Moral (X) La moral de Jesús (II)

En el post anterior vimos que el Jesús histórico, cuya vida y palabras conocemos a través de los evangelios canónicos y en especial por aquellos episodios y pasajes que los especialistas consensúan como históricamente atribuibles a Jesús, fue un maestro judío, próximo al fariseísmo y al movimiento zelote.

Además de un líder nacionalista-religioso que tuvo cierta influencia social, fue un profeta escatológico, un predicador y aspirante al trono mesiánico y, en especial, un hombre que murió ejecutado por los romanos, acusado de sedición, cuya imagen ha sufrido un proceso de idealización y sacralización que ha llegado hasta nuestros días.

No es el Jesús idealizado, pacifista, universalista, manso, santo, tolerante, amoroso, deificado, al que se analiza, sino al que los especialistas nos presentan como el Jesús real. Al que se halla tras las palabras y los episodios recogidos en los evangelios.

Jesús no fue un modelo de tolerancia. Consideraba que en el mundo había dos bandos: los que estaban con él y los que estaban contra él.

En el segundo se hallarían los ricos, los saduceos, los herodianos, los colaboracionistas del Imperio, los extranjeros en general (sirofenicios incluidos), los yavistas “primitivos” (como los samaritanos) y, en general, aquellas personas que no siguieran su mensaje o no apoyaran su misión de colaborar con él en la pretensión de renovar el sumo sacerdocio y reinar en el trono que creía reservado por Dios. A estos enemigos los desprecia e incluso increpa y maldice.

Los ejemplos de ello son abundantes:

Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” [no judíos] (Mc 7,27).
"¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?"
(Mc 9,19).

"No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,5-6 -y Mt 15,24).

"Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad" (Mt 10,14-15).

"Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.” (Mt 11,20-24). "...y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 13,42 -y 13,50).

"...es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos" (Mt 19,24).

Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?" (Mt 23,33).

"No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (Lc 13,3).

"Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí" (Lc 19,27).


Como son abundantes los ejemplos del Jesús más belicista que pacifista:

"En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga" (Lc 3,17).

Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” (Mc 14,27).

"Quien no tenga espada, venda su manto y cómprese una" (Lc 22: 36).

No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra...” (Mt 10,33-35 -y Lc 12,51-53).

"...volcó las mesas de los que cambiaban dinero, y las sillas de los vendedores de palomas...” (Mt 21,12 –y Jn 2,15), amén del citado Lc 19,27.


Aparte de estas palabras, los especialistas han hallado indicios de conducta más belicista que pacifista en episodios que han comentado profusamente, como la llamada “purificación del Templo” (Mc 11,15-17 y paralelos); la detención en Getsemaní (Jn 18,3), llevada a cabo con el apoyo de una cohorte (esto es, estimándose necesaria la intervención de unos 500 hombres armados), además de los sirvientes de los sumos sacerdotes y fariseos; y el motivo de la condena de Jesús, bien explícito sobre la cruz en los cuatro evangelios.

Quedaría el tema “ama a tus enemigos”, que estaría contradicho en no pocos aspectos de los referidos y que los especialistas entienden sólo aplicable a los propios judíos que no pudieran ser acusados de traición o de ser enemigos colaboracionistas. Ni tampoco a los extranjeros. El prójimo de un judío es otro judío.

Gonzalo Puente Ojea postula, siguiendo en ello a Carl Schmitt (Escritos políticos, 1941) que el griego empleado en los textos evangélicos distingue claramente, como el latín, entre enemigo privado (echthrós, inimicus) y enemigo público (polémios, hostis).

Pues bien, los evangelistas optan, en todos los casos, por el vocablo ekhthrós. El profesor A. Piñero resume esto del siguiente modo:

“Jesús mandó amar a los enemigos privados, personales, con los únicos con los que tiene sentido un acto de amor por diferencias de tipo relacional, y no a los enemigos políticos, adversarios también de Dios. Respecto a éstos Jesús habría mantenido y postulado una ética de hostilidad y oposición. Ciertamente, en los Sinópticos "no aparece una instrucción literal de odiar, pero no por ello la posición de inconciliable hostilidad de Jesús frente a estos enemigos públicos es menos patente" (Fe cristiana, p. 111);

"Es irrelevante la discusión sobre si Jesús ordenó odiar a los enemigos públicos, porque [...] Jesús deslindaba claramente las líneas del combate y los sentimientos contra los enemigos de esta empresa no necesitaban definición psicológica ni concreción especial" (Fe cristiana, p. 108).

En realidad, la actitud de Jesús es la misma (de) los autores de la Regla de la Comunidad de Qumrán, Manuscritos del Mar Muerto ("odiar a los hijos de las tinieblas": 1QS I 4). En este sentido, Jesús nunca pudo mandar el amor hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los dominadores.”


Esta crítica –que sería pertinente a otros personajes históricos idealizados, si bien no a todos en la misma medida- podría extenderse a ciertos prejuicios –comunes en aquel tiempo- compartidos por Jesús y a las repercusiones que pudieran tener sobre sus esperanzados oyentes y seguidores el carácter erróneo de sus profecías y su fracaso final como mesías judío.

Una vez admitido que procedía la idealización moral del personaje, hasta hacer otro nuevo, mistificado hasta devenir en una suerte de hombre perfecto, cabe entender que la actualidad la “moral cristina” es, al menos teóricamente, otra bien diferente a la bíblica, sea del Antiguo o del Nuevo Testamento.

Y que nuestros juicios morales son modernos y cosmopolitas en un sentido nuevo al que rigiera en cualquier lugar del orbe cristiano hasta momentos muy recientes. E incluso hoy, si analizamos la práctica de los Estados o las personas que se llaman cristianas, difiere poco en “bondad” de la de cualesquiera otros.

Y, sin embargo, como admitía al principio, la palabra “cristiano”, aunque se relacione con la “regla de oro” y con cierta moral represiva, sugiere “estoicismo”, defensa del débil, altruismo, veracidad, humildad, entrega sufrida por el bien de los otros. De nuevo, una serie de principios ideales, asumibles por prácticamente todos los seres humanos y defendidos por diversas personas desde mucho antes de Jesús.

El problema sigue siendo la aplicación práctica de estos principios. Cada persona, cristiana o no, puede analizar en qué medida se comporta de acuerdo a su propio ideal moral, y en qué medida lo hace abusivamente o se reserva alguna desigualdad que le sea favorable.

Es nuestra conducta la que realmente demuestra si abogamos por el respeto mutuo, el trato equitativo, la reciprocidad, la tolerancia, la mansedumbre, la solidaridad, el perdón, la afabilidad, el amor, la integridad, la sinceridad, el espíritu constructivo, etc., o por las actitudes y conductas contrarias.
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