Juan María Laboa, historiador de la Iglesia «Los cristianos no pueden permanecer ajenos a los gritos de los pobres»
Juan María Laboa (Pasai San Juan, 1939) es un gran historiador del cristianismo y de la Iglesia. Como catedrático de esta especialidad ha sido maestro de generaciones de alumnos en la Universidad Pontificia de Salamanca y en distintas aulas de pensamiento. Es autor de numerosos libros, trabajos concienzudos y rigurosos sobre la Iglesia en sus distintas épocas, sobre los papas y sobre los laicos. Ahora publica 'Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia' (Editorial San Pablo), considerado como un nuevo atlas del cristianismo. Lo entrevista Pedro Ontoso en El Correo.
-¿Cuál ha sido el hilo conductor de la acción caritativa de la Iglesia a lo largo de su historia?
-El anuncio de la paternidad divina y la fraternidad humana. La convicción de que no se ama a Dios si no se ama a los hermanos. Jesús nos invitó a enfrentarnos a los sufrimientos de todo género, atenuando sus consecuencias, eliminándolos si fuera posible, acompañando y amando siempre a quienes sufren, tomando sobre nuestras espaldas sus consecuencias. El hilo conductor ha sido su ejemplo.
-¿Quienes han sido los protagonistas? ¿Los fieles? ¿La jerarquía?
-Los cristianos, generalmente, anónimos, han sido los auténticos protagonistas de tantas historias de amor, porque aunque en la memoria nos quedan los nombres de fundadores de congregaciones o instituciones religiosas, los verdaderos héroes son sus continuadores anónimos, los bomberos de tantos fuegos y los consoladores de tanta incertidumbre, los auténticos artífices de una sociedad más compasiva, más fraterna y más solidaria. Ellos hacen comunidad, se saludan con afecto en las eucaristías y dan lo poco que tienen a Caritas: han aprendido a amar y a dar vida a cuantos les rodean.
-¿Quiénes han sido los grandes testigos de la caridad cristiana contemporánea y qué han aportado?
-Tenemos muchos nombres y muchas actitudes: Kolbe, Bonhoeffer, Teresa de Calcuta, Foucauld, Helder Camara, Oscar Arnulfo Romero, Ellacuría, los cistercienses mártires de Argelia, los sacerdotes obreros, los defensores de los indígenas del Amazonas, las religiosas enfermeras muertas por contagio en África, los traperos de Emaus y tantos otros. Han aportado solidaridad, compasión y compartir la soledad, la marginación y el dolor; han aportado alegría y compañía al solo, pobre y excluido. Su auténtica aventura humana ha consistido en descubrir el verdadero rostro del amor y, para conseguirlo, han descubierto y puesto en práctica nuestra capacidad de amar.
-Al día de hoy, la aportación de la Iglesia en este campo es inmensa. ¿Por qué es tan desconocida y está tan poco valorada?
-En nuestras ciudades mucha gente vive gracias a las ayudas de toda clase de parroquias, congregaciones religiosas, laicos cristianos, que dedican su tiempo y sus medios a resolver tantas necesidades. Decenas de millares de personas viven gracias a los comedores, se visten con los roperos, estudian y encuentran acomodo gracias a Caritas y otras instituciones cristianas. Es desconocida porque tantos medios de comunicación, especializados en un anticlericalismo burdo y trasnochado, jamás hacen mención de esta obra de amor y generosidad llevada a delante por cientos de miles de cristianos sin nombre. Es desconocida porque la generosidad resulta revulsiva y produce urticaria a cuantos han decidido no ver, ni oír ni sentir.
-La Iglesia predica amor, pero el pueblo sigue desconfiando.
-Tal vez desconfían porque la única imagen eclesial que conocen es la ofrecida por los medios de comunicación: la voz de unos obispos, el escándalo de unos sacerdotes, el mundo barroco de algunas ceremonias romanas. Si ese pueblo conociese al ejército de creyentes que han comprometido su existencia con el servicio a Dios y a los hombres. Si conociese a los intelectuales y teólogos, profetas, místicos y santos que han ayudado a sus hermanos a salvar las dificultades de la modernidad y a reconciliarles con la razón, los derechos de los hombres y con la libertad. Si fueran conscientes de que su compromiso radica en los evangelios, en la figura de Cristo y en el amor de Dios, que les lleva a declarar que en nuestros tiempos, ante el desamparo de los seres humanos, el cristianismo no puede permanecer ajeno a las angustias y a los gritos de los pueblos, de los humildes y de los pobres. Si los conociesen tal cual son, cambiarían de opinión.
- En un momento de alejamiento hacia la institución, ¿cómo se puede vender la aportación del cristianismo?
- Es difícil imaginarnos a Cristo como legislador y leguleyo de las minucias. Habló de un Padre que acoge a tantos pródigos, dispensó la lluvia de sus gracias a todos, corrió tras las ovejas perdidas, sin tener en cuenta a tantos puros institucionales que lo criticaron hasta odiarlo. Jesús no fue nada clerical sino que se convirtió en nuestro hermano universal y por esto sigue siendo el gran protagonista de nuestras vidas. El prestigio y la atracción de la Iglesia nunca es fruto de su grandeza, nunca es fruto de sus palabras sino de su capacidad de demostrar con su vida que Dios nos ama.
-En este tiempo de crisis económica tan potente, que se ceba en los más débiles, ¿la voz de la Iglesia está siendo alta y clara?
-Ninguna institución, ninguna organización, en España o en el mundo dedica tantas personas y tantos medios como los cristianos a favor de los necesitados de toda clase. Es la única institución compuesta solo por voluntarios, que dan lo que tienen y todo lo que reciben para paliar el sufrimiento, el hambre, el dolor y la necesidad de los seres humanos. Esa es su voz y su activo: los testigos, los voluntarios, los hermanos silenciosos, pero activos. La Iglesia, los cristianos, son probablemente tan pecadores como los demás. Pero en cuanto a generosidad, solidaridad y entrega, no nos gana nadie.