Para Tomás García, presbítero de la Iglesia, en Santo Domingo

El pasado día 7, en Santo Domingo, República Dominicana, ha siso ordenado presbítero Fray Tomás García, religioso de la Merced y misionero, como muestra la foto, en la que aparece a la izquierda del obispo oficiante y de su Provincial, el P. José Ignacio Cacho.

He vivido a su lado muchos años, he sido profesor y compañero suyo, él ha sido mi amigo. Ahora que la Iglesia le ha ofrecido el orden de presbítero, tras largos años de misión entre los pobres de una tierra de adopción (él es manchego de España), quiero dedicarle estas palabras, que escribí pensando en él y en otros como él hace ahora diez años, cuando vivía a su lado.


Quiero ofrecerte, Tomás, mi abrazo mejor, de solidaridad, de recuerdo y de esperanza. Pero, en segundo lugar, permíteme que una vez más te ofrezca mi palabra, respetuosa, cercana.

Ministerios evangélicos, servicio de amor, no jerarquía.

Tú no has sido ni serás jerarca, Tomas. Tú has sido y serás compañero de amor en el camino de la vida. Como muchas veces te decía:

− Un sistema de poder necesita ministerios eficientes: una cúpula implacable, penetrante, siempre renovada, de funcionarios, que ejercen sus tareas para el Todo. Al Sistema no le importan los hombres, y menos los pobres (que no invierten ni compran sino el funcionamiento y producción de la máquina-sistema. Estos funcionarios, impersonales y eficaces, son esclavos a sueldo (a veces a buen sueldo) del capital, empresa y mercado, y su buen trabajo puede implicar e implica de hecho la exclusión y muerte de millones de sujetos “menores” y pobres, los limpiabotas de tu barrio y de tu “escuela de vida”, negados y apartados, para bien de los privilegiados que, al fin, tampoco importan (pues sólo importa el sistema). Los ministros señores de ese Todo acaban siendo criados de la muerte, responsables de “orden” impuesto que condena a muerte a tercera parte de la población del mundo como supone el Apocalipsis (cf. Ap 6, 1-8).

− La iglesia no necesita funcionarios eficientes, ni mandos superiores (cf. Mc 9, 33-37; 10, 32-45). No busca la eficacia administrativa o económica del capital y mercado, sino el encuentro personal, la comunión humana, jamás planificable, siempre abiertaa todos, especialmente a los carentes de amor y dignidad, a los expulsados del sistema, para quienes abre un espacio y camino. Por eso, Jesús no quiere el denario del César y su impuesto (cf. Mc 12, 13-17), ni el dinero del rico voluntario (cf. Mc 10, 17-22), pues su tarea de comunicación y de amor se ejerce de un modo gratuito, como encuentro inmediato entre personas. Los ministros de Jesús son servidores de una Palabra que se regala (no de un secreto o noticia que se paga) y del Pan compartido (que no se compra o vende).

Funcionarios del poder, ministros de Jesús

Así se relacionan y distinguen los funcionarios del Sistema, servidores eficientes del Poder, que utiliza a sus dependientes y empleados (pagándoles por ello) y los testigos del Reino, que regalan su vida como de un modo gratuito al servicio de la libertad y de la comunión mesiánica. Por eso, como dijo Jesús (Mc 9, 31-10, 5) y como Pablo puso de relieve (cf. 2Cor 10-12), los ministros de la iglesia no necesitan ser gobernantes hábiles o políticos sagaces, sino portadores de humanidad, testigos maduros de amor.

Los funcionarios
pertenecen al sistema que impone condiciones y paga, según ley de oferta y demanda. Los ministros de Jesús son testigos de la gracia de Dios, y sólo buscan la expansión gratuita de la vida, el bien de todos. Los funcionarios realizan sus servicios para que el sistema siga funcionando y crezca, mientras mueren y son sustituidas las personas, que en sí mismas no cuentan. Los ministros de Jesús no sirven para que la iglesia triunfe, sino para que los hombres y mujeres compartan la vida (Palabra y Pan), pues sólo importan ellos, los que nacen y mueren, esperando una posible resurrección.

Los funcionarios se venden al Todo, al servicio del sistema, para que las cosas funcionen. Los ministros de Jesús no pueden venderse por nada, pues no quieren que el Todo funcione, sino que las personas se comuniquen y amen. Les basta ser y actuar en libertad de amor, pues ellos representan a Jesús que pudo decir: no son los hombres para el sistema, sino el sistema para los hombres (cf. Mc 2, 27). Los funcionarios realizan una función externa, separada de su vida. Los ministros de Jesús le sirven y sirven a los hombres y mujeres con la transparencia amorosa de su vida. Todos los creyentes son así ministros, pues a todos pertenece la Palabra y Pan de Cristo.

Autoridad eclesial, la misma vida.

Tomás, te conocí cuando eras casi niño… Hemos vivido juntos muchos años, cuando eras simplemente un “muchacho”. Ahora, la Iglesia te considera “presbítero”, unas persona madura en libertad, en vida, en amor… una persona capaz de acompañar a otras en la brega de Jesús, que es el evangelio, la buena nueva de la libertad mercedarias.

