas querían en el fondo desclavar (desenrocar) al Cristo azotado, para poner sobre aquellos valles y montes la imagen del Cristo amigo y liberador de niños y mayores.
e) Ellas (cuatro al menos) al muerto, pero su sueño de libertad y de amor para los niños sigue vivo. Es el sueño de Jesús, del auténtico Cristo de Huanka, que sigue sufriendo, en esperanza de resurrección.
Soraya y compañeras fallecidas, que el Cristo de Huanka os acompañe y os acoja en su Seno de Vvida, con todos los que han sufrido y siguen sufriendo, como a mí me acogió, hace ocho años, en su santuario. Gracias a vosotras por haber ido a la tierra del Cristo de Huanka, a ofrecer vuestra solidaridad a los niños y niñas de la zona. Vuestro gesto y vuestra muerte (¡que lamento muchísimo!) me sirven de signo, de Signo de Dios. Que el Cristo de Huanka, que es el Cristo Señor de todos los que sufren, os acoja en su seno.
No sé si podré volver al Cristo de Huanka y a la quebrada del Pisac para recordador… Pero iré mañana o pasado mañana a la parroquia de Gomecello, para darle gracias por vosotras al Cristo de esta tierra, para decirle que vuestro ideal sigue vivo. No entiende lo que ha pasado, por qué habéis muertos, como los hijos de los incas del lugar no entendían al Cristo Azotazo de Huanka y le rezaban…. No lo entiende, pero yo también le rezo, por vosotros, esperando que un día se cumpla vuestro sueño: que todos los niños del mundo puedan vivir en igualdad, felicidad, esperanza.
Gracias, Soraza y compañeras, por haber sido lo que habéis sido… y por habar ido a las tierras del Señor de Huanka, aun sabiendo el riesgo que allí corrías. Xabier
Para concer la historia del Cristo de Huanka basta pinchar el Google: Cristo (o Señor) de Huanka....