Fátima, nunca mais (Mario di Oliveira) - 1


¿Cómo hablar hoy de Fátima sin lanzar las campanas al vuelo para que resuenen nuestros ecos también en su recinto? ¿Cómo no unirnos al fervor colectivo que inspiran tanto el lugar y la efemérides como la presencia del máximo sacerdote, el Papa Francisco? No podría ser de otro modo. Hablar otra cosa sería de atrevidos, o de necios, o de voluntaristas.

La Iglesia católica entera está hoy en Fátima. Aquí se produjeron apariciones; aquí la Virgen realizó milagros de enorme envergadura; aquí bailó el sol su particular rigodón; aquí se han congregado miles y miles de peregrinos; aquí se ha venerado a la Virgen en su maravillosa y sencilla belleza; aquí es el no va más de la glorificación de María; aquí se llena el inmenso recinto de “El trece de mayo – la Virgen María…”.

Y a pesar de que debiera ser un acontecimiento no ya portugués ni católico sino mundial, universal y hasta planetario, los protestantes no quieren saber nada de esto; los fieles musulmanes no saben siquiera lo que quiere decir Fátima si no es por haber prestado el nombre al lugar; los hinduistas ni el nombre… Y los descreídos, los impíos e irreverentes, en fin, las malas personas, se ríen de tan descomunal engaño.

O Fátima y lo que significa ese nombre fue algo real, y entonces no se entiende el párrafo anterior, o es un cuento de magnitudes monumentales que los fieles devotos de Fátima han convertido en la mayor glorificación de su Soberana Señora.

Se han escrito miles y miles de libros sobre Fátima, las apariciones, los niños, los milagros, los tres secretos… El último, de Santiago Lanús, será presentado el próximo día 13 en tal sitio con “revelaciones” inéditas.

¿Habrá alguien que se atreva a escribir en contra de Fátima? Pues, digámoslo con toda la rotundidad de que pudiéramos ser capaces: posiblemente haya más verdad en “Fátima nunca mais”, del sacerdote Mario Oliveira Porto, nacido en 1937, que en la monumental biblioteca de más de 10.000 volúmenes que se contienen allí.

¿Pero qué es Fátima? ¿Es un novedoso reencuentro con Dios? ¿Es una forma desconocida y hoy revelada de intercesión de María? ¿Es una prevención del futuro? ¿Y para qué una Virgen más? ¿Qué añade a la doctrina de la Iglesia?

Cambiemos de tercio para precisar algunas cuestiones relacionadas con apariciones y demás parafernalia:

Fátima es una manifestación más de la psicología humana que hace relación a fenómenos difícilmente explicables por la vía racional. Tiene que ver con el aspecto mágico de la vida. Es una manifestación religiosa que nada tiene que ver con la fe cristiana ni tiene conexión alguna con los textos fundacionales: Evangelios y Cartas. “No todo el que me diga “Señor, Señor”... Y Fátima excede todavía más esta frase: es la invocación y súplica de intercesión de un icono del submundo celeste en petición de “favores”, siempre favores sanitarios. Fátima es una fuga, un cortocircuito alienante y deshumanizador.

En Fátima nadie invoca a Dios ni las súplicas a la Virgen tienen que ver nada con Dios. Es “ella” la que procura la salvación, el consuelo y la vivencia. Es la deidad femenina pura y dura, la vuelta al seno materno del que no encuentra en esta vida consuelo y paz.

Aparte de ser una religiosidad a flor de piel, donde el sentimentalismo puede más que la creencia, es una religiosidad sin impacto en la vida: nadie cambia en Fátima. Es como la religiosidad que muestra el mito de Caín, que adoraba y presentaba ofrendas a “un” dios que él creía verdadero, pero que no le impidió cometer un fratricidio.

Fátima es una religiosidad de las muchas que muestra la religión católica. Una religión que no ha sabido depurar su fe de las adherencias mágicas de los siglos oscuros. Es una religiosidad que no construye personas humanas sino, como mucho, santuarios; entes que se estremecen, que contribuyen con ofrendas a la construcción de esto o lo otro, que hacen dolorosas promesas de avanzar de rodillas “si…” o “porque…”

Fátima es, por otra parte, el espectáculo de lo religioso, que no de la fe. Un espectáculo que cada año agrega nuevos elementos al folclore de lo sacro. Y cuanto más grande todo, más creíble para las mentes obtusas que sólo ven y no juzgan. Este año, por ser especial, añade la parafernalia de todo un papa al espectáculo. ¡Eso sí es auténtica “epifania”! Y por no quedarse parada la rueda de la fortuna --nunca mejor aplicado--, la beatificación, y luego la canonización y así hasta que el enredo se ahogue a sí mismo.

Si tornamos la mirada a los protagonistas, no topamos con dos niños que mueren por necesidad del guión (por inanición, penitencias y peste); y con una superviviente que dejó pronto de vivir: la alejan de su tierra, la internan en el Asilo de Vilar, la envían a España para hacerla monja de clausura porque es el grado máximo de entrega a Dios (¿qué Dios?), la encierran en un convento portugués por si alguna vez le daba por pensar, con el sano propósito de que callara o dijera lo que al tinglado convenía, con alucinaciones continuas que en los escritos eran nuevas apariciones… ¡Qué vidas tan santamente piadosas pero diabólicamente llevadas por los urdidores de la estafa!

Leí hace años, cuando en este blog escribí por primera vez sobre Fátima, las famosas “Memorias de la hermana Lucía”, escritas por una analfabeta prácticamente al dictado. El dios que en ese libro aparece apenas tiene algo que ver con el del Antiguo Testamento: un dios sanguinario, un dios que consiente el sufrimiento de unos inocentes (las penitencias que se infligían a sí mismos unos niños sin apenas uso de razón), un dios que hace ver infiernos por todas partes, un dios que sólo castiga a los que no van a misa o dicen palabras feas… Un dios reflejo del terror que el párroco que les preparaba para la I Comunión les infundía. Como deduce el padre Oliveira, “Del Dios de Fátima, ¡líbranos Señor!”.

¿Para qué seguir? El invento de Fátima es tan sustancioso, hoy, que sería imposible limpiar algo de la basura que ha amontonado. La primera basura, la doctrinal.
Volver arriba