Dios: Diox

No lo puedo remediar: a menudo cuando pienso en el entrañable vocablo “Dios” me sobreviene como su sombra el extrañable vocablo “Diox”. Un grafitero inscribió este último palabro en los muros de la Catedral de Bilbao durante su última restauración, la misma Catedral -entonces más sombría- a la que acudía Unamuno a rezar (y más tarde yo también unamunesco).

Quizás el grafitero era un gamberro, pero podría ser un gamberro filosófico, ya que en el vocablo “Diox” se inserta la famosa equis enigmática y misteriosa de la clave desconocida del universo. Ni que decir tiene que el extraño vocablo fue rápidamente desahuciado y borrado por los defensores ortodoxos del Dios oficial, frente al intruso Diox exótico. Quiero suponer que el inscriptor quería aportar su granito de asombro al patrón sagrado de la Catedral en restauración.

Pero también es posible que el grafitero en cuestión fuera un positivista que plasmaba su versión de Dios materialistamente, concibiéndolo acaso como “dióxido” (de carbono), a modo de referencia o referente material. En este caso un tal tipo de positivista materialista no tiene ningún asombro ni sombra de duda, y ni siquiera piensa en descifrar ninguna clave desconocida del universo, considerado como el gran reloj sin relojero, descartando a todo Dios o reduciéndolo a la materia y sus leyes. En esta suposición nuestro artista sería poco artista, representando el extremismo reduccionista de signo material, cerrando la cuestión en la pura inmanencia y ocluyendo todo horizonte de sentido trascendente.

Ahora bien, un tal extremismo ocluidor se toca paradójicamente con el otro extremo ocluido de carácter espiritualista y a veces espiritista, el cual proyecta a Dios desencarnadamente a modo de pura trasparencia trascendental, que explica y aclara escandalosamente todas las cosas desde su Equis revelada o desvelada dogmáticamente, o sea, desde su oscuridad luminosa. Este es el extremismo en que pueden incurrir los vanidosos, que toman o tomamos el nombre de Dios en vano, y que habla de Dios vanamente como comodín o supersolución de todo (a menudo a través de su disolución).

Pero entre ambos extremos o extremismos, cabe sin duda una posición racional más modesta y humana o humanista, ni suprahumana ni subhumana, la que considera la revelación de Dios, sea natural o sobrenatural, filosófica o teológica, como una revelación que desvela tanto como vela. La revelación de Dios se parecería al revelado de un negativo en la cámara oscura del pobre saber humano, a través de la fe y la creencia y, por tanto, a tientas y tientos, tentativamente. En todo caso se trata de una revelación o positivación de un negativo, el cual revelado sigue siendo una imagen y no el original, lo mismo que Dios es la imagen positivizadora del mundo oscuro, o sea, su trasfiguración o transignificación, su transvaloración y transfinalización.

Dios es la revelación positiva del negativo del mundo, iluminado a través de la simbolización o transignificación que posibilita la creencia religiosa en la divinidad. Pero revelar es desvelar y volver a velar, ya que en este revelado no obtenemos la realidad presente sino la presencia ausente de la surrealidad. Dios no puede aparecer entonces burdamente como un tipo o tipejo, ni siquiera como un prototipo, sino como el arquetipo del sentido y el símbolo del símbolo, precisamente por su capacidad de significación trascendental.

A partir de estas premisas filosóficas, humanas o humanistas, Dios no puede existir tradicionalmente, cósicamente, reificadamente. Pero tampoco como el clásico Héroe trasmundano que supera al oscuro dragón del mundo mágica o sobrenaturalmente, ya que como nos advierte el cristianismo Dios no supera sino que “supura” el mundo encarnatoriamente. Si Dios existiera como ese Superhéroe (Superdios), otro gallo nos cantaría en este crudo y cruel mundo, mas el Dios cristiano se encarna: es un Dios encarnado o implicado radicalmente en este mundo que es su creación de amor (sin duda algo loco), así como en su evolución a través del hombre y su proceso de hominización y humanización.

Dios simboliza la proyección-límite del sentido, la apertura a la trascendencia que personifica, puesto que sin Dios todo estaría dirimido, mas con Dios todo queda dirimente. Por eso ciertamente, si Dios no existiera habría que inventarlo, precisamente porque significa la significación. Ahora bien, Dios no se revela meramente en la oscuridad de ciertas iglesias oscurantistas, sino en las tinieblas vivas del alma del hombre contemporáneo. Por eso la Iglesia tendría que reconvertirse en el Alma del mundo, saliendo de su encierro y encerrona a cielo abierto, siquiera con la retranca propia de toda clerecía.

Mas el signo de la actual clerecía parece ser el no aclararse, dando pábulo a la tradicional oscuridad/oscurantista del cura (el clero y su claridad oscura). Oímos hablar de Sínodo y de nueva Evangelización: la cual debería comprender que el hombre y la humanidad es el campo de batalla de la lucha entre lo divino y lo demoníaco. Mas la clave (cristiana) estaría no ya en tratar de aniquilar o matar al monstruo o dragón, llámese diablo o mal, sino en reconvertirlo consecuentemente, sanando y salvando al pecador y redimiendo al malo. Cristianizar el mundo y no condenarlo sin más, religar la realidad y no reprimirla con más, absolver y resucitar la vida y no crucificarla, amar al otro caritativamente y no juzgarlo y sojuzgarlo.

Se trata de una misma tarea cristiana y pagana, religiosa y ecuménica, en el nombre del amor, la caridad o la compasión: vivir, dejar vivir y ayudar a vivir y morir -humanamente.
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