Murió su hermano y...

Experiencia ajena traumática la que me ha hecho pensar... en que "también los creyentes debieran pensar".
Un creyente convencido, antaño amigo y hoy desengañado de que todavía me pueda salvar --aún le pregunto de qué-- ha vivido el amargo trago de perder a su hermano, aquél al que más unido estaba.
No lo supera. No puede trabajar. Se le escapan lágrimas apagadas ocultadas de la mejor manera que puede. Desaparece con síntomas de una depresión aguda incapaz de superar... Recibe el ánimo y la comprensión de los que somos sus compañeros, pero eso le sirve de bien poco. Lleva días sin aparecer por el centro de trabajo. Nunca había visto, por muerte ajena, persona tan hundida. Al fin necesitará tratamiento médico.
Hasta aquí todo sería normal y comprensible porque la muerte de los seres queridos afecta de una forma o de otra y unos superan el trance y otros no. Pero yo no lo veo tan normal...
Lo que sigue ni siquiera se me ocurriría pensarlo, menos decírselo, si no fuera porque muchas de sus conversaciones estaban tintadas de ese "más allá" que con temor percibimos; si no me hubiera preguntado con insistencia sobre la vida después de esta vida; si no me hubiera hablado de la esperanza necesaria, del sinsentido de la vida sin las promesas de Cristo, del premio o castigo a recibir tras la muerte, en fin, de las postrimerías de que tanto nos hablaban en nuestra infancia. Los tópicos propios de crédulos confiados y poco pensados.
Los fundamentos doctrinales son conocidos, pero es preciso que los crédulos los recuerden. Entre otras cosas
-- un creyente espera un reino futuro de felicidad: la Jerusalén celestial, los "cielos nuevos y la tierra nueva" donde "no habrá muerte ni habrá llanto";
-- confía y se consuela con "yo soy la resurrección y la vida", es "testigo de la resurrección";
--para resucitar con Cristo es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (II Cor 5.8)
-- para el creyente convencido "la vida es Cristo y morir una ganancia" (Fil 1.21)
-- "la vida no se termina, se transforma";
-- la muerte es un salir de este valle de lágrimas para unirse al coro de bienaventurados;
--"la obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición" (Rom 5.19)
-- Cristo es la garantía de nuestra resurrección y "los que mueren con Cristo vivirán con él";
-- Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra esperanza... ¡pero Cristo ha resucitado";
-- no vivimos --viven-- como aquellos que nada esperan sino confiados en las palabras de Cristo;
-- al morir, salen la Virgen María y todos los ángeles y santos a su encuentro(lo dice el Orde Exequiarum)
Espigar en los diccionarios de teología, diccionarios bíblicos, catecismo-"de-2865-entradas", santos padres... trae esas consecuencias, tener a mano por miríadas citas, frases, consejas, aseveraciones, aserciones, recomendaciones, consideraciones, declaraciones, garantías... ¡de que todo, a la postre, es un cuento palabrero que no aporta ningún consuelo!
Y volviendo al asunto de arriba, ¿qué se le podría decir a quien se instala en el desconsuelo de la separación si la crueldad de uno estuviera a la altura de lo que presume de creyente?
-- ¿pero no gozas con la alegría de saber que tu hermano resucitará?
-- ¿no te consuela saber que familiar tan unido a tí se sentiría dichoso al saber que ha participado de la muerte del Cristo?
-- ¿no te das cuenta de que accede al reino de la felicidad eterna?
-- ¿por qué sufres la misma desolación que achacáis a quienes viven sin fe?
-- ¿no ves que esta pena es indicativa de tu falta de confianza en Dios?
-- ¿no sabes que todavía puedes hacer mucho por él con oraciones y limosnas?
-- ¿no te alegra tener un familiar próximo a Dios que intercede por vosotros?
¿Creen Uds que todo eso serviría de consuelo? Desde luego no en este momento ni creo que en futuras ediciones tampoco.
Puestos en la tesitura de ser testigos de todo ¿se me permite, ya que de ejemplos santificadores se trata y frente al afligido crédulo, aportar mi propia experiencia? ¿No? ¡Pues tampoco la digo!