Dicen:
la religión es la poesía en la cual se cree.
Dicen:
la teología tiene que ser un silencio adornado de parábolas.
Dicen:
la teología toca realidades que no se pueden describir con conceptos a nuestra estrecha medida y tiene que expresarse con intuiciones y metáforas en un lenguaje “mítico” que, tras la exposición de relatos, esconde un profundo sentido trascendente enraizado en el corazón de todo ser humano.
En la rebusca de expresiones “convincentes”, hacen metáfora de la metáfora, tornan más arcano lo ya de por sí oculto y tiran por la borda la credulidad del 90% de los que todavía creen, los fieles más fieles a los ritos.
Difícil resultará saber lo que el creyente debe creer y difícil le resultará al clérigo seguir una “carrera” eclesiástica si se dedica a poetizar, a quedar callado en largos espacios meditatios, a hablar de forma esotérica, a destripar “relatos”, es decir, cuentos, para que el creyente de a pie “deduzca” de forma intuitiva que tiene que entender algo distinto a lo que le dicen.
Todo eso no es más que palabrería, tan barata como huera es la dogmática.
Vayan con esa palabrería de saldo a las viejas de 70 y 80 años que todos los días pueblan los rosarios vespertinos...