XIV. Endemoniados
Adelanto que no dedicaré este post a defender que los modernos exorcistas yerren del todo en sus diagnósticos selectivos. De algún modo, una formación refinada en los actuales centros formativos tiene un resultado positivo.
Lo diré de otro modo. Confieso de entrada la parte de razón que tiene algún que otro exorcista de alto nivel al insistir en que los “verdaderos” poseídos no compartían las patologías psiquiátricas que hace varias décadas se les había asignado; al tiempo que confieso haber sonreído ante aquella pretensión “descabellada” en similar medida a otros muchos médicos.
Lo cual no significa, ni mucho menos, que exista un solo caso verídico de posesión demoníaca, ni que alguna vez haya sido necesario un exorcismo. La sonrisa estaba justificada, dada la creencia subyacente, pero el regusto de una historia de errores, represión y sufrimientos humanos asociados, la hiela y sustituye por una mueca de tristeza.
Reconocer lo anterior no pone en cuestión que la práctica totalidad de los casos diagnosticados como “de posesión” (más del 99,99%) son claros casos psiquiátricos bien conocidos desde hace tiempo. Ni que tanto su conocimiento como el del restante 0,01% bajo, como no podría ser de otro modo, es netamente científico.
A grandes rasgos, pocos casos de los que aparecen definidos como “leprosos” en los textos bíblicos, lo eran en realidad. Había multitud de infecciones, enfermedades micóticas, tumores, etc., que no eran precisamente casos de lepra, pero, en un ambiente de ignorancia generalizada, se confundían con ésta (aprovecho para explicitar que la lepra es realidad muy, pero que muy, poco contagiosa).
Del mismo modo, se consideraba “endemoniados” a la práctica totalidad de los enfermos mentales, además de algunos efectos de otros padecimientos (por ejemplo hormonales) que incluyeran un componente –o reactividad- psicopático.
A este respecto, como en tantos otros, los griegos iban por delante de otros pueblos. Si a mediados del siglo IV AEC sabían que la Tierra era esférica, por entonces hacía un siglo que sabían que la epilepsia –la “enfermedad sagrada” por antonomasia- era una alteración orgánica “del cerebro”.
Los griegos le reconocieron a Hipócrates el honor de haberles “robado la epilepsia a los dioses” (sí, la idea de que había posesión espiritual era bastante común. Antes de Hipócrates, se consideraba al epiléptico espiritualmente raptado por una fuerza divina).
Fue solo el principio, claro está. Con el tiempo la lista de enfermedades mentales que fue sustituyendo aquel genérico cajón de sastre que supuso la idea de “posesión” demoníaca fue creciendo: psicosis esquizofrénica, psicosis ciclotímica, psicosis exógeneas, neurosis histérica… y unos cuantos síndromes adicionales.
Parecía claro que los brujos y los exorcistas, contra los que hablaron los físicos o médicos desde Hipócrates (sí, también…), deberían desaparecer pronto. Y, de hecho, su número decreció mucho.
Pero el Vaticano mantuvo una especialización que generaba la sonrisa de cualquier médico, o persona culta en general: la de exorcista. Y los principales responsables de su impartición, en las raras entrevistas que concedían (recuerdo la de un exorcista especializado con amplia casuística) insistían en que, aunque en efecto la mayoría de los casos eran psiquiátricos y podían encuadrarse dentro de patologías conocidas bien descritas, unos cuantos no.
Y esos incluían movimientos de otro tipo, claras alteraciones en el habla, diálogos extraños, deformación del rostro… Vamos, que parecía corresponder a varios casos de los que se han hecho obras literarias que han llegado a inmortalizarse como ejemplos de posesión demoníaca.
¿Y bien? Hay un cuadro bastante inusual que hoy se considera que es el que padecieron varias personas de las que se ha tenido noticia, entre ellas la protagonista de “El exorcista”. Claro que hay que eliminar las evidentes exageraciones propias de una novela, y no digamos ya de un film de Hollywood (ni la paciente giraba 360º, ni hablaba idiomas, ni el sacerdote murió lanzado por la ventana…), pero los elementos que comparten los casos semejantes a éste con las descripciones de los exorcistas profesionales contemporáneos casan mal con cualquier otro trastorno de índole psiquiátrica.
