Audaz relectura del cristianismo (33). Fuerza de la hora cero
Punto de inflexión
Seguro que muchos, deseosos de atrapar la buena suerte o seducidos por cualquier otra superstición, escucharemos emocionados las doce campanadas que deslindan los tiempos
El poder mágico del instante del cambio, tan fugitivo como cualquier otro, pero con la fuerza de finiquitar contablemente un año e iniciar otro, podría muy bien convertirse en un punto de inflexión en el rumbo de nuestras vidas. No son pocos los que en ese momento se aperciben claramente de la vacuidad del año transcurrido, incluso en el fragor de las copas que entonan felicidad, y reciben el nuevo año como un regalo, como una nueva oportunidad, como un libro en blanco para garabatear en él alguna bonita historia. Buen momento para ilusionarse y prometer cambios radicales que nos libren de los todavía recientes fracasos sufridos.
Una hermosa propuesta
Haríamos bien en amarrar con fuerza las potencialidades de inflexión de tan fugaz momento, su virtualidad de ser punto cero para una nueva andadura. Por ello y tras desear un buen año a mis lectores, les propongo endulzar pegajosas amarguras y contrarrestar dolorosos fracasos. No importa que a algunos mi propuesta pueda parecerles inaudita o impertinente, pues estoy convencido de que serían muchos los cristianos que, de conocerla, la aplaudirían y se sumarían complacidos a ella. Para secundarla bastará con no atiborrarse demasiado de comida y moderar la ingesta de alcohol para no perder los contornos de la realidad.
Del año finiquitado tomaremos cuanto nos mueva a una sentida acción de gracias, pues, siendo biennacidos, hallaremos muchas cosas por las que sentirnos agradecidos. El solo hecho de haber vivido un año más es de por sí una gracia de valor incalculable. De meternos de lleno en la celebración propuesta, estaremos seguros de que el año recién estrenado será mucho mejor al advertir con claridad que cuanto de negativo hemos vivido a lo largo de 2018 no se ha debido a una malhadada suerte que nos persigue allá donde vayamos sino a nuestra propia desidia y comodidad.
Al revestir de eucaristía nuestra cena, seguro que acertaremos a ver con el rabillo del ojo a no pocos menesterosos que recogen agradecidos las migajas que caen de nuestra mesa y, lejos de ignorarlos, los incorporaremos a ella de alguna manera como hermanos nuestros que son a todos los efectos. ¡Qué triste resulta esta noche mágica para quienes no tienen nada que llevarse a la boca, o no tienen a nadie con quien compartir, aunque nada más sea un poco de pan, ni nada con que brindar, ni razón alguna para hacerlo!
Hace ya un tiempo, en el artículo número 4 de la serie en que me he embarcado, invité a sus lectores a formar parte del grupo que ya veníamos celebrando cada día una eucaristía virtual a las diez de la noche, hora española, consistente en un hermoso gesto de acción de gracias por lo acontecido durante el día. La propuesta que ahora les hago para la cena de mañana, la de Nochevieja, vuelve a la carga al pedirles que demos juntos las gracias de igual manera por el año transcurrido.
Será buena la hora a que cene cada familia o grupo de amigos o uno solo, de verse en esa tesitura, y también será bueno el lugar donde se celebre la cena. Nos será fácil ver en la mesa bien surtida, o al menos algo mejorada, un hermoso altar e imaginar sobre él, en un ambiente de tan cálida fraternidad, un pan formado por ocho mil millones de granos de trigo y un cáliz lleno a rebosar con el fruto de otros tantos granos de uva, en representación de todos los habitantes de la Tierra.
Será posiblemente la más hermosa y grata ofrenda que pueda imaginarse, porque en ella pondremos todo el amor, la ternura, la solidaridad y el trabajo de todos los hombres. Bastarán unos segundos para recitar mentalmente algo parecido a lo siguiente: “tomad y comed todos este pan de vida y bebed este cáliz de salvación. Son, dice Jesús, mi cuerpo y mi sangre compartidos”. Los abrazos por la llegada del nuevo año serán una forma calurosa de darnos mutuamente la paz y una ocasión pintiparada para situarnos en el ámbito de la 52 Jornada Mundial de la Paz, evento que comenzará en ese preciso instante. La celebración de esta hermosa eucaristía, sentida y vivida, será la mejor manera de coronar un año de gracia en el momento de iniciar otro de esperanza.
Quedémonos hoy con el buen sabor de boca de quien se siente agradecido por el año felizmente acabado y acojamos con los brazos abiertos el nuevo año que se nos regala para ir llenándolo, día a día, de contenidos humanos. Convirtamos el precioso segundo que mañana pondrá fin a 2018 en punto de inflexión vital e impregnémoslo de la formidable fuerza de una eucaristía que nos ayudará a remontar el vuelo en pos de una nueva humanidad. Brindaré mañana con cuantos quieran sumarse a esta emotiva y festiva celebración, para que, con paciencia y tesón, acertemos a mejorar, un poquito siquiera, la vida humana, la nuestra y la de todos los demás.