Historia de la persecución religiosa en España / 3.


A propósito del “decíamos ayer” con que vuelvo a considerar una de las frases de artículos pasados, no puedo por menos de recordar a fray Luis de León con su célebre “dicebamus hesterna die” al retomar sus clases en la Universidad.

Pero a propósito de esta cita y respecto al contenido de lo publicado, he de traer a colación otras dos referencias al benemérito profesor de Salamanca humillado con cinco años de prisión en cárceles inquisitoriales, Fray Luis de León. La una: Para hacer el mal cualquiera es poderoso. La segunda: Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas.

Quizá la primera cita se pudiera trocar en esta otra: “ Haciendo el mal cualquiera se siente poderoso”. Y con relación a la segunda, en ese tiempo de vesania generalizada donde los rayos y truenos de la guerra se habían desatado y los lobos del monte habían invadido las tenadas, las ovejas no podían ser otra cosa que estúpidas. No tenían otra alternativa.

Hoy las ovejas han perdido esa “cualidad”, están más formadas, se han vuelto en respondonas, han trocado la sumisión por la crítica, no se aceptan así como así las afirmaciones altisonantes…

Pues a lo dicho: Decíamos ayer que, en el título “Historia de la persecución religiosa en España”, el adjetivo “religiosa” es un término equívoco. Se puede entender de manera objetiva o de manera subjetiva. Es decir, la religión sufrió persecución o la religión ejerció la persecución. Evidentemente el libro de marras habla de persecución subjetiva. ¿Pero y la otra?

No quiero decir la Iglesia, es más “objetivo” hablar de los miembros de la Iglesia: sufrieron una persecución sistemática que cualquiera denuesta, hoy y en ese tiempo. Precisamente hubo muchos alcaldes y dirigentes republicanos que se opusieron a ella y que trataron por todos los medios de defender a miembros indefensos de la Iglesia que no merecían persecución alguna. Los que tal ejercieron, la persecución, se pueden decir que eran jauría humana digna de ser raída de la sociedad.

Pero también hubo persecución “objetiva”, la realizada por otros miembros de la Iglesia. A fuer de ser honrados, también hubo un amplio sector de curas que no comulgaban con esas prácticas asesinas y clamaban contra ellas. Lo mismo que ya en ese tiempo, pasada la guerra, se encuentran testimonios de sacerdotes y religiosos que hacen referencia al mal que procurará a la Iglesia la connivencia tan íntima con el poder y el aprovechamiento que de él hace.

El asunto de curas y frailes que se convirtieron en verdugos del pueblo es un asunto vidrioso, hasta ahora apenas sabido en su generalidad, pero bien conocido en el ámbito en que esos seres malignos actuaron. Y ahí está el quid del asunto: ¿cómo verían esas gentes al cura asesino? ¿Generalizarían los casos particulares?

Tenemos el ejemplo de nuestros días. Han salido a la luz numerosos casos de pederastia en la Iglesia. Dentro del colectivo sagrado son casos muy particulares, contados, una ínfima minoría… ¿pero el mal que hacen al cuerpo entero? Ése es el asunto preocupante. Relucen, resaltan y los medios de comunicación los magnifican. En una camisa blanca una pequeña mancha de tomate es lo que destaca y a lo que el ojo se dirige. Lo mismo se puede decir de aquellos que, teóricamente, debieran ser el referente moral del pueblo, los curas, como la autoridad gubernativa lo era y es en asuntos civiles y de orden público.

El cura en los pueblos, junto al maestro, el médico y el comandante de puesto eran “las personalidades”. El cura, además, se constituía en árbitro de las conciencias por recibir las confidencias íntimas de los fieles. Encontrar un cura asesino, al lado de los facciosos, alabando sus gestas, corroborando con escritos sus decisiones… ¿qué efecto podía tener en el pueblo?

El primer efecto, desde luego, el de la confusión. ¿Qué venían a ser los curas? ¿Ejemplo moral? ¿Dispensadores de sacramentos? ¿Palabreros de la fe? ¿En qué consistía su testimonio de santidad al que habían entregado su vida, defender su estatus con la espada o convertir por el testimonio?

Pues examinemos este testimonio y parémonos a pensar el efecto que pudo producir en las gentes del contorno: José Román fue cura párroco de Los Corrales (Sevilla). Tras el golpe militar fue protegido por varias personas de tendencia izquierdista y sobre todo por el alcalde Antonio Rueda Martín y por el presidente de Juventudes Socialistas Bonifacio España. En 1937, tras la caída de Málaga, el alcalde José Román fue detenido. La familia acudió al cura José Román para que intercediera por él. Se negó a ello, no se saben los motivos. Pudiera ser por prescripción del obispo que había ordenado a los curas no inmiscuirse en las causas contra los “verdugos de la fe”. El alcalde fue asesinado el 27 de junio de 1937.

Casos en que los curas se negaron a devolver los favores recibidos se citan muchos en el libro “Por la Religión y la Patria”. ¿Volvería la familia a las prácticas religiosas?
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