Viva la sanidad pública de nuestro país... dicen los políticos africanos que van a clínicas europeas

(JCR)
Desde el mes pasado en Uganda hay campaña electoral hasta en la sopa. La gran diferencia entre estas campañas en Europa y en África la marca la televisión. Mientras en los países ricos los políticos lanzan sus mensajes y buscan votos utilizando las pantallas como medio, en países como Uganda donde muy poca gente tiene una televisión hay que ganar adeptos yendo pueblo por pueblo, lo que obliga a que la campaña dure varios meses. Además de esta campaña “puerta por puerta”, en Kampala y otras ciudades se encuentra uno con grandes carteles electorales. Uno de los que más me llama la atención muestra al actual presidente, Yoweri Museveni, vestido con una bata blanca visitando un centro público de salud.

Cada vez que lo veo no puedo evitar un sentimiento de indignación.
Como se pueden imaginar, el cartelito en cuestión hace referencia a uno de los grandes “logros” del gobierno actualmente en el poder (desde 1986) que es, supuestamente, haber hecho que la sanidad pública sea accesible a la mayor parte de la población, la cual disfruta de unos servicios médicos de calidad, etcétera, etcétera... Durante varios días, saliendo del lugar donde me hospedaba en Kampala, lo he mirado y remirado y no puedo evitar hacerme la misma pregunta: Si el gobierno dice que los servicios de salud que ha puesto en marcha son tan buenos, ¿por qué el presidente, los ministros, parlamentarios, autoridades locales y sus respectivos consortes se van al extranjero cada vez que necesitan tratamiento médico y hacerse un simple chequeo?

No estoy hablando de tratamientos complicados, sino incluso de cosas tan simples como dar a luz. De todos es sabido en este país que cuando a las hijas del presidente (el que sale en la foto con la bata blanca visitando el hospital) les ha llegado el trance de parir, su señor padre ha tenido buen cuidado de ponerlas en un avión privado (el jet presidencial, para más señas, pagado con el dinero de los países donantes) y mandarlas a una clínica en Alemania donde los felices alumbramientos han tenido lugar sin mayores complicaciones.

Pienso en esto, y pienso en los últimos años que pasé en una parroquia en el norte del país. Allí empezamos un dispensario que con ayuda de algunos fondos del ayuntamiento de Madrid (durante los años felices en que esta institución destinaba fondos a la cooperación internacional) se desarrolló hasta ofrecer servicios como consultas antenatales tres veces por semana, seguimiento nutricional de niños, campañas de vacunación, un laboratorio… además de unas 80 consultas externas diarias. Venía gente andando de distancias de hasta 15 kilómetros, y cada mañana les veía allí, esperando pacientemente a ser tratados por dos enfermeros que se las veían y se las deseaban para hacer frente a tanta miseria. Gracias a las ayudas que recibíamos de España y de unos Menonitas de Estados Unidos pudimos asegurar estos servicios de forma gratuita. Prácticamente cada día me tocaba hacer de conductor de ambulancia y llevar algunos de los casos más graves al hospital diocesano, a 35 kilómetros de allí, en la ciudad de Gulu.

Hace falta tener caradura para proclamar a los cuatro vientos que este país tiene unos servicios de salud buenísimos, y pedir el voto por ello, y al mismo tiempo que esos mismos líderes jamás pisen uno de esos servicios públicos excepto para hacerse la foto. Aunque bien mirado, algo de esto podríamos extrapolar a España, donde nuestros políticos están más familiarizados con clínicas que llevan el nombre de Ruber o Montepríncipe que con el Ramón y Cajal o el hospital de Getafe. Pero este sería otro tema.
Volver arriba