Tomada al pie de la letra, la frase que evoca ese título y dibujo no es de Jesús, sino de Juan de la Cruz: Pon amor donde no hay amor, y sacarás amor (del pozo de tu vida, y de la vida de los otros). Pero ella recoge su más honda experiencia, pues, como vimos ayer, Jesús decía: Como yo os he amado, amaos así unos a los otros.
Puso amor, se sembró a sí mismo en el surco duro de la historia de los hombres, y brotó el Amor (como dijo y dice la historia cristiana, que empieza en la Pascua, que es la resurrección del Amor, es decir, de la "carne" de la historia). Hoy quiero comentar sólo la primer parte de la frase: Donde no lo había puso amor...
‒ Esperaban a un caudillo militar triunfante, y vino un simplemente un amigo (hombre de amor) a decirlos (decirnos): Os he dado ejemplo, amaos... y encontraréis al Amor que es el Reino de Dios, empezando aquí, en este mundo, amor concreto, personal y social, íntimo y político, en la familia y en la economía...
‒ Esperaban (esperábamos) un cambio drástico de economía (un nuevo mercado, bajada de impuesto, trabajo digno y buen salario para todos…), pero él vino a decirnos “amaos… y encontraréis vuestra Vida, algo más grande que todo eso”. De esa manera, su palabra clave (buscad y encontraréis) puede y debe traducirse: Sembrad amor, y encontrareis Amor, desde aquí mismo, en los campos de trabajo y en las ciudades. Caerán los reinos, se consumirán los grandes bandos (FMI, BCE, OMC...), pero quedarán los hombres y mujeres, capaces de amar y de amarse-
‒ Esperaban (esperábamos) que nos rescataran con medios externos, que lo hicieran otros (ángeles del cielo o grandes bancos, legionarios o celotas…), pero Jesús nos dijo: Rescataos vosotros, tomad las riendas del amor, amaos y así cambiadlo todo… Pero no os encerréis para ello en un desierto, ni vayáis a los montes lejanos. Amad en las casas y en la calles, en el trabajo y en el templo, y veréis que todo cambia… Ni Espartaco ni Buda, ni Lenin ni Ghandi soñaron tal alto…
La solución es vuestra (nuestra), nos dice Jesús: Si amáis de verdad cambiará vuestra vida, y cambiará la vida de los otros, comenzad haciéndolo ya… y encontraréis el Amor.
Un tema clave, la vida de Jesús, Amor andante
Como profeta y enviado mesiánico de Dios, desde la periferia de la sociedad judía (humana) de su tiempo, Jesús inició un camino mesiánico abierto, al menos de manera tendencial, a todos los necesitados (encarcelados, esclavos, cautivos) de la historia. Fue un hombre liminar o de frontera, que se situó en los bordes de la sociedad establecida para ofrecer una palabra y camino de Reino a los que allí moraban y sufrían.
No realizó una función «política» en el sentido moderno, pues no existían entonces nuestras las condiciones sociales para actuar en esa línea, pero extendió su mensaje y misión en el entorno político del mundo, en el mundo o submundo en que habitaban (malvivían) los diversos oprimidos y expulsados de su tiempo. Con los parados, los inútiles y expulsados de la sociedad del orden y el consumo, comenzó una revolución que queremos retomar una vez más en este tiempo de grandes desajustes y miserias.
Más que una religión en el sentido espiritualista o jerarquizado (oficial) del término, vino a fundar un movimiento liberador especialmente dirigido a los pobres (oprimidos, marginados,) del entorno. Vivió cerca de un volcán, en una situación pre-revolucionaria, como la que había existido en Israel dos siglos antes (cuando se preparaba la respuesta macabea: hacia el 180 a. C.).
