[Artículo trasladado del día 1 al 8: de ahí dos comentarios extrapolados]
En numerosas ocasiones hemos venido diciendo que nuestro mundo, mundo conformado por los valores de jóvenes y viejos, no es ni mejor ni peor que los anteriores, quizá y en muchos aspectos mejor.
Pero no es así como lo ven las religiones de nuestro entorno occidental. Tienen sus criterios para juzgar, sin parar mientes en que pueden existir otros y con el pensamiento, fundamentalista, de que los suyos son los auténticos, los salvíficos, los verdaderos.
Hablan de falta de valores en el mundo actual, con un diagnóstico que se percibe tanto en sermones oficiales de corte rouqueño como en manifestaciones menores como las preces dominicales: relativismo, escepticismo, nihilismo, afán de poder (¿cuándo no?), ansia de riquezas (¿por qué no?)... Las religiones lo achacan, utilizando sus palabras, a “la in-creencia”, a la negación de dios, a vivir como si éste no existiera, a hacer caso omiso de sus preceptos...
¿Qué se puede contestar? Bajo su punto de vista nada. Disponen de una "revelación" directa con el vademécum de lo que hay que hacer, decir, pensar y realizar (no les llega su inteligencia a pensar que "todo eso", aun siendo de dios, pasa por el filtro necesario de personas interesadas en que tal revelación sea así, sin pararse a pensar que cualquiera podría deducir que no hay tal fuente divina, que todo es producto del hombre).
En el fondo y en la forma siguen fieles al mito primero, el del Paraíso Perdido donde dios paseaba sus ocios en tertulia amena con los homínidos, mito que es reflejo de las aspiraciones del hombre por la perfección y la felicidad. El mundo todavía no ha regresado al Edén y suspira por él, Edén que no es sino un mito más de aspiraciones nunca satisfechas.
Frente a tan idílicos suspiros, hoy más que nunca se percibe con toda su crudeza --dicen y decimos-- hasta dónde puede llegar el instinto animal del hombre, su afán depredador, su perenne búsqueda de territorio y alimentos, su egocentrismo que hace caso omiso de la miseria que en los otros provoca.
Cierto que es así, pero ni más ni menos, quizá menos y hoy con mejores medios para remediarlo, que en tiempos pasados, que nunca fueron mejores, conradiciendo al manrique de turno.
Pero... La marea evolutiva histórica nos ha traído a estas playas; llevamos cuarenta siglos confiando nuestras vidas a la creencia. ¿Han cambiado el mundo?
La pretensión de vivir una vida "razonable", "humana" ha sido aplastada por el poder omnímodo de los credos. Hoy se abre paso a duras penas.
Frente a esos cuarenta siglos, pocos años lleva la razón gozando de libertad. ¡Y tachan ellos este empeño de nihilista!
Veámoslo de otra manera: las religiones predican valores morales que "súbditos", autoridades, padres y políticos no sólo contradicen, sino que o no practican o abiertamente rechazan.
Dejamos aparte la inmensa masa de fieles que ya no creen en nada de lo que la Iglesia dice o que ponen en tela de juicio sus juicios, pero si nos introducimos en el mundo de los creyentes vemos que tal mundo está aquejado esquizofrenia, al menos conductual: la salvación de las religiones está hoy en su prédica moral y en la denuncia de los males del mundo y, sin embargo, la masa de fieles practicantes, que enaltece hasta el paroxismo a sus líderes y babea en su presencia, que utiliza sus templos, escucha la doctrina, practica sus ritos... da de lado y hace caso omiso a lo que en el fondo justifica su existencia, su moral y sus credos.
¿Qué ofrece este mundo nuestro, el de las personas normales que no confían en soflamas crédula y que busca por sí mismo la regeneración continua?
Busca otros modos de afrontar los retos y de enfrentarse a la animalidad de su existencia. Modos prácticos de solucionar los problemas: trabajo, bienestar, leyes y tribunales, instrucción y educación, reparto equitativo de la riqueza... Al menos es el Nuevo Testamento de este mundo harto de guerras y ahíto de desdén contra los sátrapas ególatras.
Que al menos la creencia cristiana bimilenaria le conceda la mitad de tiempo que ella ha gozado. Mil años para ver si el hombre, por su cuenta y riesgo, consigue llegar a un "edén" de progreso, bienestar, democracia... donde no tope con dioses variopintos, desgreñados o sangrantes que sólo han sabido aprovecharse de su trabajo.