La Iglesia enemiga de la cultura que no fuera la suya.
Marwan fue gobernador, por lo tanto suprema autoridad civil y religiosa de Medina en los primeros tiempos de asentamiento del Islam. En su tiempo existían varias versiones del Corán, al menos siete. Consideró que una sola debía ser la versión “verdadera”: reunió y recuperó todas las copias existentes y quemó aquellas que tenían excesivos rastros humanos. De ese modo no habría controversia alguna posterior.
Una quema más de libros para preservar fúlgida la verdad revelada.
Aunque sin quema conocida, no otra cosa hizo la Iglesia cristiana en la criba y discriminación realizadas sobre la multitud de evangelios que habían proliferado entre las diversas comunidades. En este caso el criterio fue otro: no se podían consentir excentricidades, doctrinas raras (como rastros gnósticos) y el exceso de hechos entre extravagantes y mágicos que se encontraban en los “apócrifos”. Conservaron cuatro pero no quisieron caer en la cuenta de la cantidad de discordancias existentes entre los considerados canónicos.
Esto de la quema de libros parece algo consustancial a los credos monoteístas. Un solo dios, un solo mensaje, una única compilación. O lo que no está en el Libro no merece la pena que dicen que dijo aquel bárbaro caudillo musulmán. El ejecutor, el comandante musulmán Amr ibn al-As; el ordenante, el segundo sucesor de Mahoma, el califa Umar ibn al-Jattab.
El motivo por el que los primeros cristianos se sentían incitados a quemar libros no consta, pero la quema sí consta: Hechos de los Apóstoles, 19, 19. Y se refiere, además, el costo de los mismos, que debió ser altísimo. Al menos se los podrían haber vendido a los “paganos” y habrían sacado provecho pecuniario: no, los quemaron.
No merece la pena una institución que quema libros, persigue a los intelectuales discordantes y expulsa a sus filósofos. Y eso ha sido la Iglesia a lo largo de muchos, muchísimos siglos. Hoy no quema libros porque no puede... y porque sería el hazmerreír del pueblo.
Siguiendo el ejemplo de los seguidores de lunático Pablo de Tarso Constantino y demás emperadores fanatizados expulsaron y prohibieron la enseñanza tradicional de los filósofos griegos y romanos y persiguieron con saña a los antes sacerdotes oficiales politeístas.
El furor destructivo de templos, la saña con que persiguieron a sacerdotes y conciudadanos paganos, el empeño que pusieron en raer de la tierra todo conocimiento que supusiera similitud con el cristianismo... es algo inimaginable. Se cebaron principalmente con las religiones de los misterios, especialmente el mitraísmo. De esto poco se sabe y poco se ha escrito. En este blog hemos repetido ya dos veces la serie de nueve artículos titulados “La Destrucción del Mundo Antiguo a manos del Cristianismo”, que es un resumen del libro de Vlasis Rassias con el mismo título. Quizá volvamos a traerlos aquí.
En este sentido, el ascenso del cristianismo supuso un empobrecimiento radical de la civilización europea, por más que hablen de que fueron los monasterios los que preservaron la cultura antigua en Europa. La desinformación, la falta de instrucción histórica y, sobre todo, la compulsión por imponer un único pensamiento tienen esos lapsus.
Dejando aparte la labor purgatoria de la Inquisición, si algo merece destacarse en ese largo periplo persecutorio de la Iglesia contra la cultura y la civilización es la creación del famoso Índice de libros prohibidos (Index librorum prohibitorum) nada menos que en fechas tan tempranas como el siglo XVI, en vigor hasta mediados del siglo XX.
¿Merece la pena una Institución que privó a millones de personas, a la Europa cristiana, de una producción filosófica, científica y literaria de tanto calado como los que citamos? ¿Qué hubiera sido el pensamiento europeo sin tales autores? Libros prohibidos fueron los de Tertuliano, Averroes, Rabelais, La Fontaine, Erasmo, Castiglione, Copérnico, Kepler, Montaigne, Pascal, Descartes, Kant, Malebranche, Spinoza, Locke, Hume, Berkeley, Rousseau, Bergson, Leopardi, Voltaire, Zola, Balzac, Víctor Hugo, A. France, Sartre... Nada menos que Pierre Athanase LAROUSSE, Enciclopedia, entró en la categoría de prohibido.
Entre los españoles, fue censurada en un principio la producción de Gil Vicente, Hernando de Talavera, Bartolomé Torres Naharro, Juan del Encina y Jorge de Montemayor, además de El Lazarillo de Tormes y el Cancionero general. ¡Incluso una frase de El Quijote, II, cap. 36! Y lógicamente, más cerca de nosotros, Jovellanos, Emilio Castelar, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez y otros.
Si no fuera por el destrozo cultural que produjo en los siglos gloriosos del catolicismo, el Índice sería motivo de carcajada general. Querían poner puertas al campo o encerrar agua en un cesto. Los libros se difundían con plena libertad y precisamente las obras incluidas en el Índice, recibían un incremento de publicidad.
La última edición salió en 1948. Pronto se dieron cuenta de que era imposible catalogar... ¿O fue quizá que se dieron cuenta los próceres del Santo Oficio de que estaban cayendo en el mayor de los ridículos?
7 agosto 2017