La enfermedad candidata a ser la responsable común de los casos que los exorcistas consideran “endemoniados” es la “encefalitis por anticuerpos contra el receptor NMDAR (N-metil-D-aspartato)”. Un trastorno autoinmune.
Cierto que muy raro, de descubrimiento reciente (descrito en 2007) y clínica polimorfa (los síntomas no sólo son psiquiátricos, fácilmente identificables ni claramente homologables). Han de descartarse, pues, otros cuadros clínicos con los que puede confundirse esta afección, que afecta sobre todo a mujeres jóvenes que han desarrollado un tumor de ovario (56% de casos), o padecen una encefalitis viral (por ejemplo, herpética).
¿Qué síntomas tienen estos pacientes?
“Después de un cuadro prodrómico que puede incluir cefalea, fiebre y síntomas del tracto respiratorio o digestivo, los pacientes desarrollan síntomas psiquiátricos prominentes (agitación, manía, alucinaciones, paranoia) que generalmente preceden a crisis convulsivas, y progresan hacia un rápido deterioro del nivel de conciencia, mutismo, catatonia, hipercinesia, con movimientos anormales faciales, de tronco o extremidades y alteraciones autonómicas. El cuadro, a pesar de la situación de gravedad y el importante deterioro neurológico, es potencialmente reversible, con una mejoría de los síntomas en cronología inversa a las fases de presentación. Los síntomas responden tanto al tratamiento del tumor, en caso de haberlo, como a la inmunoterapia.”(1)
Es frecuente, pues, un cuadro psicótico, con convulsiones, alucinaciones, agitación, confusión, rigidez muscular, impulsividad, agresividad, pérdida de memoria, ideas suicidas, discinesias o distonías, trastornos del habla, inestabilidad, movimientos estereotipados…
Entre los síntomas descritos, abundan “alucinaciones visuales, conversaciones imaginarias por teléfono, visiones de muertos, certeza de posesión de la verdad absoluta, convencimiento de contacto directo con Dios, expresiones constantes de terror, retorcimientos espectaculares con el cuerpo que desembocan en crisis epilépticas y movimientos anormales de boca, cara y brazos…” que podrían ser “los ingredientes de una película de terror”, aunque se deben a una enfermedad inmunológica (2).
¿Qué lección obtener de esto?
1. Que la ciencia avanza. Cierto que no da a la primera con el reconocimiento, la nosología, ni la explicación etiológica de algunos cuadros muy inusuales o complejos. Pero es, precisamente gracias a la ciencia, y no hay alternativa a ésta, que hemos pasado de considerar que los cuadros psiquiátricos estaban causados por espíritus o demonios a reconocerles a todos ellos, sin excepción, una causa natural.
2. Que a veces peca de exceso de confianza, el cual hay que evitar. Hace 20 ó 30 años se conocían multitud de causas explicativas de más del 99,99% de todos los cuadros que en su momento se habían considerado casos de posesión demoníaca; pero quedaba una exigua proporción que habían identificado bien los exorcistas más experimentados. Había motivo para prestarles atención y revisar esa casuística.
3. Que las explicaciones religiosas no acertaron en ningún caso, y que el avance de la ciencia implica su superación y naturalización. Gracias a la ciencia conocemos el ciclo del agua, el origen y la evolución de las especies, la deriva continental, la causa de las enfermedades y, de la mano de una adecuada concepción de estos fenómenos, tenemos recursos para afrontar muchos de los problemas asociados a ellos. Incluidas la prevención y el tratamiento adecuados de cuadros que hoy resultan abordables y hasta curables. (Huelga decir que el exorcismo no curaba a estos pacientes.)
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(1) https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3101880/, https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/19670433, https://www.anmm.org.mx/GMM/2014/n4/GMM_150_2014_4_348-351.pdf.
(2) http://www.abc.es/20101030/sociedad/nina-exorcista-201010301101.html.