Tema de la semana, ni pederastia ni cardenalato: Espíritu Santo

Ésta es una "semana dura". He pasado los días anteriores de reflexión y estudio, en Donamaria, Malerreka, junto a Doneztebe, reflexionando con las Carmelitas del Monasterio de S. Teresa de Lisieux (¡gracias, eskerrik asko!), sobre la Resurrección de Jesús, sin leer casi noticias del mundo y de la Iglesia.

Pero ayer tarde he vuelto a San Morales y me he puesto "al día". Algo podría comentar sobre las noticias de la "prensa eclesiástica":

- Dimisión de los obispos de Chile, por poca "claridad y contundencia" en temas de pederastia del claro. Conozco bastante del tema por contactos personales y por referencia de amigos. Podría comentar sobre el tema, pero no tengo ahora deseo ni claridad, y además, alguna vez, al hacerlo, en este mismo blog, no parece haber quedado claro lo que he dicho, y quizá me he pasado de "raya", y quiero aquí disculparme de nuevo por ello.

- Nuevos cardenales de la Iglesia católica... Entre ellos hay dos "hispanos" a quienes conocí bastante en su tiempo.

Mons. Ladaria era colega, profesor de Teología en Comillas, mientras yo lo era en Salamanca. Tuvimos un contacto "cordial". Alguna vez he tratado de él en este blog. Felicidades, Luis, lo tuyo era "cantado".

- Bocos era formador y superior de Claretianos aquí en Salamanca, y tuvimos ocasión de compartir sobre temas de vida religiosa. Su nombramiento ha sido para mí una gran sorpresa, una gran alegría. Felicidades, Aquilino, quizá no nos veamos, pero desde aquí quiero mandarte mi enhorabuena.

De esos temas podría tratar estar mañana, del riesgo de pederastia en cierta iglesia... de la función de los cardenales, como honor y testimonio de universalidad de la Iglesia católica. Pero no quiero hacerlo, y así prefiero seguir tratando de lo mío, es decir, de la Semana del Pentecostés.

Es importante la transparencia de vida y la madurez afectiva del clero (célibe o no célibe, de varones o mujeres...). Sigue siendo importante, por ahora, en esta iglesia romana, la función de los cardenales (¿por qué sólo varones y clérigos al estilo antiguo?), pero es mucho más importante la "tarea" del Espíritu Santo en la Iglesia. Un saludo a todos.
La imagen está tomada del FB de Cristina Buján, amiga del Carmelo de San José de Córdoba, Argentina: https://www.facebook.com/cristina.bujan.3 Gracias, por tu amistad.


1. Pascua de Jesús. Espíritu y resurrección

El tema cristiano del Espíritu Santo se define en la cruz de Jesús. Dios había "soplado" su Espíritu al Adán en el principio. Ahora, Jesús expira, "entrega su Espíritu", muere (cf. Mc 15, 39), elevando ante Dios la gran protesta de la humanidad, el grito de los asesinados de la historia: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34).

Humanamente hablando, ni Jesús no puede comprender, y así protesta: ¿Dónde está el Espíritu de Dios? Pero en la raíz de su lamento late la fe suprema del creyente que confía en Dios desde su abandono, la fe del enviado mesiánico, amigo de los pobres, que ha ofrecido el Espíritu (curación, perdón y comunión) a los excluidos de su pueblo. Así muere, elevando una pregunta que puede responderse de dos formas:

− 1. Los sacerdotes del templo y en general los “fariseos” y rabinos judíos han pensado que Jesús no tenía el Espíritu de Dios, pues sh mensaje era contrario a los principios sacrales de templo judío y a un tipo de ley nacional entendida en sentido absoluto. Pudo ser triste el hecho de matarle, pero al fin resultó necesario hacerlo, para bien el judaísmo.

− 2. Por el contrario, los cristianos pascuales afirmarán que por la muerte de Cristo ha llegado ya el tiempo de Espíritu. Confiesan que Dios ha resucitado ya a Jesús por su Espíritu (cf. Rom 1, 3-4; 4, 24), inaugurando la nueva creación, la plenitud escatológica. La Cruz es para ellos ofrenda amorosa de Jesús (se ha entregado por el Espíritu eterno: Hebr 9, 14) y don de Dios "que estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo" en el Espíritu (cf. 2Cor 5, 19).

