Sur Sudán: Crónicas de un desencuentro (y III)

(AE)
Después de haber descrito la situación posterior a la independencia, quisiera ahora presentar un

botón de muestra algunos casos que muestran claramente la persecución a la que se vieron sometidos prominentes personas y líderes del Sur. Su único pecado fue el no querer doblegarse a las directrices del gobierno. Algunos por su fe y otros por su dignidad humana, se resistieron pacíficamente y aguantaron hasta la muerte.

Tengo en mi poder varios testimonios inéditos que parecen sacados de una película de Ben-Hur. Sobre todo son testimonios de cristianos del Sur ya que la Iglesia, a través de pequeños documentos mecanografiados que se han preservado, ha podido rescatar la memoria de algunas de estas personas que sufrieron la opresión del Norte.

Un botón de muestra:

17 de Febrero de 1964 en Deim-Zubeir
Es de noche, y Bautista Mufigi, mi valiente catequista, está rezando el rosario con su mujer y sus hijas. Entran los policías, lo prenden y se lo llevan.
A unos 200 metros de su casa se encuentra el cuartel de policía. Bautista prevé que esta vez ya no le dejarán libre, ya no volverá. Deja el rosario a la mujer y a las hijas y les dice que continúen rezando por él. Cuando lo arrojan fuera de su choza, les deja su testamento: “Creed siempre todo cuanto nos han enseñado los misioneros; esta noche yo os doy ejemplo, a vosotros, a todo el mundo”

Le piden que reniegue de su fe y que entregue sus hijas a la voracidad y la lascivia de los opresores. Bautista se opone rotundamente, permaneciendo firme en su fe y negándose a entregar a sus hijas. Le desnudan y con látigos hechos de piel seca de hipopótamo (el korbac) le azotan desde el cuello hasta los muslos, no dejando sin heridas ni un solo centímetro cuadrado. Queda todo ensangrentado y, por si fuera poco, le echan polvo de guindilla picante, polvo que se aloja en los orificios naturales, en las aberturas y en los labios sangrantes de sus heridas. Se oían los gritos de lamento y de fortaleza a la vez: “Ngemaa, ngemaa” (eso jamás, eso jamás)

Continúa el flagelo y, al cabo de unas tres horas, aquel hombre, que sigue confesando a Cristo y negándose a entregar a sus hijas, muere. Para aumentar el escarnio, el cadáver de este mártir de Cristo se entrega a los familiares a cambio de 6 libras sudanesas (unas 1000 pesetas de entonces) bajo la pena y la exigencia de que serían deportados o asesinados si no guardaban silencio ante el cadáver o si no revelaban lo ocurrido a los aldeanos. Delante de opresores, soldados y negreros, se obliga a los familiares a cavar su tumba.

Alrededor de las 5 de la tarde de ese mismo día, el maestro Albino Balambala, detenido a las 9 de la mañana, fue encontrado muerto en las mismas condiciones.

En aquellas condiciones, lo heroico no era el morir, lo heroico era el vivir.


Hasta aquí el testimonio de este misionero. Hay cientos de relatos muy parecidos a este que reflejan la lucha de los sursudaneses contra las imposiciones del Norte, ya fuera por el cambio del día de descanso (del domingo al viernes) o por otras decisiones de tipo administrativo o cultural. Fueron miles las personas reprimidas, torturadas, perseguidas... la versión más moderna de este régimen policial fueron las temidas “ghost houses” (casas fantasma), centros de detención y de tortura por los que pasaron muchos ciudadanos, algunos prominentes socialmente por sus dotes de liderazgo, otros simples personas acusadas por otros de promover insurrección. Hasta el presente día, la seguridad o policía secreta de Sudán es uno de los cuerpos que funciona mejor y de manera más efectiva ya que controlan al mismo tiempo los focos de posible insurrección o de descontento social.

El descubrimiento del petróleo en el subsuelo durante los años 80 supuso una vuelta de tuerca más para la población del Sur. Los yacimientos se encontraban casi exclusivamente en el Sur del país, en zonas potencialmente bajo el dominio de fuerzas rebeldes y por tanto el gobierno central decidió tomar cartas en el asunto y arreglar “el problema” de la posible inseguridad en la zona de una vez por todas. Se vallaron los campos petrolíferos y se barrieron literalmente las zonas adyacentes con helicópteros armados con misiles. Miles de personas, especialmente de la tribu Nuer, fueron desplazadas a la fuerza, teniendo que abandonar sus pueblos e huir despavoridas ante los indiscriminados y continuos ataques con misiles aire-tierra. Muchas de las organizaciones internacionales presentes en Sudán en aquel tiempo presentaron en su día estremecedores informes acerca de la brutalidad del régimen, el cual consiguió efectivamente dejar zonas estratégicas de explotación y prospección completamente deshabitadas. Esta vez no era una lucha por conseguir la uniformidad cultural o de religión, sino simplemente una carrera para hacer posible que el estado se embolsara cuanto antes los beneficios del petróleo sin interferencias internas. Para alcanzar ese fin, no hubo trabas por parte del gobierno para emplear los medios más violentos contra la indefensa población civil.

Podría dar más ejemplos de cómo Jartúm ha tratado al Sudán Meridional, pero creo que lo que he contado hasta ahora es suficiente prueba de las “buenas maneras” del gobierno central para con los sursudaneses. Con estos antecedentes, es casi una consecuencia lógica el afirmar que el ciudadano del Sur no se podrá nunca sentir seguro en un Sudán unido, donde las fuerzas de seguridad han aterrorizado y perseguido a tantos miles de personas, donde ha habido un sistema cultural, social y económico que favorecía única y exclusivamente a las personas del Norte. Cuando hubo intentos de paz y de mediación, la gran mayoría se quedaron en papel mojado. Como dijo Abel Alier, uno de los sureños más prominentes, “too many agreements dishonoured” (demasiados acuerdos no cumplidos). A pesar de los documentos, los rimbombantes discursos y las declaraciones de fraternidad e igualdad, la actitud de la casta dirigente árabe con respecto al Sur no ha cambiado en absoluto y es por esto que al llegar el momento del referendum el clamor popular más extendido sea el de la separación.

El Sur de Sudán tiene de por sí sus problemas y sus desequilibrios, pero prefiere solucionarlos sin tener que estar siempre pendiente de los juegos sucios del Norte. La separación supone para ellos un problema menos; en lo que al resto de problemas respecta, ya bregarán con ellos cuando llegue el tiempo de la independencia.
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