Un ejemplo que no quiso seguir: Los macabeos
Los macabeos habían respondido a la violencia militar y política de su tiempo (hacia el 175 a. C.) con un tipo más fuerte de violencia militar, logrando de esa forma un estatus de independencia nacional para los judíos palestino. Ganaron la guerra, impusieron su “paz”, pero no lograron resolver los problemas de fondo, ni ofrecieron un camino de paz universal, sino que dejaron que creciera la pobreza y crecieran los enfrentamiento. Tampoco aquellos que más tarde se alzaron en armas contra Roma (el 67-70 y el 132-135 d. C.) lograron su objetivo, de manera que vencidos en el campo militar y tuvieron que cerrarse en el campo religioso, formando el judaísmo normativo (nacional), que ha pervivido hasta nuestro tiempo.
Jesús quiso responder y respondió de una forma mesiánica y humana, revolucionaria y supra-violenta, a los problemas de opresión y violencia de su tiempo. No se opuso con armas a las armas: no fundó un ejército, no quiso establecer por medios políticos un nuevo Estado israelita, sino que inició desde los pobres un proyecto de transformación abierta para todos. Lógicamente, conoció y denunció a su manera las opresiones del entorno, de manera que los responsables del sistema legal (los defensores de los derechos humanos de los justos, los portadores de la violencia legítima) desconfiaron de él, le temieron y juzgaron. Murió ajusticiado (asesinado) por la ley oficial (civil y religiosa) de su tiempo.
Algunos principios de su amor
No fue violento en el sentido externo, pero tampoco pasivo. No organizó una guerrilla contra los prepotentes, pero tampoco quiso que el pueblo siguiera como estaba, impotente, resignado, derribado. Precisamente con (entre) aquellos que se hallaban «despojados y arrojados, como ovejas sin pastor, a merced de las fieras de violencia de la tierra» (cf. Mt 9, 36), inició su camino, ofreciendo palabra y curación a los que vivían sin palabra, dominados por un círculo de antiguas y nuevas opresiones.
Les habló como a personas capaces de escuchar y de entender los misterios del Reino de Dios, es decir, de la plenitud humana. Les trató como a seres maduros, dueños de su destino (del futuro de su vida). No fue paternalista, ni quiso elevarse por encima de los pobres, sino que dialogó con ellos en profundo respeto, haciéndoles capaces de creer, creyendo en ellos. Al mismo tiempo, les curó, sanó sus males, en «terapia de Reino de Dios». No se resignó, ni pactó con la miseria y opresión. Desde el subsuelo, lugar de violencia y muerte, fue abriendo un camino de fe sanadora que puede aplicarse en el entorno de muerte y sufrimiento de la cárcel.
Jesús se situó de esa manera al final de una línea que habían iniciado los profetas. Ciertamente, asumió la tradición israelita que exige proteger a extranjeros, huérfanos y viudas, pero la amplió abriendo a todos la mano de su gracia. Asumió, sin duda, el programa sabático y jubilar del perdón de las deudas, la libertad de los esclavos y el reparto de tierras, pero quiso aplicarlo al pie de la letra, iniciando un camino intenso y extenso (más universal) de liberación, en la línea de los profetas, como nuevo Moisés llamado a rescatar a los “hebreos” de su tiempo de la opresión que había en su propia tierra.
Su acción se sitúa en la línea de aquello que actualmente (en perspectiva racional) llamaríamos defensa de los derechos humanos, pero desborda ese nivel, porque la fuerza de la gracia le lleva más allá de la exigencia de las leyes. Quizá pudiéramos decir que, asumiendo los principios de vida de su pueblo, Jesús terminó oponiéndose a la forma en que ellos se concretaban, siendo justamente condenado en un plano de ley. Así podemos añadir que (sin rechazar temáticamente la ley) terminó enfrentándose con ella y poniéndose al lado de los ilegales de su tiempo. Aquí y no en palabras más o menos desligadas del contexto de su vida, ha de fundarse la opción preferencial de la iglesia en favor de los encarcelados.