Esta es la crisis, el impulso creador, que ha transformado la mente y conducta de Pablo, el primer escritor cristiano conocido, cuando afirma: el Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu está la libertad, la creación escatológica (cf. 2Cor 3, 19).

Sacerdotes y rabinos pudieron condenar a Jesús porque tenían un velo ante sus ojos, por miedo de mirar a Dios y de asumir la muerte en libertad y entrega amorosa por el reino (cf. 2Cor 3, 12-16; cf. Ex 34, 33.35). Pues bien, Jesús lo ha rasgado: ha traspasado en gracia y claridad la frontera de la muerte y así nos permite mirar con ojos abiertos al Dios del Espíritu, que ha dado su Vida (Resurrección) al Señor crucificado.

En un plano, la cruz es fracaso: derrota y sufrimiento del mensajero del Espíritu, impotencia del mismo Espíritu. Pero allí donde ha fracasado en amor (mostrando que este mundo no se puede redimir y humanizar por Ley) eleva Dios su gracia superior y da su Vida al Cristo muerto. Ya no "sopla" simplemente con su aliento al primer de barro (Adán; cf. Gen 2), sino que ofrece su Espíritu total y resucita (en Vida plena, trinitaria), al Cristo derrotado por amor, que ha dado su vida por el Reino y cuelga del madero en el Calvario (cf. 1Cor 15, 42-45).

La pascua es expresión suprema del Espíritu. Lo que empezó en Adán (viviente del mundo) culmina en Cristo (Espíritu de vida). Este es el acontecimiento del Espíritu de Dios, que despliega su Vida resucitando a Jesús de la muerte. Se ha instaurado así el Encuentro pleno (Jesús- Padre), Dios se ha revelado del todo a los humanos:

− Jesús, Espíritu en la muerte, amor abierto a todas las naciones. Podía parecer que el Espíritu actuaba a través de un triunfo externo del Mesías: No sólo por la curación de los enfermos y por exorcismos, sino también y sobre todo por el cambio externo de la sociedad. Pues bien, ahora sabemos que Dios ha expresado su poder supremo en el Calvario, por la entrega de Jesús, en debilidad de amor, siendo derrotado por el poder de los sacerdotes de Jerusalén y del Imperio de roma.

Ésta ha sido la gran "batalla" de Jesús, su verdadero exorcismo, este su triunfo: El ha permanece fiel, poniéndose en manos de Dios, para bien de los más pobres, siendo derrotado por el sistema de templo y del imperio. Pero precisamente a través de esa derrota ha derrotado al poder de lo diabólico. En esa línea, Hebr 9, 14 dirá que ha muerto en el Espíritu y el evangelio de Juan añadirá que “emitió el Espíritu”, lo entregó en manos de Dios, poniéndolo en manos de los hombres (cf. Jn 19, 30).

− Dios Padre, Espíritu pascual, respuesta de amor. Jesús se ha puesto en manos de Dios por el Espíritu (en impotencia de amor). El Padre le acoge y libera de la muerte (le desclava de la cruz, le arranca del sepulcro, le saca del infierno: Liturgia del Sábado Santo), desplegando y realizando su amor trinitario. De esa forma se vinculan e identifican Espíritu de Jesús (que da su vida al Padre, al regalarla a los humanos) y Espíritu del Padre (que le acoge en la muerte, para darle de nuevo a los humano). Son estando unidos en amor, se abrazan en amor, al mismo tiempo, y así culmina en ellos todo tiempo.

− Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo: Vida para los hombres. La pascua, que es diálogo de amor entre el Padre y su Hijo Jesús, que supera a la muerte en la muerte, no es pura acción externa de Dios, sino esencia y presencia del Espíritu divino (eterno), que penetra en la historia haciendo que en Jesús tengamos Historia salvadora. Así lo han proclamado y vivido los cristianos, descubriendo que la misma Pascua (triunfo de Jesús) se vuelve Pentecostés: reunidos como iglesia, los creyentes han recibido el Espíritu divino y mesiánico del Cristo, en comunión de amor, entrega mutua, culminada por la muerte, abierta a la resurrección. No hay que esperar al fin del mundo (Ap 21-22) para descubrir al Espíritu de Dios, pues podemos acogerlo, desde ahora, en el camino de amor de la iglesia.

