¿Merece la pena mantener un credo?
Mantener un credo, sea con la presencia, con la anuencia, con el apoyo intelectual, con las aportaciones económicas o, incluso, con la indiferencia, implica alguna de estas consideraciones:
es una lucha continua durante toda la vida contra uno mismo, la lucha contra la duda de aquello que se cree, la lucha del que no está seguro de su efectividad o verdad, lucha que no debiera existir, dado que es meramente inducida, es decir, provocada o generada desde instancias ajenas a la propia persona;
es una lucha no contra la posible maldad de la propia conducta, contra las inclinaciones instintivas y egoístas que a todos nos condicionan--lucha que cualquier persona con valores humanos ya sostiene--, sino contra lo que le hace al hombre ser hombre, su capacidad de razonar;
y tal enfrentamiento a la lógica, a uno mismo, va dirigido únicamente a mantener instancias del pasado, soluciones que nunca fueron, propuestas sin virtualidad alguna para la vida, mundos nunca descubiertos, algo que una parte del hombre, la que lo guía de manera efectiva en la vida, su razón, desecha por inconsistente;
es más, la persona que desapasionadamente piensa en ello ve que ese mundo propuesto, esa sabiduría pretenciosa, esa lucha... como hemos apuntado arriba, es algo inducido, algo que mantienen y sostienen personas interesadas en que así sea, personas cuya credibilidad no es mayor que la de aquellos que se les oponen;
es una lucha por sostener una moralidad añadida, que no es necesaria para construir ni una personalidad más robusta ni un mundo más justo, porque ya existe en todo hombre una ética natural que le empuja hacia la bondad y el bien;
es una lucha, por otra parte, innecesaria, porque si el hombre suprime dichos credos no va a variar su vida, no va a ser ni más ni menos feliz... Con la seguridad de que, tras el alejamiento, al menos sentirá una liberación de algo que le atenazaba.
Pascal sostenía lo contrario, pero ¿realmente merece la pena todo eso? ¿Merece la pena pasar una vida en la incertidumbre de creer que todo eso pueda ser mentira? ¿Merece la pena luchar no por otro, sino por lo que dice el otro?
¿No merece más la pena cortar radicalmente con el engaño y comenzar una vida “pendiente de uno mismo”, de la propia perfección centrada en lo humano; y, en el aspecto social, “satisfaciendo a los demás” por ellos mismos, no por ver a dioses encarnados en los otros?