XVI. La justicia del fin de los tiempos (o más allá definitivo) I
(Dedicado a las personas que confían en el triunfo final del Bien y en que, a la postre, todo nuestro sufrimiento quedará compensado: las víctimas hallarán reparación plena. Y este mundo tendrá “sentido” en su continuación excelsa...)
Seguramente a lo largo de su vida Vd. se ha encontrado con algunos episodios dolorosos, unos cuantos episodios febriles, quizá dos o más de dolor de muelas, quizá alguna fractura, y, en especial, algún que otro sufrimiento de tipo moral o psíquico.
Quizá pérdidas más graves o injusticias sufridas en primera persona. Alguna bronca injusta; unos cuantos suspensos que se merecía en menor medida que otros compañeros y, sin duda, una serie de frustraciones que otras personas no tuvieron en su misma cuantía ni probablemente les repuso el mismo efecto pedagógico.
Difícilmente su caso estará entre los mejores o peores que hayan existido o pueda imaginar. Seguramente algún familiar falleció antes de tiempo, supongamos 35 años antes de lo esperado, algún hermano o amigo le produjo situaciones de celos, y no le costará hallar una serie de situaciones causantes de satisfacción e insatisfacción en una medida que difícilmente cabría considerar universal o equiparable a la del resto de las personas del orbe.
Claro que hay personas que han tenido mucha mejor suerte. Pero, en especial, las hay con otra muchísimo peor.
¿Cómo entendería Vd. que toda diferencia quedaría neutralizada?
Hay parejas que se rompen, algunas tras muchos episodios de sufrimiento, niños que mueren de hambre, familias enteras arrancadas de sus casas, pueblos masacrados. Y también gente, que con mucha indiferente o rápida sobrepuesta a las noticias, celebramos nuestras comidas en alegre compañía familiar.
Detengámonos de nuevo en las soluciones peores: infancias destrozadas, niñas esclavizadas, pobreza extrema, soldados que irrumpen en un poblado violando y masacrando… Y no son situaciones de personas depravadas tan ajenas a “los nuestros”, a nuestros gobernantes, ni a nuestra complicidad: nuestro Occidente querido está entre los mayores promotores o ejecutores de matanzas e injusticias del último siglo.
Y usted pretende que todo esto se convertirá en equitativo. Que habrá justicia. Y que suponer lo contrario es ser frívolo, conformista o irresponsable.
Uno se tiene que suponer una de dos. O un Dios apuntando lo que cada cual lleva a favor y en contra, hallar las diferencias, buscar un factor común compensatorio, etc., y tratar de igualarlo todo ello para obtener una justicia final plena. Se supone que seguirá un sistema de puntos positivos y negativos, pues no espero que el modo de igualar el sufrimiento de dos personas sea literal (sacando el sufrimiento mínimo común múltiplo de tal modo que, si uno se libró de tener dolores de muelas y otro tuvo cincuenta episodios, este último debería sufrir por la diferencia en en un más allá compensatorio). No sería ésta una solución “justa”, pues nadie tendría la “suerte” de llevar una vida pasable. Y habría situaciones demasiado difíciles de igualar. Hay padres que pierden a sus hijos de modos difícilmente empeorables (lo que hace poco repetible su sufrimiento concreto), y huérfanos de nacimiento. Aun el sistema de “puntos” tiene su dificultad. Cuesta imaginar cómo podrían equipararse nuestros “puntos”…
La otra posibilidad es que Dios nos depare un futuro bienestar tan enorme que compense –por tornarlo irrelevante- cualquier grado de sufrimiento que hayamos pasado en esta vida. Es una especie de truco matemático. El infinito se obtiene multiplicando cualquier valor (positivo), precisamente por infinito.
Al parecer lo justo, lo “responsable” y lo “no frívolo” es imaginarse que habrá este tipo de justicia compensatoria después de la muerte. Que todos los seres humanos, como Vd. recalca una y otra vez, sin excepción alguna, tengamos “Justicia” definitiva, de tal modo y en tal grado que todas las diferencias aquí conspicuas se tornen inexistentes o nimias: completamente irrelevantes. Si esto es así, hay razones para sospechar –como hizo un comentarista- una irresponsabilidad de signo contrario. La que supone la opción por un conformismo metafísico que se apunta a una falsa solución –por lo demás archiconocida- que mitigue conciencias, al tiempo que fomente –y pretenda justificar- el mismo status quo que reconoce como injusto.