Como tú sabes bien, para ser lo que es y decir lo que Jesús le ha confiado, la Iglesia no necesita instituciones sacrales poderosas, ni estructuras ricas. No precisa grandes edificios, centros de coordinación burocrática, planes codificados en línea de totalidad. Le basta la Palabra y el amor mutuo al estilo de Jesús, de manera que todos sus fieles escuchen y digan la Palabra, la compartan y celebren, compartiendo el Pan. Al servicio de esa Palabra y ese Pan de Jesús estarás tú, presbítero Tomás.

La Iglesia de Jesús no necesita activistas bien organizados que “lideren” el “mercado” religioso, sino personas que vivan el Evangelio como buena nueva de libertad y alegría compartida, al lado de la gente, como tú sabes, Tomás. La Palabra de la iglesia se expresa en la comunicación personal, mano a mano, voz a voz, partiendo de los pobres, superando el Todo del sistema, de manera que todos se sientan y sean responsables y receptores de la gracia de la vida.

Un tipo de sistema de poder vincula y somete a los hombres y mujeres bajo el capital y mercado global. La iglesia, en cambio, quiere unirles desde (y en torno) a la Palabra y Pan compartido, en diálogo concreto donde todos puedan acoger y dar la vida en gozo compartido, en medio de la debilidad de los vivientes, amenazados siempre por la muerte. El sistema quiere triunfar, y así mide su éxito o fracaso por encima de la vida de los hombres, poniendo entre paréntesis el hecho de su nacimiento y de su muerte. La iglesia, en cambio, expresa su identidad en el camino concreto de la vida de los hombres y mujeres, a quienes acompaña en su y en su esperanza.

La Iglesia no necesita unos especialistas superiores, más dotados, que se encargan de dirigir su “empresa”, sino la experiencia y entrega de unos hombres y mujeres, domo tú, que se descubren llamados por Jesús (y por la Iglesia), para transmitir su Palabra, compartiendo su Pan, acogiendo y regalando la vida en amor a los necesitados.

Personas de la Palabra, personas del Pan

Este es el don del pueblo de Dios, que que Jesús ha ofrecido a todos sus amigos, y que la Iglesia confía de un modo especial a algunos “presbíteros” como tú, Tomás… Lo que marca la vida de la Iglesia no es el poder de unos sobre otros, sino la comunión de amor, con el servicio concreto de algunos que ponen su vida en manos de la comunidad, para la celebración de la Palabra y Pan que les vinculan sobre el mundo en un amor que desborda ya la muerte (que es anticipo de la resurrección).

− Ministros de Jesús, hombres de Palabra. Estos ministros de la comunidad han de ser personar que conocen y proclaman la Palabra de Jesús. No es necesario que sean especialistas literarios, como los escribas, ni oradores de renombre, pero deben dejar que se expanda por ellos la Palabra que viene de Dios y que vincule por gracia a quienes quieran aceptarla, rompiendo la dura propaganda de un sistema, que quiere imponer su ideología, al servicio del capital y el mercado.

La iglesia en conjunto y sus ministros en particular no tienen más capital que esa Palabra de libertad que escuchan y comparten. Del Amor de Dios brota esta Palabra como Gracia que nos capacita para compartir en Comunión la vida. Ella no consiste en decir cosas, sino en que podamos decirnos mutuamente, para hacernos comunión. Por eso, la formación en la Palabra no se reduce a un estudio teología que se pueda estudiar en centros de enseñanza general, sino crecimiento en comunicación personal: los ministros no han de ser personas que saben más teología que otros, sino cristianos que sepan decirse unos a otros, animando así el diálogo comunitario.

− Pan de comunión. La liturgia de Jesús vincula Palabra y Pan, en un grupo concreto, en solidaridad con todas las iglesias y apertura a todos los humanos. No es un rito separado de la vida, sino gesto central de la misma vida, que se expresa y concreta en la comunión de creyentes que, estando por un lado en el sistema, superan sus principios egoístas de imposición económica y mercado. Los creyentes se reúnen por el gozo de hacerlo, de ser-en-comunión en Cristo; de esa forma, recordándole, celebran su Vida al compartirla en el Pan y Vino, que son dones de Dios, Presencia corporal del mismo Cristo y expresión de la mutua entrega de los fieles. Sin duda, puede y deber haber uno o varios ministros que organizan la celebración, pero en sentido estricto son celebrantes todos los cristianos, que comulgan entre sí al comulgar a Cristo. Todos los cristianos han de ser hombres y mujeres de comunicación; de un modo especial habrán de serlo los ministros, expertos en expresar y celebrar por Cristo el misterio de la vida compartida.

Conclusión

Como decía Isaías "toda carne es hierba y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba, se marchita la flor..., pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (Is 40, 6-8). Los bienes del mundo se pudren y acaban (cf. Mt 6, 19-21). Pero la comunidad mesiánica centrada en la Palabra y Pan de Jesús permanece para siempre.

Al servicio de esa Palabra y ese Pan te has “ordenado”, amigo Tomás. La comunidad cristiana te pide que sigan diciendo con tu vida la Vida de Jesús. No estás sólo, estás al lado de tus hermanos mercedarios y de todos los que te queremos. Te acompaña en la tarea toda la Iglesia, bajo el recuerdo y protección de María de la Merced.

Sabes bien, Tomás, que toda carne es hierba, como decía el profeta. Todo acaba, pero aquellos que comparten la Palabra y Pan del Cristo, en apertura de gracia a todos los humanos, permanecen para siempre. Por eso tú serás ministro del Señor Jesús y de su Iglesia para siempre.
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