Benedicto XVI condena el uso de las minas antipersona y las bombas de racimo
(JCR)
Me imagino que, al contrario de lo que pasó con sus declaraciones sobre el uso del preservativo, esta noticia pasará desapercida, o más bien: los que dominan los medios de comunicación mundiales tendrán buen cuidado de que no se le dé ninguna relevancia. Durante su mensaje del Domingo de Ramos Benedicto XVI se refirió al aniversario de la prohibición , por parte de la ONU, de las minas antipersona, así como de la reciente apertura de la Convención para prohibir el uso de las minas antiracimo. "Deseo animar a los países que aún no lo han hecho a firmar estos importantesinstrumentos del derecho internacional humanitario, a los que la Santa Sede ha dado siempre su apoyo". El Papa -según informa la agencia Zenit- expresó también su determinación de ayudar y apoyar "cualquier medida dirigida a garantizar la asistencia necesaria a las víctimas de estas armas devastadoras".
No es la primera vez que Benedicto XVI se refiere a este tema tan doloroso. Hace muy pocos días, cuando se despidió de los angolanos, recordó el drama de las minas antipersonal en este país, donde se calcula que durante las casi tres décadas de guerra se plantaron 14 millones de estos artefactos mortíferos. También en aquella ocasión estas declaraciones fueron ignoradas por la prensa internacional. Aunque personalmente no suscribo lo que el Papa dijo sobre los preservativos al cien por cien (otro día hablaré con calma de este tema), me parece bastante injusto no haber destacado muchas de las declaraciones que le Papa hizo en África sobre temas muy importantes, así como el hecho de que ningún oro líder mundial haya pasado más de siete días seguidos en el continente africano. Por otra parte, ya sabemos que Estados Unidos es uno de los países que no ha querido firmar la convención para prohibir el uso de las minas antipersona. ¿Se imaginan ustedes a algunos de nuestros dirigentes europeos reunidos durante estos últimos días en el G-20 o en la cumbre de la OTAN realizando un discurso en el que pidieran a Obama que se apresurara a firmarlo? Yo tampoco, la verdad.
Cuando esta mañana he leído las palabras del Papa sobre las minas me he acordado de un día de 1999 en que viajaba yo por el Norte de Uganda, de Gulu a Kitgum (110 kilómetros) por una carretera bastante solitaria y al doblar una curva frené en seco cuando un grupo de personas se me plantaron inesperadamente en medio de la carretera haciéndome señas de que me parara. Llevaban a un muchacho de unos 20 años que sangraba abundantemente por las piernas y gritaba de dolor. Acababa de pisar una mina antipersona. Tras hacer un torniquete lo mejor que pudimos, abrí la puerta trasera para arrojar sin contemplaciones las cajas de libros que acababa de comprar en Gulu y dejar espacio para acomodar lo mejor que pude a aquel pobre hombre y su madre, que lloraba sin parar. Nunca he conducido a más velocidad por aquellas carreteras llenas de agujeros y pedruscos bajo un sol abrasador. Llegamos al hospital de la misión a tiempo de que los médicos le salvaran la vida, pero tuvieron que amputarle las dos piernas. Al día siguiente llegó su joven esposa con el hijos de ambos, de apenas un año. Fue solo uno de los muchos casos de personas víctimas de las minas que ví durante muchos años en el Norte de Uganda, donde la guerrilla del LRA hizo abundante uso de estas minas, y también de las antitanque que destrozaban a cuantos vehículos pasaban por encima de ellas. Se las proporcionaba el régimen de Jartum, quien a su vez las compraba a China. También el ejército de Uganda (apoyado por Estados Unidos y varios países europeos) usó minas antipersonal (aunque oficialmente siempre lo negara en zonas de donde expulsó a miles de campesinos para obligarlos a vivir en campos de desplazados donde viven hasta la fecha. Los pocos que se han atrevido a volver a sus pueblos de origen han tenido que lidiar con estos artefactos como quien juega a la ruleta rusa. Recuerdo también a George, un niño de diez años que en 1996 perdió las dos piernas y un brazo al saltar sobre una mina antipersona y desde entonces vive permanentemente subido encima de una silla de ruedas y sólo dispone de un brazo para poder realizas sus tareas habituales.
Cualquiera que haya vivido en un país en guerra donde se usan estos instrumentos de una crueldad extrema no ha podido permanecer indiferente ante el enorme sufrimiento que provocan en sus víctimas. Por eso es de agradecer que el Papa levante su voz para condenarlos y pedir a los países que aún no han firmado las convenciones que prohiben su uso que lo hagan de una vez. No es la primera vez que lo hace. Es importante que figuras de calibre mundial intenten influir lo más que puedan para que termine la proliferación de estos artefactos. Estoy convencido de que quienes han quedado marcados de por vida por estos instrumentos de inusitado sufrimiento se lo agradecerán. Es una pena que otros prefieran hacer como si no se hubieran enterado.
