Precisiones sobre la misa como rito muerto.

De regreso a Madrid, leo algún que otro comentario sobre lo que decía respecto al rito de la Misa. Contesto. 

Es costumbre ya consolidada, especialmente en misas especiales, que en el momento del ofertorio, presentación de las ofrendas, sea un grupo de niños o personas mayores quienes presenten a la par que el pan y el vino quizá la biblia, como palabra de Dios, quizá un ramo de espigas, que es el fruto de la tierra en los inicios del verano, quizá un ramo de flores, una vela… Sea lo que sea, lo cierto es que ese acto siempre provoca la atención y la sonrisa de los asistentes, se vuelven hacia los oferentes (más si son niños). Parece que es lo único “humano” que se cuela en el rito seco de la misa.

Digo esto a propósito de la imperiosa necesidad que tiene la Iglesia de cambiar el formulario entero de la Misa y, sobre todo, el modo de participar los asistentes en la misma. No me vengan con elevaciones teológicas porque en sus inicios el rito de la eucaristía, en el fondo con el mismo sentido teológico que hoy, se celebraba de otra manera y había participación activa de los fieles.

Tampoco me vengan con simplezas y referencias o ataques personales porque les puedo soltar a sus mismas narices el tomo 202 de la B.A.C. “Curso de Liturgia” obligándoles a leer las páginas 224 a 380 donde podrán caer en la cuenta de que, conservando el mismo sentido teológico, las cosas se pueden hacer de otra manera. No desconozco aquello que me recuerdan y con lo que me afrentan.

Pero añadamos dos cosas relacionadas con mi persona a fuer de comentarista imparcial de hechos litúrgicos: me importa un bledo que la misa siga como está o que cambien su estructura, simplemente refiero un hecho, el solemne aburrimiento con que la inmensa mayoría de los participantes en el rito dominical asisten a él; en segundo lugar… Como se me ha olvidado lo que iba a escribir, no lo escribo.

Recuerdo dos casos de aquella época en que las iglesias se llenaban de fieles en las misas centrales de la mañana dominical. Uno, de cuando yo era un adolescente integrante de la escolanía del colegio: en Miranda de Ebro acudían a la iglesia de los SS.CC., algo más distante que otras del centro, porque había un fraile el P. Leopoldo Eraso, con una voz a la altura de Alfredo Kraus, y no exagero. Sus solos eran antológicos. Por cierto, fue mi primer profesor, bien que no explícito, de canto. El otro caso, más corriente porque abundan más los buenos predicadores que los cantantes, es el de otro fraile de los SS.CC. en el colegio de Vallvidrera de Barcelona con un poder extraordinario de convicción y unos sermones que cautivaban a la gente por su belleza expresiva. Sus misas estaban siempre a rebosar.

¿Tiene algo que ver todo esto con esas patochadas que alguno refiere del sentido teológico de la misa? No y cien veces no. Déjense de elucubraciones mistéricas y desciendan a la realidad: las misas son terriblemente aburridas. Hacerlas de otro modo no supondría merma de “lo otro”. Y, por otra parte, ¿creen que la gente que acude a la iglesia los domingos es consciente de eso que algún comentarista afirma? Lo copio, por si no lo recuerdan:

  1. Entro "muerto" a la Misa y salgo "resucitado", con ganas de contagiar a mi prójimo por la experiencia con el resucitado en la Misa. Ya lo dijo el Maestro: "Quien come mi cuerpo" tiene Vida Eterna. La Misa no convoca masas, es el encuentro entre el pecador y la misericordia, pero para esto, se tiene que tener fe, una fe adulta. El que no tiene fe en la Misa, solo va por “cumplir”.

  2. Hay un solo sacrificio hecho de una vez por todas por Jesucristo por los hombres. La misa es la memoria actualizada y viva de ese sacrificio en forma de comida. La palabra acompaña, da sentido y significación a lo que se está celebrando. Además, la liturgia, en particular la misa, es cumbre y fuente de toda la vida cristiana.

Convencido estoy de que es esto lo que todos los fieles domingueros sienten y expresan asistiendo a misa. Y que acuden a misa esperando la realización en sus vidas de lo que la misa se celebra. Y es algo obvio que salen radiantes y pletóricos de vida espiritual del recinto eclesial. Y que están ensimismados rumiando las palabras que el sacerdote recita durante la misa... ¡”Amos”, anda!

En otro orden de cosas, respondo a quien por Elifaz se titula: me tilda de ateo y, repito una y otra vez, no soy ateo en sentido partidista y estricto, o sea en el suyo. ¿Cómo negar algo en que millones de personas creen? La cuestión cierta es que el concepto de Dios o “dios” es tan polisémico que convendría se pusieran de acuerdo todos cuantos su figura y su concepto defienden. Pero mi Dios no deja de ser otra cosa que un arquetipo, un compendio de deseos y frustraciones o una sublimación de lo más profundamente humano: belleza, justicia, sabiduría, felicidad, etc. Si eso es ser ateo, lo será para él, pero no para muchos que, sin ser conscientes de ello, tienen el mismo concepto.

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