Las familias están en peligro... sobre todo las de los inmigrantes

(JCR)
Al acercarse la Misa de las familias en la plaza de Colón el próximo domingo 2 de enero volvemos a escuchar estos días declaraciones hablando de los peligros que sufren las familias en España. Hay un peligro que hace sufrir muchísimo a miles de familias en España y del que no recuerdo haber oído hablar mucho (¿o nada?) a los convocantes de este tipo de actos. Me refiero a la situación que sufren miles de inmigrantes en nuestro país que viven alejados de sus seres más queridos porque se les niega el derecho a la reagrupación familiar. Lo más elemental que necesita una familia para que sus miembros puedan viven y crecen en un ambiente de amor y de confianza es, sencillamente, poder estar juntos.

Personalmente, conozco a bastantes africanos en España que viven una gran tensión emocional al llevar varios años sin poder ver a su mujer/marido e hijos. Pero, naturalmente, esta situación se da en todos los inmigrantes, sean de la nacionalidad que sean. Hace pocos meses entrevisté para Vida Nueva a un hombre de Guinea Bissau que trabaja como catequista en varias parroquias de Roquetas de Mar (Almería). Me impresionó el entusiasmo desbordante que comunicaba al hablar de su labor pastoral, que ejerce –además de otros trabajos con los que se gana la vida- desde hace ya siete años en España. Le pregunté cuál era su mayor alegría y me respondió sin dudarlo: “Ver cómo las personas a las que he preparado para los sacramentos reciben el bautismo, la primera comunión o la confirmación”. A renglón seguido le pregunté: “¿Y cuál es tu mayor tristeza?” No se me olvidará nunca cómo bajó los ojos, se quedó por unos momentos sumido en un silencio profundo, y al cabo de un rato me dijo: “No haber podido traerme a mi familia a vivir conmigo”.

Me di cuenta de que era un tema que le resultaba incómodo y no quise hurgar en lo que parecía ser una herida que supuraba. Cuando terminé de hablar con él, un sacerdote que le conoce bien y con quien trabaja en la misma parroquia me explicó que el buen hombre se había pasado más de un año de papeleos sin fin que le costaron infinidad de horas y bastante dinero para al final encontrarse con una negativa rotunda por parte de la administración ante su petición de traerse a España a su mujer y a sus hijos. Y eso que el hombre sólo pidió reagrupar a sus hijos menores de 18 años. La última reforma de la ley deja muy claro que a los hijos mayores de esa edad no se les puede traer, pero ni aún así le sirvió de nada.

Más recientemente, mi esposa trajo un día a comer a una amiga suya de Kenia. La buena mujer lleva en España ya varios años. Tiene permiso de residencia y trabaja con contrato. Hace un año se casó en su país y desde entonces está luchando a brazo para traerse a su marido con ella. Lógicamente, uno se casa para vivir bajo el mismo techo con la otra persona, y los hijos que vengan, y compartir toda la vida con los miembros de la familia de uno. La comida se convirtió en una escucha de otra historia de tristeza y amargura, ya que no importa cuántos documentos uno reúna para demostrar lo que pide la administración, que al final siempre encontrarán algún motivo para negar el derecho más elemental: a vivir juntos.

Si no fuera por el sufrimiento humano que rezuman estas situaciones sería para echarse a reir cuando uno oye que a un inmigrante le piden que demuestre que la casa donde vive tiene tantos metros cuadrados por persona. Servidor de ustedes vive ahora en una casa de 35 metros cuadrados ocupados por mis dos hijos, mi esposa y yo mismo, y tenemos vecinos que viven en pisos del mismo espacio y tienen cuatro hijos y viven tan felices, desde luego mucho más felices que otras familias que conozco y que tienen sólo un hijo y viven en caserones donde pueden disfrutar de todo el espacio que quieran.

Así que, qué quieren que les diga. Como católico, echo de menos que nuestros obispos (con contadísimas excepciones, como don José Sánchez) se refieran a este tipo de situaciones cuando hablan de la familia y pidan leyes más justas y más humanas para con los inmigrantes. Porque negar a un ser humano el derecho a vivir con sus seres queridos sí que es un ataque muy serio a la familia. Tan serio que la rompe por la mitad.
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