Consistencia interna y Dios.

Viene el título a cuento de un pensamiento que flota de manera inconcreta en la mente de cualquier creyente --a veces también en la de un no creyente-- y que se refiere a la "ciencia sobre Dios", es decir, a la "ciencia teológica", supuesta ciencia, por cierto.

A partir de principios fundamentales, que se dan por supuestos, que no se discuten, que son los cimientos que no se ven, la Iglesia Católica ha elaborado todo un corpus monumental de doctrina. Es de tal magnitud que cuesta pensar siquiera que todo eso sea pura elucubración, pura elaboración mental.


Pero aquí está el nudo gordiano de la cuestión: la consistencia interna de una ciencia no es argumento para probar que lo que dice es cierto e irrefutable. Es éste un presupuesto que, por simple, no debiera ni siquiera mencionarse, pero que ante simplezas mayores como las de los crédulos, alguna vez hay que recordar.

Tampoco es argumento el creer que una elaboración científica, si está bien realizada, es argumento de verdad. Menos todavía, y esto es agua pasada de siglos pretéritos, poner como criterio de verdad científica el que los postulados y conclusiones de la ciencia estén en consonancia con la revelación y la fe cristiana.

Parece que tales aserciones, dichas así, son punto menos que elementales. Pues no. Construir toda una bien trabada teología sobre el aserto de que "Dios tiene un plan sobre la naturaleza", que "el universo ha sido diseñado con una finalidad previa", que "el plan de Dios se ha manifestado por medio de su palabra", que es Cristo encarnado, en el cual está nuestra salvación, no puede llevar a concluir que tal Dios exista ni menos que el resto de las ciencias deban atenerse a tales aseveraciones.

Todas ellas son "petición de principio". Los que creen los dan por supuestos y los admiten. ¿Y las personas normales, ésas que no añaden a su normalidad la costra intelectual del creer?
Volver arriba