El libro de Hechos sitúa la experiencia de Pentecostés a los cuarenta días de Pascua, con el surgimiento de la iglesia, vinculando y separando así, de forma pedagógica y clara, triunfo de Jesús e irrupción de su Espíritu.
Desde otra perspectiva, tanto Mateo como Pablo y Juan han unido ambos momentos (el día de pascua vino Jesús a sus discípulos miedosos... y alentó sobre ellos, diciendo "recibid el Espíritu santo...": Jn 20, 21-22; cf. Mt 28, 16-20). Sea como fuere, la Pascua se expande en Pentecostés, "día" de nueva creación, presencia del Espíritu a través de la iglesia. Antes podía parecer aislado, lejos de la lucha y esperanza humana. Ahora se humaniza por el evangelio: es Espíritu de Cristo, verdad de su mensaje en la historia, amor universal:

− Historia. Muchos judíos pensaban que Espíritu y Reino llegarían sólo al fin, cuando el tiempo terminara y no hubiera más cojos y pobres, enfermos y muertos sobre el mundo. Por la pascua de Jesús, descubren los cristianos que Dios se hace presente en la historia, para enriquecerla y no acabarla. ¡El Espíritu ha llegado, pero el tiempo no termina, sino empieza de manera nueva, como tiempo de vida-curación y gracia, en medio de una humanidad externamente dominada por la muerte!

− Universalidad. La ley era propia de un pueblo: sancionaba su elección y santidad particular. El Espíritu de Pentecostés abre un espacio de gracia donde todos pueden convivir, no en imposición (como sistema), sino en transparencia y libertad. Lo más fácil sería cambiar todo por fuerza; pero en ese caso, el Reino sería imposición contra la gracia; no sería universal, pues la unión de todos los hombres y mujeres de la historia sólo puede conseguirse en amor gratuito, por encima de los sistemas globales de imposición.

Este es la novedad del evangelio: Jesús resucitado ofrece el agua del Espíritu, río de Vida, en concordia, a todos los humanos, superando la ley particular del viejo templo (cueva de una banda particular de hombres sagrados: cf. Mc 11, 15-19 par). Todos pueden ya venir, beber el agua del Espíritu, pues Cristo, mesías del amor en cruz (no impositivo) ha sido ya glorificado. Globalizar aquel templo de Jerusalén hubiera sido dictadura; Jesús ofrece por su Espíritu el agua de gracia y unión universal que esperaba en verdad el judaísmo (cf. Jn 7, 37-39).

2. Pentecostés. Espíritu e iglesia

La presencia pascual del Espíritu se hace visible en una iglesia o comunión escatológica de perdonados (liberados) que celebran la victoria de Jesús sobre la muerte, de manera que ella aparece como expresión privilegiada de la Vida de Dios, que se expresa en el mundo en forma de comunión de liberados. La misma Iglesia aparece así como del Espíritu de Dios que actúa por Jesús, aquí y ahora, en el camino que brota de la pascua. Así plantearon el tema los primeros cristianos:

− Los judeo-cristianos de Jerusalén, aun aceptando a Jesús como Señor, tenían miedo de perder su identidad judía al "globalizarse", es decir, al abandonar su cohesión especial y unirse a todos los pueblos antes de lq llegada del final. Preferían esperar. Así se mantenían como grupo de renovación escatológica, al interior del judaísmo, hasta que viniera Jesús de un modo glorioso. Pensaban que no había llegado el tiempo de la misión universal, el tiempo pleno del Espíritu.

− Por el contrario, los judeo-helenistas cristianos y después Pablo (cf. Hech 6-15) comprendieron que el Espíritu de Cristo había trascendido ya las barreras nacionales de Israel, suscitando una comunión escatológica, es decir, universal pero no impositiva, de fieles liberados de la ley y abiertos por la fe y amor del Cristo a todos los humanos. Con ellos se inicia la iglesia verdadera, asumida tanto por la tradición de Pablo (cf. Ef 2, 14-22) como por la de Pedro (cf. Mt 16, 17-19).

