Cuando se censura al estamento clerical.

Cuando la censura tiene buena intención, se admite con humildad. Cuando la crítica hiende su filo en carnes que duelen, ya la humildad no cabe: es preciso desvelar de dónde provienen las palabras que, seguro, tienen mala intención o ni siquiera tienen razón.  

¡Acérquense con el estandarte de la crítica a la mayor parte de los miembros clericales y verán alzarse las antenas defensivas, rara vez la contraofensiva! Cuando se habla y se escribe contra ellos, contra ese mundo cerrado dentro de sí mismo, rápidamente se alzan las panoplias de la justificación:

1. El primer parapeto viene del desprecio a quien les ataca: “Pobrecillos, no sabéis; vuestra cultura es de oídas, de baratillo, de cuatro cosas que habéis leído; además no entendéis nada de las cosas de Dios... Atacáis porque desconocéis completamente este mundo...”

2. La segunda barrera defensiva es la vieja descalificación del mensajero, el argumento “ad hominem”: “¿Te puedes mirar a ti mismo? Cómo es tu vida, ¿mejor que la nuestra?... Lo que dices es gratuito e inventado, sólo tratas de desprestigiarnos... El anticlericalismo es algo trasnochado, no nos vengas con antiguallas...”

3. Un tercer camino justificador es el que iguala estamentos: “Somos humanos, en todas partes cuecen habas, eso no tiene importancia frente a todo el bien que hacemos.

4. El cuarto cinturón defensivo recorre el tópico mecanismo freudiano de sublimar esa situación de penuria psicológica que les corroe: “La importancia teológica de mi misión, la excelsa dignidad de nuestra labor, el enorme desprendimiento que conlleva...”

Este momento o punto defensivo nos lleva a una reflexión derivada, que deja entrever una ligera contradicción. Si tan excelsa es tal misión sorprende la penuria de vocaciones (el domingo pasado sirvió de altavoz para este problemas): ¿extraña la penuria de vocaciones que en nuestras sociedades avanzadas se da?

Las razones esgrimidas por el estamento que rige la credulidad vienen a decir, por una parte, que en el desierto de la fe no germinan las flores de la vocación y, por la otra banda, se curan en salud candorosa confiando en el abrahámico “Dios proveerá”. Ya sabemos, al final Dios dejó entrever que con la intención bastaba. Y en este caso, que Dios no dejará hundirse la barca de Pedro. 

Una sublimación más, un rodeo para no encarar la verdadera realidad: que a los jóvenes no atraen ya las fumarolas vitales ni los vacíos existenciales. Proyectos vitales vacíos de contenido humano, arruinadores de vidas. Al menos eso piensan muchos que sacuden el polvo de sus sandalias antes de entrar en la viña del Señor o a ser rectores de ella.


Retomando el inicio de esta perorata con las cuatro consideraciones adjuntas, bajo su punto de vista podrían tener razón, pero la situación psicológica real del individuo sigue sin quedar explicada porque es mucha la abundancia de insatisfacción, duda, penuria mental, depresiones, adormecimiento de las facultades, desaliento vital, desánimo diario, melancolía, tristeza infinita, pasar de lado de todo, carencia de interés o no sentir interés por nada, escapismo, vacío de la función…

Todo con tal de no admitir lo obvio, que la realidad existencial en que se mueven viene a ser ruina de la persona, algo que no atrae vocaciones. Juegan a equilibristas. Las justificaciones anteriores podrían valer contra anticlericales comunistoides. Pero, ah, falta el quinto paso, que no tienen, ¡la justificación ante ellos mismos!

Ante ese paso callarán y rumiarán, como huesos duros, las duras palabras que han hundido su filo en la carne fofa de su convicción; terminarán por aceptar su sino vital; gemirán en su interior; se sentirán derrotados, no por quien les enfrenta con su situación sino por la verdad, su existencial verdad; reconocerán que es así, que su vida en muchos aspectos no tiene sentido, que “esto” –referido a su existencia entre las cuatro paredes de un convento sobre todo-- es algo sin perspectiva personal, que la virtualidad del rezo y lo de la noche oscura son nieblas espesas sobre el páramo de los años...

Parecen salvarse aquellos que lo dejan todo pero por servir “directamente” a los demás en determinado aliento social. Pienso en muchísimos misioneros como mi compañero de clase Germán Fresán, de los SS.CC., más de 40 años en Congo y Mozambique (ver en Youtube “Tres jornadas con Germán Fresán”).

Y los que vegetan entre laudes, misa y vísperas ¿buscarán el remedio? No, porque, necesariamente, en esto ya priman otros elementos, los praxiológicos.

El trasfondo y análisis psicológico los dejo para los lectores de Anna Freud (El Yo y los mecanismos de defensa. Paidós).-

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