Despropósitos civiles frente a criterios sacros.


Son sinrazones que tienen su fundamento en la inercia histórica, cuando de tal inercia se benefician aquellos que en otros tiempo controlaron la historia y hoy, en relación a la sociedad civil, apenas si son una "asociación de buenas intenciones crédulas".

¿Cómo el poder político puede legislar supeditado a una asociación independiente del Estado, que sólo cuenta con unos cuantos miles de burócratas convencidos, algún que otro millar de crédulos ilustrados, algunos millones "acostumbrados" al rito dominical y otros muchos millones que no quieren saber nada con ella?

¿Cómo consiente el estado dar carta de naturaleza "adscriptiva" a un rito, el bautismo, que confiere "carácter", es decir, de cuyo status nadie puede desligarse?

¿Cómo tiene el Estado miedo de legislar también a favor de aquellos otros miles que la rechazan pero que, por educación política, todavía no la persiguen?

¿Cómo pueden mantener una legislación a favor de una sociedad cuyos beneficios no tributan al bien común y que además recibe dinero de quienes expresamente lo niegan para ella?

¿Cómo los distintos gobiernos mantienen prebendas y beneficios en favor de una sociedad cuyos líderes se muestran beligerantes en muchos aspectos contra el Estado? ¿Cómo no coge la sartén por el mango y da un soberbio sartenazo a quienes, con criterios ni humanos ni civiles sino religiosos, denigran los criterios o valores de una sociedad civil?

¿Cómo se mantienen privilegios en favor de una sociedad incardinada en el Estado cuyo poder político debe ser nulo y que tiene prohibido hacer valer por la misma ley?

Cúmulo de despropósitos consentidos. En el fondo, los dirigentes políticos tienen también un miedo visceral al rayo jupiterino que los administradores de la creencia manejan y controlan.
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