Audaz relectura del cristianismo (71) Tormentos de la mente

Comunión de vivos y muertos

expansión del universo

Uno podría pasarse la vida entera sin pensar ni siquiera un instante en lo rápido que pasa el tiempo y en lo veloz y sigilosa que llega la muerte. Sin embargo, la fugacidad del tiempo es un hecho fácilmente constatable. Apenas salimos de la infancia cuando nos vemos metidos de lleno en la ancianidad. ¡Qué vértigo produce entonces mirar hacia atrás y qué desasosiego hacerlo hacia adelante!

Pero, ¿qué es realmente el tiempo? ¿A qué clavo ardiendo podemos agarrarnos al estar construidos nosotros mismos de tiempo? ¿A dónde nos conduce una conciencia que, tras ser fruto de laboriosa maduración, se desvanece cuando el cerebro se fatiga y se apaga? Apenas hemos comenzado a existir cuando nos vemos abocados a morir. ¿Qué juego macabro es el de una vida que parece solo un sueño y que se desvanece como un soplo? ¿A qué hemos venido a este mundo y qué demonios hacemos en él? Escuece saber que ayer uno no existía y que mañana dejará de existir. Algún duende maléfico se ha divertido saturándonos de misterio al no poder llegar a saber realmente qué somos y al no dar siquiera con la razón de por qué existimos.

Reloj atómico

El tiempo

La mente humana se devana los sesos tratando de armonizar tiempo y durabilidad en su inquisitoria sobre qué son realmente las cosas y cómo funciona la conciencia de existir. El enigma se agranda cuando la fe cristiana, a resguardo de vaivenes temporales, establece una conexión directa entre la inconsistencia que somos y el ser absoluto que se filtra por las ranuras de nuestro inasible devenir para invadir nuestro voluble corazón hasta inundarlo.

A duras penas podemos comprender lo que es un desarrollo expansivo del mundo, cuya evolución medimos conforme a varios parámetros que van desde la duración de los desplazamientos siderales hasta las evoluciones que detectan los relojes atómicos o que, en su día, podrán detectar los nucleares, en busca de la máxima exactitud posible.

Al margen de unas oscilaciones que pueden variar solo unas milésimas de segundo durante períodos relativamente largos, para nuestra percepción psicológica lo obvio es que en el tiempo cuentan siempre, además del presente fugaz, el pasado que ya nos ha dado esquinazo y el futuro, ese otro instante que veremos pasar veloz por las hojas de nuestro calendario: pasado sin cuerpo, presente evanescente y futuro en el aire.

Pero en nuestra conciencia conferimos a todas esas dimensiones la entidad unificadora de una historia, la nuestra, reteniendo en la memoria el pasado y adelantando en la esperanza el futuro, como si viviéramos un único presente duradero de entidades en ebullición. En nuestra memoria vive el pasado y en nuestra esperanza lo hace también el futuro, razón por la que la conciencia de la vida se transforma en historia.

proyecto de un reloj nuclear

La eternidad

Un nudo gordiano se forma en nuestro pensamiento cuando nos situamos más allá de lo vivido y lo por vivir al preguntarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos, tratando de descoyuntar nuestro tiempo. Son preguntas que nos desbordan al situarnos en ignota dimensión. Un muro infranqueable nos corta el paso entre el tiempo y la eternidad. Nuestra conciencia se subleva ante la mera posibilidad de venir de la nada y de encaminarnos a ella, sabiendo que “la nada” es un mero recurso dialéctico, incapaz de constituirse en fuente o destino de ningún ser. No hay recorrido posible, ni de ida ni de vuelta, de la nada al ser y, por ello, es absurdo decir que Dios nos creó de la nada.

En este laberinto, a lo más que podemos aspirar es a imaginar la eternidad como un presente temporal continuo, completo y lleno, sin partición ni medición. Un solo instante es toda la eternidad. Algo así como si todo el pasado y el futuro se dieran en un presente sin duración. Aunque este limón no quepa en nuestra mollera, cabe estrujarlo un poco para extraerle unas gotas refrescantes.

Conclusiones luminosas

La conciencia de que existo me sitúa en el ámbito del ser. Al igual que Yahveh dice ser el “ens a se” (“el que es”), también yo puedo pensarlo de mí mismo. Y, porque existo, no puedo menos de hacerlo desde siempre y para siempre. En ningún momento, ni antes del inicio de mi vida ni después de mi muerte, podrá acoplárseme la nada. En la dialéctica opción de ser y nada, siempre formaré parte del ser. Existo, pues, desde siempre y lo haré para siempre.

Yahveh

La conciencia de ser me exige pensar que existo en dimensión de eternidad, que Dios me ha creado de sí y en sí mismo. Así, mi vida es un “recorrido temporal” que va de Dios a Dios, alfa y omega, punto de salida y meta, eternidad que abarca misteriosamente, pues no cabe razonarlo en términos de “durabilidad temporal”, lo anterior y lo posterior a mi vida.

Si pudiéramos idear la eternidad como tiempo sin discurso, no sería difícil aceptar que, habiendo nacido yo en julio de 1940, mi vida se inicia en la eternidad, que existo desde siempre y que, tras mi muerte, seguiré anclado a la eternidad. En resumidas cuentas, puede decirse que, aunque la vida de un ser humano dure solo unos minutos, ha vivido desde siempre y lo hará para siempre.

Entender mínimamente estas premisas produce sosiego y tranquilidad. También aquí valdrá más una imagen que mil palabras. Ante la desaparición sorpresiva de un ser querido, son muchos los que lamentan no haber dispuesto de un instante más para un último abrazo, para demostrar una vez más el amor que se tiene a un padre, a un esposo, a un hijo o a un amigo. Pero, conforme a lo dicho, no importa que el ser querido haya muerto repentinamente o en nuestra ausencia, pues, en dimensión de eternidad, podemos seguir abrazándolo y amándolo, pues él percibirá cuanto le manifestemos desde nuestra temporalidad. Y, así, su cercanía perenne destruye nuestra soledad.

Cara tonto

Recuerdo aún la sorprendente lección que un día pretendió darnos un afamado predicador, mi maestro de novicios, al decirnos que debemos estar preparados para morir en todo instante, pues la muerte es como una fotografía que fija nuestra cara para siempre. ¡Vaya fiasco de quedarnos con cara de asco! Pero digamos que esa fotografía didáctica estaba muy “desenfocada”, pues los cristianos sabemos que, tras la muerte, nos espera “otra forma de vida”, radicalmente diferente de la presente al decir de mi maestro Chávarri, tanto que cuanto de ella se diga es pura elucubración. En todo caso, nunca será la “foto fija” que vaticinaba mi bendito maestro de novicios, sino una forma de vida consumada.

nudo perenne

Ahondando un poco más, de lo dicho emerge otra hermosa lección, la de la entrañable comunión entre vivos y muertos, la de la oración de los primeros por los segundos y la intercesión de estos por aquellos. No es cuestión de que, orando, libremos a nuestros difuntos de las penas de un supuesto purgatorio ni de que ellos, intercediendo, nos granjeen el favor divino, sino de avivar nuestra gozosa comunión en dimensiones de eternidad, pues en Dios están siempre presentes nuestras oraciones y sus intercesiones.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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