¡ESO ES UN MISTERIO!

El pasado 26 de abril y en mi pueblo burgalés de adopción, quise solemnizar, “gratis et amore”, el funeral por un amigo, labrador, que tras 96 años de vida finiquitó sus días, no por enfermedad sino por puro agotamiento vital. Nos llevábamos bien y aprendí muchas cosas de su experiencia. De los viejos-viejos hay muchas cosas que admirar. Y son dignos de veneración.

A la salida del templo unas señoras, en las que advertí educación o instrucción por encima del común, vinieron a darme las gracias por mi “actuación”, alabando los dones (musicales) que Dios me había dado. A la tercera vez que me lo dijeron repliqué: “Bueno, no sé si Dios... yo afirmo por el contrario que fueron mis padres y mis educadores. En concreto mi madre cantaba muy bien...”

Al socaire de tal contestación surgió una controversia entre teológica y moral, aportando por mi parte lecturas de san Pablo, san Agustín, San Buenaventura, San Gregorio, poesías del Siglo de Oro... para que no pensaran que hablaba a humo de pajas.

Quedaron educadamente escandalizadas cuando les dije: “Me sorprende sobremanera que sobre todo una mujer que ha sido madre crea que puede engendrar un hijo fecundada por un espíritu”. Como movidas por un resorte, dos de ellas replicaron al unísono y como espantadas por mi provocación: ¡Es que eso es un misterio!”. Más aún, alguna susurró conmiserativamente: “Qué pena, una persona tan culta y tan sensible como usted...”. Y así quedó la cosa.

Alguien me dijo luego que las cinco féminas instruidas y cultas eran numerarias del Opus. O algo así.

Lógicamente cuando se aduce como argumento que “eso es un misterio”, no puede haber discusión alguna posterior. Se termina recorriendo y recurriendo a caminos paralelos que no pueden encontrarse.

Pero se me ocurre recurrir al mismo sofisma que ellas esgrimen: Batman, el Llanero Solitario, el Capitán Trueno, Tarzán, Peter Pan, Indiana Jones o James Bond no son un misterio, por eso todos sabemos, incluso los creyentes, que son invención imaginativa. Pero ¿y si dijera que sí, que son un misterio? ¿Sería argumento para concederles existencia real y categoría vital? Tampoco los Reyes Magos decimos que son un misterio, por eso dejamos de creer en ellos pasada la primera decena.

Decir que la Encarnación es un misterio implica:
a) No querer discutir más y, en el fondo, admitir que no se tienen argumentos propios.
b) Contravenir o prevenir el posible vómito de la razón
c) Querer que los demás respeten tales creencias
d) Aceptar “porque sí” lo que otro diga o lo que tradiciones seculares hayan legado.


A pesar de esa tajante segur que pretende cortar de raíz disensos, nadie que se considere humano puede cejar en comunicarse como sea con sus semejantes. Y en este caso, necesariamente hemos de retornar a lo de siempre, la conexión que pueda haber entre un creyente y una persona normal cuando de verdades y de creencias se habla.

¿No puede haber discusión? ¿Hay que respetar creencias que contravienen frontalmente el criterio racional? ¿Es que el sentido común –que es la razón crítica aplicada al día día— no tiene cabida en las cuestiones que rozan la credulidad?

Y, por otra parte, ¿cómo convencer a quien debe aceptar creencias porque son “misterio” de que todo eso puede ser invención humana y producto de la imaginación? ¿Les serviría de algo la instrucción sobre religiones y mitos?

Pretenden aportar argumentos para defender la creencia, porque, como dice la Lógica, quien afirma algo es el que debe aportar las pruebas sobre ello. Desde San Anselmo pasando por Santo Tomás y Kant (Crítica de la Razón Práctica), legión han sido los pensadores que han aportado su granito de arena a la dialéctica más que vital que trata de convencer sobre la existencia de Dios y su plan sobre la humanidad. Pero ¿convencen tales testimonios?

A una persona con poca instrucción, desde luego que le satisfacen. Es más, no necesita argumentos, cree porque sí.

La mayor parte se sirve de pretextos que son textos extraídos de la propia argumentación, por ejemplo Hebreos, 3, 4: “Porque toda casa es construida por alguno, pero el que hizo todas las cosas es Dios”. ¡Lógicamente, si lo dice el mismo Dios...! Han barajado argumentos más o menos filosóficos como aquello del “relojero primero”. O que todo tiene una causa (¿y por qué no pensar que Dios también ha de tener una causa suficiente?). Y argumentos “vitalistas”, de que “a mí me sirve”; de que creer “me consuela”; de que mis creencias me impulsan a ser mejor...

Como decimos, a la persona de pensamiento primario todo esto le convence y hasta le causa admiración. Pero ni al filósofo ni al humanista ni al que profundiza un tanto en los mismos, argumentos tales convencen en absoluto.

Y, por otra parte, si tales verdades que pretenden hacer pasar por hechos fueran de tal naturaleza, no haría falta que nadie se devanara los sesos por convencer a los demás de algo que afecta en tal manera a la vida de la humanidad: sería evidente de por sí.

Al fin y al cabo resulta imposible demostrar lo que no existe.
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