Hace 800 años que... (2/2)
Para mí importa más la imaginación, eso sí, nutrida previamente por alimentos de cultura. La imaginación pone los datos conocidos en el lugar que se ve; la imaginación recrea gritos, olores, redobles de atabales y sones de pífanos; ulular de chillidos. La imginación percibe el miedo en los rostros, apenas velado por arengas encendidas; ve golpes y mandobles, el silbido de las flechas, la sangre y los aullidos de dolor...
Imagina la caballería pesada primero al paso, luego al trote y a galope tendido viendo al frente una empalizada de picas clavadas en tierra para romper escudrones moros de hasta diez en fondo. La mortandad de caballos fue grande, pero moles de cerca de 800 kg. necesariamente tuvieron que romper las murallas humanas de soldados a la defensiva.
Y la imaginación también se recrea en el rey Alfonso VIII rodeado de consejeros, entre ellos el todopoderoso arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada junto con casi todos los obispos de sedes importantes, evaluando y juzgando el devenir de la batalla y tomando las decisiones oportunas... Incluso, ante el sesgo que tomaban las cosas, la decisión de morir en el combate: "Arzobispo, muramos vos y yo aquí y ahora". Éste es el goce histórico para quien vive la historia de otra manera.
El lunes que tal historia propició, 16 de julio de 1212, comenzó con los primeros rayos de sol. Hacia las 6 de la mañana, las primeras líneas al mando de Don Diego López de Haro, Órdenes Militares y tropas de divesos concejos avanzaron bajando de la Mesa del Rey en dirección a los Cerros de Quiñones y de las Viñas. Los primeros enfrentamientos no fueron alentadores para Alfonso VIII que lo veía todo desde su puesto de mando. Por tres veces se vieron rechazados y superados por las tropas almohades.
No vamos a relatar la batalla, profusamente descrita en otros lugares. Pequeños errores tácticos de Al-Nasir propiciaron su aplastante derrota, el último de ellos el abandonar su tienda sin ordenar el necesario repliegue.
Dicen que todo terminó alrededor de las nueve de la noche, en la fase de la batalla que se denomina "alcance" (persecución a muerte de los soldados que huían en dirección a Vilches). Lo más duro y crucial de la batalla tuvo lugar lo largo de la mañana, estando muy indeciso el resultado de la lucha.
Las versiones sobre las causas de la derrota almohade son muchas y dependen de quien las cuente. Historiadores árabes hablan del descontento existente en el campamento almohade por no haber recibido la paga; hablan de la disensión entre las tropas bereberes y las andalusíes; hablan de la prepotencia y crueldad de Al-Nasir con relación a los autóctonos andaluces; hablan del exceso de confianza del "miramamolín" pensando en una segunda edición de Alarcos (1195) donde, con igual táctica, destrozaron el ejército de Alfonso VIII.
Las fuentes cristianas, desde la carta de Alfonso al papa Inocencio hasta la Crónica detallada del arzobispo de Toledo o la relación del obispo de Narbona, como es de suponer, atribuyen la victoria a Dios (Dios siempre está con los vencedores: en Alarcos Dios ni siquiera es citado). Todos repiten una y otra vez lo mismo.
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Interesante y revelador en grado sumo resulta constatar el papel que en estos tiempos jugaba la Iglesia Católica. Omnipresente, omnisciente, omnipotente y sumamente interesada en que por la fe, la suya, se masacraran unos a otros que, a decir verdad, no luchaban tanto por la fe cuanto por su seguridad territorial o expansión.
Es un hecho histórico más: la Iglesia no era un reino, era un verdadero imperio. El temor a la excomunión lo utilizó sabiamente la jerarquía como arma más poderosa que cualquier expedición bélica. Tratar de juzgarla con criterios actuales es un anacronismo fuera de lugar, lo cual no es óbice para poner de manifiesto la inmensa contradicción en que vivía.
Inocencio III concedió el título de Cruzada a la expedición de Alfonso VIII, lo cual suponía su predicación por los reinos cristianos de Europa y la concesión de indulgencias a sus participantes y, más o menos, la entrada directa en la gloria. Lo mismo se puede decir de la primera línea de combate almohade formada por fanáticos cuya gloria mayor fue convertirse en mártires: a todos ellos utilizó Al-Nasir como señuelo para llevar a los cristianos a donde él quería y todos ellos cayeron y desde su cielo nos contemplan.
En la expedición la Iglesia jugó un papel crucial, por razones las más de ellas no religiosas. Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, fue sin duda el personaje más importante después del rey, sin cuya predicación de la cruzada por Europa --hablaba correctamente latín, francés, inglés y alemán-- y sin cuya labor de intendencia no hubiera sido posible tal expedición. Añádanse casi todos los obispos de los diversos reinos cristianos, los de Palencia, Sigüenza, Burgos (que murió en la refriega), Narbona, Burdeos y muchos otros; los sacerdotes acompañantes, infuendiendo ánimo; estandartes, vírgenes, cruces...
Para concluir, hay en las historias que he leído dos "anécdotas" relacionadas con esa fe cristiana que supuestamente animaba a los cruzados que me han dajado, "como creyente que soy", un tanto perplejo:
1ª) Los así llamados ultramontanos --franceses principalmente-- que a la llamada a cruzada habían acudido a Toledo, masacraron a la población de Malagón (a unos 40 Km. al sur de Toledo, en poder de los almohades) y procedieron a la rapiña subsiguiente, un día antes de que llegara Don Alfonso. No quiso éste que sucediera lo mismo en Calatrava la Vieja (unos 10 km. al este de Ciudad Real)y tras su rendición, Don Alfonso dejó marchar a sus habitantes libremente con monturas y pertrechos suficientes para el camino. Esto provocó la defección y retirada de los cruzados ultramontanos, que quisieron resarcirse, sin lograrlo, ocupando Toledo. ¿Motivo de su retirada?
2ª) Tras la derrota almohade, el ejército vencedor prosiguió el "alcance" hasta Baeza y Úbeda. Baeza, huidos sus habitantes, fue destruida totalmente. Los refugiados en Úbeda trataron con Alfonso la rendición de la ciudad y el pago de una elevadísima suma de dinero a cambio de conservar su vida. Alfonso se mostró dispuesto a ello, como era norma no pactada entre cristianos y moros.
Pero... Leo en "Historia de España" T. III Cap. 25 del Padre Mariana (1536-1624):
"Algunos pocos [en Baeza] que, confiados en la fortaleza de la mezquita mayor, no se querían rendir, con fuego que les pusieron los quemaron dentro della misma. El octavo día después de la victoria, la ciudad de Úbeda fue entrada por fuerza, ca sin embargo que los ciudadanos ofrecían a los Reyes cantidad de oro porque los dexasen en paz los obispos fueron de parecer que no era justo perdonar aquella gente malvada. Conforme a este parecer, se hizo grande matanza sin distinción de personas de aquella miserable gente"
Sí, hemos leído bien: los obispos.