DIOS (10) Crear un vocablo no es crear su contenido

La religión ha sido el mayor campo creativo de conceptos sin correspondencia con la realidad. Hoy su cuerpo doctrinal está acartonado, esclerotizado y no genera otros nuevos: vive de ellos. Ha dejado lugar a relatos literarios o cinematográficos de ciencia ficción. En religión todo son supuestos que se admiten como realidades. O como definiciones que pretenden ser asertivas.
Hace días asistí a un funeral. El celebrante hizo referencia a la catedral de Valencia donde se custodia el cáliz, el vaso o el grial de la última Cena de Jesucristo. Así, sin ningún pudor. Todo un supuesto afirmado como real. En su momento se creó toda una parafernalia historicista para dar cuenta de su autenticidad. Hoy nadie discute los relatos originales: ahí está el cáliz, la tradición dice lo que dice… por lo tanto ésa fue la copa en que Jesucristo vertió el vino o donde quedó transformado el vino en su sangre. Así es todo en el mundo de la credulidad: ahí está un recipiente especial que dicen..., sin discusión es el cáliz de la Última cena. Ahí está el Universo, que dicen..., por lo tanto Dios lo creó.
Así sucede con todo el conglomerado crédulo, comenzando por la creación, siguiendo por todos los dogmas definidos en concilios y continuando con las historias de santos. Todo se da por supuesto. El concepto es inteligible, admisible e incluso probable. Pero es la torpe diferencia entre una aseveración imaginada y una definición de algo que sucede o existe en la realidad. Y no sólo imaginada, porque la mayor parte de los conceptos religiosos surgen de deseos insatisfechos, del mundo del sentimiento que fabrica sus propios ídolos para compensar carencias.
En la vida real, en el devenir diario –por ejemplo, creaciones literarias-- encontramos muchas afirmaciones que no se corresponden con la realidad, que pueden ser posibles, pero que la propia capacidad racional o la ciencia descubren como imposibles. Con las creaciones religiosas el intento resulta imposible. ¿Cómo refutar que Dios creó el Universo? Entra dentro de lo posible, pero dado que son sólo afirmaciones de parte, la persona normal deja la mente en blanco. Eso sí, no puede admitir contradicciones flagrantes. La credulidad admite que haya un ser entre cuyas características se incluya la de ser creador de todo lo que existe. ¿Cómo saber que tal ser es real?
Entre tal afirmación –Dios creó el mundo de la nada— y la imposibilidad de hacerlo en el tiempo, la persona normal lo rechaza. Se queda más con los argumentos en contra que con la posibilidad únicamente creída de que hubiera un Ser que sacara (de la manga) el Universo.
Ayer lo referíamos a la imposibilidad racional –argumentos de la razón— de que Dios pudiera crear el tiempo. El recorrido del argumento discurre por los siguientes pasos:
• Crear implica dar existencia en un momento determinado a algo que no existía
• La credulidad afirma que Dios también creó el tiempo en que discurren los acontecimientos posteriores
• Crear el tiempo necesariamente presupone aceptar un período donde el tiempo no existe.
• La creación del tiempo es un absurdo en sí, porque no es posible crear el tiempo desde un presupuesto conceptual de eternidad. Dios se contradiría a sí mismo.
La conclusión es que este dios creador no puede existir. Lo que existe es un deseo al que los creyentes entregan sus deseos. Un concepto universal llamado “Dios” al que se dirigen las aspiraciones, esperanzas, ideales, sueños y demás deseos humanos.
Con mayor profundidad lo expone el Prof. Craig en su libro God, Time and Eternity, aunque dudo mucho que un crédulo se enfrasque en lecturas filosóficas que contrarían sus presupuestos. Ánimo, de todas formas.