Dios no puede morir.


Como es natural, cuando los optimistas de la razón, el primero de ellos Nietzsche, vieron que podían hablar, escribir y publicar “cosas” sobre Dios sin que nadie les llevara al patíbulo, decretaron que Dios había muerto.

Paradójicamente, la deriva de ese pensamiento supuso un plus de euforia para los deístas y fieles creyentes. Resultó que esa muerte de dios con la consiguiente liberación de la razón derivó en un marasmo del pensamiento. La “muerte de Dios” no trajo los efectos por ellos esperado, un pensamiento fecundo, un cambio social, un nuevo nivel en la filosofía, un cambio en las estructuras políticas, un entendimiento entre los pueblos...

Al contrario, las filosofías que pretendidamente se habían liberado de dios, cayeron en la depresión del pensamiento: nihilismo, el absurdo, culto a lo insubstancial, pasión por la nada, regodeo en lo sombrío, como si del fin de una civilización se tratara, seducción por los abismos y los agujeros sin fondo donde el alma sucumbe y se pierde la identidad.

Expresión de este pensamiento fueron las nuevas corrientes filosóficas, los nuevos movimientos artísticos, la literatura (Camus, Kafka, Sartre, Schopenhauer, Simone de Beauvoir, Brecht, Ionesco). Y en política, el camino hacia las dos hecatombes más letales de la historia, las dos guerras mundiales.

¿Pero todos esos movimientos nacieron de la muerte de Dios? Posiblemente. Todo porque se pretendió contraponer una corriente de pensamiento, lo pretendidamente nuevo, a otra corriente desfasada, la de la credulidad secular. Y no era esa la realidad.

Sencillamente Dios, o dios, no estaba muerto ni podía morir. Dios vive en otros recintos de la mente humana, el de la ficción. O el de los suspiros. Dios no es mortal porque las ficciones no mueren, tampoco las ilusiones del hombre. ¿Cómo argumentar contra un cuento de niños? La muerte de un cuento de niños es el olvido, no el análisis racional. Pues lo mismo sucede con las creencias religiosas. Se puede matar un cordero y preparar con él una suculenta comida, pero ¿se puede matar un centauro?

Dios reside en el mismo ámbito que el bestiario mitológico, como todas las entradas que encuentro en mi Diccionario de Mitología (Pierre Grimal Ed. Paidos). Sólo el olvido ha terminado con Horus, con Deméter, con Diónisos... Y sólo el olvido –la preterición—puede terminar con “este” Dios cristiano y con los dioses todavía “vivos”.

Pero mucho nos tememos que la creencia en un dios, el que sea, no acabe nunca: siempre habrá suspiros en la criatura humana, deseos insatisfechos, venganzas imposibles, causas perdidas o sufrimientos irremediables. Eso no puede morir y menos puede ser asesinado.

“No se mata un soplo, un viento, un olor, no se matan los sueños ni las aspiraciones. Dios, forjado por los mortales a su imagen hipostasiada, sólo existe para facilitar la vida cotidiana a pesar del camino que cada cual ha de recorrer hacia la nada. Puesto que los hombres han de morir, parte de ellos no podrás soportar esa idea e inventará todo tipo de subterfugios. No se puede asesinar un subterfugio, no es posible matarlo. Más bien será el quien nos mate; pues Dios elimina todo lo que se le resiste. En primer lugar, la Razón, la Inteligencia, el Espíritu Crítico.

Y cuando esto es eliminado, el resto cae como fichas de dominó, como en cadena.
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