Reniega de su infancia: la Iglesia-2

[Primero los bárbaros, luego los cristianos]


Historia de la Iglesia y legado para la posteridad son las trifulcas doctrinales y cómo se las tenían con los que resultaban vencidos, como es el caso de Nestorio y Arrio (no olvidemos que ambos fueron altos dignatarios eclesiásticos, patriarcas). De su legado doctrinal, que hoy posiblemente podría ser doctrina oficial, no queda nada, todas sus obras fueron quemadas y ellos considerados proscritos.

Historia de la Iglesia es también la conducta de los frailes asesinos seguidores en Alejandría del “gran” santo Cirilo. Digno de que los cristianos de hoy supieran cómo se las gastaba la Iglesia en el siglo V sería el que conocieran cómo trataron a un rival para ellos digno de muerte por dos razones contundentes e imperdonables, ser mujer y ser sabia, Hipatia de Alejandría.

Pero de asuntos tan concretos mejor es pasar por encima y no hablar ni recordar nada: San Cirilo, prolífico escritor y padre de la Iglesia, merece recuerdo imperecedero por lo que hizo como criminal y por su santidad. ¡Menuda santidad!

A la zaga de los desmanes iban las leyes, no al revés. La infamia quedaba justificada por decretos y códigos, como el de Teodosio del año 380. Los no cristianos eran personajes infamantes, lo cual llevaba consigo verse desprovistos de sus derechos civiles.

Mientras los cristianos, por ley, podían confiscar los bienes de los llamados paganos y podían destruir sus edificios religiosos y saquear sus tesoros y apropiarse de ellos, a los no cristianos les estaba vetado intervenir en la vida de la ciudad; no podían tampoco dedicarse a la enseñanza ni a la magistratura. Atentar contra los cristianos o contra sus bienes estaba condenado con la muerte según la ley.

Tanto Teodosio II como Valentiniano III, año 449, ordenaron que fuera destruido todo aquello que pudiera provocar la ira de Dios o herir la sensibilidad cristiana. Es una lista de hechos desaforados de la que se conoce poco. Desde luego los cristianos, nada. Y bien pudiera saberse porque, por supuesto, esos cristianos fervorosos obraban “de buena fe”.

Esta actividad necrófila ya la había iniciado el bueno de Constantino, probablemente inspirado por su santa madre: los filósofos Nicágoras, Hermógenes y Sopatros fueron ejecutados por brujería y, recordemos, los escritos de Porfirio, filósofo neoplatónico de enorme autoridad en su tiempo, fueron quemados por los cristianos.

Eso de quemar libros presuponiendo que así se destruía el pensamiento, ha sido una actividad eclesial recurrente a lo largo de la historia. En esos días, lo mismo que los escritos de Porfirio, la llamas consumieron las obras de Nestorio, de Arrio y las de los eumonistas y montanistas. Es una historia de la que hoy se precia la Iglesia… ocultando tales fechorías. Tomaban ejemplo de San Pablo como el primero al que se le ocurrió quemar libros (Hechos 19.1)

Pero no sólo la ira de la ortodoxia iba dirigida contra los paganos o los herejes. Las mismas penas podían sufrir aquellos que discrepaban de la doctrina oficial sancionada por el emperador.

Dentro de ese saco sancionador quedaban incluidos los judíos, a la altura legal de los maniqueos, los magos o los libertinos. La eclosión genocida del nazismo tuvo su prolegómeno temporal con el cristianismo: Hitler no hizo otra cosa que llevar a término la conducta del cristianismo para con el pueblo judío. Veinte siglos de anti semitismo tuvo su colofón precisamente en el siglo XX.
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