Los hombres por sí no podían formar una comunión universal, fundada en la experiencia íntima de Dios y en la apertura a todos los hombres. Su afán de seguridad propia y de conquista de lo ajeno les había llevado al deseo de elevar una gran Torre frente a Dios, como sistema de seguridad global, les había llevado a enfrentarse, confundirse y dividirse, creando naciones y estados (cf. Gen 11: Torre de Babel), terminando por construir el muro de la misma ley nacional judía.

Pues bien, para unificar a los hombres en amor y gratuidad, no por la Torre global, había elegido Dios al pueblo de Abraham, portador de bendición y unidad pacificada para todas las naciones (cf. Gen 12, 1-3), antes y por encima de la misma Ley nacional del judaísmo. Como plenitud de esa promesa, como inversión de Babel y cumplimiento de Abrahán, ha surgido la iglesia donde el gesto sanador de Jesús (que vence a los demonios) se vuelve Espíritu católico, de unidad universal, creyente (cf. Gal 3-4; Rom 3-4).

Esta es la novedad y tarea de la iglesia, que el Nuevo Testamento ha presentado de diversas formas (Pablo, Juan….). En esa línea, culminado su evangelio por la Ascensión de Jesús (Lc 24 y Hech 1), Lucas ha desarrollado en Hech 2 el tema de la Iglesia como fuente y lugar de concordia (de comunión universal en el Espíritu) para todos los hombres y los pueblos de la tierra.
La Iglesia no busca la unidad como sistema o Torre que resguarda y unifica por la fuerza a los humanos, pues ello sería confusión y dictadura (cf. Gen 11). Tampoco la busca por Ley nacional imponiendo una organización sacral planificada, como la del viejo Templo. Al contrario, la Iglesia ofrece y realiza la unidad del evangelio, que se expresa y concreta en el Espíritu, pasando de la Torre y de la Ley particular, al amor liberador que puede vincular gratuitamente a todos los humanos en la historia. En ese fondo se ilumina el texto ya citado (Hech 2) con sus elementos del Espíritu:

− Experiencia de Dios: signos carismáticos. El Espíritu de Dios es viento y terremoto, lenguas de fuego, calor hecho palabra de anuncio o misión universal (cf. Gen 1, 1-4). Este pasaje condensa una experiencia común de la iglesia: los primeros cristianos no empezaron teorizando, sino que se descubrieron transformados por la presencia amorosa del Espíritu, recreados en amor y gozo, en plenitud y misterio, por su fuerza (cf. Hech 4, 31; 10, 44-48). El Don de Jesús se vuelve experiencia de creatividad interior y de palabra compartida compartida: animados por su Espíritu, los fieles se vuelven capaces de hablar todas las lenguas (glosolalia), en comunión de amor abierto a todas las culturas y naciones de la tierra (cf. Hech 2, 4).

− Apertura universal. La experiencia carismática suele ser individual o de pequeños grupos que se cierran en sí mismos. En contra de eso, Lucas sabe que el Espíritu de Pentecostés se hizo palabra de comunión y comunicación (misión) para todos los pueblos. El templo de Jerusalén se había vuelto un tipo Babel de robo y rechazo (cf. Mc 11, 17; Hech 7, 44-53) donde venían gentes de todas las naciones (cf. Hech 2, 5), sin lograr comunicarse. En contra de eso, los cristianos reciben en su propia casa (no en un templo) una experiencia de gracia y comunicación católica: de esa manera, aquello que parece más personal e intransferible (nuestro Espíritu) se vuelve Palabra para todos los humanos.

− Comunicación en profundidad. Esta es la experiencia germinal de la nueva humanidad: Pentecostés es raíz y principio de unión para los pueblos (partos, medos, elamitas: cf. 2, 9), no sólo en forma social, sino (y sobre todo) en forma de comunión personal, de inhabitación de unos hombres en otros, es decir, de comunión eclesial, en oración, en libertad interior, conforme a la experiencia de Jesús. En ese sentido decimos que el Espíritu es el poder de comunión de la Iglesia, el principio de comunicación mutua (la comunión de los santos, en lo santo).

El Espíritu se vuelve en Cristo principio de Reconciliación (cf. 2 Cor 5, 19) que desborda las fronteras de la Ley, abriendo desde el mismo judaísmo (desde Jerusalén) un camino de concordia y comunión gratuita entre todos los hombres:

recibiréis la fuerza del Espíritu Santo
que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos
en Jerusalén, y en toda Judea y Samaria
y hasta los confines de la tierra (Hech 1, 8).

