(JCR)
Los acontecimientos en el Este de la República Democrática del Congo han
tomado un giro inesperado con la detención, el pasado jueves, en territorio ruandés del general Laurent Nkunda, líder de la milicia rebelde del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP) y que ha provocado el desplazamiento de 250.000 personas en amplias zonas del Kivu Norte. Las informaciones que han llegado dicen que acababa de cruzar la frontera después de una escaramuza con soldados ruandeses y congoleños. Al mismo tiempo que me alegro que un hombre que ha causado tanto sufrimiento sea detenido, no las tengo todas conmigo porque pienso que se pueden hacer distintas lecturas de este incidente, que seguramente se ha producido por puro pragmatismo de Ruanda, su principal valedor durante muchos años.
Sabemos que pocos días antes los gobiernos de Congo y de Ruanda habían aprobado una acción conjunta para terminar con las milicias hutu que operan en el Kivu y que constituían el pretexto para la rebelión del CNDP. Este acuerdo no satisfizo a Nkunda, quien pasó de ser un aliado de Ruanda a un obstáculo para esta colaboración militar entre los dos países. Pocos días antes su jefe de estado mayor Bosco Ntaganda (conocido como “Terminador” y sobre el que pesa una orden de arresto por parte de la Corte Penal Internacional) abandonó a su jefe y se marchó con 4.000 hombres para unirse al ejército congoleño.
Muchos observadores internacionales explican este cambio tan repentino de actitud por parte de Ruanda por la gran presión internacional a la que el gobierno de Kagame se ha visto sometido en los últimos meses. Tras el genocidio de 1994, la comunidad internacional –seguramente por mala conciencia, pero también por interés económico- se volcó en ayudar al nuevo régimen de Kigali, que ha sido desde entonces uno de los principales aliados de Estados Unidos en África. Pero nadie esperaba la detención en octubre del año pasado en Alemania de Rose Kabuye, jefa de protocolo de Kagame, uno de los altos cargos ruandeses sobre los que pesa una orden de detención internacional del juez francés Bruguière por su presunta implicación en el atentado que costó la vida al antiguo presidente Habyarimana y que desencadenó el genocidio. Hay que tener en cuenta que Alemania ha sido siempre el principal donante europeo de Ruanda. Y dos meses después Holanda y Suecia suspendían sus ayudas como aviso a Kagame para que dejara de prestar apoyo militar y logístico a Nkunda, una acusación que apareció de forma muy clara en un informe de Naciones Unidas publicado a finales de noviembre.
Además, la llegada a la Casa Blanca de Obama, que tiene un mejor conocimiento de los asuntos africanos y que podría cambiar la política simplista seguida por su antecesor Bush, podría haber terminado por convencer a Ruanda de que necesitaba un cambio de rumbo. En cualquier caso, con la colaboración del Congo para terminar con las milicias hutu, a Ruanda ya no le haría falta Nkunda.
Laurent Nkunda, un tutsi congoleño abandonó sus estudios de psicología para comenzar su carrera militar con el Frente Patriótico Ruandés (en el poder en Ruanda actualmente) a principios de los años 1990, podría ser extraditado a la R D Congo como quieren los dirigentes de este país, que hace varios años emitieron una orden de arresto internacional por crímenes contra la humanidad.
Ojalá me equivoque, pero pienso que podrían pasar otras cosas:
- La primera, que Ruanda se aferrara a un tecnicismo legal para tenerle en su territorio en condiciones de custodia bastante confortables para su antiguo ahijado, y de esta forma tenerle siempre como reserva por si un día le volviera a hacer falta sus servicios en el vecino Congo, que tantos beneficios en forma de coltán y otros minerales reportan al gobierno de Paul Kagame desde 1996 y a las compañías multinacionales que comercian con los minerales estratégicos que pasan por el aeropuerto de Kigali.
- La segunda, que Nkunda tuviera un “accidente” o se “suicidara” o “desapareciera” e forma misteriosa e inesperada. Si ocurriera esto Ruanda se evitaría el mal trago de que el general –en su comparecencia ante un tribunal congoleño o internacional- pudiera revelar detalles incómodos sobre el apoyo que su padrino Kagame le ha prestado todo este tiempo y que está en el origen de la muerte de millones de personas en el Congo y de la utilización de miles de niños soldado.
Y, claro, si los ciudadanos de los países occidentales que han apoyado a Ruanda tan generosamente durante estos años saben que su dinero ha ido para sostener a un gobierno que ha causado tanto sufrimiento es posible que les pidan cuenta. Aunque me parece que he terminado yendo demasiado lejos en mis conjeturas. A los ciudadanos de países occidentales nos importa un carajo que nuestros gobiernos apoyen o no a regímenes dictatoriales en África. Después de todo estamos convencidos de que, después de todo, los negros se matan entre sí por “odios tribales” y no acertamos a ver que detrás de la muerte de millones de personas está nuestro bienestar en forma de móvil o de portátil de última generación. Mejor que no nos los toquen.