Rasgos y momentos de su amor
1. Amó a los pecadores "oficiales", varones y mujeres a quienes la tradición legal judía consideraba impuros: indignos de participar en el banquete (mesa, templo) del buen pueblo de la alianza. La tradición le coloca al lado de publicanos y prostitutas (cf. Mt 21, 31), es decir, de aquellos que "vendían" (tenían que vender) su dignidad (su identidad de hijos de Dios) por razones de dinero. En las márgenes de Israel se hallaban, como carne de cultivo de diversas violencias y opresiones.
Así empezó su camino desde los expulsados de la sociedad. No fue a los bancos a pedir dinero, ni a los despachos de los políticos oficiales, sino a la calle donde sufría la gente expulsada… Allí fue a buscarles Jesús, para invitarles al Reino, iniciando con ellos un camino de nueva humanidad: no les condenó ni expulsó, no les obligó a reparar de un modo penitencial (en cárcel o castigo) el mal que habían hecho, sino que les ofreció su solidaridad y reino. Gran parte de los encarcelados de nuestro tiempo provienen de ese mismo entorno vital.
2. Buscó de un modo especial a los enfermos, leprosos y posesos, que aquella "buena sociedad" consideraba malditos y expulsaba del espacio de la familia y comunidad sagrada. No había para ellos cárcel, entendida como reclusión o encerramiento, pero muchos vivían encerrados en los muros de su enfermedad y su impureza, expulsados del orden social. Comenzó con los que no caben en las estructuras de poder del mundo, con aquellos que ni siquiera cuentan en las oficinas de parados, pues no existen tales oficinas….
Para nadie cuentan, peroJesús vino a ofrecerles su solidaridad y esperanza del reino. Muchos encarcelados actuales son como aquellos antiguos leprosos: apestados a quienes se expulsa de la sana sociedad; poseídos por la droga, amenazados por el “sida” y otros males. En su mayoría son enfermos o débiles mentales, como los antiguos endemoniados: incapaces de asumir la libertad de un modo activo, en un entorno duro que tendía (y tiende) a marginarles.
3. Compartió su camino con los pobres, ofreciéndoles no sólo la bienaventuranza del Reino (Lc 6, 20 par), sino un lugar en su mesa, abierta como espacio de encuentro para todos (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10 par). Evidentemente, los pobres no eran piadosos, buenos anawim, como se ha dicho, llenos de Dios, incapaces de cometer crimen alguno.
Hoy como entonces, muchos pobres resultan "peligrosos" para la buena sociedad que les expulsa, ignora y/o utiliza. Jesús no empezó por convertirles, trazando para ellos un programa penitencial de cambio e inserción en la sociedad constituida, sino que les acogió y reconoció tal como eran, ofreciéndoles a ellos y a todos los hombres, un camino de esperanza mesiánica, una buena nueva de riqueza y reconciliación abierta al Reino.
Amor íntimo, amor de líder, amor de Dios
Éstos son quizá los tres rasgos más importantes del camino de Jesús (amos íntimo, de líder, divino...), que inició un mensaje y camino de liberación al servicio de unos marginados que se parecían mucho a los actuales: prostitutas, compradas y vendidas por comercio sexual; publicanos, manipulados por cuestión económica; niños sin familia, militares odiados de un ejército de ocupación (o colaboradores de Roma), extranjeros rechazados por los puros judíos... Entre ellos se mantuvo, por ellos ofreció su palabra.
1. Amó de manera íntima, es decir, personal, mano a mano, cuerpo a cuerpo… De esa forma acogió a los niños, ofreció cariño y dignidad a las mujeres arrojadas a la calle… Por eso, su grupo se llamó “comunidad de amigos”, discípulos queridos. En ese contexto de intimidad de amor se cuentan las historias del Discípulo Amado y de María Magdalena, el recuerdo de aquellos que le acompañaban simplemente porque era signo y principio de amor, en un mundo convulso de intereses políticos, económicos y religiosos.