La mayor parte de los oyentes y seguidores de Jesús habían esperado y buscado la restauración nacional israelita, esperando el retorno glorioso de Jesús, para instaurar el Reino nacional del judaísmo (cf. Hech 1, 6-7). Pues bien, en contra de eso, ellos descubren que Jesús les ofrece su Espíritu, para que sean testigos de amor universal en todas las naciones, abriendo así un espacio de vida compartida gratuita, no global en sentido impositivo, hasta el fin de los tiempos. (cf. Hech 1, 11):

− Jesús había superado con su vida y mensaje un tipo de estructura nacional de Israel, en línea de ley, pues había convocado para su reino a los perdidos-pecadores-expulsados, a los judíos que se hallaban fuera de la alianza oficial y, de un modo indirecto, a los gentiles. Sin el recuerdo de su gesto, sin su acercamiento a los impuros, trascendiendo así un tipo de Ley nacional, pierde sentido el evangelio, se niega el Espíritu cristiano.
− Iglesia universal. Retomando el impulso de Jesús, tras un tiempo de “esperanza nacional judía”, los discípulos helenistas de Jesús (tal como aparecen representados en Hch 2), convocan para el reino, por la iglesia, para el Reino, a todos los hombres y mujeres de la tierra. Así rompen la barrera israelita, para abrirse a quienes crean de todas las naciones, uniéndoles en una iglesia, sin más condición de entrada que la fe, sin más compromiso de vida que el amor en el Espíritu.

Los creyentes pueden ser y siguen siendo muy distintos, de razas y pueblos, lenguas y naciones diferentes, sin uniones violentas (en la línea de la Torre), pues les vincula una fe común en el Dios que ha resucitado a Jesús, un amor concreto, una experiencia de Vida compartida, un mismo Espíritu. Superando una Ley nacional (pueblo elegido) emerge el Espíritu de Cristo, que es "amor, gozo, paz" (cf. Gal 5, 22) para todos los hombres, elegidos a la Vida. En esta línea se sitúa Lucas al contar en Hech la historia de la iglesia en sincronía (el Espíritu es principio de unidad comunitaria, superando las barreras de judíos y gentiles, en diálogo de amor) y diacronía (el Espíritu es unión final en libertad de todos los creyente). Así puede proclamar Ef 4, 4 su palabra: "un Cuerpo y un Espíritu", pues habéis sido llamados a una misma esperanza.

Los nuevos cristianos pascuales (y pentecostales), no querían crear una nueva religión, una iglesia separada de la comunidad judía. Pero, de hecho, profundizando en su experiencia pascual, han abierto en el Espíritu un espacio de comunicación (en Cuerpo y Espíritu, pan y misterio) para todos los humanos. Pentecostés no es experiencia de la inmortalidad divina del alma, negación de la materia (contra la gnosis), pura esperanza futura o afirmación del eterno retorno de la vida, sino descubrimiento y despliegue universal de la Pascua, que se abre como espacio de comunión concreta (en Cuerpo y Espíritu) para todos los humanos:

− Pascua, mesianismo del crucificado. Jesús vivió y murió a favor de los excluidos del sistema, entregándose así a Dios, que le recibió en su Vida (=Espíritu) de amor. Este es su milagro: un amor abierto en gratuidad a todos. Al principio, sus discípulos no lo comprendieron: escaparon, fracasados, y se escandalizaron, por la novedad de un Cristo crucificado. Pero después volvieron a Jesús, en Dios, por el Espíritu, descubriendo que la Pascua cumple la "lógica" de reino: es Amor universal que triunfa de la muerte.
− Pentecostés, amor universal de Cristo. Los cristianos descubren y reciben por Cristo el amor pleno de Dios, que vincula a los hombres y mujeres, en gratuidad y comunión de vida. El Amor la pascua es el Espíritu: el mismo Amor de comunión de Dios (el Espíritu del Padre y de Jesús, su Hijo), que se abre a todos los humanos, como experiencia salvadora y comunión universal. Jesús no ha recorrido su camino para si, sino por todos los humanos (a partir de los excluidos del sistema). Por eso, su resurrección se expande y expresa a través del pentecostés pascual y misionero de la iglesia, que lleva su mensaje y vida (su amor de comunión) a todas las naciones.

