Triángulo amoroso: Éros, Philía y Agápe/ 12

Quien no comienza por el amor jamás sabrá lo que es la filosofía (Platón)
Querer es esencialmente sufrir y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor (A. Schopenhauer)
Un amor de rodillas no es para mí un amor (Alain Badiou)
-----------------------------------------------------------------


Dentro de la misma Escuela de Frankfurt, a la que pertenece H. Marcuse, el psicoanalista Erich Fromm, también judío alemán y exiliado a EE UU, dedicó un interesante libro al tema del amor, titulado El arte de amar. En él analiza las diversas formas de amor, el erótico de pareja, el materno, paterno, fraterno, amor propio e incluso el amor a Dios.

Considera el amor un asunto básico para dar sentido a la existencia humana, pero, desde un enfoque sociológico neomarxista y desde un humanismo socialista, analiza su desintegración o alienación en la sociedad capitalista contemporánea, donde las relaciones amorosas están reificadas o deshumanizadas al estar mediatizadas por los valores del mercado.

Esta alienación de las relaciones amorosas ya había sido analizada por el humanismo antropocéntrico del joven Marx, quien criticaba el dinero como “poder enajenado de la humanidad”, que invierte y pervierte todas las relaciones, “transformando el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la estupidez en entendimiento” (Cfr. Manuscritos de economía y filosofía).

Dentro de la tradición del psicoanálisis, Jacques Lacan, en diálogo con Platón, sostiene que el amor viene a llenar de forma imaginaria el vacío que deja siempre la sexualidad, sometida a la ley de la repetición cíclica, pues una y otra vez hay que volver a empezar. Ello recuerda la metáfora socrática del tonel lleno de agujeros que el hedonista ha de llenar constantemente. En la sexualidad, piensa Lacan, cada uno va a lo suyo, buscando el propio disfrute: “lo sexual no une, sino que separa”, siendo el amor un mero vínculo imaginario.

En su breve libro Elogio del amor, el filósofo francés Alain Badiou señala que “la filosofía sobre el amor se mueve entre dos extremos, aunque también existen puntos de vista intermedios”. En un extremo se halla la filosofía “antiamor” de A. Schopenhauer. En su obra El amor, las mujeres y la muerte, posiblemente el libro más misógino de toda la historia de la filosofía (“la mujer es un animal de cabellos largos e ideas cortas”, afirma), no perdona a las mujeres, seres inferiores, haber sentido la pasión del amor, contribuyendo así a la perpetuación de la especie que nada vale. Para el pesimista Schopenhauer, querer es esencialmente sufrir: se sufre por los deseos insatisfechos y igualmente por los deseos satisfechos, que producen aburrimiento. La vida es para él puro dolor y sufrimiento.

En el otro extremo sitúa A. Badiou al filósofo danés y cristiano Sören Kierkagaard, quien hace un análisis existencial (autobiográfico) a través de los tres estadios o niveles de la existencia. En el nivel estético, la experiencia del amor se vive en el goce egoísta y repetido de la seducción, de acuerdo con el arquetipo del Don Giovanni de Mozart. En el nivel ético, el amor se vive en el compromiso serio del matrimonio, nivel que él descartó al romper con la jovencísima Regina Olsen. Finalmente, el estadio supremo es el religioso, donde el indivíduo apuesta por el nivel sobrenatural del amor a Dios, ligado a la fe en la trascendencia.

Pero este estadio va acompañado de temor y temblor, de la conciencia de pecado y de la angustia que siente el creyente delante de Dios, tema recurrente en la tradición religiosa protestante, bien enraizada en la Biblia.

De esta forma, los tres estadios del Kierkegaard, representan las tres formas de la trinidad amorosa, desde el Éros seductor (amor pasión), pasando por la Philía del amor contrato matrimonial al Agápe cristiano. A. Badiou, sin embargo, rechaza este amor religioso ligado a una fe trascendente, un “amor pasivo, devoto y genuflexo”.

Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor concibe el amor como “un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser”. Con ello refuta la teoría de Stendhal (L’amour), que califica el amor del enamorado como vana y efímera ficción, por ser una proyección fantasiosa en el otro idealizado de perfecciones inexistentes, destinada a desvanecerse y a morir pronto (también Machado afirmaba que “todo amor es fantasía”).

Sólo el amor-pasión es el legítimo para Stendhal. En términos idealistas kantianos, las intensas mociones eróticas no se regularían por el objeto amado, sino que ese objeto amado es elaborado por nuestra apasionada fantasía subjetiva. Es decir, más que ciego, el amor sería “visionario”.

Para Ortega, por el contrario, el amor verdadero existe y en él “un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo a otro ser, especie de metafísico injerto”. Incluso en la lejanía, el amor subsiste en el subsuelo de la conciencia y no es pura alegría, como afirmaba, Spinoza, sino también tristeza y nostalgia por la ausencia del objeto amado (también puede ser la patria, añorada desde la lejanía). El síntoma del amor verdadero es el sentimiento de estar de forma vital y ontológica con el amado, con una proximidad más profunda que la espacial. Por tanto, contra Stendhal, es permanente y no muere.

Platón definía el amor erótico como “un anhelo de engendrar en la belleza”. Ortega interpreta la belleza platónica como perfección. Así, el amor es un movimiento anímico hacia algo considerado excelente y superior. Tal excelencia, sea real o imaginada, incita a la unión con la persona amada, lo que no equivale a simple unión carnal ni tampoco a mero instinto: “el instinto sexual asegura, tal vez, la conservación de la especie, pero no su perfeccionamiento”. Tampoco, afirma Ortega, se puede confundir el amor con el deseo. No procede el amor del deseo, sino el deseo del amor, como la planta de la semilla. Se desea un vaso de agua o de vino, pero no se les ama de forma continuada.

Ortega distingue entre el genuino amor, difícil de encontrar, y el proceso febril y anómalo del enamoramiento, al que llama “un estado de imbecilidad transitorio”, debido al exceso de atención fijada en el ser amado, que guarda semejanza con el estado hipnótico y el entusiasmo místico.

De hecho, como se ve en la poesía amorosa (todo enamorado hace poesía), “el enamorado propende al uso de expresiones religiosas”, “todo enamorado llama divina a su amada” o se siente “como en el cielo”. Safo lo expresó con suma belleza. Por eso Platón llamaba al Éros “theía manía”, manía divina, donde manía significa “estar fuera de sí”, el éxtasis de que hablan los místicos en la unión con el Ser divino, sea el Uno de Plotino o el Dios cristiano.

Ortega, además, pone de relieve las distintas formas históricas de la vivencia amorosa. Por ejemplo, hay una gran diferencia entre el espiritualizado “amor cortés” cantado por los trovadores en la sociedad medieval del s. XII y el “amor romántico” del s. XIX.
Volver arriba