2. Pero también amó (y al mismo tiempo) de un modo eficaz, como líder de la mayor de todas las revoluciones, que comenzó en la periferia de Galilea, para subir a Jerusalén, la ciudad de las esperanzas judíos. De esa forma organizó a su grupo, con Doce representantes (como las tribus de Israel), con amigos y simpatizantes extendidos por todas las aldeas, con colaboradores… Fue amigo íntimo de sus amigos y amigas, siendo líder de un movimiento de liberación humana, en la línea de los profetas de Israel. No fue capitán militar, ni sacerdote santo de templo, ni estadista imperial… Fue algo más hondo: Simplemente un hombre al servicio del ideal y camino de libertad de los hombres y mujeres de su entorno.
3. Así fue un hombre de Dios… Creía en el Dios de Abraham, que creyó y esperó en contra de toda esperanza, creía en el Dios de David y los profetas, el Dios de la creación y de la transformación humana. En nombre de ese Dios, a quien llamaba “Padre” inició y consumó su movimiento, identificando su obra (y la de su gente) con la obra de Dios. Así subió a Jerusalén…
Buscó humanidad, no más religión en el sentido “oficial” del término
Ciertamente, no quiso ser un separado en el sentido purista del término, no estuvo sólo con los excluidos, ni tampoco con los puros. Con unos y otros habló, para unos y otros ofreció su mensaje, en gesto de doble pertenencia. Así vivió y murió como Mesías de frontera, mediador entre la "buena sociedad" (que le acabó matando) y los marginados o peligrosos de esa sociedad (con los que murió crucificado). Por eso, su memoria, celebrada por la iglesia, resulta inseparable del recuerdo de su conflicto social. "La noche en que fue entregado" (1 Cor 11, 23): así comienza toda fiesta cristiana, con la referencia a la prisión y muerte de Jesús.
Más que una religión en el sentido espiritualista (intimista), más que una organización social (estado bien estructurado), Jesús fundó un movimiento liberador especialmente dirigido a los más pobres (marginados, hambrientos) de su tiempo. De esa forma conoció los varios espacios de opresión de donde provienen actualmente la mayoría de los encarcelados.
No se mantuvo en el desierto como Juan Bautista, esperando que llegaran los penitentes, para iniciar con ellos un camino de conversión. No fundó una escuela de sabios hermeneutas de la ley, ni un grupo de orantes separados (=fariseos), sino conoció las opresiones y compartió los sufrimientos de los últimos del mundo, muriendo en el centro de la conflictividad social y humana de su tiempo. Por eso su actitud sólo se entiende y sólo puede asumirse allí donde la iglesia (los cristianos) son capaces de encarnarse como él en el centro de la conflictividad humana, en la vida real de los hombres y mujeres, en la calle de la vida, rompiendo las barreras que actualmente dividen, oprimen, esclavizan...
Ese tipo de encarnación resulta peligrosa pues exige optar por los marginados. Jesús lo hizo y por eso murió ajusticiado (asesinado) por la justicia oficial (civil y religiosa) de su tiempo. Quiso abrir los ojos de los ciegos para que pudieran ver, abrió sus oídos y su boca, para que pudieran escuchar y hablar en libertad, de un modo responsable. No vino a anunciar la destrucción del mundo, sino a construir, desde el mismo lugar de conflicto.
Por eso, su anuncio de liberación tuvo que ser y fue (en línea profética) una fuerte voz de denuncia contra los sistemas de sacralidad del tiempo: contra un tipo de ley y religión que expulsaban a los débiles y enfermos, a los impuros y pobres del pueblo. Ciertamente, no luchó directamente contra las autoridades de Israel (sacerdotes, escribas), ni se enfrentó como soldado nacional con las legiones de Roma, pero los jerarcas de Israel y Roma se sintieron amenazados y decidieron matarle.
BIBLIOGRAFÍA
Son numerosas las obras sobre el Jesús histórico y todas, de un modo o de otro, hablan del amor como elemento central de su vida y su mensaje. Entre ellas, en lengua castellana, cf.:
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