Esto significa que la “pascua de Pentecostés”, es decir, la apertura universal de la Pascua de Jesús puede y debe entenderse como un haz de misterios que expresan y condensan todo el misterio total del cristianismo. Así lo ha ido mostrando (descubriendo) la tradición eclesial, que ha estructurado el mensaje y vida de Jesús en forma trinitaria, abierta a la misión universal de la Iglesia (cf. Mt 28, 16-20):

− El foco central del misterio es Jesús, pretendiente mesiánico crucificado a quien el Padre ha engendrado como Hijo (en Vida pascual), haciéndole principio y germen de comunión para los hombres, en Dios. Ciertamente, muchos judíos aguardaban la Resurrección para el fin del tiempo, como sabe Marta (Jn 11, 24), pero los seguidores de Jesús han descubierto y confesado que ella se expresa y anticipa en la pascua de Jesús. Por eso ya no hablan de resurrección universal (aunque la siguen situando al final de la historia), sino de Jesús resucitado. No proclaman un dogma para el fin del mundo, sino una experiencia de recreación, realizada en Jesús, en el centro de la historia humana.

− En el principio está Dios Padre, que ha resucitado a Jesús: le ha recibido por su Espíritu, ofreciéndole su Vida y haciéndolo principio de vida universal, para todos los pueblos. Por eso, la resurrección no es una propiedad aislada de Jesús, algo que él forma parte de su diálogo con Dios y de su apertura a todos los hombres. Así se manifiesta Dios por la resurrección como Padre verdadero, que le ha resucitado de los muertos (cf. Rom 4, 24). Jesús es "mesías", Hijo de Dios, porque ha dado su vida (Espíritu) en amor a Dios Padre (al darla a los humanos); Dios es Padre porque ha recibido a Jesús en su Vida (Espíritu), al resucitarle de los muertos. La Pascua es así la expresión y plenitud de comunión divina, en el amor del Padre y del Hijo Jesús, en el Espíritu; ella misma, la pascua, se expresa así como Pentecostés.

− La comunión plena de Dios es el Espíritu santo, en sí mismo y en la Iglesia, el Espíritu Santo como experiencia de amor íntimo y comunión universal que brota de la pascua y que vincula en forma de Iglesia a todos los hombres y mujeres. El Espíritu Santo no pertenece sólo al Padre aislado, no es tampoco una propiedad individual de Jesús, sino que es su mismo Encuentro de amor, que se abre y despliega en los hombres, a lo largo de la historia, a través de la Iglesia que, en su sentido más profundo, se identifica con el despliegue (efusión del Espíritu divino). En esa línea podemos hablar no sólo de la “encarnación” del Hijo/Logos de Dios en Cristo sino también de la comunicación (encarnación comunitaria) del Espíritu en la vida y camino de la Iglesia Así lo saben y dicen de formas convergentes no sólo Lc 24 con Hech 1-2, sino también Jn 20, 19-23 y las Cartas de la Cautividad (Col-Ef), al presentar al Espíritu Santo como principio de comunión universal de los hombres en Cristo.

Los cristianos saben por un lado que todo se ha cumplido con la pascua Por otro descubren que todo está empezando: la pascua es principio de nueva creación, fuente de unidad (salvación) para todos los humanos. La primera creación (Gen 1) fue obra del Espíritu universal de Dios (que se cernía sobre las aguas del abismo), haciéndose Palabra creadora que separa y vincula (coloca en su lugar) a cada uno de los elementos. La segunda (cf. Hech 2) es obra del Espíritu de Cristo, que se posa como lenguas de fuego sobre todos los creyentes, para que experimenten el misterio de Dios, y expandan su Palabra a los pueblos de la tierra (glosolalia).

En esa línea podemos afirmar que el Espíritu Primero (empezando por Gen 1) era fuerza cósmica, energía creadora que se expresa en el surgimiento de la luz y de los astros, de las plantas y animales. Por su parte, el Espíritu Segundo (de Pentecostés) es amor gratuito y creador, que se expande y actúa por Cristo, como principio de vinculación universal. Por eso es esencialmente misionero: amor ofrecido a todos los humanos, sin distinción de raza o pueblo, no como de globalización impuesta a favor o desde los prepotentes del sistema
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