Me imagino que, al contrario de lo que pasó con sus declaraciones sobre el uso del preservativo, esta noticia pasará desapercida, o más bien: los que dominan los medios de comunicación mundiales tendrán buen cuidado de que no se le dé ninguna relevancia. Durante su mensaje del Domingo de Ramos Benedicto XVI se refirió al aniversario de la prohibición , por parte de la ONU, de las minas antipersona, así como de la reciente apertura de la Convención para prohibir el uso de las minas antiracimo. "Deseo animar a los países que aún no lo han hecho a firmar estos importantesinstrumentos del derecho internacional humanitario, a los que la Santa Sede ha dado siempre su apoyo". El Papa -según informa la agencia Zenit- expresó también su determinación de ayudar y apoyar "cualquier medida dirigida a garantizar la asistencia necesaria a las víctimas de estas armas devastadoras".
No es la primera vez que Benedicto XVI se refiere a este tema tan doloroso. Hace muy pocos días, cuando se despidió de los angolanos, recordó el drama de las minas antipersonal en este país, donde se calcula que durante las casi tres décadas de guerra se plantaron 14 millones de estos artefactos mortíferos. También en aquella ocasión estas declaraciones fueron ignoradas por la prensa internacional. Aunque personalmente no suscribo lo que el Papa dijo sobre los preservativos al cien por cien (otro día hablaré con calma de este tema), me parece bastante injusto no haber destacado muchas de las declaraciones que le Papa hizo en África sobre temas muy importantes, así como el hecho de que ningún oro líder mundial haya pasado más de siete días seguidos en el continente africano. Por otra parte, ya sabemos que Estados Unidos es uno de los países que no ha querido firmar la convención para prohibir el uso de las minas antipersona. ¿Se imaginan ustedes a algunos de nuestros dirigentes europeos reunidos durante estos últimos días en el G-20 o en la cumbre de la OTAN realizando un discurso en el que pidieran a Obama que se apresurara a firmarlo? Yo tampoco, la verdad.
Cuando esta mañana he leído las palabras del Papa sobre las minas me he acordado de un día de 1999 en que viajaba yo por el Norte de Uganda, de Gulu a Kitgum (110 kilómetros) por una carretera bastante solitaria y al doblar una curva frené en seco cuando un grupo de personas se me plantaron inesperadamente en medio de la carretera haciéndome señas de que me parara. Llevaban a un muchacho de unos 20 años que sangraba abundantemente por las piernas y gritaba de dolor. Acababa de pisar una mina antipersona. Tras hacer un torniquete lo mejor que pudimos, abrí la puerta trasera para arrojar sin contemplaciones las cajas de libros que acababa de comprar en Gulu y dejar espacio para acomodar lo mejor que pude a aquel pobre hombre y su madre, que lloraba sin parar. Nunca he conducido a más velocidad por aquellas carreteras llenas de agujeros y pedruscos bajo un sol abrasador. Llegamos al hospital de la misión a tiempo de que los médicos le salvaran la vida, pero tuvieron que amputarle las dos piernas. Al día siguiente llegó su joven esposa con el hijos de ambos, de apenas un año. Fue solo uno de los muchos casos de personas víctimas de las minas que ví durante muchos años en el Norte de Uganda, donde la guerrilla del LRA hizo abundante uso de estas minas, y también de las antitanque que destrozaban a cuantos vehículos pasaban por encima de ellas. Se las proporcionaba el régimen de Jartum, quien a su vez las compraba a China. También el ejército de Uganda (apoyado por Estados Unidos y varios países europeos) usó minas antipersonal (aunque oficialmente siempre lo negara en zonas de donde expulsó a miles de campesinos para obligarlos a vivir en campos de desplazados donde viven hasta la fecha. Los pocos que se han atrevido a volver a sus pueblos de origen han tenido que lidiar con estos artefactos como quien juega a la ruleta rusa. Recuerdo también a George, un niño de diez años que en 1996 perdió las dos piernas y un brazo al saltar sobre una mina antipersona y desde entonces vive permanentemente subido encima de una silla de ruedas y sólo dispone de un brazo para poder realizas sus tareas habituales.
Cualquiera que haya vivido en un país en guerra donde se usan estos instrumentos de una crueldad extrema no ha podido permanecer indiferente ante el enorme sufrimiento que provocan en sus víctimas. Por eso es de agradecer que el Papa levante su voz para condenarlos y pedir a los países que aún no han firmado las convenciones que prohiben su uso que lo hagan de una vez. No es la primera vez que lo hace. Es importante que figuras de calibre mundial intenten influir lo más que puedan para que termine la proliferación de estos artefactos. Estoy convencido de que quienes han quedado marcados de por vida por estos instrumentos de inusitado sufrimiento se lo agradecerán. Es una pena que otros prefieran hacer como si no se hubieran enterado.